Elogio de la publicidad.

Ayer Toni Segarra fue investido Doctor Honoris Causa en la Nebrija. Reproduzco aquí -con su permiso- palabra por palabra su discurso porque me parece uno de los textos más bellos y más brillantes que he leído jamás sobre publicidad (y he leído unos cuantos en estos últimos veintitantos años de profesión). Y no sólo sobre publicidad. Si decides leerlo igual acabas coincidiendo conmigo: Toni es un genio. Una de las personas más inteligentes, sensibles, cultas y, por supuesto, creativas, que he conocido en mi vida, y seguramente que conoceré. Por eso, considero un auténtico privilegio haber compartido mesa de trabajo con Toni durante 5 años. Y aún más, poder hoy ser su amigo. Ahí va la gran lección del Maestro (una vez más, gracias, Toni):

«Llevo ya tiempo muy agradecido, muy abrumado, muy conmovido, y muy superado por los honores y reconocimientos que recibo. Me cuesta entender que los merezca. Más cuando el honor es de la dimensión del de hoy.

Me siento el representante afortunado de una profesión poco acostumbrada a ocupar estos escenarios.

Esto es la Universidad.

En la Universidad, desde hace ocho siglos, se forman los matemáticos que encuentran fórmulas exactas para describir el mundo; los físicos que intentan desvelar el universo; los abogados, los fiscales, los jueces que sustentan el orden que nos permite vivir en sociedad; los médicos que nos curan; los arquitectos que, como recuerda bellamente Rafael Argullol, construyen nuestra intimidad; los ingenieros que consiguen que el entramado de la realidad se sostenga…

Nosotros, los publicistas, somos aquí unos advenedizos, temerosos de que alguien un día descubra nuestra impostura.

Dejadme contar una historia que quizá explique mejor esta sensación.

Manuel Fuentes, ilustre filólogo y gran especialista en literatura hispanoamericana, fue mi profesor en el COU. Sus clases eran extraordinarias. Yo, que soy muy de letras, iba de cabeza a Derecho, la carrera que ofrece alguna salida profesional razonable a los que tienen el mismo defecto que yo. Deslumbrado por el profesor Fuentes, y a pesar del disgusto de mi pobre madre, me matriculé en Filología Hispánica, donde fui muy feliz.

Muchos años después, Manuel Fuentes me encontró y me invitó a dar una charla en un congreso internacional de Literatura Hispanoamericana que se celebraba un septiembre lejano en la Universidad de Tarragona. Recibir esa llamada fue un honor inmenso. Mi héroe de la adolescencia me invitaba a su mundo sagrado.

Cuando acepté faltaban muchos meses para el evento, y no fui consciente de dónde me metía. Hasta que en agosto me tocó preparar la charla. Empecé a sentir miedo.

¿Qué pintaba yo, un escritor de anuncios de compresas y de automóviles, en un congreso de sabios de todo el mundo que iban a compartir su inmenso conocimiento en torno a autores por los que profeso veneración, como Borges, Cortázar o Carpentier?

Para acabar de entrar en pánico visité la web del Congreso. Allí pude ojear el programa. Los títulos de las ponencias me revelaron, como hoy aquí, mi impostura:

Arqueología de un género sin nombre: las prosas literarias de vanguardia.

Cartografías intensivas: de la reverberación de las vanguardias a las mutaciones del Neobarroco/Neobarroso en la poesía transplantina.

Vanguardismo y pensamiento de la liberación en la literatura indigenista guatemalteca: hacia una eco-teología de la liberación Maya en Hombres de maíz, de Miguel Ángel Asturias.

Me sentí desbordado, pequeño. Intenté pensar qué podría ofrecer yo en ese contexto, de qué podría hablar un simple publicista que no resultase del todo ridículo. Intenté ensayar algunos títulos para mi ponencia, tratando de estar a la altura, por ejemplo:

Valores simbólicos y metafóricos de la blancura total en el universo cambiante de la comunicación de detergentes para lavar en agua fría.

Tradición y ruptura de la figura demiúrgica del mayordomo: de Tenn con Bioalcohol a Ferrero Rocher.

Presencia transversal de lo pélvico e importancia del tamaño: una lectura comparada del discurso comunicativo de espárragos La Carretilla y salchichas Oscar Mayer.

Bueno, es obvio que la publicidad no soporta demasiada profundidad.

No es sólo eso.

En el ya célebre Veracity Index, que cada año elabora IPSOS MORI la prestigiosa empresa de investigación de mercado con sede en Londres, y que pregunta qué profesionales crees que te dicen normalmente la verdad, una lista que encabezan las enfermeras, los médicos, los ingenieros y los profesores, con porcentajes de aprobación superiores al 85%, los publicistas tenemos el honor de ocupar la última plaza de 30 profesiones, con una aprobación del 13%, por detrás de los políticos, los ministros, los periodistas y los agentes inmobiliarios…incluso de los futbolistas.

A pesar de todo ello, o quizá por todo ello, me gustaría intentar el elogio de un oficio que amo profundamente. Algo que necesariamente implica elogiar algunos otros asuntos aparentemente poco elogiables.

Un elogio, por ejemplo, del capitalismo, del que la publicidad es brazo armado y banda sonora, en la maravillosa definición de Joaquín Lorente.

Hace unos años, un joven demasiado joven me hizo una pregunta muy directa: “¿Sabes cuál es el principal problema que tiene la publicidad?”.

La cantidad y la dimensión de los problemas que la industria tenía, y sigue teniendo, era abrumadora, así que, enternecido por la ingenuidad de la pregunta, contesté que no lo sabía.

“Que nunca habéis defendido el capitalismo” me dijo.

No he dejado de darle la razón desde ese momento.

A menudo, como profesión, hemos sentido incluso culpa por ejercer un oficio hermoso y generador de riqueza, presionados por una antigua y universal percepción pecaminosa del dinero y de la venta. Hemos preferido asociarnos al agradable entorno de la creatividad, apropiándonos de un adjetivo común que en cualquier caso deberíamos demostrar. Lo que hacemos, aquello para lo que aplicamos nuestro talento, es vender. Somos los orgullosos parientes lejanos del charlatán de feria, o del vendedor de alfombras del Gran Bazar de Estambul, quienes probablemente nunca han puesto en duda la honorabilidad y la belleza de su oficio.

Ese joven del que hablo ya no es tan joven, se llama Josep Torres, está sentado ahí enfrente, y hoy es mi socio. Aprovecho esta oportunidad para intentar enmendar mínimamente tantos años de silencio culpable.

Es hermosa la idea que plantea Yuval Noah Harari en Sapiens al basar la expansión irrefrenable del capitalismo en la confianza. Por primera vez en la historia de la humanidad, de un modo masivo, alguien le presta dinero a otro convencido de que ese otro se lo va a devolver. “La gente raramente quería extender mucho crédito porque no confiaban en que el futuro fuera mejor que el presente.” Nos recuerda Harari. Se pensaba que la riqueza no podía aumentar.

Confianza en el futuro, confianza en el otro. Qué maravilla.

Pedir un préstamo es hacer un viaje en el tiempo para traerse al presente el dinero que ganaremos en el futuro. El crédito permite el crecimiento, y el crecimiento y la riqueza permiten la redistribución. Es evidente que la redistribución de miseria es imposible.

También, si lo pensamos, el consumo es redistributivo. Si Henry Ford quería vender muchos Ford T, necesitaba que mucha gente pudiera comprarlos. La mejor solución era pagar sueldos a sus empleados que les permitieran esa compra. El mercado necesita clientes, por tanto, necesita redistribuir sus ganancias. Quizá nos parezca perverso, pero ha resultado eficaz.

El consumo es, además, un acto político. Lo que compramos conforma el mundo. Votamos cada cuatro años entre algunas pocas opciones poco diferenciadas, pero compramos cada día.

Puede ser una coincidencia, pero la estadística es abrumadora. Desde que una buena parte del mundo es abiertamente capitalista, el progreso de los indicadores sociales básicos ha sido exponencial. Y muy rápido.

Podemos convenir, y estoy perfectamente de acuerdo, en que las cosas deben mejorar. Incluso deben mejorar mucho. Como afirma mi admirado Josep Maria Esquirol, la conciencia de que “No todo está bien” es uno de los impulsos fundamentales, radicales, de nuestra condición humana.

Pero no deberíamos olvidar algo que casi poéticamente plantea el filósofo Javier Gomá:
“Si nos preguntamos honestamente en qué otra época nos hubiera gustado vivir si fuéramos pobres, estuviéramos enfermos, sufriéramos un handicap, tanto nosotros como nuestros hijos, si fuéramos mujeres, homosexuales, extranjeros, si nos encontráramos presos o nos mostráramos disidentes, todas estas respuestas serían una: ahora, ahora y ahora.”

No creo que sea casualidad que ese lugar y ese tiempo coincidan con el florecer de un sistema económico que, por alguna extraña razón, nos gusta despreciar.

El elogio del capitalismo conduce a un elogio mucho más antiguo: el del comercio.

Cuando hace años Antonio Escohotado se puso a escribir la historia del comunismo, empezó a rastrear, obviamente, a partir del siglo XIX. A medida que avanzaba su exploración, fue retrocediendo cada vez más, hasta encontrar los orígenes del colectivismo en las primeras sectas precristianas. La monumental obra que recoge esa búsqueda no puede tener un título más elocuente: Los enemigos del comercio. Esa lucha feroz entre individualismo y colectivismo quizá nos constituye como especie.

Tuve el privilegio de entrevistar a Antonio Escohotado hace pocos años en un evento del Club de Creativos. Entre alguna de las ridículas preguntas que le hice, quizá la más ridícula fue plantearle si consideraba mejor que nos denomináramos publicitarios o publicistas (siento vergüenza ajena al recordarlo). Escohotado, con paciencia infinita y una gran comprensión de mis limitaciones, hizo una pausa, me miró largamente con ternura, se giró luego hacia el público, y contestó: “Ni publicistas ni publicitarios, sois emisarios de paz.”

Hay una verdad profunda en esa afirmación. Vender es, básicamente, ponerse de acuerdo. Salvo a los traficantes de armas, y de drogas, a quienes quizá no deberíamos llamar comerciantes, a nadie que quiera vender le interesan las guerras. O a casi nadie…

No sé si queremos ser del todo conscientes de que nuestra cultura mediterránea, y por extensión la cultura occidental, es heredera del comercio. Mercaderes fenicios, griegos, romanos transportando aceite, madera o papiro, y también idiomas e ideas, de un lado al otro del Mediterráneo, conformaron lo que somos. Vendedores, al fin y al cabo.

Es cierto que nada humano escapa de la degeneración, y el comercio no es una excepción, pero está lejos de ser intrínsecamente perverso, como tantas voces demasiado autorizadas llevan tanto tiempo denunciando.

A menudo se acusa a la publicidad (y por extensión al capitalismo, a la sociedad de consumo) de generar necesidades falsas, de vendernos productos o servicios que no precisamos. En el origen de esa crítica, en mi opinión, subyace la asunción de una autoridad moral que pretende conocer lo que todos necesitamos mucho mejor que nosotros mismos. De algún modo es un insulto a la inteligencia de la gente y a su capacidad para tomar sus propias decisiones ¿Quién decide qué es una necesidad falsa? Esa arrogancia es heredera directa de una de las metáforas fundacionales del pensamiento occidental: del “rebaño bípedo”de Platón, al “Ego sum pastor bonus, pasce oves meas” (Yo soy el buen pastor, apaciento a mis ovejas) del cristianismo, llegando hasta Ortega en La rebelión de las masas, de las que lo único que el filósofo espera es docilidad, servidumbre y obediencia. Sin ir más lejos, estos días hablamos con naturalidad de la inmunidad de rebaño. Alguien tiene que guiar a las pobres ovejas descarriadas porque ellas solas van al abismo, incapaces de gestionar su existencia.

Es además una acusación falaz. Las cifras, que son obstinadas, afirman desde hace años que aproximadamente 8 de cada 10 lanzamientos de nuevos productos en el mercado español fracasan. Cifras que no son muy distintas en el resto del mundo. Son lanzamientos creados por empresas con experiencia, dirigidas por gente con talento y capacidad, y habitualmente testados exhaustivamente. Da igual. Los consumidores, nosotros, decidimos comprar lo que nos da la gana, y no comprar lo que no nos interesa.

Hay una historia terrible y hermosa que acostumbro a contar cuando, con demasiada frecuencia, somos acusados de esa supuesta creación de necesidades falsas.

Es un extracto del Diario del Teniente Coronel Mervin Willett Gonin DSO que fue uno de los primeros soldados británicos en liberar el campo de Bergen-Belsen en 1945. Dice así:

“Fue poco después de la llegada de la Cruz Roja Británica, aunque quizá no tuvo ninguna conexión, que también llegaron una gran cantidad de lápices de labios. Eso no era lo que nosotros queríamos, estábamos pidiendo a gritos cientos y miles de otras cosas, y yo no sabía quién había podido pedir esos pintalabios. Ojalá lo supiera, porque fue la acción de un genio, pura y simplemente brillante. Creo que nada hizo más por esos internos que los lápices de labios. Las mujeres se tendían en la cama sin sábanas y sin camisón, pero con los labios rojo escarlata, las veías vagando por ahí sin nada más que una manta sobre los hombros, pero con labios rojo escarlata. Vi a una mujer muerta sobre la mesa post mortem que tenía agarrado en su mano un trocito de pintalabios. Al fin alguien había hecho algo por convertirlos en personas de nuevo, ellos eran alguien, no un mero número tatuado en el brazo. Al fin podían volver a interesarse por su aspecto. Esos pintalabios empezaron a devolverles su humanidad.”

Conviene recordar que las ventas de lápices de labios se disparan habitualmente durante las peores crisis económicas ¿Pintarse los labios es una agradable frivolidad o una necesidad básica e imperiosa?

¿Acaso importa?

Que la gente acabe comprando lo que le da la gana permite seguir creando nuevos productos y nuevas marcas, que intentan de algún modo mejorar a los que el mercado ya ofrece. Si alguien quiere enriquecerse vendiendo mucho de algo, tiene que asegurarse de que ese algo va a interesar a mucha gente. Y para ello debe ofrecer algo mejor: el funcionamiento, el diseño, el precio, la calidad, el color, la accesibilidad, la comodidad, el gusto, la reducción de contaminantes, la proximidad…Un mercado libre y competitivo, la base del capitalismo, estimula la mejora constante de lo que ya existe.

Cuando alguien lanza un producto, para enriquecerse honestamente, cree que está mejorando el mundo, porque si no ¿por qué lo hace?

Un elogio de la publicidad no sería completo sin un elogio del optimismo.

La publicidad es el género de la felicidad, la constante mirada ingenua y leve al lado brillante de la vida. Es un recordatorio mínimo, intrascendente, de que la vida es un milagro maravilloso, que vale la pena, y de que la gente, a veces, es feliz.

Pero el optimismo sufre un desprestigio extraordinario. En el arte, en la cultura en general, en los medios, en la política, en la filosofía, en la vida. Es algo por lo que parece que haya que pedir disculpas. Ser optimista es casi sinónimo de ser idiota. Un pesimista, como todos sabemos, es sólo un optimista bien informado.

Los medios de comunicación de masas, creadores del estado de ánimo colectivo, renuncian deliberadamente a cualquier atisbo de positividad. No hace falta recordar la máxima del periodismo global: “Good news isn’t news”.

Emilio Lledó lo explica perfectamente: “El mundo se construye con creatividad, no con negatividad. Un mundo alimentado con noticias catastróficas lo hace invivible.”

El arte en general edifica desde siempre a partir del dolor, la tristeza, el crimen, la miseria, la traición, la ignominia, la mentira, la corrupción…Nadie considera cine serio una película que acaba bien.

Xavi Puig y Kike García, los creadores de El Mundo Today, lo explican con su habitual maestría en una de esas noticias falsas que transparentan la verdad mucho mejor que las supuestamente ciertas: “Un asesino en serie lamenta ser el único que aún no tiene documental en Netflix”.

Sin embargo, y a pesar de todo, el mundo progresa gracias a los optimistas. Pese a su desprestigio intelectual. Como defiende José Antonio Marina: “Cada una de las ventajas sociales o jurídicas o políticas de las que disfrutamos fueron defendidas en su origen por algún optimista que iba en contra del sentido común de su época.”

Yo sospecho, y que nadie vea en ello nada más que una opinión personal, que lo negativo triunfa entre otras cosas porque es más fácil. Escribir una novela decente sobre una familia de clase media que pasa razonablemente feliz sus vacaciones en un pueblo de Segovia es, seguramente, el desafío creativo más complejo al que puede enfrentarse un escritor.

La publicidad lleva toda la vida aceptando ese reto con enorme éxito. Hace falta un talento descomunal para construir mensajes optimistas e ilusionantes sobre cualquier asunto, incluso sobre asuntos dramáticos como la muerte, la locura, el desamor, la pérdida, o la mancha de salsa de tomate en la camisa deslumbrantemente blanca de un niño que se dirige a su primera comunión.

El sacerdote y escritor Pablo D’Ors denuncia esa deriva hacia la facilidad de lo negro:
“No hay literatura de la luz. Nos hemos enamorado del mal. Conviene conocer las sombras, claro, pero no quedarse entrampado o enganchado en ellas. Es más difícil ver la luz que ver lo oscuro, ver la luz exige entrenamiento”.

Y Jesús Montiel, el magnífico poeta granadino, subraya:
“En efecto, ver lo oscuro es más fácil. La sombra tiene mucha publicidad, hace aspavientos, nos llama constantemente la atención, es exhibicionista. Los medios de comunicación, la mayoría, son suyos. La mayoría de los libros, también. Es verdad que los escritores decadentes tienen más propaganda.”

Yo no puedo más que confirmar esa dificultad. Nada más complicado que un anuncio sobre la Navidad, por ejemplo. Y a pesar de ello, cada año algún publicista en el mundo es capaz de volver a emocionarnos con una mínima historia llena de regalos, de turrón, de Santa Claus, de reyes Magos y de nieve.

Hablo de talento. No es fácil elogiar el capitalismo, el comercio o el optimismo. Quizá lo es algo más poner en valor el inmenso talento que la publicidad ha sabido convocar desde siempre, y que es la razón fundamental por la que soy tan feliz trabajando en este oficio.

Banksy, el genio del grafiti, lamentó muchas veces que los más brillantes cerebros británicos de su generación hubieran elegido trabajar en publicidad en lugar de combatir el sistema desde la trinchera del arte. Yo tengo la opinión contraria, ojalá Banksy hubiera trabajado en nuestro bando, porque su carrera nos demuestra que es por encima de todo un magnífico vendedor.

No quiero establecer comparaciones que sean malinterpretadas, pero ha sido siempre común esa relación entre el máximo talento y el poder económico, político o espiritual. Por algo será. La Eneida es una de las cumbres de la literatura universal, desde luego, pero es también el encargo de Augusto a Virgilio para construir el pasado glorioso del Imperio. Hoy lo llamaríamos una campaña de imagen. Chrétien de Troyes trabajó probablemente por encargo para construir una barrera insalvable entre la aristocracia amenazada y la burguesía enriquecida: el Grial, la sangre azul…. Y es maravilloso el empeño extraordinario de Julio II persiguiendo a Miguel Ángel para hacerle pintar la Capilla Sixtina.

Julio II me lleva a recordar que ese talento del que hablo también es el de la gente que nos encarga el trabajo, el cliente. Aquel que es consciente de que apoyarse en los mejores, mejora los balances.

Saul Bass, famoso por los títulos de crédito de algunas películas inolvidables, fue también un extraordinario diseñador gráfico, autor de alguno de los logotipos más brillantes y longevos de la historia, como el de Warner, o el de ATT. Hacia el final de su carrera se sintió abandonado por sus clientes tradicionales, que dejaron de ser los líderes de una compañía que ellos mismos habían creado, o que sentían suya, para dar paso a una nueva raza de altos ejecutivos que no trabajaban tanto para las marcas que representaban como para ellos mismos. Bass pasó una temporada trabajando en Japón, donde aún encontraba esa interlocución directa con quien tomaba las decisiones (suyo es el logo de Minolta, por ejemplo).

Creo que todos hemos sentido lo mismo muchas veces. A menudo nos encontramos trabajando y presentando a responsables de la marca que no tienen la capacidad de decidir. A menudo esa decisión se deriva a algo parecido a una asamblea, o aún peor, a un instituto de investigación, o a una entidad legendaria que suele habitar los pisos superiores de los edificios corporativos. Todos hemos escuchado alguna vez eso de: “Todo ok, ahora sólo queda que se lo contemos a los de arriba”.

Creo que nuestros mejores trabajos proceden indefectiblemente de un encargo extraordinario, y de alguien que se hace responsable de estimular y de tomar decisiones sobre lo que ha pedido. A menudo es en esa fase del trabajo donde aparece realmente la genialidad.

El artista e historiador de arte italiano Rodolfo Papa reclama:
“Más que un nuevo Miguel Ángel necesitamos nuevos mecenas. Ojalá los emprendedores y banqueros fueran como los Medici o Julio II.”

La publicidad ha atraído y ha formado a un talento peculiar. Gente muy generalista, que salta de categoría en categoría, de asunto en asunto, sin llegar a profundizar nunca, pero dueña de una visión global de la realidad, y de una saludable distancia. Gente curiosa, inquieta, capaz de una cierta intuición poética, pero llena del pragmatismo del vendedor. Gente acostumbrada a pensar a largo plazo, a imaginar el futuro por el que las marcas, la gente, las sociedades avanzarán. Gente que se pone en el lugar del otro, que les intenta entender y les explica. Gente obligada a ver las cosas de otro modo, porque el habitual suele conducir a la invisibilidad, y nos pagan para hacer que las marcas existan.

Me gusta pensar que para el futuro que ya habitamos, que es uno más de los cambios de paradigma civilizatorios que la humanidad ha vivido, pero que esta vez sucede a una velocidad que nos desborda y nos impide la mínima reflexión, ese tipo de talento del que hablo, el talento del publicista radical y genuino, puede ser de gran ayuda.

Hace bastantes años, en un congreso de la Asociación Española de Anunciantes, me atreví a sugerir que todos los consejos de administración deberían incluir a un creativo publicitario. Hoy me parece que ese consejo es aún más perentorio y necesario, si cabe.

Creo también que casi siempre ha sido la belleza la que nos ha salvado de las crisis. La Iglesia, en mi opinión, es nuestra gran maestra en estos asuntos de la comunicación, y conviene recordar que frente a la Reforma, la mayor crisis a la que jamás se ha enfrentado, su respuesta fue inundar el mundo de sensualidad y belleza. El Barroco es la más maravillosa operación de propaganda de la historia.

No quiero ni puedo comparar, pero la publicidad es capaz de pequeñas bellezas accesibles y frecuentes, sencillas y comunes. Esas que descubrió el Borges maduro:
“Hacia el año treinta creía, bajo el influjo de Macedonio Fernández, que la belleza es privilegio de unos pocos autores; ahora sé que es común y que está acechándonos en las casuales páginas del mediocre o en un diálogo callejero.”

O en un buen anuncio, añadiría yo.

Ya acabo.

Mi vida profesional ha consistido durante más de treinta años en resumir asuntos relativamente complejos en unas pocas palabras, o en alguna imagen, o en una brevísima historia. Nos suele sobrar con 20 ó 30 segundos.

La posibilidad de que en este texto de más de veinte minutos haya dicho muchas cosas que no tienen el menor sentido, o la menor relevancia es enorme.

Dejadme acabar haciendo lo único que sé hacer, resumir lo que os quería decir en unas pocas palabras:

Sin publicidad, sin buena publicidad, el mundo sería tristísimo.

Muchas gracias.»

Reacordar.

La memoria no es un músculo. Ni siquiera una actividad. La memoria es un lugar. Un sitio. Un rincón, para ser exactos. Y como todos los rincones, carece de mapa que le haga justicia, pues los lugares más interesantes son siempre aquellos a los que no llega Google Maps. Y como también le ocurre a las esquinas, jamás están quietas e inmóviles, y si no, pregúntaselo a cualquier dedo meñique del pie. Como consecuencia, las cosas que dejamos en nuestra memoria -esos bultos a los que llamamos recuerdos- tampoco se quedan todo el rato en el mismo sitio. Se mueven. Se agrupan. Se disuelven. E incluso a veces, sin venir a cuento, desaparecen. Tienen tanta vida propia, que a veces responden más a lo que hemos ido contando que a los motivos por los que realmente los dejamos ahí.

Por eso, cada vez estoy más convencido de que recordar es volver a ponerte de acuerdo contigo mismo. Recordar es reacordar. Para empezar, volver a poner de vigencia ese acuerdo que nos debemos todos entre tu presente y tu pasado, entre lo que has decidido explicarte y lo que realmente ocurrió. Pero también ajustar expectativas propias y ajenas, sustituir tus sueños por otros más válidos (que te hagan más feliz), actualizar tus yo nunca, volver a medirte los ya verás. A veces, lo que nos gustaría que hubiese ocurrido es tan diferente a lo que pasó, que ese acuerdo se vuelve imposible. Y a veces es simplemente una mentira, que a fuerza de explicarla, ha logrado sustituir a la realidad.

Y es que si la memoria es un destino, existen básicamente tres formas de visitarla. En primer lugar, se puede acudir de turismo. El que va de turismo, visita uno o varios recuerdos desordenados y suele llevarse de souvenir un leve pellizco en el corazón. En segundo lugar, puedes ir a la memoria porque estás de paso. Es lo que ocurre cuando quieres contrastar algo, verificarlo, hacerte tu propio fact-check. Es acudir a tu propia biblioteca para no llevarte ningún libro, tan sólo para consultarlo allí, porque prefieres dejarlo donde está. Y por último, está quien acude a su memoria para quedarse a vivir. En este caso, mudarse a un recuerdo es empezar a vivir de segunda mano. Porque para empadronarte en tu memoria primero hay que renunciar a fabricar recuerdos nuevos . Y ésa no otra que la definición de vejez.

Porque una cosa es ser anciano, algo a lo que -con suerte- algunos llegarán, y otra muy distinta, decidir ser viejo.

Y porque recordar es importante, sí.

Pero más lo es reacordar.

Hay alguien ahí.

Comunicarse es existir. Dirigirse a cualquier persona es demostrar que uno está vivo, pero también querer que mundo sepa que hay alguien ahí. Al otro lado. Escuchando. Sintiéndose interpelado.

Ahí están las cartas de los presos. Ahí está la correspondencia de vuelta de amigos y familiares.

Ahí están los mensajes lanzados al espacio en busca de vida inteligente, también conocidos como METI (Messaging to Extra-Terrestrial Intelligence).

Ahí está Cinco horas con Mario. Ese maravilloso diálogo disfrazado de monólogo, en el que la otra parte vuelve a la vida tan sólo para escuchar.

Y ahí están las plegarias. Rezar es confirmar la existencia del interpelado. Nadie reza a quien no existe. Nadie le pide nada a quien no está.

La televisión también es un entorno de creación de identidades. Si hace tiempo que no ves una cara en la pequeña pantalla, de alguna forma para ti ha dejado de existir. Igual esa persona no ha parado de trabajar desde entonces, pero como lo ha hecho detrás de la cámara, no ha contado para ti. Ojos que no ven, corazón que no existe.

Los influencers, ese grupo -en mi opinión- tan injustamente vilipendiado, lo son precisamente porque su única identidad reside en el acto de la comunicación. Son el primer grupo profesional de la historia surgido única y exclusivamente al albor de la interacción social, es decir, gracias a su capacidad de comunicación con los demás, lo cual significa que su único gran pecado ha sido construir su identidad -su existencia- únicamente a partir de sus seguidores. Hasta su aparición, todo el mundo comunicaba algo que ocurría fuera de las redes, es decir, el entorno digital se utilizaba como un canal de propaganda de algo que se había hecho en el mundo analógico. Ellos han convertido un medio en un fin en sí mismo. Como hizo Gran Hermano con la tele. Y eso, para ciertos conservadores, será siempre imperdonable.

Por eso, en estos días de comunicaciones a distancia, días de Zoom, de Skype y de Facetime, cada interacción tiene la fuerza conceptual de un acto de trascendencia. Creo que estás ahí, quiero que estés ahí, y además, lo evidencio y lo ratifico en este acto de comunicación.

Me escuchas, luego existes.

Te hablo, luego estás.

Mi voto.

Me lo estáis preguntando mucho. Siempre quise empezar un texto así. Pero es que en estos momentos es más verdad que nunca. A raíz de presentar Todo es Mentira, me han pasado dos cosas.

La primera, que me han tildado de rojo y de facha a la vez. De progre y de conservador. De capitalista y de comunista. De vendido y… bueno, de vendido. Me enorgullece -o igual me engaño en- pensar que eso significa que algo estoy haciendo bien.

Y la segunda cosa que me ha pasado es que muchos se han interesado por mi voto. Y aunque todos sabéis que es secreto, como para vosotros no tengo de eso, (qué trending topic me siento diciendo eso), ahí va mi confesión.

Pues mira, depende. He votado izquierdas y he votado derechas. Aunque también he votado verdes y hasta animalistas o incluso en blanco alguna vez.

Y al final, me he llevado un solo aprendizaje: cuando voto izquierdas, sé que me van a decepcionar y cuando voto derechas, sé que me voy a arrepentir. Por lo que leo, parece que a vosotros os ha pasado lo mismo, aunque sea con otras opciones políticas.

Y es que en este país, votar es elegir entre la decepción y el arrepentimiento.

Dura decisión.

No supe explicarte las cosas del diccionario.

Éste es el discurso que debería haber hecho ayer en la presentación del «Diccionario de las cosas que no supe explicarte». Como todo en este libro, también llega tarde. Llega a las 6 de la mañana de un miércoles cualquiera, desvelado y en pijama, cuando la gente ya no está, cuando ya se ha ido a su casa y cuando se habrá llevado una vaga impresión de lo que anoche quise decir. Y no porque no pudieran entenderme, sino porque, en esta ocasión, tampoco me supe explicar.

No, no voy a tratar de escribir sobre el contenido, porque eso ya lo hará quien decida hacerlo. Prefiero describir el continente, porque éste me representa como ningún otro libro lo ha hecho hasta ahora.

Tapa dura. Por primera vez. Protegiendo el interior como nunca. Porque lo de dentro es más arriesgado, está más expuesto y llega más adentro que nunca. Y porque es como todos los duros por fuera: blandos por dentro.

Sin ilustraciones. Crecer es aprender a despedirse. También de los adornos. De los complementos. De lo superfluo. De lo que no es esencial. Éste es un libro de esencias. De tarritos muy pequeños pero muy caros. Porque me han costado mucho de obtener. Conclusiones a las que he llegado después de mucho darme contra las paredes que te pone la vida. Si compras los libros a peso, éste no es tu libro. Y quien quiera paja, que baje a la era.

Sin numeración. Porque a partir de cierta edad, los números ya no dicen mucho de nosotros. Importa más lo que estés leyendo en ese momento que el número de página en la que te encuentres. Y es que, además, ojalá en la vida tuviéramos un índice que nos avisara en qué pagina nos vamos a encontrar… y cuántas páginas durará nuestro ejemplar.

Orden alfabético. Es un orden marcado por las palabras. Porque al contrario que en los números, en las palabras, el orden de los factores sí altera el producto: Te quiero, pero no me quedo. Nada que ver con: Me quedo, pero no te quiero. Y seguramente sea ésa otra de las decisiones importantes que haya que tomar en la vida. En qué orden pones las palabras para no hacer más daño de lo habitual.

Orden alfabético, bis. Y es que no es cualquier orden, es el que marca el abecedario. Eso me ha obligado por un lado, a descartar palabras. Quería empezar el libro con un «abrazo» y eso me obligó a descartar «abismo». Pero también me obligó a escribir los conceptos a medida que iban llegando. Porque en la vida tampoco tú decides cuándo te llegan las olas. Te llegan, y a surfear.

Faltan palabras. Y siempre faltarán. Como faltaron personas ayer en la presentación. Como faltan cosas por decirse cuando se acaba cualquier relación. Pero es que también me faltan definiciones que me gustaría preguntar. Me habría gustado saber lo que es el sexo para un monje de clausura o la familia para un asesino a sueldo. Me habría gustado saber lo que significa la vida en el corredor de la muerte o toda la riqueza del mundo en la sala de espera de un hospital.

Punto de libro. Porque como he dicho, ya tengo una edad, básicamente para no perderme. Para acordarme siempre de dónde estoy de este libro. Aunque no lo tenga abierto. Sobre todo cuando no lo tenga abierto.

Bordes tintados. Porque incluso a los más bordes nunca nos sobra un toque de color. Es un tintado que se hace a mano. Por eso hay tan pocos. Porque ya casi no quedan cosas que se tengan que hacer a mano. Con la paciencia que eso requiere. Con la cantidad de prisa que hay que descartar. Me pareció un detalle tan lujoso y tan exclusivo como el hecho de tener tiempo para pararse a leer un libro hoy.

Hasta aquí el objeto. Hasta ahí lo que contiene todo lo demás. Ahora, decide tú con qué te quedas. Si con el contenido, con el continente o simplemente con esta reflexión y ya.

En cualquier caso, muchísimas gracias por leerme. No sé si ahora supe explicarme. Pero como mínimo, el intento, aquí está.

CHESTER PODER – Introducción

Cuando se habla del poder, siempre se habla de los mismos.

Se habla de los de arriba, de los que tienen mucho o de los que manejan los hilos.

Pero poco se habla de los realmente poderosos.

De los que más nos pueden afectar en el día a día.

Poco se habla del poder de un ser querido.

Al que sólo se le recuerda cuando ya no está.

Poco se habla del poder de la deslealtad.

Del sabor amargo de la decepción. Del vacío después de cualquier traición.

Poco se habla del poder de los verdaderos superhéroes.

De los que salen de cualquier hospital tras una batalla.

De los que siguen luchando para ganar las guerras más silenciosas de la historia.

Poco se habla del poder de una sonrisa a destiempo.

De esa palabra que te levanta el ánimo el día que lo necesitas.

Del poder de la palabra perdón.

Del poder de la palabra gracias.

Del poder de un te quiero.

De un lo siento.

De un quédate.

Bienvenidos al mundo de los que te cambian sin querer cambiarte.

Bienvenidos al CHESTER… Poder.

CHESTER TALENT – Introducción

Lo sepas o no, tú naciste con un mensaje.

Algo que decirle al mundo.

Es algo único, algo que sólo tú puedes decir.

Algo que sólo tú puedes hacer.

Tú y nadie más.

Por eso, lo sepas o no, tú no serás feliz hasta que lo encuentres y lo lances.

No serás feliz hasta que lo sepas y lo hagas.

Digan lo que digan los demás.

Hagan lo que hagan los demás.

Tu único enemigo no son ellos.

Ni sus críticas ni sus advertencias ni su envidia ni su mala o su buena intención.

Tu único enemigo eres tú.

Y eso es justo lo que llamamos miedo.

Bienvenidos a la reserva natural de las habilidades únicas y necesarias.

Bienvenidos al CHESTER… TALENT.

Branducers 17

Atiendo con mucho interés a una nueva edición de Branducers, el foro de Branded Content que mi socio y yo arrancamos hace unos cuantos años y que no ha parado de crecer y de incorporar nuevo talento, ahora en manos de la BCMA (Branded Content Marketing Association). 

Me llama la atención que 10 años después sigamos tratando de definir el Branded Content:

No discuto la definición. Faltaría más. Mucha gente muy inteligente le ha dedicado muchas horas para llegar a ella. Pero cuando necesitas tantas líneas para definir algo, igual ese algo no se está dejando definir. 

Yo prefiero dejar las definiciones para los que las buscan y utilizar guías. Son más amplias, menos restrictivas y sobre todo mucho más útiles a la hora de trabajar. Y sobre todo, dependen siempre de quien las necesite. 

Mientras aprendo de los que realmente saben, os dejo las guías que decidimos utilizar para saber qué es y qué no es un Branded Content en el último FIAP, donde tuve el privilegio de ser presidente del Jurado en la categoría Formatos:

– Interrumpen o por el contrario generan el suficiente interés por sí mismos? Son contenidos PULL, o PUSH? Construyen una audiencia propia o por el contrario se aprovechan de otra para interrumpirla?

– Merecen una segunda temporada? Nacen con vocación de continuidad? O son simples «stunts», bromas o prototipos?

– Responden a un insight global? Podrían ser «sindicados» (exportados) a otros mercados?

– Han calado en la POP CULTURE? Su impacto ha sido amplio y profundo en el territorio donde vivieron?

Seguimos aprendiendo. 

Cuatro sorpresas y un error.

Ayer por la tarde, junto a dos personas de mi empresa, paramos un taxi a la salida de una comida en Madrid. 

Entramos en el coche hablando de nuestras cosas, y como siempre hablamos entre nosotros, en catalán.

La radio estaba puesta a toda pastilla. Y en el aire, un programa de un locutor al que no voy a mencionar, porque esto no va con él, o no exactamente. Digamos que el discurso era de todo menos conciliador. Que si los catalanes esto. Que si los catalanes lo otro. Vamos, lo que viene siendo tristemente habitual en estos días. Generalizaciones abusivas indignas de un país presuntamente civilizado.

El señor taxista, al escucharnos hablar en nuestra lengua, no sólo no baja el volumen de la radio, sino que lo sube. Primera sorpresa. Silencio. Caras de circunstancias. La radio sigue escupiendo conflicto a borbotones. Nosotros no dábamos crédito.

Es entonces cuando le pido amable y educadamente que si puede quitar la radio. Y se lo pido por favor.

El señor taxista la apaga no sin antes regalarnos la segunda sorpresa. De muy malas maneras, nos dice: “Oigan, que ustedes han alguilado un servicio, no han comprado el taxi”. Se lo suelta a la compañera que viaja a su lado, quien le replica, también con la máxima educación, que claro que está en su derecho de no apagarla, igual que nosotros estamos en nuestro derecho de prescindir de sus servicios.

Más silencio. Más tensión.

Al llegar, pagamos el trayecto y una vez hemos pagado, le pido, también por favor, que me facilite el libro de reclamaciones. Un letrero en el salpicadero recuerda a los pasajeros que existe un libro de reclamaciones a disposición de los clientes. De hecho es uno de los derechos recogidos en el Real Decreto 763/1979 que regula el transporte en automóviles ligeros. Y tiene que ser facilitado sin condiciones ni peros por parte del conductor. 

Su respuesta, la tercera sorpresa. No me lo da si no le facilito mi DNI. 

Ahí es cuando exploto. Y es entonces cuando cometo una equivocación. Yo tenía toda la razón y la ley de mi parte. Debería haberle obligado a hacerlo dentro de mis derechos, sin necesidad de nada más. Pero no lo hice. Lo reconozco, soy más humano de lo que me gustaría y con el calentón de un trayecto de 22 minutos en el que había pasado todo lo que cuento arriba, con la indignación de ver cómo había tratado a mi compañera y cómo nos había hecho sentir en el camino, no se me ocurre otra cosa que pillar el móvil y empezar a emitir en directo mientras le increpo. 

Sí, eso estuvo mal. Sobre todo porque en el vídeo no se ve más que un famoso haciendo pública la matrícula y licencia del conductor así como las visitas que ese vídeo iba a tener. Ahí es donde me arrepiento, vuelvo en mí y pienso que no es la forma de hacerle ver sus errores, que también los tuvo. Así que bajo del taxi y borro el vídeo e inmediatamente grabo unos Instagram Stories pidiendo disculpas, tanto al taxista como a quien lo haya visto y se haya podido sentir ofendido. En el mismo medio, en el mismo momento, rectifico. Pido disculpas. Aprendo. Sigo.

Pero claro, en las redes, el vídeo para entonces ya ha sido capturado por algunas personas que ven una oportunidad para atizarme y empiezan a hacerlo viral. El mismo vídeo que yo había borrado, sí. el mismo por el que había pedido perdón. Ni una sola mención a mi rectificación inmediata. Y lo que viene después, ya te lo puedes imaginar. Cientos de insultos retuiteando el vídeo que alguien capturó con la intención de lanzar a toda esa gente contra mí. Bloqueo y sigo bloqueando insultos. Y así seguiré. Esta parte me afecta cero, la verdad. 

Pero lo que sí me importa, lo que me queda en el paladar es la amarga sensación de que todos nos estamos equivocando estos días. Yo el primero. Y que detrás de cada error hay hordas de interesados carroñeros dispuestos a sacar petróleo de la torpeza de los demás. Para que no queden dudas, no me cuesta nada hacerlo, lo he hecho en el vídeo y lo vuelvo a hacer por escrito. Yo me equivoqué, creo que el señor taxista tampoco tuvo su día más afortunado, pero no estuvo bien tratarle así, y esté donde esté espero que le lleguen estas palabras. Ojalá me lo vuelva a encontrar y le pueda pedir perdón a la cara. Como debe ser.

Lástima que lo que viaje por las redes no sean los segundos vídeos, los que hablan de reconciliarse, de no echar más leña al fuego,de disculpas, sino los primeros.  

Y así con todo. Y así nos va.

Yo por mi parte, y sobre todo en estos tiempos, intentaré equivocarme menos. Aunque prometer, como siempre, no puedo prometer más.

Y ahora quién.

Y ahora qué, se preguntan todos. Y ahora quién, me pregunto yo. Porque a mí discúlpenme, pero tengo un problema previo. Y es que no me siento representado por nadie.

No me representan los que decidieron romper la baraja. Los que decidireron dejar de escuchar, de sentarse a la mesa, de negociar. No me representan los que defienden saltarse la ley, las mayorías cualificadas y los autos judiciales. No me representan quienes han inflado las expectativas de un pueblo harto de ser ignorado. Y hasta tal punto las han inflado que son capaces de despeñarlo por este barranco al que ahora llaman fractura social.

Tampoco me respresenta la violencia lanzada contra la gente cuya única arma fue una papeleta en la mano, cuyo único delito fue querer votar. De forma imperfecta, inválida, desautorizada y para nada representativa. Pero votar al fin y al cabo. No me representan los mamporreros, aunque sean aquellos a quienes les hemos otorgado el uso legítimo de la fuerza. Porque esa fuerza pierde toda legitimidad desde el momento en que se ejerce sobre el mismo pueblo que se la dio.

No me representan los que les llaman golpistas. Pero tampoco los que les llaman fuerzas de ocupación. Desconfío de los que intentan sacar rédito político del río revuelto. De los aprovechados, de los miserables que tienden puentes con pelotas de goma. Ilegales, esas sí.

No estoy con los que insultan a los que no piensan como ellos. A esos, ignoro, bloqueo, paso. Porque también es necesario pasar. Reducir el ruido, que ya hay bastante como para encima tener que aguantar a los que te pretenden insultar. No estoy con los que desobedecen órdenes de sus superiores, porque eso es muy peligroso para los que no sabremos a quién acudir cuando alguien se salte la ley. Pero tampoco con los que mandan a mis familiares y vecinos al hospital. Esos que tampoco me esperen, porque no soy de los suyos. Quién vigila al que vigila. Quién controla al que se supone que nos tendría que controlar.

No me cuenten entre los que se alegran de que una bandera, sea la que sea, se empañe de sangre. Se lo han buscado, dicen. Y más que se lo van a buscar, pienso yo. Porque esta violencia es de las que genera más. Por eso, y desde hace tiempo, mi única bandera es blanca por ambos lados. En cuanto alguien la pintarrajeó, empezaron todos nuestros problemas.

Algunos me llaman equidistante como si eso fuese un insulto. Me ven del lado de los que menos gritan. Y claro, eso molesta a los que quieren que gritemos todos más. Yo estoy con los que están tristes. Con los que no entienden nada. Y cada vez menos. Los que ponemos la tele con inquietud y la quitamos con desesperanza. Los que ya ni abren los periódicos por miedo a lo que tocará hoy. Los que cambiamos de tema en cuanto aparece la cuestión. No por desinterés, ni por desidia, sino por miedo a hacer más daño. A hacernos más daño. A ver más dolor. A provocarlo.

Soy de los que lloramos por las noches a solas, cuando nuestros hijos ya se han acostado. De los que nos apretamos fuerte de la mano cuando nuestra pareja intenta explicarse. Los que ahora recordamos las historias para no dormir que nos contaban nuestros padres. Esas mismas historias que juramos que no volverían jamás. Yo estoy con la gente que siente impotencia y rabia, mucha rabia. Yo estoy con los que desearían que nada de esto hubiera pasado. Y sí, también soy de los que busca que mi gente sonría, aunque sea por el motivo más ridículo, que siga sonriendo. Gente que cree que hay que seguir remando, aunque nos vayan dejando entre todos sin barcaza, sin río y sin mar.

En definitva, y sobre todo, estoy con los que se hacen en voz alta la gran pregunta. Y ahora quién.

Porque lo que ha quedado claro es que ninguno de los que hay ahora ha sido capaz de evitar meternos en este hoyo. Que nadie espere que alguno de ellos sea capaz de sacarnos de él.

9x

Y llegó la novena. Nueve ediciones de X. Que se dice pronto. Yo no, yo con vuestro permiso voy a regalarme un poco. Nnnnnnuuuuueeeeeevveeeeeeeeee eeeeeddddiiiiiciiiiiiooooooooneeeeeesssss deeeeee eeeeeeequiiiiiiiiisssssss. Qué pasada. Gracias gracias gracias. No sé cómo dároslas de nueve maneras distintas. Ya es el libro más vendido de los 7 que he publicado. Justo cuando se van a cumplir dos años desde su lanzamiento. Y ahí sigue. Porque vosotros seguís comprándolo. Y lo más importante, seguís leyéndolo. Y lo más alucinante, seguís compartiéndolo. Por eso, y por las cosas bonitas que me enviáis todos los días, esta celebración es vuestra y sólo vuestra. Que nadie os la estropee. Brindo por cada uno de vuestros ojos. Gracias de nuevo por dejarme entrar.

En serio, Andreu.

En serio, Andreu.

Tu «explicación», como la has llamado, habrá convencido a tu parroquia, followers, adictos y acólitos, pero a mí me ha decepcionado todavía un poquito más. Llevar la respuesta al terreno de los límites del humor me parece impropio de alguien de tu inteligencia, o un menosprecio hacia la mía, aunque también puede ser que yo me crea algo y no llegue a ná. Espero que como mínimo te granjee aplausos y piropos en pos de la libertad de expresión, pero a mí me entristece profundamente porque de ese modo muchos pensarán que ya se ha zanjado el tema, cuando en realidad lo que se ha hecho ha sido meterlo bajo la alfombra, una vez más. Ni tú eres un titiritero ni yo soy la Fiscalía de la Audiencia Nacional. Creo.

En serio, Andreu. Son demasiados años enganchado a tu sentido del humor. Demasiados años siguiéndote, admirándote, creyendo que tú ejercías un tipo de humor con el que yo me identificaba incluso cuando se me volvía en contra. Sobre todo cuando se me volvía en contra. Que me digas ahora que me he molestado porque criticabas a mí, me decepciona. Tengo grabadas en casa las primeras veces que me «zurraste» en televisión. Y las guardo con orgullo, a veces hasta las he enseñado a terceros. Pero que me pongas como ejemplo la parodia del «mía» que me dedicaste, da cuenta de lo poco o nada que me he hecho entender. Fíjate en mi timeline de Twitter. Repásalo, te invito a que lo hagas. Descubrirás que en su día retuiteé tu parodia deshaciéndome en halagos hacia ti y tus guionistas. Estuve incluso a punto de participar en ella, como bien dices. Pero en fin, ya ves, toda una vida dedicándome a la comunicación y ahora me doy cuenta de que ni me sé expresar. Acepta también mis disculpas por hacerlo tan mal. Pero acepta que también me pueda volver a pasar.

En serio, Andreu. Tampoco me puedo creer que esgrimas el argumento tan rancio y manido sobre los límites de la risa. Aquí el maestro de la risa eres tú. Pero parece que en detectar la demagogia autoinfligida, por lo visto te puedo ayudar un poco. Basta con buscar un solo chiste en el que tú te hayas burlado de «rojos, negros o maricones». ¿No? ¿Nunca? ¿Cómo es posible? Pero si es un tipo de chiste al que algunos sectores de este país estuvieron abonados durante décadas. Si era supergracioso. Si era sólo para echarse unas risas… hasta que la sociedad dijo basta. Y gracias a eso, no digo que hoy no se hagan, algún gañán quedará, pero como mínimo, ya no quedan bien hacerlos en público, y menos aún en televisión. Pero claro, igual soy yo, que no pilla las ironías. También puede ser.

En serio, Andreu. Que me digas que te ríes de mí, de mi caso, de mi relación, cuando lo que estás haciendo es hacer chistes continuamente sobre nuestra diferencia de edad, es tomarnos a todos por idiotas. Como si el hecho de ser una pareja pública te legitimase a ti para reírte de algo tan natural. Donde tú ves afán exhibicionista, yo veo normalización. Donde tú ves tierra mar y aire, yo veo gritar tu amor a los cuatro vientos, como tiene derecho a hacer cualquier pareja normal. Y donde tú ves diferencia, yo veo tolerancia, respeto y diversidad. Simplemente me hubiera gustado que tú liderases este pequeño avance, pero está visto que no estás por la labor. Otro cómico será. Otro al que le cueste reírse de algo que debería ser visto como algo normal. Porque lo es. Otro que se ría del intolerante, no que le dé alas. Otro que nos ayude a señalar al que señala, con su ingenio, su talento, su creatividad.

Dicho esto, tú sigue con tus risas, faltaría más, que yo pienso seguir con mi vida y con mi felicidad. Eso sí, si necesitas motivos e ideas menos casposas para reírte de mí, ahí te doy unas cuantas: soy medio calvo, muy intenso, malhumorado, aún más imbécil de lo que me pienso, bastante feo, no nos vamos a engañar, me sobran algunos kilos y sí, cuando me enamoro me pongo muy cursi. Para más señas, habla con mis enemigos, que tengo unos cuantos, alguno incluso que conoces y te darán más.

Mientras tanto, cuídate mucho y pásate por mi plató cuando quieras, que yo al tuyo he ido unas cuantas veces ya.

Sí quiero. (Votos para mi esposa)

Sí quiero que me manches las gafas cuando te enfadas. 

Sí quiero que me castigues sin móvil. Tú. A mí. 

Sí quiero ver cómo tu armario crece aún más rápido que tus followers, que ya es decir. 

Y cómo el mío se hace cada vez más pequeño, irrelevante y monocromo. 

Sí quiero abrazarte y que des esos saltitos de ilusión y rabia a la vez. 

Sí, quiero que me sigas endosando tu copa de vino cuando no quieres beber más. 

Y que hagas lo mismo con la comida. 

Y que encima le hagas creer al camarero que fui yo quien no se la acabó. 

Sí, quiero tu pasta de dientes siempre abierta y apretada por donde no toca. 

Sí quiero todas tus lágrimas de felicidad. Las que tienes ahora y las que derramas hasta en los anuncios. 

Sí, quiero mirarte a esos ojazos y flipar todavía de que me estén mirando a mí.

Sí quiero besar tus tatuajes. Todos. Aunque no estén hechos con mi letra.

Sí quiero Roma, sí quiero Santa Mónica, Sí quiero Nueva York. 

Sí quiero estar prohibido en Las Vegas.

Y alucinar en Maldivas con algún chamán.

Pero también quiero Las Letras, Puigcerdà y Lesseps.

Sí quiero quedarnos dormidos en el mejor restaurante del mundo.

Pero también las fajitas que nos prepara Ems.

Sí quiero ruiditos de barriga. Y caras de culpabilidad.

Sí, quiero tu forma de jugar con mi hijo, de haberle hecho sentir lo importante que es, y vuestra forma de quereros, y echaros de menos, que ya es vuestra y de nadie más. 

Sí, quiero cada una de nuestras reconciliaciones, porque siempre se producen un pasito más allá. 

Sí, quiero que el más maduro sea el que más tiene que madurar. 

Sí, quiero hacerte reír con mis achaques. 

Y con mis manías. 

Sí quiero tu manera de decirme que en realidad la vieja eres tú. 

Sí, quiero los momentos duros, los malos, los que ya hemos tenido y los que vendrán. 

Sí quiero aprender a quererte cada día un poquito mejor, que no más porque es imposible. 

Sí, quiero seguir callando bocas a base de amor, de sexo y de amistad. 

Sí quiero decirle al mundo que el amor no entiende de género, de raza o de religión, como tampoco le importa la edad. 

Por todo eso me hace MUCHA gracia la pregunta de si quiero casarme contigo.

Porque el amor NUNCA pregunta.

El amor llega y te responde lo que ni te habrías atrevido a plantear.

Acaba con tus yo nunca, se carga tus yo jamás.

Por eso, sí quiero pasar el resto de mi vida contigo. 

Porque no es que me sienta como en casa.

Porque es que cariño, mi SITA, mi casa… eres tú. 

Vacas sagradas.

Acabo de escuchar la entrevista a Toni Cruz y Josep Maria Mainat emitida ayer martes 25 de octubre en RAC1. Para quien no sepa quiénes son, Mainat y Cruz fueron los productores ejecutivos de Gestmusic, productora de Operación Triunfo, hasta que llegó Endemol y les compró la empresa. Unos tipos que en su momento fueron relevantes, muy relevantes, lo más parecido a unas vacas sagradas del entretenimiento en nuestro país. Pero de eso hace ya demasiado tiempo, por lo visto. Parece que no todos los reencuentros de OT pueden ser almibarados este año.

Ahí estaba yo, escuchando la entrevista y lo confieso, de repente me ha entrado la risa. Y es que he escuchado algunas cosas que han soltado esas dos vacas sagradas y me ha dado por reír. Pero de pena. Sí, de pena. Porque igual que se puede llorar de alegría, también se puede reír de pena. Me explico.

En un momento de la entrevista, un colaborador les ha preguntado cómo vivieron ellos mi ya clásico enfrentamiento con Jesús Vázquez en directo y en plató, hace ya 7 años. Un enfrentamiento que tanto Jesús como yo nos hemos cansado de decir por activa y por pasiva que ya está zanjado. Que no existe rencor ni agravio alguno por ninguna de las dos partes, que lo que pasó en plató se quedó en plató y que han sido los medios los encargados de revivirlo y rebuscar donde no ha habido más. Jesús y yo nos hemos encontrado más veces y siempre hemos tenido un trato más que cordial. Sí, igual jamás seremos mejores amigos, vale, pero de ahí a considerarnos enemigos hay un abismo al que los medios pretenden empujarnos cada vez que nos sacan el tema. Para que vuelva a constar, respeto, admiro y considero a Jesús un excelentísimo presentador y la prueba es la cantidad de formatos de éxito que le siguen dando y que siguen funcionando. Él ha declarado que no le gustaría volver a trabajar conmigo porque no hubo química entre los dos. Lo asumo. A mí, en cambio, me encantaría volver a coincidir en un plató. Primero, porque jamás temí el conflicto. Segundo, porque no hay ningún conflicto que no merezca una buena reconciliación, especialmente cuando el motivo ha sido tan público y notorio. Y tercero, porque creo que la falta de química también es una buena base para el entretenimiento. Pero en fin. Dos no trabajan juntos si uno no quiere. El espectador se lo pierde.

El caso es que ante la ya tópica pregunta, las vacas sagradas podrían haber salido con una respuesta elegante y conciliadora. Después de 7 años, podrían haber echado pelillos a la mar y si me apuras, mostrar algo, ya no de clase, sino de agradecimiento a los que estuvimos remando en su día para que ellos se enriquecieran y se lo pudiesen llevar crudo. Al fin y al cabo, yo sólo fui otro currante más dentro de una inmensa maquinaria en la que participaban decenas de profesionales cada semana para poder llevar una gala en condiciones a la gente y tremendos beneficios a sus bolsillos. Ya puestos, igual podrían haber hecho examen de conciencia y preguntarse por qué una figura como la mía funcionó tan bien dentro de su programa. Un programa que estaba ya siendo cuestionado en su quinta edición. Un programa que prometía el triunfo a chavales de los que después nadie se acordaba. Y por qué se dieron esos picos de audiencia durante las intervenciones de un miembro del jurado que no hacía sino poner las cartas boca arriba de lo que consideraba un engaño televisivo. Y sobre todo, ya puestos a no darme las gracias, si no tenían nada bueno que decir de mí, que no estaba delante en ese momento, simplemente, callarse la boca.

En lugar de eso, una de las vacas se ha dedicado a descalificarme, a volverme a tachar de homófobo -qué original-, a dejarme de incompetente por esas desafortunadas valoraciones -sí, las mismas con las que él tanto se lucró- y hasta ha llegado a decir, textualmente, que «tú no puedes ir contra el programa, eso Simon Cowell jamás lo habría hecho, bueno, por eso Simon cobra 4 millones de euros y Risto no.» Uy, menudo ataque furibundo. Pobrecitos, he pensado. Con lo que habéis sido.

Bueno, en principio lo habría dejado ahí. Conforme uno se hace mayor, creo que uno de los síntomas más claros de la madurez consiste en elegir bien las batallas que uno decide luchar. Es de bien nacido ser agradecido, que decía mi abuela. Por eso estoy y siempre estaré agradecidísimo al formato y en especial a Tinet Rubira, que fue quien me fue a buscar e insistió para que participase en la 5ª edición de Operación Triunfo. Muy a pesar de sus jefes, las vacas sagradas, que no me veían en el formato, que jamás intuyeron lo que Tinet sí vio.

Sin embargo, después he pensado que nadie de los que pasamos por ese programa merecemos ese tratamiento, ni siquiera alguien como yo, que mira que me merezco lo peor. Más tarde he vuelto a pensar -para que veáis lo mal que me sienta pensar- y me he acordado de todos los concursantes que pasaron por sus manos y en los que nadie piensa hoy porque nadie los recuerda. He pensado también en la gente que hace su trabajo lo mejor que sabe y no cobra 4 millones de euros, y jamás los cobrará. Y luego he visto a una vaca sagrada con su micro, su fortuna y su puro -macrobiótico y metafórico, of course- riéndose de todos nosotros haciéndonos creer que el malo de la película era alguien tan insignificante como yo, y me he venido arriba y he decidido dedicarles este rato y este escrito, como siempre, con todo mi cariño.

Es cierto, jamás he cobrado 4 millones de euros, todavía hoy no los cobro y seguramente jamás los cobraré. Ahora bien, si Simon Cowell cobra 4 millones por temporada (que no son 4, vaca sagrada, son bastantes más, infórmese bien), igual es porque sigue creando y produciendo formatos originales en todo el mundo. Si Simon Cowell cobra más de 4 millones por temporada, igual es porque sigue siendo una cara que la gente quiere ver sentado en un jurado o simplemente en televisión. Y si Simon Cowell cobra más de 4 millones por temporada, igual es porque no se ha pasado los últimos años encadenando fracaso tras fracaso con sus producciones, tanto aquí como fuera de nuestro país.

Pero sobre todo, si Simon Cowell cobra más de 4 millones por temporada es porque jamás ha abandonado a los ganadores de sus concursos. El éxito de Simon Cowell consiste, seguramente, en el éxito de los demás. En haberse asegurado que cuando vendía Triunfo, no vendía humo, vendía triunfo de verdad. En haberles acompañado después de que se apagaran los focos. En no haberles dejado de la mano de dios. Quizás por eso de sus producciones han salido Leona Lewis, Il Divo y numerosos éxitos internacionales que le hacen una la figura tan relevante en la industria que es hoy. Porque queridas vacas, pues veo que aún no lo habéis aprendido, la mezquindad acaba desgastando todo lo que toca, el talento, el éxito, la felicidad. Habréis ganado mucho dinero, o al menos eso espero, pero os aseguro que no es nada comparado con lo que habríais podido ganar si hubieseis practicado un gramo del ingrediente más rentable que hay en la vida: la generosidad.

No sé si Simon es una vaca sagrada. Lo que sí sé es que no necesita reavivar una polémica de hace 7 años para que alguien hable de él. Eso es de vacas flacas. Y hablando del tema, lo dejo aquí, que tengo que ir a grabar un programa para mi actual jefe.

Sí, exacto, Simon Cowell.

Besis.

Carta abierta al votante del PP.

Carta abierta al votante del PP.

Artículo publicado el miércoles 29 e Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Iba a decir querido, pero no me atrevo a ponerme cariñoso con un desconocido sin gintónic de por medio. Y digo desconocido, porque los 7.906.185 votantes del PP se parecen cada vez más a los espectadores de ciertos programas de televisión, esa masa social inexistente que a la hora de la verdad dinamita todo sondeo.

Vaya por delante mi más sincera enhorabuena y mi incondicional respeto democrático hacia cada voto de un compatriota. Espero que entiendas que precisamente en eso consiste la democracia, en que puedo y debo respetarte a ti pero ni puedo ni debo compartir tu decisión. Si todos pensásemos como tú, esto se llamaría de otro modo, lamentablemente demasiado visto en la historia de este país.

También quiero pensar que no has votado por miedo a un Brexit, a más incertidumbre o a las alternativas políticas, da igual. No por nada, sino porque el voto por miedo me parece el más cobarde o peor, contraproducente. Como ya han descubierto algunos, enarbolar la banderita del miedo es intentar criar animales salvajes: tarde o temprano se te acaba volviendo en contra.

Ojo, que no pretendo que votaras como yo. Ni mucho menos. Primero, que ya sería demasiado tarde. Segundo, porque esto va de que cada uno vote a quien le da la gana, faltaría más. Tercero, porque será que no había más opciones que la tuya o la mía. Y cuarto, porque yo voté al PACMA, que no aspiraba más que a obtener representación y así defender cosas que hoy ni se contemplan en el congreso. Algo que gracias a la Ley d’Hondt y a los intereses de quienes deberían abolirla, ha vuelto a ser imposible. Una persona, un voto. Ya.

Otra cosa es que me dé vergüenza tu voto. Sí, vergüenza. Y no porque haya ido al PP, pues —insisto— es una alternativa tan legítima como cualquier otra; he conocido e incluso ayudado a ganar a gente honesta y honrada dentro de esa organización, gente que no se merece ni los tesoreros ni dirigentes que le ha tocado sufrir. Me avergüenza porque era el respaldo que justo ahora necesitaba el candidato líder de la lista más imputada. Gracias a tu voto, la corrupción y la conspiración de estado, en vez de ser castigada, hoy resulta jaleada y premiada. Porque si eximes de penitencia al responsable último, eso es que el primer responsable eres tú.

Así que nada, espero que disfrutes mucho de tu decisión con cada nuevo juicio, con cada nueva investigación. Como alguien dijo, daría mi vida por tu derecho a hacerlo. Aunque eso sí, hoy tenemos el país que te mereces. Con tu permiso o sin él, yo y otros muchos que aún somos mayoría, seguiremos intentando que se convierta también en el que nos merecemos los demás.

Afectuosamente, pídemelo con el pepino entero, sin cortar.»

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Mejor así. Mejor ahora.

Mejor así. Mejor ahora.

Artículo publicado el domingo, 26 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

 

«Mejor así. Mejor ahora. Me decepcionas de esta manera tan burda, tan torpe, tan estúpida y tan poco elegante y te llevas así mi confianza rota, no la pasees por ningún sitio que nadie te la sabrá reparar. Aunque, sinceramente, prefiero que sea de esta forma. Prefiero que sea hoy, ya.

A la confianza le ocurre como a las horas o a cualquier tipo de inocencia, son valiosas sólo porque una vez perdidas ya nunca jamás se pueden recuperar. Y la decepción, bueno la decepción no es más que un plato que te deja tibio, pues no se sirve ni frío ni caliente. Es sólo el aperitivo que no estaba en la carta, se sirve siempre a los postres, y es el único que nadie pidió degustar.

Mejor así. Mejor ahora. Porque hacerlo más tarde habría sido peor. Porque a cada día que pasaba, yo te iba apreciando un poquito más. Porque te lo habría dado todo a cambio de nada, aunque eso ya no tenga sentido, porque nadie lo podrá comprobar. Porque el cariño que te he tenido hoy me duele deshacerlo como quien deshace un nudo tan apretado que uno se deja las uñas intentándolo desanudar. Algún día esta cuerda volverá a estar a punto para nuevos nudos, espero que pronto, no te preocupes que ya. Pero insisto, es mejor así, es mejor ahora. Mañana te habría querido algo mejor todavía, mañana me habría dolido algo más.

Mejor así. Mejor ahora. Hazme un último favor, si es que todavía puedo pedirte algo. Jamás digas que fuimos amigos. Un amigo no hace lo que has decidido hacernos a ti y a mí. Un amigo no desprecia lo que teníamos a cambio de sea lo que sea que hayas decidido llevarte. Di mejor que sabes disfrazar cualquier cosa de amistad. Di mejor que me engañaste durante demasiado tiempo. Explica que eres todo un artista en el difícil arte del engaño a largo plazo. Y cuenta también, si quieres, todo lo que sabes de mí y que sólo a ti te confié. Más no me vas a poder decepcionar. Ni que te empeñes, da igual.

A partir de ahora, eres sólo un error, un borrón, una muesca más en mi vida. Qué le vamos a hacer, vivir es equivocarse para, algún día, acertar. Otra persona que me hizo feliz durante un tiempo, aunque fuera a través de la lente distorsionada de burdas farsas. Burda la comedia y tonto yo, de nuevo, por tragármela. Como dijo el sabio, la primera vez que me engañaste fue culpa tuya. La segunda, si se llegase a dar, sería mía, sólo mía y de nadie más.

Por eso mejor así, mejor ahora. Una nueva ocasión que me da la vida para replantear —o confirmar— mis expectativas. La gente que nunca jamás se decepciona es aquella que no espera nada del prójimo.

Pero yo me niego a vivir con la confianza mutilada. Porque alguien sin expectativas es alguien con un futuro enfermo terminal. Así que volverán a engañarme, seguramente, pero será gente distinta. Pero no por ello voy a dejar de confiar. Y no lo haré por lo que tú has hecho, qué va. Lo haré por esa gente que aún me responde dándolo todo. Por esa gente que no mira primero qué hay de lo suyo. Por esa gente que sigue fabricando recuerdos de mi historia. Ellos no se merecen que yo no les crea. Ni los que han pasado, ni los que vendrán.

Por todo ello, te deseo que te vaya bonito. Tranquilo que de mí no obtendrás jamás una crítica, ni un comentario, ni una opinión. Hace tiempo decidí dedicarle mi tiempo sólo a aquello que me aporta algo. Por eso te deseo que tengas suerte en la vida. Que entre engaño y engaño encuentres algo parecido a la felicidad. Y que nadie que se acerque a ti pueda de entrada oler tu alma.

Ah, y que la vida jamás te dé lo que te mereces.

Que jamás descubras el verdadero significado de la palabra soledad.»

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La tristeza se acumula, la felicidad no.

La tristeza se acumula, la felicidad no.

Artículo publicado el domingo, 19 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

risto12-6-16
Il.lustració per Leonard Beard.

«La tristeza se acumula, la felicidad no. Y hasta aquí mi artículo de hoy. Sí, ya no hace falta que sigas leyendo, ¿ves qué bien? Todo lo demás que pueda decirte será paja, o peor aún, maneras de justificarme, igual que tratamos de justificarnos cuando nos ocurre algo malo, cuando algo nos causa sufrimiento y dolor. Es que no hay mal que por bien no venga. Es que lo que sucede conviene. Es que aquello que no te mata, te hace más fuerte. Es que. Es que. Y tal y tal.

Mira, con todos mis respetos, pero a otro con ese cuento. La única verdad es que nada tiene más poso que una buena dosis de cortisol. Que hay putadas que son putadas y nada más. Que hay fracasos de los que no se aprende nada de nada. Y que hay personas que pasan por nuestra vida únicamente para restar. La prueba: cuando las eliminas es cuando empiezas a sumar. Aritmética emocional básica. Y si alguien necesita demostrártelo, eso es que tú no lo has descubierto todavía, que nadie lo va a poder descubrir por ti.

La tristeza se acumula, la felicidad no. No es ningún hallazgo, es una verdad como un templo monumental. Constatar que lo que más perdura es lo que más duele. Acumular cicatrices cardiovasculares y manchas como las del vino barato o las del primer sol de verano, de las que no se van. Y ya te puedes poner cremitas, que no marcharán jamás.

Podría tratar de suavizarlo. Podría haber dicho que los buenos recuerdos también quedan, que las cosas malas son las que tendemos a olvidar. Y aunque estaría en lo cierto, estaría obviando la diferencia fundamental. No hablo de recordar lo que ha pasado. Hablo de las heridas que nos dejan las cosas y las personas al irse, al abandonarnos o al, simplemente, pasar.

La gente feliz no consume. La gente feliz no tuitea. La gente feliz no escribe. La gente feliz no crea. Y cuando lo hace, más vale que no lo hubiera hecho. Ahí están esos cantantes con los ojos en blanco destrozando canciones que más les valdría haber dejado en paz. Para aportar al mundo, lo tienes que hacer desde el vacío que te ha dejado aquello que perdiste. Para que quepa un sentimiento, tiene que haberte dejado espacio algo o alguien que ya no está. Quien nunca haya llorado a Chavela aún no sabe hasta dónde se puede uno llegar a vaciar.

Por eso te insisto, te machaco, te repito. La tristeza se acumula, la felicidad no. Eso de vive aquí y ahora, menuda patraña. Tanto si te llamas Siddhartha como si te llamas Vinicius o Damián. Vivir el ahora sirve sólo cuando tu ahora es perfecto, idílico, maravilloso, algo que te gustaría que perdurase, que fuese inmutable, que no hubiese que retocar jamás. Pero dime, cuándo ocurre eso. La gente mínimamente consciente, la que vale la pena realmente, es justo la que aborrece tanto su ahora que prefiere vivir pensando no en lo que es, sino en lo que algún día será. Un sueño es el primer sospechoso de homicidio para cualquier realidad.

Al final, existen tan sólo dos formas de vivir honestamente. Y todo depende de dónde pongas tu ilusión.

Si la pones en el pasado, tu fuente de satisfacción serán tus recuerdos, le estarás diciendo a la vida que sólo puedes empeorar y seguramente acabarás teniendo razón, pues para qué vas a proyectar nada, si total, todo irá de mal en peor. Distópico, fundamentalista, pesimista existencial. Considérate descendiente anímico de Jorge Manrique, si es que alguna vez lo hubo, si es que alguna vez lo habrá.

Pero es que si pones tu ilusión en el futuro, tu fuente de satisfacción serán tus proyectos, todo aquello que estés preparándote para llevar a cabo. Ese futuro que se está creando hoy, o lo que es lo mismo, ya.

Si me lo preguntas a mí, soy más de los que no ve el vaso ni medio lleno ni medio vacío. Y es que a mí no me preocupa el volumen, sino el caudal. La mejor forma de llenar esta bañera que perdió el tapón hace tiempo, es tratando de que siempre el flujo de cosas buenas sea mayor que el de las cosas que te hacen mal.

Eso es disfrutar la vida a temperatura aceptable.

Eso es procurarse todos los días cosas y personas bonitas.

Y compensar así esas otras no tan bonitas, el único lastre que es imposible soltar.»

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La suerte no existe.

La suerte no existe.

Publicado el miércoles, 1 de junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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«No todo es ganar. No todo es perder. Se puede ganar mucho sin siquiera jugar el partido. Mira Cristiano Ronaldo en la final de Milán. Y se puede perder todo habiéndote esforzado al máximo y mereciendo haberlo ganado todo. Mira Juanfran.

El mérito es tan sólo el examen teórico del éxito. Un concepto vago y subjetivo que deberíamos dejar de asociar a resultados. Que para eso están algunos premios. Para compensar los que no te dio la vida cuando te los mereciste. O para hacerte asistir a la gala, que también los hay.

El triunfo jamás fue meritocrático. Hay gente que no merece nada de lo que tiene y sin embargo ahí está. Hay gente que no sabe lo que es pelear por ganarse algo y aún así se pasa el día quejándose. Y es que esta sociedad no está pensada para premiar el esfuerzo. He visto gente esforzarse toda su vida y morirse sin nada, y he visto gente que no había dado un palo al agua y sin embargo llevárselo crudo día sí día también. Si viviésemos conforme al esfuerzo de cada uno, no haría falta que uno de los empresarios más importantes del país impulsase «la cultura del esfuerzo», porque nos saldría de natural.

Hace unos días, en un foro de start-ups, me preguntaron por qué no triunfan en España los programas de televisión tipo talent-show con empresarios que por otro lado arrasan en países anglosajones. Y yo dije que claro que triunfaban. Lo que ocurre es que aquí son programas que buscan chavales que quieran ganarse la vida a razón de seis mil pavos por bolo en discotecas de extrarradio. No hace falta leerse a Max Weber para darse cuenta de que mientras los países de tradición protestante ensalzan la cultura del esfuerzo, en nuestro entorno ese ideal está ocupado por la cultura del pelotazo. Si alguien triunfa allí es porque se lo ha ganado, si alguien triunfa aquí, cuna de hidalgos, hay que ver qué suerte —o qué padrinos— tiene.

Mi abuela, que en paz descanse, se pasó la vida diciéndonos a toda la familia que no hacía falta que nos esforzásemos tanto, que esa semana por fin le iba a tocar la primitiva y así nos liberaría de nuestros males. Como si trabajar fuese algo intrínsecamente malo. Como si la suerte realmente existiese. Y como si todo eso se pudiese comprar. Yo creo que sólo existe la mala suerte, la que viene sola, la que un día trunca todos tus planes por culpa de factores exógenos que jamás pudiste controlar. Sin embargo, la buena, la que hay que salir a buscar, es igual a talento multiplicado por oportunidad y todo ello elevado a esfuerzo.

Una fórmula mágica que a veces funciona y otras… acaba funcionando.

Espero que piense lo mismo el Cholo Simeone.

Y por supuesto, mis más sinceras felicitaciones al eterno rival.»

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Alguien decidió no quererte.

Alguien decidió no quererte.

Artículo publicado el domingo, 29 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Alguien decidió no quererte. Fue alguien a quien ni conozco ni seguramente conoceré. Fue alguien que de tanto en tanto aún se asoma por tu mirada, cuando te me pones triste, cuando te me quedas mal. Fue alguien que no supo, no quiso o no sé. El caso es que ese alguien decidió no quererte y gracias a eso aquí estás. Mía. Miísima. Para mí.

Alguien decidió no quererte. O quererte poco. O quererte mal. Ahora ya da lo mismo, ahora ya da igual. Son de esas cosas de ti que ni conozco ni jamás conoceré del todo. Porque no debo. Porque no me pertenecen. Porque sólo te pertenecen a ti y a tu pasado y al recuerdo que decidas compartir, a la parte de ti que quieras sanar conmigo. Son de esas cosas que me muero por escuchar hasta que las escucho de verdad. Son de esas cosas que te han hecho ser así. Tan adorable. Tan tuya. Tuyísima. Para ti.

Alguien decidió no cuidarte. Te hizo daño, os hicisteis daño. Lo sé. No hace falta que me lo cuentes. Porque lo sé. Y lamento mucho que así fuese. Pero también me alegro. Primero, porque te hizo crecer, te hizo aprender a despedirte. Segundo, porque cuanto más te alejabas de ese alguien, sin saberlo nadie, más te acercabas a mí. Y por último, porque para querer mucho y quererse bien, hay que saber muy bien antes lo que no se quiere. Así que déjame mostrar mi más profunda gratitud hacia todos esos alguien. Porque jamás les estaré suficientemente agradecido. Sí, jamás.

Yo he decidido quererte. Quererte mucho. Quererte bien. O al menos, aprender a hacerlo. Día a día. Paso a paso. Polvo a polvo. Pelea a pelea. Reconciliación a reconciliación. Querer de verdad es pensar en beneficio del otro antes que en el propio. Querer de verdad es discutir sólo por problemas nuevos, no volver sobre lo ya discutido, zanjar los temas no sólo con soluciones sino con aprendizajes, compromisos y comportamientos. Querer de verdad es decir te amo antes que te quiero. Es vivir en usufructo pero sin ninguna hipoteca. Es encerrarse por fuera. Es echar raíces en libertad.

Pero también querer de verdad es ser cada vez más consciente de que no te merezco. Pensar que en cualquier momento, en cuanto sepas cómo soy realmente, me vas a dejar. Despertarme por la noche varias veces sólo para comprobar que sigues aquí, que no ha sido todo un sueño. Otro más. Mirarte cada día como te miré la primera vez, esa primera vez. Preguntarte todos los días si quieres casarte conmigo. Y antes de que se ponga el sol volvértelo a preguntar. Varias veces. Que me mires como diciendo bueno ya está. Que te mire como diciendo es que no me lo creo. Dime que todo esto es una broma pesada y lo entenderé. Que te vuelves al Olimpo del que jamás debiste bajar. Que me dejas aquí soñando despierto, porque ahora sé que existes, que eres real. Que en realidad es todo parte de una apuesta, que ya has la has ganado, y aún así te pediré que vuelvas a apostar.

No, no estoy diciendo que seas perfecta. Ni mucho menos. Eso sinceramente me la sopla. Me da igual. Hace mucho tiempo que descubrí que la gente perfecta —aparte de mentirosa— es la que tiene más peligro, porque es la única que nunca está dispuesta a cambiar. Estoy diciendo que alguien decidió no quererte y aún no me creo que de esa manera tan tonta te dejara escapar. Que se pensara que si no era contigo, podía ser con cualquier otra. Como si el mundo estuviese lleno de gente como tú. Como si hubiese cualquier otra que te pudiese hacer sombra. Perdona que me ría. Ja.

Alguien decidió no quererte. Y de repente, nosotros. Un año juntos ya. Cerrando bocas que no nos daban ni un telediario. Pobrecitos míos. Les desearía lo mejor. Pero me lo he quedado yo.»

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Senoiccele.

Senoiccele.

Artículo publicado el miércoles 18 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Cada vez me gusta más el cariz que están tomando los asuntos de la política en este país. El otro día, un prepostcandidato —al que le tengo mucho respeto pero que nunca deja de sorprenderme o quizás precisamente por eso se lo tengo, no sé— presentó algo así como su equipo de gobierno en caso de que ganase las elecciones… en solitario. Un caso que si se cumplen las encuestas jamás se dará, pero eso ahora da igual. Eso importaba antes, cuando las cosas eran racionales y previsibles.

Así a priori pensé que estaba poniendo el carro antes que los bueyes. Que le había dado por empezar la casa por el tejado. Pero no. Luego lo pensé mejor y me di cuenta de que lo que está haciendo es innovar, sacarnos de este bucle y de paso enviarnos un mensaje al resto de la sociedad. Como apuntó el sabio, locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes. Y es que si ninguno ha sido capaz de formar un gobierno haciendo las cosas del derecho, por qué no intentarlo ahora haciendo las cosas del revés. Oyes que si lo de las elecciones no nos ha funcionado, démosle la vuelta. Es el momento de invertirlo todo. Es el momento de las senoiccele.

En las senoiccele, arrancamos descubriendo que todos los partidos nos han mentido, ya que ninguno cumple su programa y todos siguen haciendo el pingüino hasta Bruselas porque nadie se atreve a subirse los pantalones. Así, de entrada ya algo tenemos ganado. Automáticamente después, vemos que los partidos pactan con los que algún día jurarán ni mirarse a la cara. Seguimos siendo los principales beneficiados. No está mal. A que no.

En las senoiccele, ocurre antes la fiesta de democracia que la jornada de reflexión. Porque estaría muy bien que por una vez hiciéramos ese sano ejercicio de pensar a quién hemos votado, cierto acto de contrición. Como todo el mundo sabe, el ser humano es un ser que funciona mejor por arrepentimiento que por advertencia, o lo que es lo mismo, se reflexiona mejor sobre lo que NO hay que hacer cuando ya estás de resaca, cuando ya todo es demasiado tarde, ocurre con el alcohol y la fiesta, y con todo lo demás.

Por último, en las senoiccele, después de reflexionar, saldrían todos los candidatos a decirnos lo que van a hacer y lo que no. Cosa que ya habríamos comprobado antes, con lo cual a ver quién tiene la cara dura de mentirnos a la ídem. Y lo mejor, las senoiccele acabarían con la consiguiente retirada definitiva de toda cartelería y con la devolución por parte de los partidos políticos de más de 130 millones de euros que nos costó poner las urnas.

Claro que alguno pensará que de este modo volveríamos a ser gobernados por los mismos de los últimos 4 años. Qué tontería. A que sí.»

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Qué falta.

Qué falta.

Artículo publicado el domingo, 15 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Qué falta. Es la pregunta que deberíamos hacernos todos de tanto en tanto. Es la pregunta que nos obliga a dos cosas: a profundizar y a ser estratégicos. Profundizar porque nos fuerza a escarbar aquí y ahora, fijarnos para darnos cuenta, rebobinar, ser observadores, apartar lo que sí hay, lo que nos colma, lo que nos sacia, lo que al fin y al cabo nos tapa la vista y el resto de los sentidos también. Y ser estratégicos porque nos hace mirar hacia el futuro, es el primer paso para planificar, preguntarse para qué debería estar preparándome hoy, porque mañana puede que ya sea demasiado tarde, y es que seguramente lo será. Qué falta es el primer vencimiento del largo plazo. Qué falta es nuestro único antídoto contra el ya se verá.

Cuando lo que falta es evidente es cuando es doloroso. Cuando no podemos. Cuando se nos ha ido algo que echamos de menos. Echamos en falta. Es curioso que se diga echar de menos cuando suele ser algo que jamás has echado tú, suele ser algo que, simplemente, se te fue. Pero es que no siempre lo que falta es tan explícito. De hecho, la ausencia no dolorosa es la más común. Y la más peligrosa, debo añadir. Porque es la que crece hasta que nos mata por sorpresa, por la espalda y sin avisar. Es aquella analítica que jamás me hice. Es aquella pregunta que, por falta de algo, jamás formulé.

Qué falta. Es mucho más que hacer gala de nuestro inconformismo. Es ir mucho más allá de esta enfermiza insaciabilidad.

Qué falta. Al final es la gran pregunta de todos los test de inteligencia. Siga la serie. Complete la secuencia. Ponga su mente a cerrar círculos, que para eso ha sido entrenada durante siglos y siglos de —vamos a llamarlo— evolución. Ha sido la gran pregunta del científico y por ende, de la humanidad. Qué dato estoy ignorando. Qué observación aún no he tenido en cuenta. Qué hay donde aún no he mirado.

Y si es donde ya han mirado todos, es la pregunta del creativo. Del artista. Del crítico social. Del que pretende dejar el mundo más bonito de lo que se lo encontró. Mirar donde todo el mundo mira y ver lo que nadie más ve. La mirada que falta. La que no estaba. Y si no la llevas tú a cabo, seguramente, nunca estará.

Por eso es la pregunta del emprendedor. Científico y loco, matemático y artista a la vez. Si nadie ha visto el hueco, lo relleno yo. Triunfar es llenar vacíos. El Teorema de Nacho Vidal. Querer ser de lo que no hay.

Qué falta. Lo único que nos puede salvar de las tres dimensiones. De regodearse en las mieles del éxito y darse cuenta del pequeño fracaso que supone dejar de aprender simplemente porque algo ha funcionado. Qué falta es no aplaudirse más de lo necesario e imprescindible para animarse a continuar. Es la pregunta que nos lleva irremediablemente a la cooperación y a la solidaridad. Sí, yo tengo mis faltas, pero a ellos les faltan más.

Hace poco, en una conferencia ante start-ups, alguien con mucho criterio me preguntó cómo podía defender la duración de las marcas cuando estaba comprobado que cada vez duraban menos. La inmensa mayoría de las 50 primeras marcas de hoy no existían hace apenas 50 años. Y sin embargo, ahí estaba yo hablando de la durabilidad de los proyectos.

Mi respuesta apeló, como hacen todas las respuestas que pretenden serlo, a un gran poeta: que mientras dure sea eterno. Es obvio que la rotación de todo en nuestras vidas es mayor y seguramente va a seguir acelerándose. Es obvio que nosotros cambiamos de pareja, de casa, de trabajo y de vida con muchísima más frecuencia que nuestros abuelos. Lo cual no nos hace mejores, ni más listos, ni más felices, simplemente más estresados ante el tempo que marca una sociedad a ritmo del capital. Pero justamente, cuando en todas partes crecer es aprender a despedirse, qué falta. Aprender y sin embargo quedarse. Enamorarse y a pesar de ello, durar.

Que mientras dure sea eterno. Me lo tengo que creer de entrada porque si no, ya para qué voy a empezar. Y si seguimos intentándolo, es porque creemos que en algún momento nos va a tocar. Nadie en su sano juicio compraría décimos de un sorteo anterior.

Qué falta, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.

Qué falta, niña de ojos infinitos, me faltas tú.»

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Videoclub.

Videoclub.

Publicado el miércoles, 11 de mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Una marca pertenece a quien la consume, jamás a quien la gestiona. Esta fue la gran lección que me dio una vez un alto directivo de un conocido refresco de cola, que ahora justamente se dedica a gestionar esa gran marca desde sus headquarters en Atlanta. Y parece que algunos aún no lo han entendido. Especialmente en nuestro país. Especialmente ahora.

Una marca pertenece a quien la consume, jamás a quien la gestiona. Sí, hablo también de los videos con los que hemos arrancado esta cansina segunda vuelta electoral. Esos vídeos que han suscitado todo tipo de comentarios a favor y en contra, sin entender que la intención de un video electoral no es más que afianzar la opinión de los convencidos. Los partidos no se preocupan si no te gusta o no su vídeo si no les ibas a votar. Los partidos se preocupan cuando decides dejar de votarles por culpa de su vídeo. Pero si ya eras de los convencidos, si ya tenías tu opción de voto decidida, y el vídeo te reafirma en tu decisión, entonces ese vídeo era para ti y los de tu mismo club.

Una marca pertenece a quien la consume, jamás a quien la gestiona. Que aún no nos hemos enterado. Que el PP habla para los suyos, para los que quieren a un tipo como Mariano Rajoy en el Gobierno. Un registrador de la propiedad mundano, aburrido y previsible, siempre enrocado en su eficiente filosofía inmovilista que consiste en que no hacer nada es siempre y en todo caso mejor que arriesgarse a hacer cualquier cosa. La gente que se toma a «España en serio» es la gente que prefiere que se quede como está. Palabras utilizadas: amigos, españoles, convocados, cansar, conformar, presente, imperfecciones, cultivando, protagonismo, participación, tiempo, volver, encrucijada, afianzar, potenciar, consolidar, deslizarnos, incertidumbre, inestabilidad, inseguridad, concordia, moderada, extremista, asoma, disolvente, decisión.

Y al otro lado, la nueva izquierda que se alía con la izquierda de siempre, la vieja, la de toda la vida, la que en Catalunya nos dio tantas jornadas de gloria con el Tripartit. Esa misma que juró no apropiarse jamás de un 15M que —en teoría— pertenecía al pueblo y luego te graba un vídeo desde la Puerta del Sol, mencionando siempre las palabras clave que actúan como resorte para su masa social: lucha, derechos, todos y todas, despertar, saqueos, expolio, abusando, mayoría social, transformación, unidad popular, desahucios, proselitismo, doctrina, principios, sentido común, justicia, cambio, sumar e ilusión.

Si a usted no le convence ninguno de los dos, no se preocupe por no ser de los suyos. Recuerde lo que dijo Marx, pero no Karl, sino el genio: jamás pertenecería a un club que me admitiera entre sus socios.»

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Manifiesto becario.

Artículo publicado el domingo, 8 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Hoy, 8 de mayo, es el Día Internacional del Becario. Como ocurre con el cáncer, el sida o las enfermedades raras, también los becarios tienen su día internacional. Como si fuese algo que habría que erradicar. Cuando creo que es todo lo contrario. Un becario es un proyecto de presidente. Trata siempre bien a los becarios, aunque sólo sea porque es probable que, con suerte, algún día, acabes trabajando para ellos.

Al fin y al cabo, qué es un becario. Igual que ocurre con los conceptos complejos —amor, familia, amistad— cada uno tendrá su definición. Y está bien que así sea, porque son las únicas palabras que, al tratar de definirlas, uno acaba definiéndose a sí mismo.

Para mí, un becario es alguien infravalorado por definición, alguien que cobra mucho menos de lo que vale, por el mero hecho de no disponer aún suficiente currículum para exigirle a los demás lo que se le exige, o incluso lo que se exige a sí mismo. En ese sentido, quien no se sienta todavía becario que tire la primera piedra. La diferencia está en que en muchos casos, los becarios titulares no llegan ni al mínimo exigido no ya por ley, sino por dignidad.

Pero hoy no quiero hablar de lo malo, que ya lo conocen suficientemente los que lo viven día a día, sino de todo lo demás, que es mucho. Bueno y no tan bueno. Por eso, hoy me permito darte, querido becario, un manojo de consejos que jamás me has pedido, ni me pedirías si no te los diese, seguramente. Pero son los consejos que a mí me hubiera gustado recibir hace 20 años. Tómatelos como una receta de esas que vienen en los libros de cocina. Que puedes cocinarla como te apetezca, que hagas lo que hagas jamás te cortes con las proporciones y que sobre todo, te olvides de las fotos, porque ni de coña quedarán así.

Para empezar, si no te apasiona lo que haces, cambia inmediatamente de sector. Equivocarse sale mucho más barato cuando empiezas que cuando llevas unas cuantas hipotecas vitales encima. Y la vida —profesional, o no— ya es bastante perra como para encima dedicarte a algo que te parezca un trabajo. ¿Adoras los lunes? ¿Deseas que lleguen con todas tus fuerzas? ¿Te apasionaría ocupar el puesto de quien te contrató? Bien, entonces vamos bien, puedes seguir leyendo.

Todo el mundo tiene un talento. Talento entendido como la capacidad de provocar algo en los demás. Si eres capaz de provocar algo en los demás (no necesariamente algo positivo, mírame a mí), entonces tienes algún talento. Tienes talento para liderar, provocas que te sigan. Tienes talento como futbolista, provocas peligro en el área contraria. Y así. Pregúntate cuándo y dónde has provocado cosas en los demás, y rebusca por ahí, que estarás más cerca de descubrir en qué actividades tienes talento y en cuáles no.

Es el momento de ejercer de aprendiz. Identifica un referente. Un ídolo. Alguien de quien admires mucho su trabajo. Y entonces haz lo que no hace casi nadie: acósalo. Hazlo de la manera más ocurrente y divertida que se te ocurra. Pero hazlo. Cada vez que le hagas sonreír, estarás más cerca de que te contrate. Aunque te parezca mentira, mucha gente le estará enviando currículums que no sirven para nada y acaban en su archivador vertical. Es el momento de adelantarles a todos, pues más a menudo de lo que nos creemos no consigue trabajo el más talentoso sino el más pesado.

Con suerte, trabajarás gratis. Con menos suerte, incluso te costará dinero trabajar junto a esa persona. Sea como sea, piensa que jamás será coste, sino inversión. Olvídate de carreras, posgrados y másteres. Tenlos, pero créeme si te digo que más títulos no te harán más sabio. Esta es la mejor formación que podrías llegar a tener. Y la única, la de verdad.

Alégrate si tampoco lo consigues a la primera. Fracasar es la forma que tiene la vida de preguntarte cuánto deseas lo que deseas. Así que si no lo consigues a la primera, insiste, dile alto y claro a la vida cuál es tu objetivo. La vida insiste en repreguntarnos cosas, y sólo las consiguen los que son capaces de insistir más.

A partir de ahí, entra todos los días el primero y lárgate siempre el último. A partir de ahí, deja que tu actitud construya tu aptitud. A partir de ahí, los principios sólo serán principios cuando te cuesten dinero. Ah y a partir de ahí, prefiere ganar un cliente a ganar un premio, pues los premios no dan de comer, los clientes sí.

Mi abuela, mujer sabia donde las haya, solía decirme: «ya tienes el éxito, ahora sólo te falta el reconocimiento». El éxito como algo íntimo y el reconocimiento como algo externo, que a veces llega y a veces no. Por eso, déjame acabar definiendo otra palabra compleja, de las que definen. Para mí el éxito es que aquellos a los que has decidido admirar (tu abuela, tus amigos, tu madre, tu jefe), algún día, te admiren a ti.

Dicho esto, no se te olvide la regla fundamental. Diviértete. Así tendrás más posibilidades de triunfar. Aunque sólo sea por una razón: piensa que la mayoría no lo hace.»

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Logística emocional.

Logística emocional.

Publicado el miércoles, 4 de mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«El otro día pasé un rato largo con un amigo tratando de encontrar en qué momento una crisis de pareja se transforma en un proceso de ruptura. Y no me refiero al momento en el que uno de los dos —o los dos— dicen basta, porque ésa es una fase ya muy avanzada del adiós. Me refiero cuando una persona ya ha tomado la decisión pero aún no lo sabe, o cuando aún no lo quiere saber, cuando aún se lo niega porque no se lo quiere ni creer. Y la respuesta se nos apareció a los dos casi a la vez, con una claridad tan meridiana que rozaba la iluminación. Uno rompe cuando su cabeza ya ha iniciado la mudanza. Uno acaba cuando supera el qué y empieza a plantearse el cómo. Es el turno de la logística emocional.

Cuando las cosas y los lugares no reflejan lo que pasa en el corazón, hay un desequilibrio entre lo que nos rodea y lo que nos rellena, es cuando nuestra cabeza, irremediablemente, tiende a preguntarse cómo lo igualamos. Y como suele ser complicado mandar desde la cabeza órdenes al corazón, lo más sencillo — o para ser justos, lo único posible, porque de sencillo no tiene nada— es cambiar las cosas y los lugares donde ocurren las cosas.

Logística emocional. El doloroso y a menudo involuntario proceso que consiste en cambiar nuestro exterior para que siga siendo fiel reflejo de nuestro interior. Es el momento —si se puede— de cambiar de casa. Porque las casas no sólo recuerdan a las personas, sino también porque las casas fuerzan nuestra manera de vivir. Hay casas pensadas para estar solo. Pero también las hay ideal familias o ideal parejas. Y no te quiero contar la putada que resulta vivir en una casa conviviendo con un hueco. No te lo quiero contar porque lo he sufrido, y no se lo recomiendo a nadie. Bueno, a algunos sí.

Hay quien aprovecha para hacer reformas. O para cambiar de hábitos. Porque algunos hábitos se los llevan esas personas que se nos van.

Pero también es el momento de cambiar de algunos objetos. Las cosas que usamos, que todas tienen memoria. Desde el champú que nunca compramos hasta el tipo de agua que bebíamos hasta ayer. Olores y sabores que tampoco hace falta erradicar para siempre de nuestra vida, pero sí es momento de probar cosas nuevas. O de enterrar para siempre esos recuerdos con vivencias nuevas.

Insisto, no estoy hablando de olvidar y pasar página más fácilmente, que también. Estoy hablando de coherencia entre lo que pasa dentro y lo que pasa fuera. Es como si en casa, ahora que llega el infierno, dejásemos puesta la calefacción a todo trapo. No tendría sentido. A que no.

Piensa que lo contrario consistiría en acumular cosas y sitios que algún día fuimos pero que ya no nos representan. Lo más parecido a un Síndrome de Diógenes Sentimental.»

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Mujer sin paraguas.

Mujer sin paraguas.

Artículo publicado el domingo, 1 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Una mujer camina por la calle sin paraguas bajo una lluvia intensa. La gente corre, se apresura, empuja, despliega bolsas y periódicos salvavidas, hiberna bajo refugios propios y ajenos, juega al juego de la oca de portal en portal. Pero ella camina serena, pausada, como si eso de la lluvia no fuera con ella. Porque es que de hecho, hoy eso no va con ella.

Bajo sus ojos brotan raíces de rímel con sabor a sal. Y sobre su espalda parece que haya estado llevando el peso del mundo hasta hace tan sólo un minuto. Sus ojos han dejado de servirle, porque sus ojos ya no ven, tan sólo muestran cosas a los demás. Y lo que muestran es una cara desencajada que camina sin rumbo y sin paraguas bajo la lluvia intensa. Y lo que demuestran es que se puede mantener los ojos abiertos para cualquier cosa menos mirar.

Llorar es de las pocas actividades humanas sobre las que no podemos decidir la velocidad. No se puede llorar rápido. Uno puede controlar la respiración, comer a un ritmo frenético, echarse una siestecita cortita y hasta regular los latidos del corazón. Pero llorar no. El llanto impone su propio tempo. Es el tempo de las cosas que duelen. Es la dictadura del peor genocida de todos los tiempos, también conocido como dolor. Y como en toda dictadura, la primera víctima suele ser siempre el poder de decisión. Ella ahora se duele y deja dolerse. Avanza llevada por cualquiera que sea el motivo de su fatalidad. Porque avanza sin llegar a avanzar. Porque a veces uno simplemente se mueve sólo para no tener que quedarse en el sitio, para poder dejar algo atrás, aunque sólo sea un sitio, aunque sólo sea un lugar.

Ahora ella permite que el llanto recorra todo su cuerpo antes de asomarse a la cara. No son lágrimas, son gotas de sangre destilada y blanqueada bajo la presión que trató de retenerlas. Son pedazos de desengaño disueltos en dudas. Son estrofas desafinadas y descompasadas de una canción que nadie jamás cantará.

La gente pasa por su lado sin percatarse de su existencia. Ella camina al ritmo que llora, y claro, eso molesta a más de uno que incluso chista cuando la adelanta. Estorba. Incordia. No es correcta. Está mal. De vez en cuando alguien la roza con más violencia de lo razonable. No son empujones intencionados. Ni siquiera son toques de atención. Son pellizcos que la realidad le propina para despertarla y recordarle que allí no pega, que allí está de más.

Se ríe mejor en compañía. Se llora mejor en soledad. Por eso, la molestia más grande no es ella. En estos momentos, la mayor molestia son los demás. A ella le sobra el mundo. Y le falta todo el aire disponible para respirar.

Yo la miro y me pregunto cuál será el motivo de su desdicha. Por qué hay lágrimas que no desaparecen ni bajo la lluvia. Y sobre todo, por qué ha decidido salir a la calle y ponerse a caminar.

Una mujer camina por la calle sin paraguas bajo una lluvia intensa. Desaparece de mi vista cuando dobla la esquina, pero da lo mismo porque la sigo notando, sé perfectamente que ahí sigue, bajando por la otra calle a un ritmo demasiado lento para bajar por la calle, a un ritmo ya imposible de olvidar. Y yo, que podría haber hecho algo para ayudarle, en vez de eso me he puesto a escribir este texto, ignorando así la oportunidad que me ha dado la vida para recuperar parte de mi humanidad.

Otra oportunidad perdida. Otra más.»

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Voten ustedes.

Voten ustedes.

Publicado el miércoles, 27 de abril de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Señorías, voten ustedes. Yo ya voté lo que quería el 20-D. Y como yo, millones de españoles que nos tomamos la molestia de acudir a las urnas un día de fiesta, con lo que eso cuesta cuando estás de arriba pabajo de lunes a domingo 24/7. Y ahora encima pretenden que vuelva a ratificar lo votado, y para más inri un domingo de puente post verbena. Já. Ya les dijimos lo que queríamos para congreso y senado. Diálogo, consenso, pactos, complejidad. Hablar y ceder lo que no está escrito hasta reflejar lo que queríamos todos, ser capaces de entenderse para gobernar, que a partir de ahora habría que escucharse y escuchar. Y ustedes han sido incapaces, incompetentes, impotentes negociadores a la hora de consumar. Ahora, encima, por no saber hacer su trabajo, me piden que yo vuelva a significarme, que sea yo el que vuelva a pringar, que sea yo el que vuelva a trabajar por ustedes, y no al revés. Voten ustedes, hombre, dense por votados y si no les gusta ajo y agua, y ya está.

Que sí, que les digo que voten ustedes. Que como contribuyente me parece insultante, indecente e indignante que vuelvan a gastarse ustedes un solo euro en campaña electoral. Seis meses más tarde, medio año perdido, medio año más. Que en estos ciento y pico días tampoco es que hayan demostrado un alarde de estadismo que me haya hecho recapacitar. Hemos visto soberbia, altanería, gente tratando de salvar su culo y su escaño y hasta gente dispuesta a esparcir cal viva por el hemiciclo con tal de epatarse y epatar. Un candidato que se queda para poderse sacrificar tras los comicios. Otro que se no se marcha porque si no se lo habrían fulminado ya. Y el resto política de cara a la galería. Todo sigue igual, o peor que mal.

Los líderes mundiales siguen con su agenda vinculante y España sigue al margen de todo, enredada en peleas de barrio y en mítines de andar por casa, con política de sofá. Que si tú me has dicho, que si te he enviado un whatsapp, que si no tenemos nada de qué hablar. Vergüenza sentimos los que creemos que la política debería ser el arte de dialogar. Esto ya no es política. Esto es una farsa que pagamos todos y que nos va a volver a tocar pagar.

Por eso les digo, les exijo, que voten ustedes. Que a los ciudadanos nos dejen de una vez en paz. Que si este país ha seguido funcionando estos cuatro últimos meses, ha sido, como siempre, por la gente que —por suerte— pasa de ustedes y se dedica a trabajar tributando aquí y no en Panamá.

Ya verás como algún listo se lamenta del incremento de abstención el próximo mes de junio. A alguno se le ocurrirá incluso decirnos que esto nos pasa por votar lo votado, que todo habrá sido culpa nuestra. Con dos cojones. Tiempo al tiempo. Alguno habrá.»

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Existe.

Existe.

Artículo publicado el domingo, 24 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Existe. La persona que aún no sabías que estabas buscando. La persona que, contra todo pronóstico, te hará claudicar. Ella es real. Ella es. Y te está esperando en algún sitio. Esa es la única e incómoda verdad.

Sí, ya sé que ahora mismo te cuesta mucho escucharlo, verlo o ni siquiera pensar en ello, puede que de tanto despedirte incluso hayas perdido la fe. Pero te puedo asegurar que ella existe, no es que yo crea que existe, es que lo sé.

Existe. Mientras tú lees esto y vives de inercia, esa persona respira, sueña, hace yoga o macramé. Da igual. Puede que acabe de cambiar de pareja, puede que ya haya decidido abandonar la universidad. Puede que hasta se haya cruzado contigo por la calle, puede que se encuentre tan cerca de ti que aún ni siquiera la hayas logrado enfocar. El caso es que ella es y ella está. Existe y aún no sabe que tú existes. Nada menos. Nada más.

Y es que me da igual si te lo crees o no, porque la única verdad es que existe. La persona que te querrá bonito, esa persona que te querrá bien. La media naranja mecánica dispuesta a triturar tu melancolía y comerse de un bocado tus prejuicios para desayunar. Ese tipo de apisonadora inclemente y emocional que acabe de un plumazo con tus yo nunca, que dé al traste para siempre con tus yo jamás.

Existe quien sea que te quiera y ese alguien está deseando hacerte bien. Existe alguien que no te juzgue continuamente, alguien que no se plantee nada más que estirar tu boca, que no está mal, para empezar. Hacerte latir con más fuerza. Darte la vida que a ella le sobra. Borrar tu nube, vencer tu mal. Dedicarte horas extras con tal de verte sanar. Mudarse contigo de estado de ánimo. Salir para siempre del por qué a todo y entrar definitivamente en el por qué no. Vivir relajados sin tensar el cómo. Estar en silencio y sentiros cómodos. Disfrutar cada vez que te vea disfrutar.

Esa persona existe. Aquella para la que te has estado preparando toda la vida. Aquella que dará sentido a todos tus fracasos. A tus rupturas absurdas. A tus noches en vela. A todos los días que has decidido olvidar. Aquella que no le importa qué tienes, ni qué has conseguido en la vida, sino simple y llanamente quién eres tú. Y ya está. Con tus defectos y sus virtudes. Con tus cosas malas y sus cosas buenas. Todo. Lo que sea. Es todo sí. Ella es sí, y ella existe, es tu sueño hecho realidad.

Porque de verdad que existe. Porque la vida es un sumatorio de miedos y esperanzas. Que son las únicas variables, al final. Los grandes problemas de cualquier ser humano. Y en medio se encuentran sus hijas bastardas, que no por pequeñas dejan de ser jodidas. Las dudas, las ilusiones. Frutos ambos de una noche loca con la incertidumbre y la desinformación. Por eso nos joden tanto. Porque saben hacer dudar… o lo que es peor, entusiasmar.

Por eso te digo y te repito que ella existe. Porque yo lo he comprobado y porque sé que vale la pena. Salirse de uno mismo sin ganas de nadie para poder entregarse a cielo abierto y sin concesión. Entrar en una relación que te hace ser más tú cuando estáis juntos. Ser de una vez por todas, un equipo, dos que sienten uno, lo que viene siendo amar.

Por eso me pongo pesado. Por eso te digo que existe. Para que si el amor de tu vida no es el que estás viviendo aquí y ahora, no pierdas el tiempo ni te quedes removiendo el pasado, porque dejarás de ver lo que está por llegar.

Ella existe y te está buscando.

De ti depende que os lleguéis a encontrar.»

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Se acabó lo que se acababa.

Se acabó lo que se acababa.

Publicado el miércoles, 20 de abril de 2016, en ElPeriódico.com.

risto

«Hipótesis sin ningún fundamento teórico más allá de la propia experiencia. No estamos viviendo el fin de ninguna época. Estamos viviendo el fin de los finales. Desde que algo tan sagrado como la identidad se construye con unos y ceros, todo lo demás es susceptible de sobrevivirnos. Y si no, intenta darte de baja en cualquier red social. Pero no sólo es eso. Son las películas hechas remake. Son los remakes hechos series. Son las series hechas temporadas. Son las temporadas que nadie sabe cómo finalizar. «¿Cómo acabó Lost?», se preguntaba Toni Segarra en el cdec de Donostia. «Mal, porque sólo podía acabar mal.»

Fukuyama pronosticó el fin de la historia y el último hombre. Alguien no menos grande como Jeremy Rifkin pronosticó el fin del trabajo hace ya unos cuantos años. Y sin embargo, aquí seguimos, viviendo un nuevo capítulo de la historia en el que seguimos trabajando incluso en la ardua tarea de buscar trabajo.

Primer corolario sin comprobar: el fin de los finales implica el fin de los pronósticos. Porque todo puede ir de mal en peor o de bien en mejor en el momento menos pensado. Y espérate. Los expertos ya no sirven ni para pronosticar. Nada de lo dicho ayer te servirá hoy. Y no digamos mañana.

Segundo corolario. El fin de los manuales de instrucciones. Un libro sellado y finito ya jamás reflejará la realidad de ningún objeto ni de nada ni nadie que nos rodee. Un artículo de opinión jamás volverá a estar listo para impresión. Si hasta una marca llamada Tesla nos enseñará muy pronto que cualquiera debe estar dispuesto a bajarse la última versión de sí mismo. Empezando por ti. Bauman en estado gaseoso.

Tercero. Los extremos no sólo se tocan, sino que se necesitan. El yin y el yen, Love of Lesbian. Whatsapp me mantiene lejos de aquellos a los que conozco mientras las redes sociales me mantienen cerca de aquellos a los que no conozco ni seguramente conoceré. Los influencers cada vez venden menos algo que no sea a ellos mismos y sin embargo cada vez ingresan más. Las marcas ya no nos dejan tan marcados. Los que saben hacerlo no saben cómo explicarlo, y los que lo saben explicar no han sido capaces de demostrarlo. Menos es más y más es menos que nada. Dieter Rams y Antoine de Saint-Exupéry: La perfección no se alcanza cuando ya no queda nada por añadir, sino cuando no queda nada por quitar.

Y de ahí el cuarto y último corolario. La duración de las cosas es el nuevo valor. Lo único nuevo es aquello que jamás lo fue. Algún día entenderemos que hay que matar la moda. Porque es ella la que nos está desnucando a base de bandazos sin rumbo. Algún día entenderemos que es o ella o nosotros. Permanencia. Consistencia. Perdurabilidad. Herencia. Legado.»

¿Fin?

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No sé lo que no sé.

No sé lo que no sé.

Artículo publicado el domingo, 17 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Nos pasamos la vida decidiendo. Creemos que así forjamos nuestro propio camino. Que de esa forma nos ganamos el título de dueños de nuestro propio destino. Pero eso es sólo en apariencia, porque en realidad cuesta mucho reconocer que no es para nada así. Pocas veces nos fijamos en aquello que realmente nos determinó. Poco pensamos en lo que nos descartó a nosotros. Pocas veces pensamos en ese casting del que jamás fuimos conscientes. No se le puede llamar ni sombra porque ahí jamás hubo luz. Es el ángulo muerto de la vida. Es el rabillo del ojo del que suspira. Es todo aquello que no vimos y debimos ver. Es nuestra visión periférica existencial.

Ojo que no estoy hablando de querer saber por saber, de acumular conocimientos por el mero placer de conocer. Que también. Estoy diciendo que entre las cosas que ignoro, que son prácticamente todas, me preocupan especialmente las que han pasado por mi vida y ni he notado. Las que pude arreglar y no arreglé. Las que pude entender y no entendí. Las que fueron entonces y ya no pueden ni llegar a ser. Me preocupan porque igual que ignorar la ley no te exime de su cumplimiento, sobre las cosas que pude hacer y no hice siento algún tipo de responsabilidad. Porque seguro que iba y sigo yendo a lo mío, como siempre con un objetivo bien claro y marcado, y que este maldito exceso de foco hizo que me perdiese el detalle, ese detalle y no otro, donde dicen que algún dios nos espera, donde dicen que algún dios está.

No sé lo que no sé. Las fiestas a las que no fui invitado. Los trabajos que no me fueron ofrecidos. La cantidad de reuniones en las que fui descartado. La gente que prefirió simplemente evitarse el trago de conocerme. Los regalos que jamás recibí. Los amigos que no me preocupé cultivar. Los aprendizajes que de todo ello pude haber sacado. Lo que pude tener y no tuve, lo que pude saber y no supe, lo que pude ser y no fui.

No sé lo que no sé. Las preguntas que nunca te hice. Sí, a ti, que pasaste por mi vida hasta que fui yo el que pasó por la de los dos. La cantidad de cosas que no me contaste, porque no te atreviste o simplemente porque en el momento en el que ibas a hacerlo, te interrumpí. Y después ya había pasado el momento de comentarlas, y te dio más pereza que ganas. Y ahí me quedé yo, disfrutando de mi ignorancia, de nuevo, una vez más, otra vez menos.

No sé lo que no sé. La cantidad de cosas que aún no habré contemplado. La cantidad de gente a la que ofendí sin saberlo, y entre todos ellos, aquellos a los que aún hoy debería llamar y pedir perdón. Pero también la gente a la que hice algún tipo de bien y no fui ni para saberlo. Igual dejé de hacer lo que ellos recibían como un beneficio, y si lo hubiera sabido entonces, pues a lo mejor habría continuado haciéndolo. No sé.

Sin embargo, de entre todas las cosas que no sé si sé, me angustian especialmente las aún presentes. Las que todavía están aquí. Las que todavía puedo remediar. Mientras escribo esto, puede que algún amigo esté sufriendo y yo no lo sepa. Puede que, simplemente por dejadez mía o mutua, hayamos llegado a ese punto en el que le cueste más ponerse al día que echarse una mano. O puede que una vez más yo no supiese leer sus señales. O yo qué sé. Por favor, si me lees, llámame.

No sé lo que no sé. Y eso, para alguien que considera que crecer es aprender a despedirse, es una putada como un piano. Porque entonces no es de extrañar que me acabe esperando a perder las cosas para empezarlas a comprender.

Y francamente, así me va.»

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Hipócrates en Panamá.

Hipócrates en Panamá.

Publicado el miércoles, 13 de abril de 2016, en ElPeriódico.com. 

risto«Esta es la última lección que recibo. Esta es la última que permito que me den. Karl Popper ha vuelto reencarnado en recaudador, y el falsacionismo es aplicable hoy a la honorabilidad y honradez de cualquier conciudadano. A la legalidad le están sacando los colores los mismos que no hace mucho impartían clases de patriotismo. Y sin embargo, a menudo nos olvidamos de los que les ofrecieron con sus servicios esa posibilidad tan legal como inmoral. Por eso hoy retrocedo 26 siglos para recuperar un juramento al que basta con cambiarle las palabras médico por asesor, enfermo por contribuyente, veneno por evasión y medicina por fiscalidad.

«Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higía y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia.

Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren; trataré a sus hijos como a mis hermanos y si quieren aprender la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin ningún género de recompensa.

Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los discípulos que se me unan bajo el convenio y juramento que determine la ley médica, y a nadie más.

Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos.

Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dedican a practicarla.

En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos.

Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos. Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.»

Claro que echarle la culpa de todo a los gestores sería tan Ruiz como copiar aquí un texto de otro para así eludir la responsabilidad de tener que escribirlo yo. Oh wait.»

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