El mundo se va a la mierda.

El mundo se va a la mierda.

Artículo publicado el miércoles 20  de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

ristoEl mundo se va a la mierda. No, no lo digo yo. Lo dicen los informativos y eso que llamamos noticias, por no llamarlas teledesgracias, que aunque suena peor, igual venderían más. Es Bagdad, es Niza, es Ankara, es Alemania. Es la UE, que habrá que empezar a venderla sin UK, como quien le quita los aditivos a un yogur. Es la política exterior de la UE. Es celebrar que siga en el poder alguien como Erdogan. Pero es que es Siria. Es Al Asad. Es Lesbos. Es Malawi. Es Zaatari. Es ISIS. Es Al Qaeda. Es Boko Haram. Pero es que también es Orlando, es Baton Rouge, es Trump. Michelle Trump. Es que será cualquier otro entre que escribo estas líneas y salen publicadas. Es que no nos da tiempo ni de enterrar a los muertos ni de curar a los heridos, que ya se está liando en cualquier otro punto del planeta.

El mundo se va a la mierda. Son los maristas pederastas cuyas penas prescriben como si lo que hicieron se arreglase con el tiempo, cuando no les cae una condena irrisoria, aquí paz y después gloria, pelillos a la mar. Ahí siguen también los asesinos más cobardes que existen, los maltratadores y practicantes de esa lacra social en que se ha convertido la violencia de género en nuestro país. 28 asesinadas en lo que va de año, si no más.

El mundo se va a la mierda. Es el paro, los contratos basura, la economía que no levanta cabeza y amenaza con nuevas recesiones cuando aún no hemos salido de la anterior. Es la corrupción, o mejor dicho, son los corruptos, chanchulleros y evasores de impuestos que no devuelven lo robado, es la impotencia del ciudadano de a pie que sólo importa para que vote y pague, son estas legislaturas de 6 meses tras las cuales nadie dimite pese a su incapacidad manifiesta para negociar. Por no hablar del calentamiento global y las mil y una formas de cargarse el planeta que aún nos quedan por experimentar.

Hoy sonreír se ha convertido en un acto revolucionario. Hoy tener esperanza es lo más próximo a contagiarse de más idiotez. Hoy sólo se puede ser feliz si decides serlo a pesar de todo. Y enamorarse puede que sea la más irracional de las actividades humanas. Y ya no digamos traer hijos al mundo.

Por eso me gustaría acabar este texto aportando un halo de luz, de un optimismo que, aunque suene infantil e ingenuo, nos ayude a continuar levantando la persiana, el párpado o la ilusión, da igual.

Por eso, decirte que nos quedan sólo dos actitudes. La primera, es la de no hacer nada y morirse de miedo. Y la segunda, es la de hacerlo todo igualmente y morirse de todo lo demás.

Que si el mundo se nos va a la mierda, que al menos nos pille soñando, riendo, cazando Pokémons o si me apuras, hasta bailando la Salchipapa.

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Qué has hecho conmigo.

Qué has hecho conmigo.

Artículo publicado el domingo, 10 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

 

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Qué has hecho conmigo. Dónde me has dejado. No es que pretenda salir a buscarme, es por simple curiosidad. A dónde has enviado todas mis penas, que mira que no eran pocas. A qué lugar enviaste mis agravios, mis nunca más. De verdad, dime qué has hecho conmigo, y ya puestos dime también cómo lo has hecho. De qué vas. Eh. De. Qué. Vas.

En poco más de un año tú me has dado vuelta y vuelta. Me miro y no me reconozco. Y me gustaría explicarme mejor, pero no puedo, la verdad que no sé. Tan sólo sé que la resta entre lo que soy ahora y lo que era es mucho más que positiva, y también que tiene una principal responsable. Así que no te me escondas con otra caidita de ojos y confiesa. Qué has hecho conmigo y con todo aquello de lo que yo me solía quejar.

Qué has hecho con mi nostalgia. Qué has hecho con mis noches en vela preguntándome por lo que pudo ser y no fue. Qué has hecho con lo que me gustaba a mí dolerme al recordar. Al llorar mis penas, que para eso eran mías. Porque las regaba cada día a base de lágrimas de usar y tirar. Qué has hecho con mi pasado que ya no me parece más que un telonero de esto que tenía que llegar.

Qué has hecho con mi frase fetiche. Crecer es aprender a despedirse. Que parece que de pronto sólo sea válida para los demás.

Qué has hecho con esta sonrisa que ya no se me cae de la cara. Que me paseo por la vida con esta cara de idiota que se suma a la que ya tenía, que no estaba mal. Yo que siempre me tuve por un tipo serio y más bien introvertido, y mírame ahora. No hay día en que no me descubra haciendo el payaso con el simple objetivo de estirar tu boca, de sacarte un venga tonto, para ya.

Qué has hecho con mi vergüenza. Que no es que la haya perdido, es que me río de ella cada día más. Qué me has hecho para que me de todavía más igual el qué dirán. Cuando uno tiene algo tan bonito entre manos, no necesita la aprobación ni el juicio del otro. Simplemente, lo disfruta, sin más. Y quien no lo entienda, pues para él toda nuestra lástima, y desearle que lo llegue a descubrir en esta vida, ojalá.

Qué has hecho con mis ojos, que ahora ya sólo buscan los tuyos en medio de cualquier reunión o cualquier cena, como la proa que busca el faro en plena tempestad. Y eso cuando no estás hablando, porque cuando pronuncias alguna palabra, la que sea, entonces ya pierdo totalmente el norte y no puedo ni quiero evitar tu boca y tu lengua, acariciando y jugando con cada sílaba antes de dejarla en libertad.

Qué has hecho con mis amigos, que me amenazan todos diciéndome que pobre de mí que la cague contigo. Que me observan insistentemente como advirtiéndome que más me vale cuidarte bien. Como si ellos supieran lo que yo sé. Porque seguramente lo saben desde mucho antes que yo.

Que yo antes no me gustaba nada de nada. Y sigo sin gustarme, francamente. En eso, es en lo único en que todo sigue igual. Pero si hay algo de mí que parece que te ha gustado, quisiera seguir teniéndolo por siempre jamás. No sé lo que hice en esta vida o en otra para merecerte, pero me gustaría saberlo lo antes posible para hacerlo las veces que hiciera falta y retenerte aquí conmigo.

Si alguna vez me dejas —que me dejarás— hazme un favor y jamás me vuelvas a dejar como estaba. Me has mejorado por dentro y por fuera, te me has bajado mi última versión y este hardware ya no quiere ser compatible con un software anterior al nuestro.

Hoy te disfruto sin pensarlo, porque como lo piense, seguro que me pongo nervioso y dejo de hacer lo que sea que hago para hacerte feliz.

Qué has hecho conmigo, que nos has unido tanto.

Qué has hecho conmigo, que ya no sé qué hacer sin ti.»

 

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¿Qué?

¿Qué?

Artículo publicado el miércoles 6 e Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Según los diccionarios, existen muchas formas de clasificar la hipoacusia, la cofosis o, como se le conoce vulgarmente, la sordera. A efectos de este artículo, haremos como si hubiera básicamente dos: la que aparece en los diccionarios y padecen millones de personas en todo el mundo, y los 5 tipos que vamos a tratar aquí.

La primera sordera en la que uno repara es muy difícil de diagnosticar, pues aparentemente quien la sufre escucha lo que se le dice. En principio calla cuando el otro habla, así que parece que está escuchando. Parece. Porque si lo analizas, en realidad es sólo una pausa para que el otro acabe. En su discurso no incorpora jamás lo escuchado, y sobre todo es incapaz de cambiar de opinión. Es la sordera del tertuliano o la de la maruja (o marujo, que los hay a puñaos) que tiene siempre algo que contarte que no te lo vas ni a creer.

La segunda sordera es la del que se cree en posesión de la verdad. Se lo cree tanto, que tampoco te escucha, más bien te perdona la vida cada vez que malgastas su aire. Es la sordera del intelectual que se siente superior moral e intelectualmente. Lo que pasa es que no te lo dice para no herir tus simples sentimientos de primate con derecho a respirar y poco más.

La tercera sordera es la del que sólo está dispuesto a escuchar aquello que coincide con su opinión. Lamentablemente muy generalizada en nuestro país. Millones de personas que ven las noticias no para informarse, sino para confirmarse. Otros tantos que siguen a sus columnistas favoritos para saber cómo tienen que opinar. Líderes políticos que son capaces de contarte su propia Historia de España tan sólo para justificarte su necesaria llegada al mundo.

Hay una cuarta sordera que es el del que nunca jamás se equivoca. Ojo, a no confundir con la anterior. Éste dice considerarse tu prójimo, tu igual, aunque con un matiz importante: tú vas siempre en el sentido que no debes, y él sí va en el correcto. Es el que pierde las elecciones y monta un circo demoscópico para cambiar las preguntas a las respuestas que no le gustan. Es el que te amenaza con que si su partido cambia, será menos sexy. Es el que necesita hablar con muchos tacos intercalados para demostrarte que todavía son tan como tú como cuando te engatusaron por primera vez.

Y por último, destacaría una quinta sordera que es la del que ni siquiera descuelga el teléfono, la que últimamente nos tiene el país paralizado por culpa del único argumento que aborta cualquier negociación: si total, me pedirán lo que no puedo darles y me darán lo que jamás les pedí. Damien Rice: «You give me miles and miles of mountains / and I’ll ask for the sea».

Manuel, de Fawlty Towers, sólo pudo haber nacido aquí.»

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El rabillo.

El rabillo.

Artículo publicado el domingo, 3 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«No, hoy no voy a hablar de mi vida sexual, o al menos no aquí, como mínimo no ahora. Con ese título me refiero al otro rabillo, al rabillo del ojo. Aquél por donde pasan las cosas que aunque jamás las miramos, no podemos decir que no las hayamos visto. Aquél por donde la vida nos demuestra que ella sigue aunque no cuente con nuestra atención. Si es que existe un dios, cada vez tengo más claro que no está en los detalles, sino en el rabillo. Nos pasa por el lado, como sin darnos cuenta. Nos roza la vista, como sin querer.

El resto de animales, que en esto de la evolución —como en tantas otras cosas— nos llevan varios milenios de ventaja, supieron distinguir enseguida entre depredadores y depredados en función de dónde tenían colocados sus ojos. Si tu visión es frontal y genéticamente preparada para enfocar objetivos a larga distancia, eso es que eres tigre, leopardo, puma o león, lo que viene siendo un cazador nato y estás arriba de todo en la cadena alimenticia. Si tu visión es perimetral y te permite escanear tu entorno más próximo a los 360 grados que a los 0, eso es que eres cebra, gacela, lémur o dicho en plata, un pringao más en la sabana, un lineal más en este Mercadona semoviente de los que están por encima de ti.

El ser humano, con nuestros casi 180 grados de visión perimetral nos hemos quedado como en casi todo, ni chicha ni limoná. Eso nos deja en la posición más incómoda, pues nos permite, qué digo nos permite, nos exige que nos signifiquemos en función de nuestras capacidades y nuestro carácter, o mejor dicho, de nuestra personalidad. Y así llegamos hasta el día de hoy. En esta vida, si no eres depredador, eres presa. Y al final todo depende de tu elección.

Lamentablemente, el ser humano ya ha tomado partido a nivel global. Creo que como civilización ya nos hemos decantado claramente por una de las opciones y hemos olvidado para siempre las demás. Vivimos en una sociedad obsesionada con el foco, con el objetivo, con cumplir metas, con tener un sueño e ir a por él. Creemos que somos mejores gracias a la especialización, simplemente porque nos ha llevado hasta aquí. Nos creemos en posesión de la verdad simplemente porque la hemos estado buscando incluso a costa de la justicia o la igualdad. Nos cargamos al enfermo porque cuando le arreglaron el hígado le estropearon el riñón. Y así nos va.

Hoy el planeta entero sufre de hiperfoquismo, por inventarme algún término guay para los anales del olvido. O espera, vamos a llamarlo microencuadre, que suena cultureta pijoprogre y mola más.

Hoy dejamos que otros tomen por nosotros las dos decisiones más importantes a la hora de mirar, que es el sentido por el que nos entra la vida. La primera decisión es qué encuadro. La segunda es qué enfoco. Y a los restos que nos dejan esas dos decisiones tomadas por otros es a lo que llamamos libertad.

Mírate cualquier informativo, el de cualquier cadena. Abre cualquier periódico, de un lado o de otro, da igual. Y ahora bájate a cualquier bar. Escucha los tres o cuatro temas que se tratan en cada uno de ellos. Te apuesto lo que quieras a que son los mismos. Alguien nos hace reflexionar y vivir sobre lo que nos han dicho que reflexionemos. Eso sí, tenemos libertad de pensamiento, libertad de expresión, pues oiga menuda libertad. Nadie se plantea si es de eso sobre lo que deberíamos estar pensando. O hablando. O votando. O encuadrando. O enfocando. Simplemente jugamos al juego que nos dicen que hemos venido a jugar.

Y la vida se nos descojona por el rabillo. Porque como dijo el sabio, vida es lo que te pasa mientras estás muy ocupado haciendo otros planes. Ya nadie piensa en lo que debería estar pensando. Ya nadie se plantea nada que no nos hayan dicho que nos debemos plantear.

Ya sólo encuentras lo que pones en un buscador, es decir, lo que estás buscando. Ya sólo ves lo que pones en tu mando previamente, y encima lo eliges entre lo que tienes sintonizado. Ya sólo llegas donde te dicen que vayas.

Y así la serendipia va muriendo poco a poco. Como la entropía. Como el ecosistema. Conceptos holísticos que se los ha quedado la ciencia, como quien sabe que es el último que los quería adoptar.»

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Mejor así. Mejor ahora.

Mejor así. Mejor ahora.

Artículo publicado el domingo, 26 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

 

«Mejor así. Mejor ahora. Me decepcionas de esta manera tan burda, tan torpe, tan estúpida y tan poco elegante y te llevas así mi confianza rota, no la pasees por ningún sitio que nadie te la sabrá reparar. Aunque, sinceramente, prefiero que sea de esta forma. Prefiero que sea hoy, ya.

A la confianza le ocurre como a las horas o a cualquier tipo de inocencia, son valiosas sólo porque una vez perdidas ya nunca jamás se pueden recuperar. Y la decepción, bueno la decepción no es más que un plato que te deja tibio, pues no se sirve ni frío ni caliente. Es sólo el aperitivo que no estaba en la carta, se sirve siempre a los postres, y es el único que nadie pidió degustar.

Mejor así. Mejor ahora. Porque hacerlo más tarde habría sido peor. Porque a cada día que pasaba, yo te iba apreciando un poquito más. Porque te lo habría dado todo a cambio de nada, aunque eso ya no tenga sentido, porque nadie lo podrá comprobar. Porque el cariño que te he tenido hoy me duele deshacerlo como quien deshace un nudo tan apretado que uno se deja las uñas intentándolo desanudar. Algún día esta cuerda volverá a estar a punto para nuevos nudos, espero que pronto, no te preocupes que ya. Pero insisto, es mejor así, es mejor ahora. Mañana te habría querido algo mejor todavía, mañana me habría dolido algo más.

Mejor así. Mejor ahora. Hazme un último favor, si es que todavía puedo pedirte algo. Jamás digas que fuimos amigos. Un amigo no hace lo que has decidido hacernos a ti y a mí. Un amigo no desprecia lo que teníamos a cambio de sea lo que sea que hayas decidido llevarte. Di mejor que sabes disfrazar cualquier cosa de amistad. Di mejor que me engañaste durante demasiado tiempo. Explica que eres todo un artista en el difícil arte del engaño a largo plazo. Y cuenta también, si quieres, todo lo que sabes de mí y que sólo a ti te confié. Más no me vas a poder decepcionar. Ni que te empeñes, da igual.

A partir de ahora, eres sólo un error, un borrón, una muesca más en mi vida. Qué le vamos a hacer, vivir es equivocarse para, algún día, acertar. Otra persona que me hizo feliz durante un tiempo, aunque fuera a través de la lente distorsionada de burdas farsas. Burda la comedia y tonto yo, de nuevo, por tragármela. Como dijo el sabio, la primera vez que me engañaste fue culpa tuya. La segunda, si se llegase a dar, sería mía, sólo mía y de nadie más.

Por eso mejor así, mejor ahora. Una nueva ocasión que me da la vida para replantear —o confirmar— mis expectativas. La gente que nunca jamás se decepciona es aquella que no espera nada del prójimo.

Pero yo me niego a vivir con la confianza mutilada. Porque alguien sin expectativas es alguien con un futuro enfermo terminal. Así que volverán a engañarme, seguramente, pero será gente distinta. Pero no por ello voy a dejar de confiar. Y no lo haré por lo que tú has hecho, qué va. Lo haré por esa gente que aún me responde dándolo todo. Por esa gente que no mira primero qué hay de lo suyo. Por esa gente que sigue fabricando recuerdos de mi historia. Ellos no se merecen que yo no les crea. Ni los que han pasado, ni los que vendrán.

Por todo ello, te deseo que te vaya bonito. Tranquilo que de mí no obtendrás jamás una crítica, ni un comentario, ni una opinión. Hace tiempo decidí dedicarle mi tiempo sólo a aquello que me aporta algo. Por eso te deseo que tengas suerte en la vida. Que entre engaño y engaño encuentres algo parecido a la felicidad. Y que nadie que se acerque a ti pueda de entrada oler tu alma.

Ah, y que la vida jamás te dé lo que te mereces.

Que jamás descubras el verdadero significado de la palabra soledad.»

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La tristeza se acumula, la felicidad no.

La tristeza se acumula, la felicidad no.

Artículo publicado el domingo, 19 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«La tristeza se acumula, la felicidad no. Y hasta aquí mi artículo de hoy. Sí, ya no hace falta que sigas leyendo, ¿ves qué bien? Todo lo demás que pueda decirte será paja, o peor aún, maneras de justificarme, igual que tratamos de justificarnos cuando nos ocurre algo malo, cuando algo nos causa sufrimiento y dolor. Es que no hay mal que por bien no venga. Es que lo que sucede conviene. Es que aquello que no te mata, te hace más fuerte. Es que. Es que. Y tal y tal.

Mira, con todos mis respetos, pero a otro con ese cuento. La única verdad es que nada tiene más poso que una buena dosis de cortisol. Que hay putadas que son putadas y nada más. Que hay fracasos de los que no se aprende nada de nada. Y que hay personas que pasan por nuestra vida únicamente para restar. La prueba: cuando las eliminas es cuando empiezas a sumar. Aritmética emocional básica. Y si alguien necesita demostrártelo, eso es que tú no lo has descubierto todavía, que nadie lo va a poder descubrir por ti.

La tristeza se acumula, la felicidad no. No es ningún hallazgo, es una verdad como un templo monumental. Constatar que lo que más perdura es lo que más duele. Acumular cicatrices cardiovasculares y manchas como las del vino barato o las del primer sol de verano, de las que no se van. Y ya te puedes poner cremitas, que no marcharán jamás.

Podría tratar de suavizarlo. Podría haber dicho que los buenos recuerdos también quedan, que las cosas malas son las que tendemos a olvidar. Y aunque estaría en lo cierto, estaría obviando la diferencia fundamental. No hablo de recordar lo que ha pasado. Hablo de las heridas que nos dejan las cosas y las personas al irse, al abandonarnos o al, simplemente, pasar.

La gente feliz no consume. La gente feliz no tuitea. La gente feliz no escribe. La gente feliz no crea. Y cuando lo hace, más vale que no lo hubiera hecho. Ahí están esos cantantes con los ojos en blanco destrozando canciones que más les valdría haber dejado en paz. Para aportar al mundo, lo tienes que hacer desde el vacío que te ha dejado aquello que perdiste. Para que quepa un sentimiento, tiene que haberte dejado espacio algo o alguien que ya no está. Quien nunca haya llorado a Chavela aún no sabe hasta dónde se puede uno llegar a vaciar.

Por eso te insisto, te machaco, te repito. La tristeza se acumula, la felicidad no. Eso de vive aquí y ahora, menuda patraña. Tanto si te llamas Siddhartha como si te llamas Vinicius o Damián. Vivir el ahora sirve sólo cuando tu ahora es perfecto, idílico, maravilloso, algo que te gustaría que perdurase, que fuese inmutable, que no hubiese que retocar jamás. Pero dime, cuándo ocurre eso. La gente mínimamente consciente, la que vale la pena realmente, es justo la que aborrece tanto su ahora que prefiere vivir pensando no en lo que es, sino en lo que algún día será. Un sueño es el primer sospechoso de homicidio para cualquier realidad.

Al final, existen tan sólo dos formas de vivir honestamente. Y todo depende de dónde pongas tu ilusión.

Si la pones en el pasado, tu fuente de satisfacción serán tus recuerdos, le estarás diciendo a la vida que sólo puedes empeorar y seguramente acabarás teniendo razón, pues para qué vas a proyectar nada, si total, todo irá de mal en peor. Distópico, fundamentalista, pesimista existencial. Considérate descendiente anímico de Jorge Manrique, si es que alguna vez lo hubo, si es que alguna vez lo habrá.

Pero es que si pones tu ilusión en el futuro, tu fuente de satisfacción serán tus proyectos, todo aquello que estés preparándote para llevar a cabo. Ese futuro que se está creando hoy, o lo que es lo mismo, ya.

Si me lo preguntas a mí, soy más de los que no ve el vaso ni medio lleno ni medio vacío. Y es que a mí no me preocupa el volumen, sino el caudal. La mejor forma de llenar esta bañera que perdió el tapón hace tiempo, es tratando de que siempre el flujo de cosas buenas sea mayor que el de las cosas que te hacen mal.

Eso es disfrutar la vida a temperatura aceptable.

Eso es procurarse todos los días cosas y personas bonitas.

Y compensar así esas otras no tan bonitas, el único lastre que es imposible soltar.»

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Los idus de junio.

Los idus de junio.

Artículo publicado el domingo, 12 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Junio es el viernes de los meses, julio es el sábado —algunos curran y otros no— y agosto el domingo —aquí no curra ni dios, que luego acaba siendo mentira, pero da igual—. El caso es que tal y como ocurre con todos los viernes, con el buen tiempo, el solecito, la playita y el caloret, empieza a notarse una cierta sensación de tiempo añadido, una cierta sensación de que los problemas parece que se han quitado la corbata y visten más casual. Nada más cerca de la realidad.

Para algunos, ha llegado el momento de procrastinar. Lo que no hayan hecho ya, lo van dejando para ese lunes llamado septiembre. Y poco a poco vas viendo cómo se aplazan reuniones, comidas, cenas y proyectos y se atiende sólo y únicamente a lo urgente, a lo que hay que sacarse de encima antes de que haga demasiado calor y se nos derrita la neurona que usan algunos para votar de nuevo al PP como fuerza parlamentaria mayoritaria pese a todo lo visto y caiga quien caiga. Madre de dios.

Para otros, este mes es sinónimo de tirar la toalla. Otro año que no llego a la operación bikini. Otro año en que mi primera sesión de playa pinta sobre blanco nuclear. Junio es el mes que mejor representa la palabra tarde. Los buenos propósitos, como los buenos tomates, o se han cultivado antes de junio o ya no serán. El lunes a primera hora sin falta me apunto al gimnasio, a aprender idiomas, a dejar de fumar. Já. Como cualquier agricultor sabe, lo que se planta demasiado tarde no llegará a brotar jamás.

Por último, para un tercer grupo, éste es el mes del estrés máximo. Para ellos parece que en verano se les acabe el mundo, así que hay que hacer todo aquello que no se hizo en el primer semestre, y hay que entregarlo todo ya. Lo que está claro es que para todos sin excepción, junio es el mes del petardo en el culo: empieza con la declaración de la renta y acaba con la verbena de San Juan.

Este junio, además, contiene dos emociones fuertes más. Como si no tuviésemos bastante con lo que ya hay. Una es la Eurocopa de Francia. Que aunque no te guste el fútbol, sabes que de pronto este país, partido a partido, se va a paralizar. Sí, todavía más. Ya  pueden visitarnos el saliente Obama, la gomera Merkel o su mismísima Santidad, que cuando juega la roja, el país no se pone o no tiene cobertura o, simplemente, no está. ¿Todo? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles indepes resiste todavía y siempre al invasor españolista en cualquiera de sus manifestaciones.

La otra emoción, muchísimo menos importante, elecciones generales el día 26. Sí, ya sabes, eso que hacemos aquí cada seis meses para distraernos un poco redefiniendo la palabra legislatura: dícese del período comprendido entre dos frustraciones, la de no haber podido ganar las elecciones y la de no haber sido capaces de pactar para gobernar. Impotencia democrática. Gatillazo parlamentario. Pactos de esterilidad.

Los romanos, que de esto de la lex, legis algo sabían, colocaron los idus de junio el día 13. Es decir, este mismo lunes. Cuando se estrena la roja en Francia, sí. El día de los buenos augurios, decían. El día que había que invocar a los dioses. Consultarles. Llamarles cual operadora en medio de la siesta para preguntarles si estaban contentos con la humanidad que habían creado. Ojo que a veces hasta respondían, como a Julio César en los idus de marzo del 44 a.C., pero no era lo habitual.

Junio es el punto de no retorno. La frontera entre mucha primavera y algo de verano. Es cuando ya nos hemos fundido la primera mitad. Son los cuarenta años cumplidos en plenas facultades pero muy consciente de la esperanza de vida, que no deja de ser un eufemismo para designar una desesperanza de muerte. Una cuesta abajo hacia lo único que sabes seguro que ocurrirá.

Algunos lo llaman cierre fiscal.

Yo prefiero llamarlo el principio de todo lo demás.»

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Soy de letras.

Artículo publicado el domingo, 5 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Soy de letras. Y me niego a contraponerlas a los números, porque incluso los números son mucho más números cuando se expresan con letras, pues no se pueden sumar, ni restar, ni operar con ellos. Son entonces números irreductibles, números con nombre y apellido, números de pleno derecho, números con identidad. Son tres, cinco, diecinueve. Son treinta y dos, cuarenta y uno y sesenta y seis, que si fuesen personas físicas estarían intentando fardar de rancio abolengo por aquello de ponerse una Y.

Sí, soy de letras. Veintisiete elementos básicos que conforman el universo conocido de todo lo que podemos llegar a percibir. El que dijo eso de que una imagen vale más que mil palabras, a parte de quedarse a gusto, está claro que no había abierto un libro en su puñetera vida. Los que amamos la lectura sabemos que lo más frecuente es justamente lo contrario. Que una misma palabra sobre el texto correcto, colocada en la trama oportuna y emergiendo entre frases adecuadas, se acaba descomponiendo como el haz de luz sobre el prisma, dando así lugar a toda una gama de colores en los que cada tonalidad pinta de forma diferente cada mente, cada cerebro, cada interpretación. He hablado de un mismo libro con gente a la que admiro y respeto, y sólo coincidimos en el título y el nombre del autor. El resto, era otro contenido. Otra lectura. Otra realidad. Cada uno lo completó a su manera, porque cada uno puso algo distinto de sí.

Supongo que igual que la percepción selectiva hace que te fijes más en aquellas cosas que más te afectan, cualquier lectura también viene condicionada por tu contexto, tu entorno más inmediato, el momento de tu vida y por supuesto, tu predisposición a mirar para empezar a ver. Porque en un libro, no sólo pones la imagen, también la cámara, el encuadre, la iluminación, el casting, la localización y hasta —muchas veces— el estado de ánimo de los personajes. Jamás me creo a nadie que diga que tiene mucha imaginación o que es muy creativo y sin embargo no le guste leer. Una de las dos premisas suele ser falsa. Bueno, suele ser no, una de las dos premisas, seguro, es falsa.

El gran Juanjo Millás, el día que presentó en Madrid mi libro Urbrands, me sorprendió con una relectura que ni yo mismo me había planteado jamás. Supongo que eso es lo que hace a un escritor ser tan grande como Millás. Que incluso cuando lee, escribe. Es tan grande, que a veces incluso se dedica a leer las palabras que hay detrás de una imagen. Vale, él está a otro nivel, por eso Millás es Millás. Pero te juro que desde ese día, a mis lectores os considero coautores de todo aquello que no vi porque estaba escribiendo. Igual que al conductor no se le puede pedir que se fije en el paisaje que está dejando atrás, por el simple hecho de que debe ir al volante y fijarse en la carretera. Porque de lo contrario sería muy irresponsable por mi parte, una temeridad.

Pero es que el ser de letras tampoco acaba ahí. Cualquier texto demuestra que está vivo incluso sin necesidad de cambiar de lector. Basta con que pase el tiempo suficiente. He leído el mismo libro con dos edades diferentes, y había dejado de ser el mismo libro. En algún momento durante esos años, mi vida reescribió líneas que en la primera lectura ni siquiera había visto. En ese sentido, un buen libro es una ventana sobre la que, por esos caprichos con los que juega la luz, de pronto se refleja tu propia imagen. Claro que puedes ver más allá y descubrir lo que los muros de tu ignorancia impedían ver hasta entonces, pero también puedes reenfocar la mirada para verte a ti mismo y descubrirte un poquito mejor. Te ves a ti mismo sobre un fondo nuevo, con lo cual el descubrimiento siempre acaba siendo temporal.

Soy de letras porque he comprobado que una palabra tuya basta para sanarme. O para empezar una guerra. O para romper una civilización por la mitad. O un matrimonio. O cualquier verdad. Soy de letras porque creo en la palabra perdón. Y en la que no se dice pero se escucha, también.

De ahí que coleccione definiciones. De ahí que me compre siempre más libros de los que jamás seré capaz de asimilar. Y de ahí que cada año aproveche cualquier excusa para plantarme ante mis lectores, ante cada uno de vosotros y os pueda ya no escribir, sino por fin leer. La cara, la vida, vuestra verdad. Soy feliz cuando leo lo que habéis escrito a golpe de vida tomando como pretexto cualquiera de mis textos. Soy feliz cuando compruebo que hemos pasado tanto tiempo juntos, tiempo del que jamás fui consciente hasta que os conocí. Ah, por cierto, hoy caseta 144 de 12 a 14h, y caseta 188 de 19 a 21h, Feria del Libro de Madrid.

Soy de letras. Y por eso escribo, por eso leo y por eso releo cualquier cosa menos lo que ya escribí. Escribo para saber lo que siento, leo para seguir creyéndome que aprendo y releo siempre para despedirme convenientemente de quien alguna vez fui.»

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Alguien decidió no quererte.

Alguien decidió no quererte.

Artículo publicado el domingo, 29 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Alguien decidió no quererte. Fue alguien a quien ni conozco ni seguramente conoceré. Fue alguien que de tanto en tanto aún se asoma por tu mirada, cuando te me pones triste, cuando te me quedas mal. Fue alguien que no supo, no quiso o no sé. El caso es que ese alguien decidió no quererte y gracias a eso aquí estás. Mía. Miísima. Para mí.

Alguien decidió no quererte. O quererte poco. O quererte mal. Ahora ya da lo mismo, ahora ya da igual. Son de esas cosas de ti que ni conozco ni jamás conoceré del todo. Porque no debo. Porque no me pertenecen. Porque sólo te pertenecen a ti y a tu pasado y al recuerdo que decidas compartir, a la parte de ti que quieras sanar conmigo. Son de esas cosas que me muero por escuchar hasta que las escucho de verdad. Son de esas cosas que te han hecho ser así. Tan adorable. Tan tuya. Tuyísima. Para ti.

Alguien decidió no cuidarte. Te hizo daño, os hicisteis daño. Lo sé. No hace falta que me lo cuentes. Porque lo sé. Y lamento mucho que así fuese. Pero también me alegro. Primero, porque te hizo crecer, te hizo aprender a despedirte. Segundo, porque cuanto más te alejabas de ese alguien, sin saberlo nadie, más te acercabas a mí. Y por último, porque para querer mucho y quererse bien, hay que saber muy bien antes lo que no se quiere. Así que déjame mostrar mi más profunda gratitud hacia todos esos alguien. Porque jamás les estaré suficientemente agradecido. Sí, jamás.

Yo he decidido quererte. Quererte mucho. Quererte bien. O al menos, aprender a hacerlo. Día a día. Paso a paso. Polvo a polvo. Pelea a pelea. Reconciliación a reconciliación. Querer de verdad es pensar en beneficio del otro antes que en el propio. Querer de verdad es discutir sólo por problemas nuevos, no volver sobre lo ya discutido, zanjar los temas no sólo con soluciones sino con aprendizajes, compromisos y comportamientos. Querer de verdad es decir te amo antes que te quiero. Es vivir en usufructo pero sin ninguna hipoteca. Es encerrarse por fuera. Es echar raíces en libertad.

Pero también querer de verdad es ser cada vez más consciente de que no te merezco. Pensar que en cualquier momento, en cuanto sepas cómo soy realmente, me vas a dejar. Despertarme por la noche varias veces sólo para comprobar que sigues aquí, que no ha sido todo un sueño. Otro más. Mirarte cada día como te miré la primera vez, esa primera vez. Preguntarte todos los días si quieres casarte conmigo. Y antes de que se ponga el sol volvértelo a preguntar. Varias veces. Que me mires como diciendo bueno ya está. Que te mire como diciendo es que no me lo creo. Dime que todo esto es una broma pesada y lo entenderé. Que te vuelves al Olimpo del que jamás debiste bajar. Que me dejas aquí soñando despierto, porque ahora sé que existes, que eres real. Que en realidad es todo parte de una apuesta, que ya has la has ganado, y aún así te pediré que vuelvas a apostar.

No, no estoy diciendo que seas perfecta. Ni mucho menos. Eso sinceramente me la sopla. Me da igual. Hace mucho tiempo que descubrí que la gente perfecta —aparte de mentirosa— es la que tiene más peligro, porque es la única que nunca está dispuesta a cambiar. Estoy diciendo que alguien decidió no quererte y aún no me creo que de esa manera tan tonta te dejara escapar. Que se pensara que si no era contigo, podía ser con cualquier otra. Como si el mundo estuviese lleno de gente como tú. Como si hubiese cualquier otra que te pudiese hacer sombra. Perdona que me ría. Ja.

Alguien decidió no quererte. Y de repente, nosotros. Un año juntos ya. Cerrando bocas que no nos daban ni un telediario. Pobrecitos míos. Les desearía lo mejor. Pero me lo he quedado yo.»

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Elige un problema.

Artículo publicado el domingo, 22 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Elige un problema. Da igual cómo. Da igual el porqué. Puede ser tan grande como el hambre en el mundo o tan presuntamente pequeño como cualquier tipo de soledad. El caso es que identifiques un problema sea tuyo o —mejor todavía— un problema de los demás. Elígelo porque hoy te vas a empezar a convertir en su enemigo. Ten muy en cuenta su tamaño, que siempre importa, y aquí aún más. Cuanto más grande sea él, más grande te hará a ti. Cuanto más difícil sea de ser resuelto, mejor para todos. Elige un problema y ve a por él. Ni luego ni después. Ya.

Elige un problema. Y automáticamente, sigue a rajatabla estas 5 C’s.

Elige un problema y Conócelo. Conócelo como nadie. Hazte estudioso de su evolución. Cualquier problema ha sido el resultado de miles de respuestas fallidas, conviértete en un arqueólogo de su razón. Y hoy, con los medios de los que se dispone, hazte experto en la posible solución de la materia. Hazte sabio en los fracasos que hubo antes de ti. Pero también una C de Control. Ponle todo tipo de monitores que te den información al minuto de cómo está yendo su existencia. Mientras él respire, tú tienes que saberlo. Mientras él viva, tú desvívete.

Por eso, elige un problema y Comprométete. Comprométete a acabar con él antes de que el resto de tu vida acabe contigo. Comprometerse es decirle al mundo que no te piensas hacer otra cosa hasta que no encuentres esa luz. La luz de ponérselo más fácil al siguiente. Un compromiso es algo que pasa por encima de todo lo demás. Un compromiso es de todo menos pasajero. Es nuestra apuesta por el largo plazo. Es nuestra única forma de trascender.

Elige un problema y Compórtate. A partir de ahora, todos tus actos deberán ser coherentes y consecuentes con el compromiso adquirido en el punto anterior. Elimina de tu vida todo aquello que no esté alineado con ese compromiso. No sólo son molestias, son peores, son distracción. A partir de hoy tú eres una máquina de matar problemas, y todo lo que no te ayude, te estorba, te incordia, está de más. Ten en cuenta que hoy eres lo que haces. Pero mañana serás lo que hayas sido capaz de solucionar.

Elige un problema y Crea. Busca nuevas formas, nuevos ataques, nuevas armas, revisa lo que ya se ha revisado, transita las veces que haga falta por la vía obvia, por lo que ya crees haber visto. Una vez más. Porque la creatividad es mirar donde todo el mundo mira y ver lo que nadie más ve. Si eres un genio, ves el cubismo, la 9ª sinfonía o la teoría de la relatividad mucho antes de poder demostrarla. Pero es que no hace falta ser un genio para aportar creatividad. Basta con un nuevo modo, una nueva vía, un diferente cómo para un mismo qué.

Por último, elige un problema y Compártelo. Compartir es mucho más profundo que simplemente comunicar, pues consiste además en trasladar a otros parte de la responsabilidad. Es contagiarles de compromiso. Un contagio sano, positivo, que no sólo no mata, sino que da más vida al que lo recibe. Porque nadie comparte nada que no crea que merece el esfuerzo. Comparte porque los necesitas. Nadie ha hecho nunca nada importante totalmente solo. Busca algo más que seguidores. Busca militantes. Busca creyentes. Busca fans. Porque son los únicos que no necesitan tus razones. Les basta con su fe. Así que hazles partícipes de tu obsesión. Convierte tu problema en el suyo. Tu batalla en su guerra. Tu religión en su credo. Tu principio en su único fin.

Y cuando hayas hecho todo eso, verás que lo que has creado puede ser llamado empresa, movimiento, fundación, asociación, o relación sentimental. Y verás también que da igual cómo lo llamen. El caso es que obtendrás una vida mucho más rica. Tú y todos los que se hayan comprometido contigo. Entenderás que el mundo, la vida y sus problemas sólo valen la pena si cada uno de nosotros se convierte en una minúscula parte de su solución.

Y entonces, sólo entonces, recordarás la necesaria diferencia entre misión y visión.

Misión es lo que quieres para ti. Visión es lo que quieres para los demás.»

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Qué falta.

Qué falta.

Artículo publicado el domingo, 15 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Qué falta. Es la pregunta que deberíamos hacernos todos de tanto en tanto. Es la pregunta que nos obliga a dos cosas: a profundizar y a ser estratégicos. Profundizar porque nos fuerza a escarbar aquí y ahora, fijarnos para darnos cuenta, rebobinar, ser observadores, apartar lo que sí hay, lo que nos colma, lo que nos sacia, lo que al fin y al cabo nos tapa la vista y el resto de los sentidos también. Y ser estratégicos porque nos hace mirar hacia el futuro, es el primer paso para planificar, preguntarse para qué debería estar preparándome hoy, porque mañana puede que ya sea demasiado tarde, y es que seguramente lo será. Qué falta es el primer vencimiento del largo plazo. Qué falta es nuestro único antídoto contra el ya se verá.

Cuando lo que falta es evidente es cuando es doloroso. Cuando no podemos. Cuando se nos ha ido algo que echamos de menos. Echamos en falta. Es curioso que se diga echar de menos cuando suele ser algo que jamás has echado tú, suele ser algo que, simplemente, se te fue. Pero es que no siempre lo que falta es tan explícito. De hecho, la ausencia no dolorosa es la más común. Y la más peligrosa, debo añadir. Porque es la que crece hasta que nos mata por sorpresa, por la espalda y sin avisar. Es aquella analítica que jamás me hice. Es aquella pregunta que, por falta de algo, jamás formulé.

Qué falta. Es mucho más que hacer gala de nuestro inconformismo. Es ir mucho más allá de esta enfermiza insaciabilidad.

Qué falta. Al final es la gran pregunta de todos los test de inteligencia. Siga la serie. Complete la secuencia. Ponga su mente a cerrar círculos, que para eso ha sido entrenada durante siglos y siglos de —vamos a llamarlo— evolución. Ha sido la gran pregunta del científico y por ende, de la humanidad. Qué dato estoy ignorando. Qué observación aún no he tenido en cuenta. Qué hay donde aún no he mirado.

Y si es donde ya han mirado todos, es la pregunta del creativo. Del artista. Del crítico social. Del que pretende dejar el mundo más bonito de lo que se lo encontró. Mirar donde todo el mundo mira y ver lo que nadie más ve. La mirada que falta. La que no estaba. Y si no la llevas tú a cabo, seguramente, nunca estará.

Por eso es la pregunta del emprendedor. Científico y loco, matemático y artista a la vez. Si nadie ha visto el hueco, lo relleno yo. Triunfar es llenar vacíos. El Teorema de Nacho Vidal. Querer ser de lo que no hay.

Qué falta. Lo único que nos puede salvar de las tres dimensiones. De regodearse en las mieles del éxito y darse cuenta del pequeño fracaso que supone dejar de aprender simplemente porque algo ha funcionado. Qué falta es no aplaudirse más de lo necesario e imprescindible para animarse a continuar. Es la pregunta que nos lleva irremediablemente a la cooperación y a la solidaridad. Sí, yo tengo mis faltas, pero a ellos les faltan más.

Hace poco, en una conferencia ante start-ups, alguien con mucho criterio me preguntó cómo podía defender la duración de las marcas cuando estaba comprobado que cada vez duraban menos. La inmensa mayoría de las 50 primeras marcas de hoy no existían hace apenas 50 años. Y sin embargo, ahí estaba yo hablando de la durabilidad de los proyectos.

Mi respuesta apeló, como hacen todas las respuestas que pretenden serlo, a un gran poeta: que mientras dure sea eterno. Es obvio que la rotación de todo en nuestras vidas es mayor y seguramente va a seguir acelerándose. Es obvio que nosotros cambiamos de pareja, de casa, de trabajo y de vida con muchísima más frecuencia que nuestros abuelos. Lo cual no nos hace mejores, ni más listos, ni más felices, simplemente más estresados ante el tempo que marca una sociedad a ritmo del capital. Pero justamente, cuando en todas partes crecer es aprender a despedirse, qué falta. Aprender y sin embargo quedarse. Enamorarse y a pesar de ello, durar.

Que mientras dure sea eterno. Me lo tengo que creer de entrada porque si no, ya para qué voy a empezar. Y si seguimos intentándolo, es porque creemos que en algún momento nos va a tocar. Nadie en su sano juicio compraría décimos de un sorteo anterior.

Qué falta, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.

Qué falta, niña de ojos infinitos, me faltas tú.»

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Manifiesto becario.

Artículo publicado el domingo, 8 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Hoy, 8 de mayo, es el Día Internacional del Becario. Como ocurre con el cáncer, el sida o las enfermedades raras, también los becarios tienen su día internacional. Como si fuese algo que habría que erradicar. Cuando creo que es todo lo contrario. Un becario es un proyecto de presidente. Trata siempre bien a los becarios, aunque sólo sea porque es probable que, con suerte, algún día, acabes trabajando para ellos.

Al fin y al cabo, qué es un becario. Igual que ocurre con los conceptos complejos —amor, familia, amistad— cada uno tendrá su definición. Y está bien que así sea, porque son las únicas palabras que, al tratar de definirlas, uno acaba definiéndose a sí mismo.

Para mí, un becario es alguien infravalorado por definición, alguien que cobra mucho menos de lo que vale, por el mero hecho de no disponer aún suficiente currículum para exigirle a los demás lo que se le exige, o incluso lo que se exige a sí mismo. En ese sentido, quien no se sienta todavía becario que tire la primera piedra. La diferencia está en que en muchos casos, los becarios titulares no llegan ni al mínimo exigido no ya por ley, sino por dignidad.

Pero hoy no quiero hablar de lo malo, que ya lo conocen suficientemente los que lo viven día a día, sino de todo lo demás, que es mucho. Bueno y no tan bueno. Por eso, hoy me permito darte, querido becario, un manojo de consejos que jamás me has pedido, ni me pedirías si no te los diese, seguramente. Pero son los consejos que a mí me hubiera gustado recibir hace 20 años. Tómatelos como una receta de esas que vienen en los libros de cocina. Que puedes cocinarla como te apetezca, que hagas lo que hagas jamás te cortes con las proporciones y que sobre todo, te olvides de las fotos, porque ni de coña quedarán así.

Para empezar, si no te apasiona lo que haces, cambia inmediatamente de sector. Equivocarse sale mucho más barato cuando empiezas que cuando llevas unas cuantas hipotecas vitales encima. Y la vida —profesional, o no— ya es bastante perra como para encima dedicarte a algo que te parezca un trabajo. ¿Adoras los lunes? ¿Deseas que lleguen con todas tus fuerzas? ¿Te apasionaría ocupar el puesto de quien te contrató? Bien, entonces vamos bien, puedes seguir leyendo.

Todo el mundo tiene un talento. Talento entendido como la capacidad de provocar algo en los demás. Si eres capaz de provocar algo en los demás (no necesariamente algo positivo, mírame a mí), entonces tienes algún talento. Tienes talento para liderar, provocas que te sigan. Tienes talento como futbolista, provocas peligro en el área contraria. Y así. Pregúntate cuándo y dónde has provocado cosas en los demás, y rebusca por ahí, que estarás más cerca de descubrir en qué actividades tienes talento y en cuáles no.

Es el momento de ejercer de aprendiz. Identifica un referente. Un ídolo. Alguien de quien admires mucho su trabajo. Y entonces haz lo que no hace casi nadie: acósalo. Hazlo de la manera más ocurrente y divertida que se te ocurra. Pero hazlo. Cada vez que le hagas sonreír, estarás más cerca de que te contrate. Aunque te parezca mentira, mucha gente le estará enviando currículums que no sirven para nada y acaban en su archivador vertical. Es el momento de adelantarles a todos, pues más a menudo de lo que nos creemos no consigue trabajo el más talentoso sino el más pesado.

Con suerte, trabajarás gratis. Con menos suerte, incluso te costará dinero trabajar junto a esa persona. Sea como sea, piensa que jamás será coste, sino inversión. Olvídate de carreras, posgrados y másteres. Tenlos, pero créeme si te digo que más títulos no te harán más sabio. Esta es la mejor formación que podrías llegar a tener. Y la única, la de verdad.

Alégrate si tampoco lo consigues a la primera. Fracasar es la forma que tiene la vida de preguntarte cuánto deseas lo que deseas. Así que si no lo consigues a la primera, insiste, dile alto y claro a la vida cuál es tu objetivo. La vida insiste en repreguntarnos cosas, y sólo las consiguen los que son capaces de insistir más.

A partir de ahí, entra todos los días el primero y lárgate siempre el último. A partir de ahí, deja que tu actitud construya tu aptitud. A partir de ahí, los principios sólo serán principios cuando te cuesten dinero. Ah y a partir de ahí, prefiere ganar un cliente a ganar un premio, pues los premios no dan de comer, los clientes sí.

Mi abuela, mujer sabia donde las haya, solía decirme: «ya tienes el éxito, ahora sólo te falta el reconocimiento». El éxito como algo íntimo y el reconocimiento como algo externo, que a veces llega y a veces no. Por eso, déjame acabar definiendo otra palabra compleja, de las que definen. Para mí el éxito es que aquellos a los que has decidido admirar (tu abuela, tus amigos, tu madre, tu jefe), algún día, te admiren a ti.

Dicho esto, no se te olvide la regla fundamental. Diviértete. Así tendrás más posibilidades de triunfar. Aunque sólo sea por una razón: piensa que la mayoría no lo hace.»

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Mujer sin paraguas.

Mujer sin paraguas.

Artículo publicado el domingo, 1 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Una mujer camina por la calle sin paraguas bajo una lluvia intensa. La gente corre, se apresura, empuja, despliega bolsas y periódicos salvavidas, hiberna bajo refugios propios y ajenos, juega al juego de la oca de portal en portal. Pero ella camina serena, pausada, como si eso de la lluvia no fuera con ella. Porque es que de hecho, hoy eso no va con ella.

Bajo sus ojos brotan raíces de rímel con sabor a sal. Y sobre su espalda parece que haya estado llevando el peso del mundo hasta hace tan sólo un minuto. Sus ojos han dejado de servirle, porque sus ojos ya no ven, tan sólo muestran cosas a los demás. Y lo que muestran es una cara desencajada que camina sin rumbo y sin paraguas bajo la lluvia intensa. Y lo que demuestran es que se puede mantener los ojos abiertos para cualquier cosa menos mirar.

Llorar es de las pocas actividades humanas sobre las que no podemos decidir la velocidad. No se puede llorar rápido. Uno puede controlar la respiración, comer a un ritmo frenético, echarse una siestecita cortita y hasta regular los latidos del corazón. Pero llorar no. El llanto impone su propio tempo. Es el tempo de las cosas que duelen. Es la dictadura del peor genocida de todos los tiempos, también conocido como dolor. Y como en toda dictadura, la primera víctima suele ser siempre el poder de decisión. Ella ahora se duele y deja dolerse. Avanza llevada por cualquiera que sea el motivo de su fatalidad. Porque avanza sin llegar a avanzar. Porque a veces uno simplemente se mueve sólo para no tener que quedarse en el sitio, para poder dejar algo atrás, aunque sólo sea un sitio, aunque sólo sea un lugar.

Ahora ella permite que el llanto recorra todo su cuerpo antes de asomarse a la cara. No son lágrimas, son gotas de sangre destilada y blanqueada bajo la presión que trató de retenerlas. Son pedazos de desengaño disueltos en dudas. Son estrofas desafinadas y descompasadas de una canción que nadie jamás cantará.

La gente pasa por su lado sin percatarse de su existencia. Ella camina al ritmo que llora, y claro, eso molesta a más de uno que incluso chista cuando la adelanta. Estorba. Incordia. No es correcta. Está mal. De vez en cuando alguien la roza con más violencia de lo razonable. No son empujones intencionados. Ni siquiera son toques de atención. Son pellizcos que la realidad le propina para despertarla y recordarle que allí no pega, que allí está de más.

Se ríe mejor en compañía. Se llora mejor en soledad. Por eso, la molestia más grande no es ella. En estos momentos, la mayor molestia son los demás. A ella le sobra el mundo. Y le falta todo el aire disponible para respirar.

Yo la miro y me pregunto cuál será el motivo de su desdicha. Por qué hay lágrimas que no desaparecen ni bajo la lluvia. Y sobre todo, por qué ha decidido salir a la calle y ponerse a caminar.

Una mujer camina por la calle sin paraguas bajo una lluvia intensa. Desaparece de mi vista cuando dobla la esquina, pero da lo mismo porque la sigo notando, sé perfectamente que ahí sigue, bajando por la otra calle a un ritmo demasiado lento para bajar por la calle, a un ritmo ya imposible de olvidar. Y yo, que podría haber hecho algo para ayudarle, en vez de eso me he puesto a escribir este texto, ignorando así la oportunidad que me ha dado la vida para recuperar parte de mi humanidad.

Otra oportunidad perdida. Otra más.»

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Existe.

Existe.

Artículo publicado el domingo, 24 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Existe. La persona que aún no sabías que estabas buscando. La persona que, contra todo pronóstico, te hará claudicar. Ella es real. Ella es. Y te está esperando en algún sitio. Esa es la única e incómoda verdad.

Sí, ya sé que ahora mismo te cuesta mucho escucharlo, verlo o ni siquiera pensar en ello, puede que de tanto despedirte incluso hayas perdido la fe. Pero te puedo asegurar que ella existe, no es que yo crea que existe, es que lo sé.

Existe. Mientras tú lees esto y vives de inercia, esa persona respira, sueña, hace yoga o macramé. Da igual. Puede que acabe de cambiar de pareja, puede que ya haya decidido abandonar la universidad. Puede que hasta se haya cruzado contigo por la calle, puede que se encuentre tan cerca de ti que aún ni siquiera la hayas logrado enfocar. El caso es que ella es y ella está. Existe y aún no sabe que tú existes. Nada menos. Nada más.

Y es que me da igual si te lo crees o no, porque la única verdad es que existe. La persona que te querrá bonito, esa persona que te querrá bien. La media naranja mecánica dispuesta a triturar tu melancolía y comerse de un bocado tus prejuicios para desayunar. Ese tipo de apisonadora inclemente y emocional que acabe de un plumazo con tus yo nunca, que dé al traste para siempre con tus yo jamás.

Existe quien sea que te quiera y ese alguien está deseando hacerte bien. Existe alguien que no te juzgue continuamente, alguien que no se plantee nada más que estirar tu boca, que no está mal, para empezar. Hacerte latir con más fuerza. Darte la vida que a ella le sobra. Borrar tu nube, vencer tu mal. Dedicarte horas extras con tal de verte sanar. Mudarse contigo de estado de ánimo. Salir para siempre del por qué a todo y entrar definitivamente en el por qué no. Vivir relajados sin tensar el cómo. Estar en silencio y sentiros cómodos. Disfrutar cada vez que te vea disfrutar.

Esa persona existe. Aquella para la que te has estado preparando toda la vida. Aquella que dará sentido a todos tus fracasos. A tus rupturas absurdas. A tus noches en vela. A todos los días que has decidido olvidar. Aquella que no le importa qué tienes, ni qué has conseguido en la vida, sino simple y llanamente quién eres tú. Y ya está. Con tus defectos y sus virtudes. Con tus cosas malas y sus cosas buenas. Todo. Lo que sea. Es todo sí. Ella es sí, y ella existe, es tu sueño hecho realidad.

Porque de verdad que existe. Porque la vida es un sumatorio de miedos y esperanzas. Que son las únicas variables, al final. Los grandes problemas de cualquier ser humano. Y en medio se encuentran sus hijas bastardas, que no por pequeñas dejan de ser jodidas. Las dudas, las ilusiones. Frutos ambos de una noche loca con la incertidumbre y la desinformación. Por eso nos joden tanto. Porque saben hacer dudar… o lo que es peor, entusiasmar.

Por eso te digo y te repito que ella existe. Porque yo lo he comprobado y porque sé que vale la pena. Salirse de uno mismo sin ganas de nadie para poder entregarse a cielo abierto y sin concesión. Entrar en una relación que te hace ser más tú cuando estáis juntos. Ser de una vez por todas, un equipo, dos que sienten uno, lo que viene siendo amar.

Por eso me pongo pesado. Por eso te digo que existe. Para que si el amor de tu vida no es el que estás viviendo aquí y ahora, no pierdas el tiempo ni te quedes removiendo el pasado, porque dejarás de ver lo que está por llegar.

Ella existe y te está buscando.

De ti depende que os lleguéis a encontrar.»

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No sé lo que no sé.

No sé lo que no sé.

Artículo publicado el domingo, 17 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Nos pasamos la vida decidiendo. Creemos que así forjamos nuestro propio camino. Que de esa forma nos ganamos el título de dueños de nuestro propio destino. Pero eso es sólo en apariencia, porque en realidad cuesta mucho reconocer que no es para nada así. Pocas veces nos fijamos en aquello que realmente nos determinó. Poco pensamos en lo que nos descartó a nosotros. Pocas veces pensamos en ese casting del que jamás fuimos conscientes. No se le puede llamar ni sombra porque ahí jamás hubo luz. Es el ángulo muerto de la vida. Es el rabillo del ojo del que suspira. Es todo aquello que no vimos y debimos ver. Es nuestra visión periférica existencial.

Ojo que no estoy hablando de querer saber por saber, de acumular conocimientos por el mero placer de conocer. Que también. Estoy diciendo que entre las cosas que ignoro, que son prácticamente todas, me preocupan especialmente las que han pasado por mi vida y ni he notado. Las que pude arreglar y no arreglé. Las que pude entender y no entendí. Las que fueron entonces y ya no pueden ni llegar a ser. Me preocupan porque igual que ignorar la ley no te exime de su cumplimiento, sobre las cosas que pude hacer y no hice siento algún tipo de responsabilidad. Porque seguro que iba y sigo yendo a lo mío, como siempre con un objetivo bien claro y marcado, y que este maldito exceso de foco hizo que me perdiese el detalle, ese detalle y no otro, donde dicen que algún dios nos espera, donde dicen que algún dios está.

No sé lo que no sé. Las fiestas a las que no fui invitado. Los trabajos que no me fueron ofrecidos. La cantidad de reuniones en las que fui descartado. La gente que prefirió simplemente evitarse el trago de conocerme. Los regalos que jamás recibí. Los amigos que no me preocupé cultivar. Los aprendizajes que de todo ello pude haber sacado. Lo que pude tener y no tuve, lo que pude saber y no supe, lo que pude ser y no fui.

No sé lo que no sé. Las preguntas que nunca te hice. Sí, a ti, que pasaste por mi vida hasta que fui yo el que pasó por la de los dos. La cantidad de cosas que no me contaste, porque no te atreviste o simplemente porque en el momento en el que ibas a hacerlo, te interrumpí. Y después ya había pasado el momento de comentarlas, y te dio más pereza que ganas. Y ahí me quedé yo, disfrutando de mi ignorancia, de nuevo, una vez más, otra vez menos.

No sé lo que no sé. La cantidad de cosas que aún no habré contemplado. La cantidad de gente a la que ofendí sin saberlo, y entre todos ellos, aquellos a los que aún hoy debería llamar y pedir perdón. Pero también la gente a la que hice algún tipo de bien y no fui ni para saberlo. Igual dejé de hacer lo que ellos recibían como un beneficio, y si lo hubiera sabido entonces, pues a lo mejor habría continuado haciéndolo. No sé.

Sin embargo, de entre todas las cosas que no sé si sé, me angustian especialmente las aún presentes. Las que todavía están aquí. Las que todavía puedo remediar. Mientras escribo esto, puede que algún amigo esté sufriendo y yo no lo sepa. Puede que, simplemente por dejadez mía o mutua, hayamos llegado a ese punto en el que le cueste más ponerse al día que echarse una mano. O puede que una vez más yo no supiese leer sus señales. O yo qué sé. Por favor, si me lees, llámame.

No sé lo que no sé. Y eso, para alguien que considera que crecer es aprender a despedirse, es una putada como un piano. Porque entonces no es de extrañar que me acabe esperando a perder las cosas para empezarlas a comprender.

Y francamente, así me va.»

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Me puede.

Me puede.

Artículo publicado el domingo, 10 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«Me puede. Me puede la vida. La tuya, la mía y la que me das. Porque a ti de eso te sobra y decides regalármela día a día. Porque sí. Por qué no. Porque yo aún no sé lo que te doy a cambio, ni si eso que te doy es algo que tú tomas, más que algo que yo ni sabía que te podía aportar. Porque puede que me estés pudiendo también en generosidad.

Me pierde. Me pierde tu risa, tu manera de descolocarme, tu estrategia sin táctica, tu espontaneidad. Me pierdes tú. Me pierde que me busques. Me pierde que me hayas encontrado. Y todavía más, me pierde que yo te haya sabido conquistar. Con lo que eso cuesta, con lo que eso vale. Que hayas decidido dejarte ver. Quedarte aquí. Me pierde, sí, me pierde perderme así.

Me pueden. Me pueden tus ojos cada vez que me enfocan en medio de tanta oscuridad. Porque los tuyos no sólo ven, también tocan. Y hay que ver cómo tocan, madre de dios. Tocado y hundido. Veo veo. Qué tocas. Por qué tocas. Adiós Leo Romaní. Hasta siempre. Chimpún.

Me pueden los labios esos entre los que se acomoda tu boca. Me pueden abiertos, y sobre todo me puede el espectáculo de ver cómo se disponen a hablar. Estoy por pedir palomitas y algo de beber y sentarme a disfrutar. Me puede lo que eres, pero sobre todo, lo que puedes llegar a ser. Me pierde el argumento de esa novela autobiográfica que los dos sabemos que algún día publicarás. Me pierde tu inmenso potencial.

Me pierde. Me pierde pensar que algún día pueda llegar a perderte. Salir de ti. Morirme de frío bajo un sol abrasador. Tener que soltarme y caerme de ti. Seguramente muy por debajo, muy a mi pesar. Desengancharme de todo lo que me ha hecho volver a estar enganchado. Desaprender este lenguaje lleno de cosas tontas que sólo entendemos tú y yo. Abrir mi vida por la página del día después. Y comprobar que ya estaba escrita. Y volver a tachar. Que no es lo mismo que ponerse a olvidar. Porque sigues conviviendo para siempre con otro borrón sin cuenta nueva. Porque en tu caso no sería uno. Serían más.

Me parte. Me parte tu ausencia cada vez que te marcho o me marchas, da igual. Porque siempre te llevas algo así como mi cuarto y mitad. Me estás dejando en los huesos para hacer caldo. Y no estoy hablando de sexo. O bueno, sí. Qué coño. Y una polla. Todo al rojo y todo al negro. No va más. Hala, a volver a empezar.

Porque es que de verdad que me parto. Me parto con tus ocurrencias. Con tu «què vol dir això?». Con tu forma de decir «cosita». Con la manera que tienes de arrugar el entrecejo, cerrar los ojos y chistar. Me río y me haces entender que nada ni nadie es tan importante si tú y yo estamos bien. La risa es el orgasmo de las palabras. Y la envidia, una disfunción eréctil intelectual. Que eso, que me siento mucho mejor persona desde que tú estás. Que aún flipo de lo bien que te has hecho cargo y encargo de mi felicidad. Que tienes la cualidad de saber siempre dónde tienes que estar. Y desaparecer cuando notas que necesito echarte de menos. Ahí es ná.

Por ello, y porque me superas ya en casi todas las cosas, te quería decir que me puedes, sin más. Que esto siempre será eterno aunque jamás sepamos lo que puede llegar a durar. Y que aquí me tienes, rendido y entregado para hacer lo mejor que saben hacer dos que se quieren de verdad. Callar bocas a todos los que aseguraban que aguantaríamos dos telediarios, cuando ya han pasado más de seiscientos. Felicitarte públicamente por cumplir esos locos y maravillosos 20 años, sin vergüenza ni temor alguno por el qué dirán.

Qué sabrán ellos sobre lo nuestro. Qué sabrán.»

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Elogio de la ocurrencia.

Elogio de la ocurrencia.

Artículo publicado el domingo, 3 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«Siempre he admirado la ocurrencia. Siempre he procurado mantenerla bien cerca. La tienen muchos de mis amigos. La tiene gente a la que admiro. La tiene alguno de mis enemigos, también. La demuestran cada día sobre las tablas muchos de los mejores humoristas de este país. La tiene David Guapo. La tiene Manu Sánchez. La tiene Carlos Latre. La tiene Goyo Jiménez. La tiene Berto Romero. Y así.

Para empezar, hay que saber discernir a qué ocurrencia me refiero. La ocurrencia no como acto inoportuno, sino como habilidad. La primera como idea feliz, la segunda, como el brazo armado del ingenio. Lo mismo que ocurre con la improvisación como chapuza y la improvisación como guionista inimitable. La primera es el fruto de la mediocridad, la segunda fruto del talento y la rapidez mental. Molière la llamó «verdadera piedra de toque del ingenio».

Va a resultar que la ocurrencia es como el colesterol —o la molestia—, la hay buena y la hay mala. La hay útil y la hay perniciosa para el organismo. Ahí están Groucho Marx y ZP. Talento y talante. Ocurrencia y ocurrencias. Lo mismo que ocurre con la Historia y las historias. Basta rebajarle la mayúscula a la inicial y pierdes todo el valor que te aportaba.

Estoy hablando de la mejor. Ésa que no se puede preparar. Ésa que es imposible impostar. Esa capacidad de crear un giro donde no lo había, de dibujar curvas que conducen a lugares inesperados en la conversación, esa inquietud por aportarle algo de color a una línea de acontecimientos que se nos presenta siempre tan previsible y tan gris. Y de ahí este homenaje en forma de líneas que no pretenden ser ingeniosas, sino elogiosas.

Un homenaje que incluye a los ocurrentes anónimos, porque también los hay, y muchos. No hay más que abrir Twitter y darse cuenta de que el ingenio es una planta carnívora de exterior. La gasolina de las redes sociales es, sigue siendo, y siempre será ése. Para bien o para mal, el ingenio es una de las emociones que más nos empujan a compartir. A veces, para reírse con. Demasiadas, para reírse de. Lamentablemente, sí. Porque la fuerza, en manos del lado oscuro, es igualmente poderosa. Quizás por eso, figuras tan eternas como Jane Austen y Oscar Wilde menospreciaron públicamente el ingenio. O porque ellos, de eso, iban sobrados. A mí, que voy bastante falto de todo, siempre que sea para bien, me parece que hay que agradecerle mucho al cualquier artista de la palabra que llene de cosas inesperados destellos de brillantez nuestra predeterminada existencia.

Y hablando de cosas inevitables, me pregunto qué ocurriría si de pronto nos diera un siroco y pusiésemos todo el ingenio que somos capaces de producir como nación al servicio de fines no sé si más nobles, pero sí más comunes… igual otro gallo nos cantaría. Somos potencia emergente de ingenio en la balanza emocional del planeta. Si algo nos sobra aún, eso es sol, playa, Lazarillos e ingenio. Imagínatelo por un momento. Si todo el talento anónimo que anda por ahí desperdiciado en memes, coñas y chascarrillos de flor de un día, de pronto, se pusiera de acuerdo para favorecer un objetivo común, seguramente, muchas cosas cambiarían. O igual no, pero a mí me gusta pensarlo así. Ya no hablo sólo de las crisis que merecen nuestra atención y movilización, sino de ONGs que necesitan comunicación para seguir recibiendo financiación y aportaciones y muchas veces no pueden permitirse un plan de medios, para empezar.

Pero bueno, supongo que ahí radica la grandeza de la ocurrencia, del ingenio o de la improvisación: que son caóticas por excelencia, egoístas por definición. Que no sirven de mucho si lo que pretendes es hacer publicidad o propaganda. Y sin embargo, resultan perfectas para la conspiración.»

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Efectivo, eficiente o eficaz.

Efectivo, eficiente o eficaz.

Artículo publicado el domingo, 20 de Marzo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«Pensamos que usamos las palabras, hasta que alguien o algo nos recuerda su verdadero significado, y entonces —y sólo entonces— nos damos cuenta de que ha sido al revés, que han sido ellas las que han estado aprovechándose de nuestra pereza y utilizándonos como peleles lingüísticos, que es en lo que realmente nos estamos convirtiendo a golpe de tuit y de whatsapp. Como ocurre con cualquier meme, las palabras también sobreviven gracias a nuestra lengua, beben de nuestra saliva y respiran con nuestra pronunciación, y de ahí que harán lo que sea por perdurar, por trascender, por llegar hasta la siguiente generación.

Así las cosas, hay palabras que siguen claramente una estrategia para sobrevivir en esta realidad miope más allá de los 140 caracteres, que consiste en agruparse en células de resistencia por asociación aunque sea engañosa y falaz. Las palabras se refugian a rebufo de otras más utilizadas, más comunes, se disfrazan de sinónimas, cuando realmente no lo son, y allí aguantan agazapadas el chaparrón de esta epidemia de comodidad que nos amenaza y nos empapa ante semejante procrastinación con tendencia a convertirse en huracán de fuerza mayor.

Es lo que ocurre con efectivo, eficiente y eficaz. Tres palabras que a priori no tienen nada que ver, sobre todo cuando nos referimos a las relaciones humanas y ya no digamos sentimentales. Tres conceptos que intercambiamos con demasiada alegría. No hay más que encender la radio, la tele o abrir cualquier periódico para darse cuenta de que no hemos reparado en ninguno de sus matices, lugar donde suele esconderse la verdad.

Con la palabra «efectivo» no hay confusión posible, pues viene claramente definida en el DRAE: real y verdadero, en oposición a quimérico, dudoso o nominal. No es de extrañar que comparta casi todas las letras con afectivo. Lo afectivo es mucho más que efectivo, porque llega incluso antes que éste, tanto en el diccionario como en el corazón. Y así demuestra que se puede ser perfectamente real y verdadero a la vez que quimérico, dudoso o nominal.

Efectivo no es eficiente. O como mínimo no debería serlo. Fíjate en la definición de «eficiente»: capaz de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado. Disponer, utilizar, manipular y conseguir un efecto, un resultado. Y lo peor, como siempre, viene en la última palabra: determinado. Predefinido. El destino. A vueltas con el destino. Quizás por eso esté a una sola letra de deficiente. Lo eficiente consigue lo que quería. Lo efectivo lo es.

Y así llegamos a la necesaria distancia con eficaz, o lo que es lo mismo, «capaz de lograr el efecto que se desea o se espera». Definición muy parecida a la de eficiente, pero que nos introduce en dos conceptos radicalmente disruptores. Los deseos y las esperas. Las dos condenas del ser humano para un tal Siddhartha. Y es que la vida entera son deseos y esperas. La felicidad, como defendía Punset, está en la antesala de conseguir lo que se persigue. Nos pasamos la existencia en la sala de espera de nuestros deseos. Según Lennon, lo que te ocurre mientras tú haces otras cosas. Esperar y desear. Porque ya me dirás qué somos, sino un manojo de anhelos que siempre tienen que esperar.

Así que nada, quizás hoy nos toca aprender algo sobre estas sutiles diferencias. Que cuando pretendemos ser eficaces y eficientes, no nos fijamos ni nos damos cuenta de los cadáveres que vamos dejando por el camino. Esos cadáveres llamados sorpresa, intuición, cambio de rumbo, de repente y ya. Cualquier cosa que sea contraria a la expectativa. A lo previsto. A lo que pretendimos conseguir. A la quimera, a lo dudoso y a lo nominal.

Y es que las cosas importantes, las de verdad, están ahí, en ese hueco, en ese ángulo muerto del espejo retrovisor llamado futuro. Y es que las cosas importantes, las de verdad, son siempre y necesariamente ineficientes, ineficaces, y son muy poco dadas a la previsión.

Prefieren ser efectivas.»

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Hacer caso.

Hacer caso.

Artículo publicado el domingo, 13 de Marzo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«La secuencia es siempre la misma. Alguien pretende que hagas algo. Cualquier cosa que ese alguien desea que hagas, sea por su propio beneficio, sea por el tuyo, sea por un tercero, da igual. Y ante esa petición, tú tienes dos opciones. Sí, sólo dos, se trata de las pocas situaciones binarias que hay en la vida. Como embarazarse. Como equivocarse. Como ser infiel, o mejor dicho, desleal. En este caso, o le haces caso o no se lo haces. No hay punto medio. On y off. Blanco y negro. Hu há.

Hacer caso no es obedecer. Puede que se parezcan en su significado, pero sus grafías dibujan cosas muy distintas. La obediencia es seguidismo pasivo o sumisión activa, según se mire. Acatar la orden, sin más. No conlleva más mérito que seguir la norma, pactada o no. En todo caso demuestra una decisión previa de respeto ante las normas de convivencia y la legalidad. Por eso, la obediencia nace. El caso, en cambio, se hace. Se fabrica. Se moldea con las propias manos aquí y ahora. No es algo que puedas comprar hecho. Lo tienes que manufacturar para cada ocasión. Y siento cada vez más respeto por las cosas que no se pueden prefabricar.

De ahí que sienta tanto respeto ante la gente que entiende esta diferencia y, manteniéndose obediente, decide no hacer caso. Porque donde existe demasiada diferencia entre ambas es allí donde anida toda injusticia. Mandela fue obediente y acató prisión injusta durante 27 años, pero jamás hizo caso del apartheid. Gandhi fue un obediente abogado licenciado por el University College de Londres, hasta que se negó a viajar en un vagón de tercera clase por el mero hecho de ser «de color». Y así Luther King, Claudette Colvin, Rosa Parks. Obedecer sí. Hacer caso, jamás.

Trabajo desde hace casi 20 años en el sector servicios. El sector donde un día alguien dijo que el cliente siempre tenía la razón. Cuánto daño ha hecho esa frase, dios. Imagínatela en manos de un médico, o peor aún, cirujano. El paciente siempre tiene la razón. A mí que no me ponga las manos encima ningún galeno que piense así. Pues en marketing ocurre un poco lo mismo.

El día que creces como profesional es el día en que decides darle a tus clientes lo que crees que les conviene, lo cual no siempre coincide con lo que te están pidiendo. «La gente no sabe lo que quiere hasta que se lo muestras», mi frase favorita de cierto fundador de Apple con el que tanto nos gusta posturear. Al final, mis clientes pagarán la campaña que quieran comprar, y si no les gusta lo que les ofrezco, al que no le harán caso será a mí, me echarán a la calle, como alguna vez ha pasado, y como seguro volverá a pasar. Pero intentaré que lo hagan siempre con algo que yo creo que les convenía más que lo que me estaban pidiendo, y por supuesto con la sensación de que esta vez el equivocado puedo haber sido yo. Obedecer sí. Hacer caso, jamás.

Un amigo es alguien que te conoce tan bien y te quiere tanto que jamás te hace caso del todo. Por tu bien, por el suyo, por el de los dos. Si es amistad verdadera, resistirá el paso del tiempo, pero sobre todo el paso de ti. Los consejos, el yo de ti haría, el yo en tu lugar… están de más en un espacio de verdadera amistad. Nadie es más que nadie cuando se quiere y se piensa resistir hasta las últimas consecuencias, hasta el final. Ya no hay árboles ni bosque, los talamos todos para construir este barco sobre el que vamos los dos de igual a igual y dispuestos a naufragar. Nos equivocaremos juntos, tú dale que yo te sigo incluso en mi desacuerdo.

Y si esto es así con los amigos, imagínate con la pareja. Esa amistad de la que has decidido enamorarte. Tu pareja no es pareja si sólo te dice las cosas que sabe que te gusta escuchar. Tu pareja no es pareja si nunca te ha dicho que te equivocas. Si no has discutido y entendido la discusión como una de las formas más puras y desinteresadas de amar.

Hazme caso. Tú obedece. Pero jamás hagas caso. A mí, para empezar.»

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Cuatro pueblos.

Cuatro pueblos.

Artículo publicado el domingo, 6 de Marzo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«Si la elegancia es donde dices basta. Si plantarse es comenzar a echar raíces y por fin dar tus frutos. Si la estupidez es sólo la forma más extendida de desproporción. Como la fealdad. Como el recuerdo. Como todo lo que hoy, inexorablemente, vas a olvidar. Y si para avanzar a veces es necesario que te detengan por malvada y peligrosa. Hoy me bajo de mi propia inercia para reflexionar sobre lo que hay que hacer para pasarse de verdad. Cuáles son los cuatro pueblos que, llegado el caso, jamás hay que dejarse atravesar. Si alguna vez te pasaste cuatro pueblos o se los pasaron contigo, éste es el mapa de tu arca perdida, ahí va la hoja de ruta que como diría el poeta, nunca se ha de volver a pisar.

El primer pueblo es un lugar llamado Respeto. El principio de todos los desvaríos. El kilómetro cero de las relaciones hacia ningún lugar. Te diría que así a priori un respeto se lo merece cualquiera, pero tampoco te voy a engañar. El respeto no se exige. El respeto se gana. Y ojo con dónde lo guardas, es lo único que por mucho que tú hayas ganado, siempre te lo van a perder los demás. Basta con una palabra fuera de tono. Un todo lo que eres me da igual. O a veces, basta con tratarte como más idiota aún de lo que ya te sientes. Asumir que pueden tomarte el pelo en tu puñetera cara y encima a ti tiene que darte igual. Y a partir de ahí descender peldaño a peldaño por una herida con forma de escalera de caracol hacia la destrucción total. Créeme, sé de lo que me hablo. Lo he perdido y me lo han perdido más veces de las que soy capaz de recordar. Por eso estoy en disposición de reivindicarlo. Por eso ahora me siento con toda legitimidad. Porque nadie lo echa de menos hasta que de pronto nadie sabe dónde está. Y es entonces cuando es demasiado tarde. Es entonces cuando hay que salir del sistema y volver a entrar, o como dicen los informáticos cool, resetear.

Así llegamos al segundo pueblo que los organismos internacionales bautizaron en su día como Dignidad. La dignidad es respeto en posición de enfado. De ahí viene cualquier palabra que derive indignada. Indignada de cuando no queda ya nada de eso, de dignidad. Cuando alguien la esgrime y la reivindica, eso es que algo muy malo y muy desagradable o bien ha pasado o bien está a punto de pasar. Por eso, pasarse este pueblo sí que tiene principios, pero aún nadie le ha encontrado ningún final.

El tercer pueblo no es un lugar, sino muchos. Porque está localizado en algún lugar del Arrepentimiento, que es como el ombligo, cada uno rodea sólo al suyo, y como ocurre con los ombligos, jamás encontrarás dos iguales, todos tan feos como inútiles. Tuvieron todo el sentido en su día, pero fuimos consciente de ellos en cuanto ya no los volvimos a necesitar. Es la zona cero de la culpa, donde todos los conflictos llegan justo después de firmarse la paz.

Y así es como llegamos al último pueblo. Si te pasas éste, iba a decir que te despidieses de todo y de todos, pero me estaría equivocando, una vez más. Porque este pueblo no es otro, este pueblo eres tú. Cuando ya no te reconoces ni a ti mismo, eso es que te has perdido para siempre y de verdad. Te miras, te escuchas y dices y éste quién es. Ahí es donde tampoco debes cometer el error de rechazarte, porque eso que has encontrado también eres tú. Aunque no te guste. Aunque te dé mucho asco. Aunque tus mapas no llegaran a verlo, aunque tu concepto de ti mismo se haya quedado sin cobertura. Las cloacas de tu carácter huelen así. Son los bajos fondos de tu personalidad. El lugar al que sólo tiene sentido acceder para hacer una cosa: quedarse y ponerse a desinfectar.

Pasarse cuatro pueblos es mucho más que llegar tarde a cualquier pronto.

Pasarse cuatro pueblos es darse cuenta de lo pequeño que eres como ciudad.»

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No, hombre, no.

No, hombre, no.

Artículo publicado el domingo, 28 de Febrero de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«Ya no eres un hombre. Tendrás el aparato reproductor propio del género masculino, pero lo tienes ahí como adorno y deberían borrártelo ya. Serás todo lo machito que te creas delante de tus amigotes, pero desde el momento en el que le levantas la mano a una mujer, ahí perdiste la condición de hombre y pasas a ser otra cosa. Cobarde, desgraciado, o para decirlo más fino, maltratador. Pero hombre, ya no. Me niego a que nos denominen a ti y a mí igual. Así que te llamaré otra cosa, pero hombre, no.

No, hombre, no. Te estoy hablando a ti, mírame cuando te hablo, campeón. Tú y todos los que sois como tú. No sólo los 11 asesinos en lo que llevamos de año en nuestro país, al menos 57 en 2015, suma y sigue, que parece que este año vamos a más. Los que las apuñalaron, las apalearon, las dispararon y hasta las rociaron con ácido o con gasolina. No sólo ellos. Monstruos que pudieron consumar su monstruosidad. Algunos, suicidas a contratiempo, cobardes por partida doble, por no tener no tuvieron ni lo que hay que tener para recibir su merecida condena por parte de la sociedad.

También los que siguen torturando a sus semejantes sólo por el hecho de que las creen más débiles. Curioso que jamás se metan con alguien de su talla física, que les pueda atizar igual. Pero también los que controlan y presionan psicológicamente a sus parejas hasta hacerles llorar. Los que les envían mensajes vejatorios a cualquier hora. Los que no les dejan salir a la calle, dónde te crees que vas así vestida, quién te ha escrito ese mensaje, no te irás a maquillar. Los que las persiguen por las redes sociales. Los que las humillan publicando fotos comprometidas de cuando estaban juntos, violando así su legítimo derecho a la intimidad. Los que les comentan despectivamente tras dejar la relación. Los que las zarandean y humillan durante un concierto de Alejandro Sanz. Si te encuentras en este grupo de basura humana, mírame bien que esto va por ti.

No, hombre, no. Eres escoria social. Un desecho. Un error de cálculo de la naturaleza o de la civilización, da igual. Y como tal te deberíamos tratar. Un bravo bien grande por Alejandro. Y una pregunta incriminatoria para todos nosotros, para todos los demás. Cuántas muertes y palizas nos habríamos ahorrado si todos, vecinos, familiares, amigos y simples desconocidos, hubiésemos actuado igual que Sanz. Pensémoslo. Porque igual, parejo a cualquier tipo de maltrato, lleva adjunta nuestra responsabilidad como seres humanos que convivimos puerta con puerta. Pensemos si esto que tenemos se puede llamar civilización mientras la mayoría sigamos mirando hacia otro lado, si mientras no nos toque muy de cerca, parece que nos dé igual.

Pero esto no va sobre nosotros, sino sobre ti. Que no me he olvidado de tu cara, ni de lo que estás haciendo, pedazo de animal. Espera, que me perdonen los animales, siento haberte comparado con nuestros nobles compañeros de planeta, ellos sienten y actúan mejor que nosotros en muchísimas cosas, así que tú no llegas a la condición de animal.

Eres cosa. Eres algo —no alguien— que hay que erradicar. Alejandro, aparte de tener los arrestos de parar el concierto y encararse contigo, además llamó a seguridad. Y ése ha sido para mí el gran gesto, la gran lección. Quiero que sepas que, por mucho que te pienses que nadie te mira, estamos todos ahí, y cada vez somos más. Escuchamos, miramos, vemos y estamos dispuestos a parar lo que haga falta para hacer lo que hay que hacer: denunciar.

Espero que acabes tus días en una cárcel en la que te hagan pasar por todo lo que tú estabas dispuesto a hacer pasar.

Mientras tanto, ruego a todo el mundo que te llamemos lo que queramos.

Pero hombre, no.»

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Manual para superar incluso las buenas críticas.

Manual para superar incluso las buenas críticas.

Artículo publicado el domingo, 21 de Febrero de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«A lo largo de estos diez años de vida pública, si algo he cursado ha sido un Master in Critics Administration. Quizás porque yo mismo empecé dedicándome a juzgar a los demás en televisión, quizás porque realmente existe el karma, el caso es que me han llovido todo tipo de críticas y todo el tiempo. Y mira que yo tan sólo hacía mi trabajo, juzgar a concursantes que habían firmado unas bases de concurso en las que pedían ser juzgados, pero eso ahora da igual. Desde que me hice conocido siempre ha habido gente dispuesta a medirse conmigo en plan pelea de machitos alfa. Se ha criticado desde mi pelo —más bien la falta de él— hasta mi presencia en este mundo, pasando por mis gafas, mi pareja, mi estilo de vida, mi ropa, mis ideas, mi ideología y mi apoyo a algunas causas, solidarias inclusive. Así que después de todo, me ha salido un buen callo que a mí me gusta explicar que es inteligentemente permeable, pues dejar pasar algunas críticas y otras no. Después de algún tiempo de pensar que sólo me ocurría a mí, me di cuenta de que no era por ser yo quien era. Me di cuenta de que le ocurría a cualquiera que saltase a la palestra. Y hoy, de hecho, le puede estar ocurriendo a cualquiera que se abra un perfil en una red social. Por eso hoy y aquí, me gustaría compartir casi todo lo que he aprendido al respecto.Il·lustració per Leonard Beard.

Empecemos por lo menos sencillo. Alguien cargado de buena fe te profiere un piropo de lo más desproporcionado e inesperado que te deja con cara de y ahora qué digo, y del que todo el mundo encima parece esperar una respuesta. Dos opciones, o bien no te conoce lo suficiente o bien ya te conoce demasiado. Es más probable lo primero, pues de lo segundo te habrías dado cuenta, en cuyo caso además ya no deberíamos presuponer su buena fe, estarían intentando manipularte o conseguir algo de ti. Así que lo más sensato es acudir a la exageración más absoluta y hacerle caer en su error de manera —digamos— elegante. «Y porque no me has visto desnudo» suele ser mi contestación preferida. Acto seguido, tienes que borrar de tu mente lo escuchado pues corres el peligro de olvidar sólo la circunstancia en la que lo escuchaste y acabar incorporando ese piropo a la imagen que crees que se tiene de ti. Y ése es el primer paso de un inmovilismo que mata. Hay gente que ha muerto por sobredosis de cariño, ahogado en sus propios elogios y ya no ha habido forma de sacarles de ahí. Llámalo muerte, llámalo conformismo emocional, que al caso que nos ocupa, es lo mismo.

Seguimos con algo muchísimo más sencillo. Alguien te insulta, te increpa o incluso te amenaza de muerte. Normalmente lo hace de manera bien cobarde, por las redes sociales y escondido tras un alias, jamás con su nombre verdadero. Yo me suelo divertir a su costa, pero no es de buena persona. Mejor no les dediques ni medio minuto. Las redes sociales permiten algo que ojalá ocurriese en la vida real: bloquear. Bloquea cada día a algún idiota, si puedes a varios pues mejor, verás lo bien que sienta. Y luego, si se ponen muy pesados o si es una amenaza seria, además denúnciales.

Más. Los que te envidian. A estos se les reconoce enseguida. Son los que aparecen sólo cuando te va bien. Haz lo que quieras con ellos. Yo les suelo dejar ahí ahogándose en su propia bilis y contemplando el espectáculo. Intento darles más de lo que se supone que no quieren ver, pues a cada uno hay que darle siempre su merecido.

Y por último, la crítica útil. Ésta es la que debes atender y guardarte. Atender porque es fácil dejarla escapar. Guardarte porque es la que te permite mejorar. Y ojo que no sólo vendrá de tus buenos amigos, que también. A veces será un comentario fugaz de parte de un enemigo. A veces un unfollow en las redes sociales o aún peor en la vida, que duele más.

Sí, ya sé que lo que queda bien es decir sé tú mismo y un puñado de frases célebres de Kurt Cobain y compañía. Pero la verdad es que la innovación y el desarrollo de un ser humano pasa siempre por la mirada atenta del único radar plausible y fiable: los demás. No todos los demás, sino algunos de los demás. Los que emiten esa crítica útil.

Además, la manera de identificarla es muy sencilla: escuece como nunca y no necesita recurrir a la ofensa para ofender. Si estos quieren y además pueden, es porque han tocado verdad. Hay que agradecer a sus autores que se hayan tomado un momento de su tiempo para permitirnos mejorar como personas y/o profesionales. Y la manera de agradecérselo no es otra que esforzarnos hasta dejarles sin motivos y obligarles a hacer algo aún más doloroso: cambiar de opinión.»

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Etimología cardíaca.

Etimología cardíaca.

Artículo publicado el domingo, 14 de Febrero de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«Hoy que celebramos la mayor mentira del mundo jamás contada a uno mismo y la más maravillosa también. Hoy que, por unas horas, no nos hacemos más trampas que al solitario. Hoy que le ponemos nombre de santo a uno de mis pecados favoritos. Aquí y ahora me apetece mentirme del todo, darme una vuelta por las palabras que usamos y por las que no usamos tanto también. La verdad es que me da lo mismo si acierto o no con mis conjeturas. Pues qué es una relación sino la conjetura de que esta vez sí. Ni el mismísimo Popper se atrevió a falsarla. Ni siquiera él fue incapaz de dejarse atrapar.

Qué pasa si San Valentín en realidad viene de valiente. De lo apuesto todo al rojo. De me atrevo a sentir por encima de mis posibilidades. De dejadme solo, que me estoy arriesgando mucho, ya lo sé. Pero es que cuanto más me arriesgo, más estoy en disposición de querer. Tal como están las cosas, casarse empieza a ser el acto más revolucionario que existe. Y divorciarse, un acto de lo más mainstream, un acto de lo más vulgar. En breve lo cool será aguantarse toda la vida. Ya verás.

Qué ocurre si Cupido viene de esculpir. Ojo a esa L que irrumpe como buena novata y transforma cualquier vileza en una maravillosa obra de arte. Como un insulto bien dicho en la cama. Algo que de pronto ha dejado de estar mal. Y es que toda relación se estrena por el sexo y tarda algún tiempo en subirse hasta los órganos superiores, donde la permanencia es muchísimo mayor que la rotación. El problema aparece cuando uno no es capaz de moverse de ahí abajo. Que tal como viene, se acaba yendo. Se comporta un poco como el cash.

Qué pasa si el corazón es la víscera más visceral. El que toma las decisiones importantes. El que le rapta todo el protagonismo semántico al complejo amigdalino, pero en el fondo, y a todos los afectos, nos da igual. Lo importante es que nuestro organismo ya ha elegido cuando nosotros todavía lo estamos empezando a argumentar. Francamente, así nos va.

Qué ocurre si a enamorarse lo traducimos directamente del inglés. Que se transforma en algo así como caer en el amor. Como quien ha caído en la cuenta. Cuando no de un pedestal. De esto Hollywood ha construido la industria más mentirosa. Porque caerse no puede durar más de 90 minutos. La historia real empieza cuando chico realmente conoce a chica o viceversa, cuando alguno de los dos se empieza a levantar. Ahí es donde todo comienza de verdad. Caerse en el amor. En el mejor de los casos, tirarse a uno mismo a un pozo sin fondo de cuatro letras. Un sitio desde el cual se ve todo distinto. Un sitio donde la luz la pone quien mira y más recibe quien más da. Un lugar en el que caben unas cosas y otras no. Por no hablar de las personas. Es el único lugar del mundo donde siempre se queda la gente que ya no está.

Qué pasa si cursi es el diminutivo de curso. Algo que se nos acaba pasando con el tiempo, siempre y cuando seamos capaces de aprobar. Conmigo ya no hay manera, sigo repitiendo primero de emocionarse. Estoy por montar la tuna de esta puñetera Universidad.

Qué ocurre si Latino viene de latir. De estar agarrado a la vida y no querer soltarla. No es una procedencia, es una forma de entender la felicidad. Saber que vale más un abrazo que un beso, y aún así jamás tener vergüenza de abrazar. Es más, qué son las lenguas romances sino lenguas diseñadas desde sus principios para el noble arte de darse lo suyo. Por no decir de amar.

En definitiva, qué pasa si a cada palabra le imponemos el significado que nos dé la real gana. Que al fin y al cabo es lo mismo que hacemos con las personas, lo que pasa es que queda mucho más fino decir que me acabo de enamorar.»

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Corazón moco.

Corazón moco.

Artículo publicado el domingo, 7 de Febrero de 2016, en ElPeriódico.com.

Corazón Moco
Il·lustració per Leonard Beard.

«Poco se habla de lo que realmente importa. Poco se habla en general. Y encima, cuando lo hacemos, seguimos hablando de sentimientos como se hacía cuando no estaba bien hablar de sentimientos. Evolucionan las formas de relacionarse y sin embargo seguimos describiendo el amor como si no hubiese más posibilidades que las que tuvieron nuestros abuelos. Cuando todos sabemos que ya no es así. Que el cómo siempre condicionó el qué. Si nuestros antepasados hubiesen tenido Tinder, muchos no estaríamos leyendo esto. Eso dalo por seguro. Así que no nos deberíamos engañar más.

Algo pasa cuando llega el momento de abrirnos y damos un paso atrás, exhibiendo un pudor absolutamente impostado y muy poco útil, muy poco fiel a la verdad. Por un lado nos morimos por abrir nuestro corazón y se nota a leguas que lo necesitamos, pero por otro manifestamos un miedo atroz a hacerlo, miedo a hacernos daño, miedo a que nos lo hagan o miedo simplemente a ser malinterpretados, como si solo pudiésemos hablar de lo que sentimos desde el amarillismo o poniéndonos cursis. Y nada más lejos de la realidad.

En qué momento se jodió lo nuestro. En qué momento confundimos vida íntima con vida interior. Abrirse con exhibirse. Un escaparate con libros abiertos. Publicar una foto en Instagram con traicionar tu privacidad. Destrozarse la vida por dentro con saber abrirse en canal. Francamente, no lo sé, pero quizás por eso hoy quiero escribirte corazón en mano. Hoy quiero reivindicar las nuevas relaciones, los nuevos tipos víscera de los que tan poco se habla, porque aunque no se hable de ellos, existen, están ahí y oh sorpresa, hoy por hoy ya son mayoría y cada vez van a más.

Existen los clásicos corazones locos. Que aman de diversas formas y todas a la vez. Poliamorosos y compartidos. Indecisos o simplemente complementarios a varias bandas. Corazones que solo se sienten felices dentro de una mayor complejidad que la que la gente considera «normal». Porque querer ser «normal» por encima de todo es la mejor forma que se me ocurre de perderse la vida de antemano, de renunciar por anticipado a toda felicidad. Cuando «normal» se convierte en «igual que los demás» lo siento pero estás jodido. Muy poco podemos hacer ya por ti.

Existen relaciones neoepistolares que solo funcionan cuando no están juntos y viven en permanente chat. Echarse de menos es más que una forma de compartir lo que se siente por alguien. Es otra forma de disfrutar. Y así deben seguir, pues cuando intentan juntarse, lo suyo es el desastre.

Existen relaciones que sólo funcionan en el recuerdo. Cuando las viviste igual hasta fueron un desastre, una guerra fría, de independencia, civil o incluso mundial. Pero eso da igual, tú ya no te acuerdas de eso, y lo que es un placer ahora es poderlas recordar. Justamente para eso fueron vividas. El error es cuando las intentas comparar con lo que tienes ahora. Pues entonces sí estás mezclando churras con merinas. Y a ver quién es el guapo que hoy por hoy las sabe diferenciar.

Existen relaciones que siempre están a punto de producirse, pero que no llegan a hacerlo jamás. Son las relaciones impasibles ante lo posible, en continua inflación del deseo y en permanente erección. Y ojo que éstas pueden provocar hasta dolor de ovarios, tengas lo que tengas, da igual.

Existen relaciones que no quieren aprender a quererse. Solo pretenden que el otro o la otra se adapte a la manera de querer propia. Y esas son las más dolorosas, pues tarde o temprano, por mucho que se quiera, se acaba queriendo mal.

Existen relaciones con el pestillo roto. Relaciones que dejan entrar a cualquiera a opinar, a juzgar, a valorar si aquello está bien o mal. Y cuando apagan la luz, se dan cuenta de lo solos que realmente se han quedado, pues todo el que opinaba lo hacía por envidia o por simple maldad colectiva, que es la más hipócrita de todas, pues cuenta encima con el beneplácito social. Lo que ocurre entre dos personas que se aman no sólo es sagrado, sino que debería ser nombrado reserva natural protegida por la ONU, por los cascos azules y por toda la Humanidad. Y hasta que no lo entiendan algunos, sólo demostrarán ser unos miserables de sentimiento, discapacitados emocionales, gente a la que solo hay que desearle que se cure algún día de lo suyo, pues sólo entonces podrá amar.

Y por último existen corazones como el mío. Corazón moco donde los haya. Corazón moco que a veces no me deja ni respirar. Corazón cada vez más pegajoso y sucio, que siempre aparece donde no debe y que vuelve con más fuerza cada vez que hace frío para recordarme que ya me he vuelto a resfriar. Y es entonces cuando pasas de los pañuelos de usar y tirar a los pañuelos de tela, que siempre visten, abrigan y duran más.

Bendito virus el nuestro. Bendita enfermedad.»

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Sudar.

Sudar.

Artículo publicado el domingo, 31 de Enero de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«A pesar de lo que deseábamos Vanesa y yo, al final nadie fue capaz de frenar enero. Y entre la cuesta propia del mes, la vuelta masiva al gimnasio y el poco frío que nos hizo, de lo único que estuvimos sobrados fue de sudor. Un sudor no solo físico, sino también emocional, social y moral, un sudor que se manifiesta ya no solo en las axilas o en los pies, sino en el alma y el corazón. Un sudor muy churchiliano mezclado con sangre y lágrima, algo así como en los milagros, pero sin la necesidad del visto bueno papal.

Es el sudor de un cambio de armario que llegó tarde. Cuando la ropa o te sobra o te falta, pero jamás acaba de acertar. Donde casi todas las madres amenazan con que vas a pillar un sarampión, que ya, mamá. Donde ya no puedes ni disimular las calorías que te has metido durante la navidad. La operación bikini tendrá que volver a esperar.

Es el sudor que precede a las primeras agujetas del año. Las que nos recuerdan que no estábamos acostumbrados a sudar de ese modo. Un año más, otra cura de humildad. Una frecuencia que dicen que se convierte en hábito tras 21 días. Ojalá fuese tan fácil crearse un hábito como lo es caer en cualquier vicio. Ojalá.

Es el sudor de tu frente, el único que te aparece en la Biblia para recordarte que el duro trabajo te devolverá algo de dignidad como ser humano. Por eso es tan indigno el espectáculo al que tenemos que asistir cada día, esa gentuza que aprovecha su cargo para robar sin pegar golpe mientras hay millones de personas que darían su vida por conseguir un trabajo honrado. Es tan indigno que ahí ya no suda un individuo, sino toda la sociedad.

Pero es que también es el sudor combinado, la suma de varios sudores, que es el que se da cuando se juntan dos cuerpos o más. Un sudor con sabor y olor indescriptible, porque normalmente nadie que se encuentre ahí en medio está como para tomar notas. Es el sudor que recogen las sábanas, luz y taquígrafos sobre el lienzo de los que se acaban de amar. O sin ponerse estupendo, simplemente, de follar.

Es el sudor frío del que delata al que sufre miedo, escalofríos o ansiedad. Como el que te recorre por dentro cuando te enteras de que un hijo de la gran puta acaba de tirar por la ventana a un bebé de 17 meses justo cuando había sido descubierto abusando de él. Con perdón de las señoras putas. Pero ese individuo no merece ni la condición de ser humano. Merece ser tratado como la aberración que es, ni persona ni animal, es una cosa que hay que desmontar, desconectar de nuestro estado de derecho y hasta desenchufar. Sí, ya sé que no hay que desearle la muerte a nadie, y que conste que no se la estoy deseando, pues tampoco eso me convencería. Yo sería más partidario de que sufriese durante el resto de su larguísima vida. A mí me sale así, no te voy a engañar. Por suerte no soy yo el que decide estas cosas, que para eso están las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y sobre todo nuestro sistema judicial. Pero te juro que si de mí dependiese, ese malnacido conocería el significado de la palabra dolor en todas sus variantes. Su condena debería ser desear con todas sus fuerzas la muerte, pero jamás llegar.

Pero a lo que iba, que me pierdo. Sudar. Sudar. Sudar. No, lo siento, por más que lo intento no me sale. Después de contarte esto, lo único que tengo ganas es de llorar. De impotencia. De rabia. De indignación. Por ese bebé de nombre Alicia que ya jamás visitará el país de las maravillas, porque le tocó vivir en un país con hijos de puta como el que la mató.

Sí, ya sé que muchos pensarán que me he ido del tema.

Sinceramente. Me la suda.»

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El mayor lo siento del mundo.

El mayor lo siento del mundo.

Artículo publicado el domingo, 24 de Enero de 2016, en ElPeriódico.com.

 

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Il·lustració de Leonard Beard.

«El mayor lo siento del mundo ya empieza mal porque llega tarde. Y tarde es lo peor que se puede llegar cuando las cosas urgen tanto como tú y yo. Tarde es lo mejor que se nos ocurre ahora, este mediocre punto intermedio entre un nunca al que nosotros jamás habríamos llegado y aquel momento en el que todo esto realmente debió haber ocurrido. Pero qué le vamos a hacer, si al menos llega no pasa nada, y si pasa oye pues se le saluda y ya está.

El mayor lo siento del mundo siempre estuvo ahí, acurrucado y protegido tras cualquier silencio de duración inesperada, aguardando a que mi ego y el tuyo se callasen un poco y dejasen de una vez de incordiar. Como dos niños pequeños en la sala de espera del despacho del director, cuando sólo les preocupa aclarar quién ha empezado, y no quién es el primero que lo puede solucionar.

Una vez ellos se sentaron, bajaron la guardia y se relajaron un poco, apareció el mayor lo siento del mundo, susurrante y con la boca entornada, dejándonos casi sin aire para pronunciar. Y hubo que dar el brazo a torcer mientras nos bajamos del burro, control zeta de casi todo lo dicho, reconocer que algo estábamos haciendo mal. O mejor dicho, que no todo lo dicho fue sentido como fue dicho. Con lo que eso cuesta cuando crees acabar teniendo la razón. Pero ya se sabe, en esta vida hay que escoger, no se puede tener a la vez la razón y la felicidad.

Y es que el mayor lo siento del mundo viene siempre después de una discusión acalorada, la única actividad humana en la que las dos partes más pierden cuanto más intentan ganar. Para empezar, capacidad de escucha, que es la única necesaria para poder comunicarse y comunicar. Cerramos compuertas, nos volvimos impermeables y confundimos empatía con justicia, que es lo mismo que creerte la mentira de que hoy estás en posesión de la verdad. Pero es que encima nosotros perdimos el tiempo, y tiempo nuestro que nadie nos ha regalado, tiempo que echaremos tanto de menos cuando nos estemos echando de menos de verdad. Tiempo para disfrutarnos, tiempo para darnos cuenta de lo bien que estamos cuando estamos bien, tiempo para estar juntos y no contra los dos. Tiempo que ya da igual porque ya no existe, tiempo que no se fue, sino que lo desechamos de nuestras vidas como si nos sobrase. Tiempo que jamás volverá. Los economistas lo llaman coste de oportunidad. Yo lo llamo joder para no follar.

El mayor lo siento del mundo es consciente de todo eso y de mucho más. Por eso, al mayor lo siento del mundo le gustaría decirte que esto no volverá. Que ya aprendimos, que la discusión sufrida jamás se repetirá. Pero el mayor lo siento del mundo no te puede engañar. Es consciente y consistente, y por eso no puede pedir disculpas, porque hemos llegado hasta aquí juntitos de la manita. Los dos deberíamos aprender y tomar medidas. Y los dos sabemos cuáles son y que no serán sencillas, sabemos que dolerán. Pero las aplicaremos a todo pasado, con más cariño y seguramente con más claridad. Nadie dijo que quererse fuese a ser fácil. Lo que pasa es que siempre es más fácil quererse mal.

Y pese a todo aquí estamos, reconciliándonos de nuevo. Cada vez tardamos menos en abrazarnos y en buscar cualquier broma absurda a la que agarrarnos para salir airosos e invertir la espiral negativa.

Salimos de ésta y lo hicimos más fuertes. Todo gracias al mayor lo siento del mundo y a la única frase con la que tiene sentido contestar.

Yo más.»

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Frío frío.

Frío frío.

Artículo publicado el domingo, 17 de Enero de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració de Leonard Beard.

«Frío frío. Por fin hace frío. Y no eso que había hasta ahora, sino frío del de verdad. Bajaron las temperaturas, nos faltó epidermis y todos acudimos al armario a por más. Eso sí, seguimos con labios cortados y pañuelos de usar y tirar. Porque por mucho que avance la ciencia, los mocos siguen siendo mocos y ahí están. Pillándonos un año más desprevenidos. Asomándose cada vez que pueden dejarnos en ridículo, haciéndonos quedar mal. A sabiendas de que tarde o temprano volverían como oscuras golondrinas, de nuestras narices sus nidos a colgar. Que «el Niño» se nos acabaría haciendo mayor. Y así hasta dentro de tres o siete años. Qué más da.

Frío frío. Y sin embargo, buenos tiempos para los que amamos el frío. El seco que nos recuerda que somos seres incompletos, el húmedo que nos hace tan permeables como el que más. Frío como el mejor y más antiguo detector de vulnerabilidad. O peor aún, de clase social. Porque por mucho que avancemos, el frío no elegido sigue siendo patrimonio de pobres. Pobreza energética lo llaman, por no llamarlo como realmente se llama: desigualdad. Una vergüenza para todos los que aún podemos abrigarnos. Incluyendo aquellos que han estrenado curso y escaño, aquellos a los que acabamos de votar.

Frío frío. Termómetro en caída libre en un país de temas candentes. Pedazos de este toma y daca meteorológico, fotogramas de ciclo climático para descongelar. Porque parece que las estaciones son cada vez más cortas. Más repetidos los partes. Menos pronunciadas las caídas. Y más confuso todo, tanto el termómetro en la calle como el panorama electoral. En definitiva, un invierno que nos acabará quedado de lo más primaveral. Inundaciones históricas aquí y allá. Huracanes de los que se lo llevan todo por delante. Temperaturas inéditas de las que no existe registro escrito. Anuncios de que nos cargamos el planeta. Preparativos mayas para otro punto y final.

Frío frío. Y cuando digo frío me quedo corto. Porque hay otro frío que se añade al que viene, y es el que jamás se va. Es el que pasa por dentro, del que poco o nada se habla, pero que es muchísimo más perjudicial. Es el frío de las cosas que jamás nos dijimos. Es el frío que se siente siempre demasiado tarde. Cuando parece que todo ya está. Es el frío que provoca más muertes al año, el que deja a más gente a la intemperie, el que nos hace dejar de ser civilizados. Es el frío de las cosas que no volverán.

Un gélido abrazo es muchísimo peor que un bofetón en toda la cara, que como mínimo te calienta la mejilla, a la vez que te informa de que a la otra persona le das de todo, menos igual. Y dónde pretendo llegar, te preguntarás. Pues justamente donde ahora no puedo. Pues justamente donde ahora tú estás. El caso es que hoy aquí hace mucho frío. Y el caso es que te echo aún más de menos, el caso es que tú, hoy, no estás.

Y no vi llover. Ni me dieron las diez. Ni tampoco te pienso llamar. Me voy a quedar disfrutando de este frío intenso. Dejaré que me envuelva de tu ausencia. Que me cale la tristeza hasta los huesos. Y me pienso dejar llevar por esta hipotermia sentimental. Así cuando llegues igual hay suerte y me encuentras al borde del colapso. A punto de echarte la culpa en una nota de despedida. Dejándote todo tipo de teorías conspiranoicas y varios reproches, habiéndome llevado toda hipótesis hasta el final.

Y será entonces cuando llegues tú y me enciendas la vida de un beso. Y me deje de tanta hostia y de tanto intentar llamar tu atención. Y seguro que me preguntas qué tal. Y yo te contestaré con un nada, aquí, descansando un poco. Todo bien. Todo normal.»

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Perder la costumbre.

Perder la costumbre.

Artículo publicado el domingo, 10 de Enero de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració de Leonard Beard.

«De eso han ido estas vacaciones. De perder una costumbre. Y de ganar otra. Un intercambio de vidas tan asimétricas como complementarias. Un canje de rutinas entre lo personal y lo profesional. Salirse de uno mismo para volverse a meter después, con todo el drama que supone darse cuenta de que ya no se cabe igual de bien, turrones y comilonas mediante. Pero da igual, aprovechas y te ves desde fuera, y vas alejándote del mundanal ruido cotidiano para así volver a afinar el único instrumento que jamás deberías haber dejado de interpretar: tú.

Vuelves a tu yo de antes y lo primero que te preguntas es por dónde ibas. Cuando no acabas preguntándote hacia dónde vas. No es extraño que se disparen los divorcios. Y los cambios drásticos en la carrera laboral.

Perder la costumbre. Porque hay que perderla de tanto en tanto. Es necesario. Es higiénico. Es sano. Dejar de hacer todo aquello a lo que estábamos acostumbrados y permitir que la falta de costumbre nos vuelva a pillar por sorpresa. Y es que cuando nos acostumbramos, dejamos de pensar las cosas. Las automatizamos y dejamos de cuestionárnoslas. Las hacemos porque siempre las hicimos de ese modo. Embrague, cambio, gas. Así, cuando nos falta la costumbre, nos vuelve a funcionar el coco. Tomamos distancia y todo se piensa mucho más claro. O digamos que se piensa de verdad.

Perder la costumbre. Abandonar todo aquello que ya no se cuestiona. Y por lo tanto, dado el suficiente tiempo, todo aquello que acaba volviéndose muy peligroso. No se cuestiona porque sí. No se cuestiona porque no. Es así de aleatorio. Así de mentira. Así de falaz. Las leyes, los pactos, la constitución, la monarquía, las fiestas, los festejos y hasta la indumentaria de los Reyes Magos. Todo está bien revisarlo, para dejar bien claro qué mantenemos y qué nos cargamos, para dejar constancia de que salimos a la calle libres de caspa, convenientemente actualizados, y habiéndonos descargado la última versión de nosotros mismos.

En la pareja, a la falta de costumbre se le llama echarse de menos. De pronto, la otra persona se va. Y la vida te da otra oportunidad para recordar lo bonita que era su ausencia. Cuando recién os acababais de conocer. Cuando aún no os podíais ver con ganas, que era siempre. Cuando aún os teníais tanto que contar. Bendita ausencia, la parte de cualquier persona que sólo se hace visible cuando ya no está. Una ausencia llena de matices, de sentimientos que crecen y vuelven a rellenar de oxígeno la que se queda. Porque las horas de ausencia de alguien querido van amontonándose en forma de ganas de verse. Ganas que, te lleves como te lleves, nunca está de más acumular. Y justo cuando te estabas acostumbrando a estar solo, lo maravilloso que es reencontrarse y requererse, eso es imposible de superar.

Creo que he perdido la costumbre de escribir cada semana. Y de pronto me siento aún más torpe de lo habitual. Pero lejos de sufrirla, estoy disfrutando de esta torpeza. Me hace volver a cuestionármelo todo. Por cierto, al techo no le iría nada mal una mano de pintura. Para empezar, qué tengo nuevo que contar, para qué sirve escribir si no es para desenmascarar algún tipo de verdad. Y la verdad es que noto que he perdido esa costumbre. No pasa nada, ya volverá. O quizás sea otra nueva, es posible, por qué no. Como cuando se nos escapó la gata callejera que teníamos adoptada en Roda de Bará. Volvió tal como se había ido al cabo de pocas semanas. Y todos supimos desde el principio que no era ella. Era otra muy parecida. Porque tenía alguna mancha de más. Y sin decirnos nada, a todos sin excepción nos dio más o menos igual. Volvió enseguida a ser de la familia. Volvimos a quererla como a la que más. Porque si algo se le da bien a cualquier familia, es disimular.

Perder la costumbre. Necesario para que algo te importe de veras. Para volver a valorar las cosas. Para sentir que todo vuelve a empezar. Es nuestra casilla de salida en el Monopoly. Nuestro borrón y cuenta nueva en la sociedad. Nuestra goma de borrar existencial.

Parafraseando al filósofo Ricky Martin. Para que haya un pasito palante, María. Tiene que haber un pasito patrás.»

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Carta abierta a un candidato.

Carta abierta a un candidato.

Artículo publicado el domingo, 20 de Diciembre de 2015, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració de Leonard Beard.

«Estimado candidato,

Perdón por lo de estimado. Vaya por delante que no le tengo ningún aprecio especial más allá del que le profeso a quien no conozco de prácticamente nada. Pero como lleva usted unos cuantos meses metiéndose a todas horas en mi casa, en mi trabajo, en mis conversaciones y en mi vida, al final no vamos a decir que el roce hace el cariño, pero sí la familiaridad. Le escribo esta carta abierta en el día crucial para usted, el único día en el que dicen que se me va a hacer caso. A mí y a los treinta y pico millones de españoles que estamos llamados a las urnas. Hoy es mi día para escribírsela. Hoy es mi día para hacérsela llegar.

Para empezar, perdóneme si de entrada no le creo. No me creo nada de lo que me ha ido explicando durante estos días. Sea usted rojo, morado, naranja, azul o verde, da igual. Y no me lo tenga en cuenta, a lo mejor no es ni siquiera culpa suya directamente. Igual es por culpa de alguien de su partido que ha metido la mano donde no debía, igual es su inexperiencia la que me hace desconfiar, o igual es que me la han metido doblada tantas veces ya, que me han robado la inocencia, la cartera, el mes de abril, el de mayo, el de junio y así hasta la suciedad.

Por lo tanto, entienda que no haya tenido ganas ni de leerme su programa. Ya me tomé esa molestia en el pasado y sólo me sirvió más que para indignarme cada vez que incumplían lo que prometieran quienes se llevaron el voto al agua. Cada vez que recortaron donde dijeron invertir. Cada vez que subieron impuestos que dijeron que debían bajar. Cada vez que eliminaron prestaciones que debían cubrir. Cada vez que hicieron exactamente lo contrario de lo que me habían dicho que iban a hacer. Cada vez que le echaron la culpa a esa herencia recibida a la que habían prometido jamás culpar. Cada vez que nos hicieron morir de vergüenza por haberles votado. Entienda que, después de todo, encuentre siempre algo más interesante que hacer que leer su mentira en diferido, o vamos a llamarla su propuesta de media verdad.

Le escribo básicamente para pedirle dos cosas.

La primera, que si usted gana, cumpla. No ya con el programa, que ése ya hemos visto que no sirve más que para medir su grado de ingenuidad, o mejor dicho el que usted cree que tenemos los demás. Tampoco le pido que cumpla con España, que eso a estas alturas de nuestra Historia alcanza el grado casi de ficción, como acaba ocurriendo con cualquier entidad. Le ruego que cumpla con los españoles. Por si no lo ha notado en campaña, los españoles no sé si somos mucho españoles, pero somos buena gente, incluso los más capullos tenemos nuestro aquél, y en realidad nos daríamos con un canto en los dientes si el próximo inquilino de La Moncloa se limitara a dejar de dar lecciones sobre cómo jodernos la vida y se pusiera simplemente a trabajar. Y que lo hiciera no sólo de manera honrada, le pediría que lo hiciera de manera ejemplar. Merecemos un presidente en el que poder mirarnos como hacemos con Andrés Iniesta, con Pau Gasol o con Rafa Nadal. Merecemos un presidente del que estar orgullosos incluso los que no le votaron. Sé que suena fantasioso, pero ha llegado el momento de que usted al menos nos lo parezca de verdad. Que esté dispuesto a dimitir y que no le tiemble la mano al cesar a quien lo haya hecho mal. Y si no sabe por dónde se empieza, rodéese de gente extraordinaria, olvídese de los dedazos y fiche a gente mucho más lista que usted, manténgalos cerca y verá como incluso lo bueno se pega, que hasta le será más fácil disimular.

Y la segunda cosa que le tengo que pedir es que si usted no gana, cumpla. Que nos enseñe de una vez cómo es una oposición responsable, que se olvide para siempre del y tú más. Que se acuerde de la gente que aun sabiendo que no iba a ganar, le votaron. Ellos merecen alguien que les dé su voz en el Congreso. Igual están dispuestos hasta a perdonarles que no se hayan leído a Kant. Sáquenle los colores al Gobierno que no cumpla, pero sobre todo, ayúdenle a gobernar. Hagan que su partido consiga ya no pactos de estado, sino unas cortes más sabias, más eficientes, más cercanas a la ciudadanía, y sobre todo, que jamás pierdan capacidad de escuchar. Recuerden que mucha gente aún no votará en estas generales, y el objetivo de todos debería ser que volviesen a sentirse representados, que volviesen a creer que esto de la política es cosa de todos y que volviesen, sobre todo, a confiar. E idealmente, la próxima vez, a hacerles ganar.

Y a los dos, no olviden que hoy empieza un debate de estos que tanto les gustan, pero éste sí es definitivo. El que confronta lo que se dice y lo que se hace, aquél en el que dejamos el mundo de las ideas y aterrizamos en el momento de ponerlas en práctica.

Es la hora de llevarlas a la realidad.

Y a todos los efectos, deposito este voto nulo a 20 de diciembre de 2015 en la correspondiente urna de mi colegio electoral.»

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Estás mayor.

Estás mayor.

Artículo publicado el domingo, 13 de Diciembre de 2015, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració de Leonard Beard.

«Estás mayor. Sí, tú, ya sabes a quién me refiero. Y ojo no te equivoques, no se trata de cumplir años, cumplir años es maravilloso. Eso es hacerse mayor, una buena excusa para también hacerse grande. Admiro a los ancianos, sobre todo por haber sabido sobrevivir. Siempre les pregunto cómo lo han hecho. Y siempre me responden cosas distintas. Fascinante, pero real.

Estar mayor es otra cosa. Se trata más bien de envejecerse. Apolillarse. Encerrarse voluntariamente en el desván y bajar las persianas para dejar que las cosas ocurran sin ti. Volverse un yonqui enganchado a tu propio pasado. Divorciarse del ahora y volver con tu ex, que se llama un antes que no volverá. Te envejeces cuando te separas del momento actual. Te envejeces cuando te quedas mirando cómo te adelanta la vida porque has creído que ella corría más que tú. Y te envejeces cuando crees que lo nuevo ya no va contigo. O cuando por el simple hecho de ser nuevo, algo malo tendrá. Si aún piensas así, date una vuelta por los cursillos de programación HTML para la tercera edad. Y luego me cuentas qué tal.

Estás mayor cuando dices que cualquier cosa ya no se fabrica como antes. Música, películas, recetas, neveras o casas, da igual. Que todos los grupos se parecen a los Beatles. Que nadie ha vuelto a hacer cine después de Hitchcock. Tú dices que son gajes de poseer cultura y experiencia. Yo lo llamo Complejo de Jorge Manrique. Afortunadamente que nada se hace como antes. Cosas malas y cosas buenas las hubo siempre y siempre las habrá. Igual que siempre existió el concepto de calidad. E incluso ese concepto tuvo que cambiar, como el concepto de lujo, como el de cantidad. Hace siglos, tener muchos hijos y que se murieran unos cuantos era lo que se consideraba de lo más normal. Imagínate eso hoy día. Sigue pasando, no muy lejos de aquí sigue siendo normal. ¿Y qué es lo único que ni cambia ni debería cambiar? Los valores. Los grandes valores. La Justicia. El Respeto. La Empatía. La Honestidad. Si me apuras, incluso estos conceptos no han parado de ser puestos en entredicho frente a nuevas prácticas y oportunidades que aún debemos debatir ya no en el terreno de la técnica, sino en el de la moral.

Estás mayor cuando dejas de actualizarte. Cuando crees que un día estudiaste, y ya está. Cuando abandonas tu propia formación continua. Cuando dejas de escuchar a tus inquietudes, que son tu propia Universidad. Porque actualizarse es mantener la ilusión del niño que todos llevamos dentro y que necesita de novedades para poder resucitar. Saberse ignorante es sólo el primer paso. El siguiente es exigirse aprender siempre algo nuevo, algo más. La cultura consiste en superar la fecha de tu nacimiento. Conversar con gente interesantísima con la que ya no te podrías sentar a charlar.

Estás mayor cuando hablas de las redes sociales como si fueran malas. Cuando te jactas de seguir manteniéndote al margen de ellas. No porque no comporten consecuencias negativas, sino porque las redes nos traen las mismas cosas que nos trae la sociedad. De nuevo, cosas buenas y cosas malas. Gente que usa la herramienta para cortar carne y gente que abusa de la misma herramienta para clavársela a los demás. Y no por eso juzgamos a los cuchillos. Son los delincuentes los que deben ser ajusticiados, no los instrumentos que nos ayudan a comunicar. Estás mayor porque has perdido curiosidad. Y porque, aunque tú no estés, que sepas que igualmente estás.

Estás mayor cuando dices que no hay que compartir jamás lo que a uno le ocurre. Cuando sentencias, así con voz profunda y solemne que la vida privada no hay que publicarla en ningún sitio y bajo ningún concepto. Que se está perdiendo el concepto de intimidad. Y lo que demuestras es que no entiendes que ha nacido un nuevo concepto de entorno, un círculo inédito en la historia de la humanidad: la intimidad pública. Ya no somos lo que tenemos, ni siquiera lo que estudiamos, ahora somos lo que decidimos compartir. Y por lo tanto, eso implica que también compartimos lo que sentimos, lo que nos duele, lo que nos hace felices, lo que nos hace diferentes, lo que nos hace soñar. Y debemos hacerlo, en la medida de lo posible, siendo fieles a la realidad. Vale, de acuerdo, tratar de camuflarla, filtrarla y embellecerla lo más que podamos, pero con un sustrato y una base de máxima autenticidad. Porque si no, aparte de que nos pillarán enseguida, dejaremos de ser nosotros mismos. Nos convertiremos en mentirosos sociales, o lo que es peor, marcas blancas de nosotros mismos, substituibles, commodities. Y entonces también conoceremos un nuevo concepto de soledad.

Para terminar, tampoco te vengas abajo, porque para que haya gente que innova, siempre tiene que haber gente que esté mayor. Es el motor de la humanidad. “Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros.” La cita, con la que abrí ‘Urbrands’, mi último libro, es de Marco Tulio Cicerón, siglo I a.C.»

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