Fuera de cobertura.

Fuera de cobertura.

Artículo publicado el domingo, 24 de julio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

 

Me estoy quedando sin cobertura. Y ojo que no hablo de mi móvil, que ya hace tiempo que funciona mucho mejor que yo. Me refiero a mi actitud, mis ganas y mi predisposición a estas alturas del año. Debe de ser por eso de que dejamos de trabajar para Hacienda, no sé, pero lo cierto es que las vacaciones de verano siempre me pillan como a Kate Moss: con una rayita. Badúm pshh. Sin embargo, en mi caso esa rayita es de batería y, sobre todo, de cobertura.

Por estas épocas, poco a poco, voy notando que cada vez escucho menos. Los susurros se vuelven gritos y las cotidianidad me da aún más pereza que de costumbre, que ya es decir. Dirás que es el calor que nos aplatana, pero ya no. Porque me ocurre lo mismo aunque me tire horas bajo el chorro del aire acondicionado, sigo recibiendo cada vez peor. Y que conste que no es un proceso inducido ni consciente, ni mucho menos, es algo que me pasa todos los años muy a pesar de mi voluntad.

También siento que emito peor que de costumbre. Lo que tengo en mi cabeza y lo que acaba saliendo por mi boca se parecen lo mismo que los discursos de Melania y Michelle, bueno, igual no tanto, vale me he pasado. Pero sí creo que cada vez estoy menos interesado en ser bien recibido, entendido, decodificado por los demás. Yo lo suelto y una vez está fuera me dedico a explorar qué tal se desenvuelve el mensaje por sí mismo en el exterior, como quien examina su pañuelo después de sonarse, dispuesto a llevarse una desagradable sorpresa que sin embargo sabe que le encantará contemplar. También es posible que todo sea sólo cosa de la edad. No sé.

Lo que sí sé es que al mismo tiempo, se produce en mi cabeza una desconexión en círculos concéntricos, de fuera a dentro, de más a menos prescindibles en mi vida. Es un proceso de degradación social que también forma parte de esta crisálida del cerebro a la que llamamos agosto.

Suelo empezar por los contactos con los que no he hablado en el último año. Son el trastero de las relaciones sociales. Esa parte del fondo de armario que ya jamás te pondrás. Son las personas que de pronto se vuelven cada vez más borrosas. Y algún día los descubres en tu agenda de teléfonos y en algún caso hasta te preguntas quién es esa persona que algún día te hizo almacenar su contacto. Y de pronto me doy cuenta de que no lo utilicé jamás. Ni ellos tampoco el mío, claro.

Después empiezo a disparar balones fuera con una habilidad que ni Sergio Ramos en sus mejores tiempos. Badúm repsssh. De pronto, mi agenda se vuelve impermeable a todo tipo de compromisos, reuniones y otras fiestas de guardar. Y el proceso desde este punto se vuelve imparable e irreversible.

Continúo por las personas con las que trato día a día. Personajes secundarios en mi rutina diaria que, como todos los secundarios, son cada vez más protagonistas, más visibles, pues empiezan a actuar como si supieran que cuando vuelvan de vacaciones, ahí estarás.

A continuación empiezo a reconectarme con las personas más importantes de mi vida de una manera que no he podido el resto del año. Es por eso, supongo, que hay más divorcios cada verano. Porque uno se ve obligado a concederle horas a quien se supone que le importa de verdad. Y ahí se dan cuenta muchos de lo poco que les importan sus allegados. O simplemente, de lo equivocados que están. En mi caso, pasar más tiempo con la gente que quiero es lo más próximo que existe a eso que algunos llaman felicidad. Y regalándoles lo más preciado que tengo, mi tiempo y mi rutina, es mi manera de intentárselo demostrar.

Por último, llega el momento de desconectar de mí mismo. Es la desconexión más difícil, pero la más importante también. Dejar de hacer lo que hacía, de hablar de lo que hablaba, de pensar en lo que pensaba y de sentir lo que sentía. Quitarse todo ese ropaje y ponerlo a lavar, secar y centrifugar, y ver qué es lo que se ha estropeado, lo que se me ha quedado grande o pequeño y lo que definitivamente, hay que ir pensando en renovar. Tomarse distancia y verse como en un sueño, desde otro punto de vista pero sabiendo que seguirás siendo tú en tercera persona, hasta que decidas volverte a despertar.

Me estoy quedando sin cobertura y lo noto incluso como responsable de esta columna que sabe que —con suerte— hasta el mes de septiembre no volverá.

No sé si me r-c-b-s bien. Hol-? M— es——————?

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El mundo se va a la mierda.

El mundo se va a la mierda.

Artículo publicado el miércoles 20  de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

ristoEl mundo se va a la mierda. No, no lo digo yo. Lo dicen los informativos y eso que llamamos noticias, por no llamarlas teledesgracias, que aunque suena peor, igual venderían más. Es Bagdad, es Niza, es Ankara, es Alemania. Es la UE, que habrá que empezar a venderla sin UK, como quien le quita los aditivos a un yogur. Es la política exterior de la UE. Es celebrar que siga en el poder alguien como Erdogan. Pero es que es Siria. Es Al Asad. Es Lesbos. Es Malawi. Es Zaatari. Es ISIS. Es Al Qaeda. Es Boko Haram. Pero es que también es Orlando, es Baton Rouge, es Trump. Michelle Trump. Es que será cualquier otro entre que escribo estas líneas y salen publicadas. Es que no nos da tiempo ni de enterrar a los muertos ni de curar a los heridos, que ya se está liando en cualquier otro punto del planeta.

El mundo se va a la mierda. Son los maristas pederastas cuyas penas prescriben como si lo que hicieron se arreglase con el tiempo, cuando no les cae una condena irrisoria, aquí paz y después gloria, pelillos a la mar. Ahí siguen también los asesinos más cobardes que existen, los maltratadores y practicantes de esa lacra social en que se ha convertido la violencia de género en nuestro país. 28 asesinadas en lo que va de año, si no más.

El mundo se va a la mierda. Es el paro, los contratos basura, la economía que no levanta cabeza y amenaza con nuevas recesiones cuando aún no hemos salido de la anterior. Es la corrupción, o mejor dicho, son los corruptos, chanchulleros y evasores de impuestos que no devuelven lo robado, es la impotencia del ciudadano de a pie que sólo importa para que vote y pague, son estas legislaturas de 6 meses tras las cuales nadie dimite pese a su incapacidad manifiesta para negociar. Por no hablar del calentamiento global y las mil y una formas de cargarse el planeta que aún nos quedan por experimentar.

Hoy sonreír se ha convertido en un acto revolucionario. Hoy tener esperanza es lo más próximo a contagiarse de más idiotez. Hoy sólo se puede ser feliz si decides serlo a pesar de todo. Y enamorarse puede que sea la más irracional de las actividades humanas. Y ya no digamos traer hijos al mundo.

Por eso me gustaría acabar este texto aportando un halo de luz, de un optimismo que, aunque suene infantil e ingenuo, nos ayude a continuar levantando la persiana, el párpado o la ilusión, da igual.

Por eso, decirte que nos quedan sólo dos actitudes. La primera, es la de no hacer nada y morirse de miedo. Y la segunda, es la de hacerlo todo igualmente y morirse de todo lo demás.

Que si el mundo se nos va a la mierda, que al menos nos pille soñando, riendo, cazando Pokémons o si me apuras, hasta bailando la Salchipapa.

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9.80665 m/s2.

9.80665 m/s2.

Artículo publicado el domingo, 17 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Las cosas caen. Hayan subido antes o no. Por eso no bajan. Ni descienden. Ni siquiera se desinflan. Simplemente, caen. Esta es la gran lección que te va dando la vida poco a poco. Dejando que la gravedad haga su trabajo y que tú, que hasta entonces te creías inmune, lo vayas descubriendo lentamente. Decepción a decepción. Creencia a creencia. Despedida a despedida. Apartando granito a granito lo superfluo para que veas que, al final, te pongas como te pongas, las cosas caen.

Todo cae. Las cosas, las primeras. Pero las personas también. Y las obras de las personas ya ni digamos: si nadie las cuida, claro que acaban corriendo la misma suerte. Por lo tanto, si aún no han caído, es porque alguien o algo las ha mantenido hasta ese mismo momento.

Caen los ídolos. Y con ellos las esperanzas de que fuésemos mejores de lo que realmente somos. Caen las carnes. Y desenfocamos el retrato de Dorian Gray que ocupa nuestra foto del avatar. Cae el pelo. El mío el primero, ya. Pero si a ti aún no se te ha caído, date tiempo y ya verás. Y hablando de caérsele el pelo, caen las bandas organizadas, vale, algunas, no todas, es verdad. Se nos cae la vida. Cualquier día. En cualquier momento. En cualquier lugar. Por caer, caen hasta los proyectos que estaban siendo promovidos por algún iluso que dejó de poder empujarlos. Y la prueba es que la inmensa mayoría de ilusiones, empresas y proyectos de este mundo no tienen continuidad más allá de quien tuvo la idea y no sobreviven a su fundador. Sí, es cierto, hay sueños que sobreviven a generaciones. Pero lamentablemente no son legión. La mayoría de sueños son como los ataúdes, casi todo el mundo tiene uno, pero es muy incómodo ponerte a ocupar el de los demás.

Y es que las cosas, como las relaciones, como las personas, como las células, se desordenan solas. Se ensucian solas. Se deterioran solas. Se arrugan solas. Se estropean solas. Tienden de manera desaforada a eso que los científicos llaman entropía y que no es más que la tristeza que las cosas sienten al sentirse abandonadas. El abrazo de la muerte al mismísimo caos que las llama por su nombre para descomponer sus átomos y volver a jugar como quien tira los dados sin esperar a que vuelva dios del baño. Y hay que esforzarse mucho, qué digo mucho, hay que sudar como un Sísifo para mantenerlas donde están, y ya no digamos para que evolucionen y crezcan y aprendan y aporten algo al mundo y a los demás. Mantener vivo un amor, una empresa o cualquier relación, es empujarla siempre hacia arriba, pues si no la empujas la estás dejando caer, y para cuando te vengas a dar cuenta, ya no sabrás ni dónde está. Créeme, he recogido corazones hechos pedazos más de una vez.

Quizás por eso me fascinan tanto las catedrales, los monumentos, las piedras en general. Por su continua resistencia a la caída. Porque ser una oda física a la supervivencia. Porque nos verán morir. Y porque les dará igual.

Al final, el suelo es el destino de casi todas las cosas. Y eso significa mucho más que el efecto de la simple gravedad. Significa que si las dejas caer, conforme se acerquen al suelo, irán incrementando su velocidad. Se acelerarán. Se harán más inevitables. Inexorables. Evidentes. Parecerán predestinadas. Pero no nos engañemos, nada más lejos de la realidad. Habrán sido, simplemente, dejadas, y dejar viene mucho antes que vejar en el diccionario, pero aquí significan más o menos lo mismo.

Las cosas caen. La distancia al suelo es lo que llamamos éxito. Y al suelo también le hemos cambiado el nombre, le hemos llamado fracaso, por no llamarlo punto de apoyo para volverse a levantar.

Hayan subido antes o no, las cosas caen. Por eso no bajan. Ni descienden. Ni siquiera se desinflan. Se deterioran. Se desintegran. Se oxidan. Y hay quien no está dispuesto a caer. Y entonces prefiere tirarse. Ellos verán.

Yo sólo sé que las cosas caen. Y que pienso seguir empujando para que no decaigan. Aunque lo bueno no es que uno empuje para que ciertas cosas aguanten. Lo bueno es el día en que descubres que ahora sois dos o más empujando en la misma dirección.

Entonces —y sólo entonces— se puede hablar de proyecto de vida.

Entonces —y sólo entonces— se puede hablar de transformarse y trascenderse.

Entonces —y sólo entonces— se puede buscar la felicidad propia, siempre tan escondida entre medio de la de los demás.

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Qué has hecho conmigo.

Qué has hecho conmigo.

Artículo publicado el domingo, 10 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

 

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Qué has hecho conmigo. Dónde me has dejado. No es que pretenda salir a buscarme, es por simple curiosidad. A dónde has enviado todas mis penas, que mira que no eran pocas. A qué lugar enviaste mis agravios, mis nunca más. De verdad, dime qué has hecho conmigo, y ya puestos dime también cómo lo has hecho. De qué vas. Eh. De. Qué. Vas.

En poco más de un año tú me has dado vuelta y vuelta. Me miro y no me reconozco. Y me gustaría explicarme mejor, pero no puedo, la verdad que no sé. Tan sólo sé que la resta entre lo que soy ahora y lo que era es mucho más que positiva, y también que tiene una principal responsable. Así que no te me escondas con otra caidita de ojos y confiesa. Qué has hecho conmigo y con todo aquello de lo que yo me solía quejar.

Qué has hecho con mi nostalgia. Qué has hecho con mis noches en vela preguntándome por lo que pudo ser y no fue. Qué has hecho con lo que me gustaba a mí dolerme al recordar. Al llorar mis penas, que para eso eran mías. Porque las regaba cada día a base de lágrimas de usar y tirar. Qué has hecho con mi pasado que ya no me parece más que un telonero de esto que tenía que llegar.

Qué has hecho con mi frase fetiche. Crecer es aprender a despedirse. Que parece que de pronto sólo sea válida para los demás.

Qué has hecho con esta sonrisa que ya no se me cae de la cara. Que me paseo por la vida con esta cara de idiota que se suma a la que ya tenía, que no estaba mal. Yo que siempre me tuve por un tipo serio y más bien introvertido, y mírame ahora. No hay día en que no me descubra haciendo el payaso con el simple objetivo de estirar tu boca, de sacarte un venga tonto, para ya.

Qué has hecho con mi vergüenza. Que no es que la haya perdido, es que me río de ella cada día más. Qué me has hecho para que me de todavía más igual el qué dirán. Cuando uno tiene algo tan bonito entre manos, no necesita la aprobación ni el juicio del otro. Simplemente, lo disfruta, sin más. Y quien no lo entienda, pues para él toda nuestra lástima, y desearle que lo llegue a descubrir en esta vida, ojalá.

Qué has hecho con mis ojos, que ahora ya sólo buscan los tuyos en medio de cualquier reunión o cualquier cena, como la proa que busca el faro en plena tempestad. Y eso cuando no estás hablando, porque cuando pronuncias alguna palabra, la que sea, entonces ya pierdo totalmente el norte y no puedo ni quiero evitar tu boca y tu lengua, acariciando y jugando con cada sílaba antes de dejarla en libertad.

Qué has hecho con mis amigos, que me amenazan todos diciéndome que pobre de mí que la cague contigo. Que me observan insistentemente como advirtiéndome que más me vale cuidarte bien. Como si ellos supieran lo que yo sé. Porque seguramente lo saben desde mucho antes que yo.

Que yo antes no me gustaba nada de nada. Y sigo sin gustarme, francamente. En eso, es en lo único en que todo sigue igual. Pero si hay algo de mí que parece que te ha gustado, quisiera seguir teniéndolo por siempre jamás. No sé lo que hice en esta vida o en otra para merecerte, pero me gustaría saberlo lo antes posible para hacerlo las veces que hiciera falta y retenerte aquí conmigo.

Si alguna vez me dejas —que me dejarás— hazme un favor y jamás me vuelvas a dejar como estaba. Me has mejorado por dentro y por fuera, te me has bajado mi última versión y este hardware ya no quiere ser compatible con un software anterior al nuestro.

Hoy te disfruto sin pensarlo, porque como lo piense, seguro que me pongo nervioso y dejo de hacer lo que sea que hago para hacerte feliz.

Qué has hecho conmigo, que nos has unido tanto.

Qué has hecho conmigo, que ya no sé qué hacer sin ti.»

 

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¿Qué?

¿Qué?

Artículo publicado el miércoles 6 e Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Según los diccionarios, existen muchas formas de clasificar la hipoacusia, la cofosis o, como se le conoce vulgarmente, la sordera. A efectos de este artículo, haremos como si hubiera básicamente dos: la que aparece en los diccionarios y padecen millones de personas en todo el mundo, y los 5 tipos que vamos a tratar aquí.

La primera sordera en la que uno repara es muy difícil de diagnosticar, pues aparentemente quien la sufre escucha lo que se le dice. En principio calla cuando el otro habla, así que parece que está escuchando. Parece. Porque si lo analizas, en realidad es sólo una pausa para que el otro acabe. En su discurso no incorpora jamás lo escuchado, y sobre todo es incapaz de cambiar de opinión. Es la sordera del tertuliano o la de la maruja (o marujo, que los hay a puñaos) que tiene siempre algo que contarte que no te lo vas ni a creer.

La segunda sordera es la del que se cree en posesión de la verdad. Se lo cree tanto, que tampoco te escucha, más bien te perdona la vida cada vez que malgastas su aire. Es la sordera del intelectual que se siente superior moral e intelectualmente. Lo que pasa es que no te lo dice para no herir tus simples sentimientos de primate con derecho a respirar y poco más.

La tercera sordera es la del que sólo está dispuesto a escuchar aquello que coincide con su opinión. Lamentablemente muy generalizada en nuestro país. Millones de personas que ven las noticias no para informarse, sino para confirmarse. Otros tantos que siguen a sus columnistas favoritos para saber cómo tienen que opinar. Líderes políticos que son capaces de contarte su propia Historia de España tan sólo para justificarte su necesaria llegada al mundo.

Hay una cuarta sordera que es el del que nunca jamás se equivoca. Ojo, a no confundir con la anterior. Éste dice considerarse tu prójimo, tu igual, aunque con un matiz importante: tú vas siempre en el sentido que no debes, y él sí va en el correcto. Es el que pierde las elecciones y monta un circo demoscópico para cambiar las preguntas a las respuestas que no le gustan. Es el que te amenaza con que si su partido cambia, será menos sexy. Es el que necesita hablar con muchos tacos intercalados para demostrarte que todavía son tan como tú como cuando te engatusaron por primera vez.

Y por último, destacaría una quinta sordera que es la del que ni siquiera descuelga el teléfono, la que últimamente nos tiene el país paralizado por culpa del único argumento que aborta cualquier negociación: si total, me pedirán lo que no puedo darles y me darán lo que jamás les pedí. Damien Rice: «You give me miles and miles of mountains / and I’ll ask for the sea».

Manuel, de Fawlty Towers, sólo pudo haber nacido aquí.»

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El rabillo.

El rabillo.

Artículo publicado el domingo, 3 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«No, hoy no voy a hablar de mi vida sexual, o al menos no aquí, como mínimo no ahora. Con ese título me refiero al otro rabillo, al rabillo del ojo. Aquél por donde pasan las cosas que aunque jamás las miramos, no podemos decir que no las hayamos visto. Aquél por donde la vida nos demuestra que ella sigue aunque no cuente con nuestra atención. Si es que existe un dios, cada vez tengo más claro que no está en los detalles, sino en el rabillo. Nos pasa por el lado, como sin darnos cuenta. Nos roza la vista, como sin querer.

El resto de animales, que en esto de la evolución —como en tantas otras cosas— nos llevan varios milenios de ventaja, supieron distinguir enseguida entre depredadores y depredados en función de dónde tenían colocados sus ojos. Si tu visión es frontal y genéticamente preparada para enfocar objetivos a larga distancia, eso es que eres tigre, leopardo, puma o león, lo que viene siendo un cazador nato y estás arriba de todo en la cadena alimenticia. Si tu visión es perimetral y te permite escanear tu entorno más próximo a los 360 grados que a los 0, eso es que eres cebra, gacela, lémur o dicho en plata, un pringao más en la sabana, un lineal más en este Mercadona semoviente de los que están por encima de ti.

El ser humano, con nuestros casi 180 grados de visión perimetral nos hemos quedado como en casi todo, ni chicha ni limoná. Eso nos deja en la posición más incómoda, pues nos permite, qué digo nos permite, nos exige que nos signifiquemos en función de nuestras capacidades y nuestro carácter, o mejor dicho, de nuestra personalidad. Y así llegamos hasta el día de hoy. En esta vida, si no eres depredador, eres presa. Y al final todo depende de tu elección.

Lamentablemente, el ser humano ya ha tomado partido a nivel global. Creo que como civilización ya nos hemos decantado claramente por una de las opciones y hemos olvidado para siempre las demás. Vivimos en una sociedad obsesionada con el foco, con el objetivo, con cumplir metas, con tener un sueño e ir a por él. Creemos que somos mejores gracias a la especialización, simplemente porque nos ha llevado hasta aquí. Nos creemos en posesión de la verdad simplemente porque la hemos estado buscando incluso a costa de la justicia o la igualdad. Nos cargamos al enfermo porque cuando le arreglaron el hígado le estropearon el riñón. Y así nos va.

Hoy el planeta entero sufre de hiperfoquismo, por inventarme algún término guay para los anales del olvido. O espera, vamos a llamarlo microencuadre, que suena cultureta pijoprogre y mola más.

Hoy dejamos que otros tomen por nosotros las dos decisiones más importantes a la hora de mirar, que es el sentido por el que nos entra la vida. La primera decisión es qué encuadro. La segunda es qué enfoco. Y a los restos que nos dejan esas dos decisiones tomadas por otros es a lo que llamamos libertad.

Mírate cualquier informativo, el de cualquier cadena. Abre cualquier periódico, de un lado o de otro, da igual. Y ahora bájate a cualquier bar. Escucha los tres o cuatro temas que se tratan en cada uno de ellos. Te apuesto lo que quieras a que son los mismos. Alguien nos hace reflexionar y vivir sobre lo que nos han dicho que reflexionemos. Eso sí, tenemos libertad de pensamiento, libertad de expresión, pues oiga menuda libertad. Nadie se plantea si es de eso sobre lo que deberíamos estar pensando. O hablando. O votando. O encuadrando. O enfocando. Simplemente jugamos al juego que nos dicen que hemos venido a jugar.

Y la vida se nos descojona por el rabillo. Porque como dijo el sabio, vida es lo que te pasa mientras estás muy ocupado haciendo otros planes. Ya nadie piensa en lo que debería estar pensando. Ya nadie se plantea nada que no nos hayan dicho que nos debemos plantear.

Ya sólo encuentras lo que pones en un buscador, es decir, lo que estás buscando. Ya sólo ves lo que pones en tu mando previamente, y encima lo eliges entre lo que tienes sintonizado. Ya sólo llegas donde te dicen que vayas.

Y así la serendipia va muriendo poco a poco. Como la entropía. Como el ecosistema. Conceptos holísticos que se los ha quedado la ciencia, como quien sabe que es el último que los quería adoptar.»

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Carta abierta al votante del PP.

Carta abierta al votante del PP.

Artículo publicado el miércoles 29 e Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Iba a decir querido, pero no me atrevo a ponerme cariñoso con un desconocido sin gintónic de por medio. Y digo desconocido, porque los 7.906.185 votantes del PP se parecen cada vez más a los espectadores de ciertos programas de televisión, esa masa social inexistente que a la hora de la verdad dinamita todo sondeo.

Vaya por delante mi más sincera enhorabuena y mi incondicional respeto democrático hacia cada voto de un compatriota. Espero que entiendas que precisamente en eso consiste la democracia, en que puedo y debo respetarte a ti pero ni puedo ni debo compartir tu decisión. Si todos pensásemos como tú, esto se llamaría de otro modo, lamentablemente demasiado visto en la historia de este país.

También quiero pensar que no has votado por miedo a un Brexit, a más incertidumbre o a las alternativas políticas, da igual. No por nada, sino porque el voto por miedo me parece el más cobarde o peor, contraproducente. Como ya han descubierto algunos, enarbolar la banderita del miedo es intentar criar animales salvajes: tarde o temprano se te acaba volviendo en contra.

Ojo, que no pretendo que votaras como yo. Ni mucho menos. Primero, que ya sería demasiado tarde. Segundo, porque esto va de que cada uno vote a quien le da la gana, faltaría más. Tercero, porque será que no había más opciones que la tuya o la mía. Y cuarto, porque yo voté al PACMA, que no aspiraba más que a obtener representación y así defender cosas que hoy ni se contemplan en el congreso. Algo que gracias a la Ley d’Hondt y a los intereses de quienes deberían abolirla, ha vuelto a ser imposible. Una persona, un voto. Ya.

Otra cosa es que me dé vergüenza tu voto. Sí, vergüenza. Y no porque haya ido al PP, pues —insisto— es una alternativa tan legítima como cualquier otra; he conocido e incluso ayudado a ganar a gente honesta y honrada dentro de esa organización, gente que no se merece ni los tesoreros ni dirigentes que le ha tocado sufrir. Me avergüenza porque era el respaldo que justo ahora necesitaba el candidato líder de la lista más imputada. Gracias a tu voto, la corrupción y la conspiración de estado, en vez de ser castigada, hoy resulta jaleada y premiada. Porque si eximes de penitencia al responsable último, eso es que el primer responsable eres tú.

Así que nada, espero que disfrutes mucho de tu decisión con cada nuevo juicio, con cada nueva investigación. Como alguien dijo, daría mi vida por tu derecho a hacerlo. Aunque eso sí, hoy tenemos el país que te mereces. Con tu permiso o sin él, yo y otros muchos que aún somos mayoría, seguiremos intentando que se convierta también en el que nos merecemos los demás.

Afectuosamente, pídemelo con el pepino entero, sin cortar.»

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Mejor así. Mejor ahora.

Mejor así. Mejor ahora.

Artículo publicado el domingo, 26 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

 

«Mejor así. Mejor ahora. Me decepcionas de esta manera tan burda, tan torpe, tan estúpida y tan poco elegante y te llevas así mi confianza rota, no la pasees por ningún sitio que nadie te la sabrá reparar. Aunque, sinceramente, prefiero que sea de esta forma. Prefiero que sea hoy, ya.

A la confianza le ocurre como a las horas o a cualquier tipo de inocencia, son valiosas sólo porque una vez perdidas ya nunca jamás se pueden recuperar. Y la decepción, bueno la decepción no es más que un plato que te deja tibio, pues no se sirve ni frío ni caliente. Es sólo el aperitivo que no estaba en la carta, se sirve siempre a los postres, y es el único que nadie pidió degustar.

Mejor así. Mejor ahora. Porque hacerlo más tarde habría sido peor. Porque a cada día que pasaba, yo te iba apreciando un poquito más. Porque te lo habría dado todo a cambio de nada, aunque eso ya no tenga sentido, porque nadie lo podrá comprobar. Porque el cariño que te he tenido hoy me duele deshacerlo como quien deshace un nudo tan apretado que uno se deja las uñas intentándolo desanudar. Algún día esta cuerda volverá a estar a punto para nuevos nudos, espero que pronto, no te preocupes que ya. Pero insisto, es mejor así, es mejor ahora. Mañana te habría querido algo mejor todavía, mañana me habría dolido algo más.

Mejor así. Mejor ahora. Hazme un último favor, si es que todavía puedo pedirte algo. Jamás digas que fuimos amigos. Un amigo no hace lo que has decidido hacernos a ti y a mí. Un amigo no desprecia lo que teníamos a cambio de sea lo que sea que hayas decidido llevarte. Di mejor que sabes disfrazar cualquier cosa de amistad. Di mejor que me engañaste durante demasiado tiempo. Explica que eres todo un artista en el difícil arte del engaño a largo plazo. Y cuenta también, si quieres, todo lo que sabes de mí y que sólo a ti te confié. Más no me vas a poder decepcionar. Ni que te empeñes, da igual.

A partir de ahora, eres sólo un error, un borrón, una muesca más en mi vida. Qué le vamos a hacer, vivir es equivocarse para, algún día, acertar. Otra persona que me hizo feliz durante un tiempo, aunque fuera a través de la lente distorsionada de burdas farsas. Burda la comedia y tonto yo, de nuevo, por tragármela. Como dijo el sabio, la primera vez que me engañaste fue culpa tuya. La segunda, si se llegase a dar, sería mía, sólo mía y de nadie más.

Por eso mejor así, mejor ahora. Una nueva ocasión que me da la vida para replantear —o confirmar— mis expectativas. La gente que nunca jamás se decepciona es aquella que no espera nada del prójimo.

Pero yo me niego a vivir con la confianza mutilada. Porque alguien sin expectativas es alguien con un futuro enfermo terminal. Así que volverán a engañarme, seguramente, pero será gente distinta. Pero no por ello voy a dejar de confiar. Y no lo haré por lo que tú has hecho, qué va. Lo haré por esa gente que aún me responde dándolo todo. Por esa gente que no mira primero qué hay de lo suyo. Por esa gente que sigue fabricando recuerdos de mi historia. Ellos no se merecen que yo no les crea. Ni los que han pasado, ni los que vendrán.

Por todo ello, te deseo que te vaya bonito. Tranquilo que de mí no obtendrás jamás una crítica, ni un comentario, ni una opinión. Hace tiempo decidí dedicarle mi tiempo sólo a aquello que me aporta algo. Por eso te deseo que tengas suerte en la vida. Que entre engaño y engaño encuentres algo parecido a la felicidad. Y que nadie que se acerque a ti pueda de entrada oler tu alma.

Ah, y que la vida jamás te dé lo que te mereces.

Que jamás descubras el verdadero significado de la palabra soledad.»

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Nadie debería votar en verano.

Nadie debería votar en verano.

Artículo publicado el miércoles 22 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Nadie debería votar en verano. El verano es tiempo de cosas frívolas, sin demasiada importancia ni trascendencia. Y más en latitudes como la nuestra. El calor nos aplatana las ideas, nos vuelve más laxos, más idiotas de lo que algunos ya somos, menos exigentes. Se nos relaja la cintura, el criterio, la ceja, la moral. Como descubrieron hace tiempo aborígenes y actores porno, una vida con menos ropa es una vida más ligera y divertida de llevar. Nos complicamos la vida el día que empezamos a ponernos más prendas. El día que el frío y la lluvia nos hizo quedarnos en casa, ése día nos tocó discurrir y darle vueltas al coco. Y entonces pensamos cosas sesudas, cosas que al borde de una piscina no se nos habrían ocurrido jamás. Y así surgieron Nietzsche, Goethe, Kant y Kierkegaard. Sí, por otra parte, menos mal.

Nadie debería votar en verano. El verano es tiempo de Danny y Sandy, de Manuel y Ramón, de Cali y El Dandee, de conversaciones superficiales, de ya si eso me paso, de quedamos para cenar pero no concretamos hora, de alguien sabe qué día de la semana es hoy. Porque no hablo de problemas tan importantes como los refugiados, el paro, la economía o el abandono animal. Hablo de los más frívolos e intrascendentes, los más superficiales del año. Problemas del tipo cuánto tiempo llevo tomando el sol de este lado, igual debería darme la vuelta si no quiero estar blanco por detrás. Problemas del tipo anda acércate a la gasolinera a por más hielo. Problemas del tipo quién se ha sentado con el bañador mojado en el sofá. Problemas que no lo son, vaya.

Canciones facilonas con ritmo de bombo y caja y no más de tres notas repetidas toelrrato. Prendas de ropa, por llamarlas de algún modo, tremendamente fáciles de desabrochar. Almuerzos con más tiempo de sobremesa que de receta. Ésa es la esencia de nuestro verano, para qué nos vamos a engañar. Ésa y la roja por el mundo consiguiendo lo que un político no conseguirá en su vida: hacernos sentir orgullosos a todos los españoles por igual.

Pero si a estas alturas nos cuesta decidir hasta dónde poner la toalla, imagínate tener que decidirnos sobre el futuro de nuestro país. Que no, que nadie debería votar en verano. Acudir a las urnas y tener que hacerlo en período veraniego demuestra que en realidad no estamos yendo palante, vamos patrás.

Aunque ahora que lo pienso, igual era esa justamente la idea.

Igual donde yo veo un inconveniente, otros ven una gran ventaja.

Ya sea el sorpasso, el yo passo o el si passa passa, me temo que no es que todos esperen un gran milagro, es que todos pretenden sacar petróleo de nuestra pereza, por otra parte provocada —como siempre— por su falta de credibilidad.»

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La tristeza se acumula, la felicidad no.

La tristeza se acumula, la felicidad no.

Artículo publicado el domingo, 19 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«La tristeza se acumula, la felicidad no. Y hasta aquí mi artículo de hoy. Sí, ya no hace falta que sigas leyendo, ¿ves qué bien? Todo lo demás que pueda decirte será paja, o peor aún, maneras de justificarme, igual que tratamos de justificarnos cuando nos ocurre algo malo, cuando algo nos causa sufrimiento y dolor. Es que no hay mal que por bien no venga. Es que lo que sucede conviene. Es que aquello que no te mata, te hace más fuerte. Es que. Es que. Y tal y tal.

Mira, con todos mis respetos, pero a otro con ese cuento. La única verdad es que nada tiene más poso que una buena dosis de cortisol. Que hay putadas que son putadas y nada más. Que hay fracasos de los que no se aprende nada de nada. Y que hay personas que pasan por nuestra vida únicamente para restar. La prueba: cuando las eliminas es cuando empiezas a sumar. Aritmética emocional básica. Y si alguien necesita demostrártelo, eso es que tú no lo has descubierto todavía, que nadie lo va a poder descubrir por ti.

La tristeza se acumula, la felicidad no. No es ningún hallazgo, es una verdad como un templo monumental. Constatar que lo que más perdura es lo que más duele. Acumular cicatrices cardiovasculares y manchas como las del vino barato o las del primer sol de verano, de las que no se van. Y ya te puedes poner cremitas, que no marcharán jamás.

Podría tratar de suavizarlo. Podría haber dicho que los buenos recuerdos también quedan, que las cosas malas son las que tendemos a olvidar. Y aunque estaría en lo cierto, estaría obviando la diferencia fundamental. No hablo de recordar lo que ha pasado. Hablo de las heridas que nos dejan las cosas y las personas al irse, al abandonarnos o al, simplemente, pasar.

La gente feliz no consume. La gente feliz no tuitea. La gente feliz no escribe. La gente feliz no crea. Y cuando lo hace, más vale que no lo hubiera hecho. Ahí están esos cantantes con los ojos en blanco destrozando canciones que más les valdría haber dejado en paz. Para aportar al mundo, lo tienes que hacer desde el vacío que te ha dejado aquello que perdiste. Para que quepa un sentimiento, tiene que haberte dejado espacio algo o alguien que ya no está. Quien nunca haya llorado a Chavela aún no sabe hasta dónde se puede uno llegar a vaciar.

Por eso te insisto, te machaco, te repito. La tristeza se acumula, la felicidad no. Eso de vive aquí y ahora, menuda patraña. Tanto si te llamas Siddhartha como si te llamas Vinicius o Damián. Vivir el ahora sirve sólo cuando tu ahora es perfecto, idílico, maravilloso, algo que te gustaría que perdurase, que fuese inmutable, que no hubiese que retocar jamás. Pero dime, cuándo ocurre eso. La gente mínimamente consciente, la que vale la pena realmente, es justo la que aborrece tanto su ahora que prefiere vivir pensando no en lo que es, sino en lo que algún día será. Un sueño es el primer sospechoso de homicidio para cualquier realidad.

Al final, existen tan sólo dos formas de vivir honestamente. Y todo depende de dónde pongas tu ilusión.

Si la pones en el pasado, tu fuente de satisfacción serán tus recuerdos, le estarás diciendo a la vida que sólo puedes empeorar y seguramente acabarás teniendo razón, pues para qué vas a proyectar nada, si total, todo irá de mal en peor. Distópico, fundamentalista, pesimista existencial. Considérate descendiente anímico de Jorge Manrique, si es que alguna vez lo hubo, si es que alguna vez lo habrá.

Pero es que si pones tu ilusión en el futuro, tu fuente de satisfacción serán tus proyectos, todo aquello que estés preparándote para llevar a cabo. Ese futuro que se está creando hoy, o lo que es lo mismo, ya.

Si me lo preguntas a mí, soy más de los que no ve el vaso ni medio lleno ni medio vacío. Y es que a mí no me preocupa el volumen, sino el caudal. La mejor forma de llenar esta bañera que perdió el tapón hace tiempo, es tratando de que siempre el flujo de cosas buenas sea mayor que el de las cosas que te hacen mal.

Eso es disfrutar la vida a temperatura aceptable.

Eso es procurarse todos los días cosas y personas bonitas.

Y compensar así esas otras no tan bonitas, el único lastre que es imposible soltar.»

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Atáscame otra vez.

Atáscame otra vez.

Artículo publicado el miércoles 15 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Manos arriba, esto es un atasco. No, no se trata sólo de una acumulación de vehículos, es muchísimo más. Es donde se amontonan todas las prisas, donde se nos encallan las vanidades, donde los ricos y los no tan ricos se ven obligados a esperarse por igual, porque aquí no hay clase business que valga, ni zona vip, ni espacios reservados, ni fast track. Aquí da igual lo que corra tu coche, porque a los vehículos les pasa como a las personas: todos los parados cuentan lo mismo, aunque todos sepamos que no valen igual. No hay nada tan socialdemócrata como un buen atasco. Y si no, ya ves el rédito que Unidas Podemos le están sacando al hecho de que no hayan podido unirse los demás.

Manos arriba, esto es un atasco. El momento del día que vive un medio tan importante como la radio. Porque qué sería de la radio sin un buen atasco todos los días. El poder de comunicar sin imagen, un poder que siempre amenazan con que se perderá. Pues yo no lo creo, oiga. En un mundo saturado de estímulos visuales, cada vez soy más militante de las cosas que aún nos permiten desarrollar algo tan necesario como la imaginación. Un buen programa de radio, un buen libro y un buen silencio, una buena historia que contar. Algo que no nos lo den ya mascadito, algo que nos haga pensar imaginando, la definición que siempre da Manuela Romo cuando le preguntan qué es la creatividad.

Manos arriba, esto es un atasco. Ha llegado el momento de acordarse de la familia del alcalde o alcaldesa. De los vivos y de sus muertos, también. De sus ideas felices para «mejorar» la ciudad. Algunos aprovechan para realizar perforaciones nasales que ríete tú del proyecto Castor. Algún día alguien estudiará hasta dónde puede llegarse uno por vía nasal. Y habrá arqueólogos que dejarán las dunas de Egipto para adentrarse en la parte baja del asiento de los que nos dejaron su huella para la posteridad. Pero el verdadero misterio es por qué todo atasco hace el acordeón. Por qué tu fila es la que siempre se para primero. O por qué aún hay gente que se intenta colar, total para tener que pararse un par de insultos más allá.

Manos arriba, esto es un atasco. Y de repente, una ambulancia. Alguien que sí tiene prisa pero de verdad. Y nos entra de pronto una vergüenza extrema por todo lo que hasta hace un momento reivindicábamos, ese derecho a poder apartar de nuestras vidas a todos los demás. Es entonces cuando hacemos un hueco, abochornados, nos apartamos para que pase, y es nuestra forma de pedir perdón ante tanta arrogancia. Es entonces cuando, de manera tan egoísta como humana, agradecemos no tener ese tipo de urgencia.

Todo hasta que volvemos al arranca para.

Todo hasta que se nos vuelve a olvidar.»

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Los idus de junio.

Los idus de junio.

Artículo publicado el domingo, 12 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Junio es el viernes de los meses, julio es el sábado —algunos curran y otros no— y agosto el domingo —aquí no curra ni dios, que luego acaba siendo mentira, pero da igual—. El caso es que tal y como ocurre con todos los viernes, con el buen tiempo, el solecito, la playita y el caloret, empieza a notarse una cierta sensación de tiempo añadido, una cierta sensación de que los problemas parece que se han quitado la corbata y visten más casual. Nada más cerca de la realidad.

Para algunos, ha llegado el momento de procrastinar. Lo que no hayan hecho ya, lo van dejando para ese lunes llamado septiembre. Y poco a poco vas viendo cómo se aplazan reuniones, comidas, cenas y proyectos y se atiende sólo y únicamente a lo urgente, a lo que hay que sacarse de encima antes de que haga demasiado calor y se nos derrita la neurona que usan algunos para votar de nuevo al PP como fuerza parlamentaria mayoritaria pese a todo lo visto y caiga quien caiga. Madre de dios.

Para otros, este mes es sinónimo de tirar la toalla. Otro año que no llego a la operación bikini. Otro año en que mi primera sesión de playa pinta sobre blanco nuclear. Junio es el mes que mejor representa la palabra tarde. Los buenos propósitos, como los buenos tomates, o se han cultivado antes de junio o ya no serán. El lunes a primera hora sin falta me apunto al gimnasio, a aprender idiomas, a dejar de fumar. Já. Como cualquier agricultor sabe, lo que se planta demasiado tarde no llegará a brotar jamás.

Por último, para un tercer grupo, éste es el mes del estrés máximo. Para ellos parece que en verano se les acabe el mundo, así que hay que hacer todo aquello que no se hizo en el primer semestre, y hay que entregarlo todo ya. Lo que está claro es que para todos sin excepción, junio es el mes del petardo en el culo: empieza con la declaración de la renta y acaba con la verbena de San Juan.

Este junio, además, contiene dos emociones fuertes más. Como si no tuviésemos bastante con lo que ya hay. Una es la Eurocopa de Francia. Que aunque no te guste el fútbol, sabes que de pronto este país, partido a partido, se va a paralizar. Sí, todavía más. Ya  pueden visitarnos el saliente Obama, la gomera Merkel o su mismísima Santidad, que cuando juega la roja, el país no se pone o no tiene cobertura o, simplemente, no está. ¿Todo? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles indepes resiste todavía y siempre al invasor españolista en cualquiera de sus manifestaciones.

La otra emoción, muchísimo menos importante, elecciones generales el día 26. Sí, ya sabes, eso que hacemos aquí cada seis meses para distraernos un poco redefiniendo la palabra legislatura: dícese del período comprendido entre dos frustraciones, la de no haber podido ganar las elecciones y la de no haber sido capaces de pactar para gobernar. Impotencia democrática. Gatillazo parlamentario. Pactos de esterilidad.

Los romanos, que de esto de la lex, legis algo sabían, colocaron los idus de junio el día 13. Es decir, este mismo lunes. Cuando se estrena la roja en Francia, sí. El día de los buenos augurios, decían. El día que había que invocar a los dioses. Consultarles. Llamarles cual operadora en medio de la siesta para preguntarles si estaban contentos con la humanidad que habían creado. Ojo que a veces hasta respondían, como a Julio César en los idus de marzo del 44 a.C., pero no era lo habitual.

Junio es el punto de no retorno. La frontera entre mucha primavera y algo de verano. Es cuando ya nos hemos fundido la primera mitad. Son los cuarenta años cumplidos en plenas facultades pero muy consciente de la esperanza de vida, que no deja de ser un eufemismo para designar una desesperanza de muerte. Una cuesta abajo hacia lo único que sabes seguro que ocurrirá.

Algunos lo llaman cierre fiscal.

Yo prefiero llamarlo el principio de todo lo demás.»

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Fe, relevancia y calidad.

Fe, relevancia y calidad.

Artículo publicado el miércoles 8 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Aún no ha llegado el 26J y aquí hay uno que puede presumir de votos. Pero ojo que no son de los que caben en una urna, no. A esos se los lleva el viento de los pactos postelectorales, y si no, al tiempo, ya verás. Me refiero a los votos que me ha hecho jurar la vida. Los que he aprendido a fuerza de despedirme. Son los votos con los que trabajo y con los que quiero, también. Por eso amo lo que hago y por eso hago el amor siempre que puedo y me dejan, claro está.

El primer voto es el voto de la fe. No esa fe patrimonio de creyentes y religiosos. Fe entendida como pleno convencimiento en ausencia de datos. Por eso jamás me interesé por las ciencias, porque creo que predecir es abusar del pasado y porque confío demasiado en todo aquello que no se puede medir. Creo en el tamaño de una promesa. En la profundidad de un abrazo. En la velocidad de un lo siento. Y creo también en el peso específico de una reconciliación. Creo que la tristeza se acumula y la felicidad, no. Creo en la gente que ve cosas que los demás no somos capaces aún de imaginar. Y creo que todos somos, de algún modo, enfermos todavía no diagnosticados.

El segundo voto es el de la relevancia. El que me hace descartar todo lo que no lo es. Relevante es aquello en lo que inviertes tu tiempo o tu dinero. Lo demás son sólo palabras vacías, bla bla bla. Un ejemplo: la crisis de los refugiados no preocupa una mierda a los españoles. No es una opinión, lamentablemente hoy sabemos que es dato. Si tus valores no te cuestan dinero, son valores aún por demostrar. Y si no le dedicas tiempo aquello que dices que te preocupa, puedes llenarte la boca diciendo que te sientes muy comprometido, que no por ello será verdad. El compromiso es promesa más comportamiento. Si no ocupa parte de tu agenda, a mí no me cuentes milongas. No te importa, te da igual.

Y por último, tercer voto, el de la calidad. Calidad no definida como lo que un grupo de eruditos haya bendecido desde su atalaya. Eso es elitismo cultural y suele desembocar en racismo intelectual. Yo creo en una calidad mucho más democrática y mundana. Calidad es cumplir lo que se ha prometido. Si has prometido una película de miedo y te cagas de la risa, eso es un truño de película. Si prometes entretenimiento y no entretienes, pa tu casa, que venga otro y ya está. Si prometes una experiencia gastronómica y luego no haces disfrutar mientras se come, eres un llena buches, pero no un restaurante de calidad.

Por todo ello, ahora sí, el 26J mi voto seguirá siendo para el PACMA. Porque me los creo, porque pretendo que sean más relevantes y porque nos prometen algo que espero que cumplan, no ya por los de nuestra misma especie, sino por todos aquellos que nos sufren y aún no nos pueden botar.»

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Soy de letras.

Artículo publicado el domingo, 5 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Soy de letras. Y me niego a contraponerlas a los números, porque incluso los números son mucho más números cuando se expresan con letras, pues no se pueden sumar, ni restar, ni operar con ellos. Son entonces números irreductibles, números con nombre y apellido, números de pleno derecho, números con identidad. Son tres, cinco, diecinueve. Son treinta y dos, cuarenta y uno y sesenta y seis, que si fuesen personas físicas estarían intentando fardar de rancio abolengo por aquello de ponerse una Y.

Sí, soy de letras. Veintisiete elementos básicos que conforman el universo conocido de todo lo que podemos llegar a percibir. El que dijo eso de que una imagen vale más que mil palabras, a parte de quedarse a gusto, está claro que no había abierto un libro en su puñetera vida. Los que amamos la lectura sabemos que lo más frecuente es justamente lo contrario. Que una misma palabra sobre el texto correcto, colocada en la trama oportuna y emergiendo entre frases adecuadas, se acaba descomponiendo como el haz de luz sobre el prisma, dando así lugar a toda una gama de colores en los que cada tonalidad pinta de forma diferente cada mente, cada cerebro, cada interpretación. He hablado de un mismo libro con gente a la que admiro y respeto, y sólo coincidimos en el título y el nombre del autor. El resto, era otro contenido. Otra lectura. Otra realidad. Cada uno lo completó a su manera, porque cada uno puso algo distinto de sí.

Supongo que igual que la percepción selectiva hace que te fijes más en aquellas cosas que más te afectan, cualquier lectura también viene condicionada por tu contexto, tu entorno más inmediato, el momento de tu vida y por supuesto, tu predisposición a mirar para empezar a ver. Porque en un libro, no sólo pones la imagen, también la cámara, el encuadre, la iluminación, el casting, la localización y hasta —muchas veces— el estado de ánimo de los personajes. Jamás me creo a nadie que diga que tiene mucha imaginación o que es muy creativo y sin embargo no le guste leer. Una de las dos premisas suele ser falsa. Bueno, suele ser no, una de las dos premisas, seguro, es falsa.

El gran Juanjo Millás, el día que presentó en Madrid mi libro Urbrands, me sorprendió con una relectura que ni yo mismo me había planteado jamás. Supongo que eso es lo que hace a un escritor ser tan grande como Millás. Que incluso cuando lee, escribe. Es tan grande, que a veces incluso se dedica a leer las palabras que hay detrás de una imagen. Vale, él está a otro nivel, por eso Millás es Millás. Pero te juro que desde ese día, a mis lectores os considero coautores de todo aquello que no vi porque estaba escribiendo. Igual que al conductor no se le puede pedir que se fije en el paisaje que está dejando atrás, por el simple hecho de que debe ir al volante y fijarse en la carretera. Porque de lo contrario sería muy irresponsable por mi parte, una temeridad.

Pero es que el ser de letras tampoco acaba ahí. Cualquier texto demuestra que está vivo incluso sin necesidad de cambiar de lector. Basta con que pase el tiempo suficiente. He leído el mismo libro con dos edades diferentes, y había dejado de ser el mismo libro. En algún momento durante esos años, mi vida reescribió líneas que en la primera lectura ni siquiera había visto. En ese sentido, un buen libro es una ventana sobre la que, por esos caprichos con los que juega la luz, de pronto se refleja tu propia imagen. Claro que puedes ver más allá y descubrir lo que los muros de tu ignorancia impedían ver hasta entonces, pero también puedes reenfocar la mirada para verte a ti mismo y descubrirte un poquito mejor. Te ves a ti mismo sobre un fondo nuevo, con lo cual el descubrimiento siempre acaba siendo temporal.

Soy de letras porque he comprobado que una palabra tuya basta para sanarme. O para empezar una guerra. O para romper una civilización por la mitad. O un matrimonio. O cualquier verdad. Soy de letras porque creo en la palabra perdón. Y en la que no se dice pero se escucha, también.

De ahí que coleccione definiciones. De ahí que me compre siempre más libros de los que jamás seré capaz de asimilar. Y de ahí que cada año aproveche cualquier excusa para plantarme ante mis lectores, ante cada uno de vosotros y os pueda ya no escribir, sino por fin leer. La cara, la vida, vuestra verdad. Soy feliz cuando leo lo que habéis escrito a golpe de vida tomando como pretexto cualquiera de mis textos. Soy feliz cuando compruebo que hemos pasado tanto tiempo juntos, tiempo del que jamás fui consciente hasta que os conocí. Ah, por cierto, hoy caseta 144 de 12 a 14h, y caseta 188 de 19 a 21h, Feria del Libro de Madrid.

Soy de letras. Y por eso escribo, por eso leo y por eso releo cualquier cosa menos lo que ya escribí. Escribo para saber lo que siento, leo para seguir creyéndome que aprendo y releo siempre para despedirme convenientemente de quien alguna vez fui.»

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La suerte no existe.

La suerte no existe.

Publicado el miércoles, 1 de junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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«No todo es ganar. No todo es perder. Se puede ganar mucho sin siquiera jugar el partido. Mira Cristiano Ronaldo en la final de Milán. Y se puede perder todo habiéndote esforzado al máximo y mereciendo haberlo ganado todo. Mira Juanfran.

El mérito es tan sólo el examen teórico del éxito. Un concepto vago y subjetivo que deberíamos dejar de asociar a resultados. Que para eso están algunos premios. Para compensar los que no te dio la vida cuando te los mereciste. O para hacerte asistir a la gala, que también los hay.

El triunfo jamás fue meritocrático. Hay gente que no merece nada de lo que tiene y sin embargo ahí está. Hay gente que no sabe lo que es pelear por ganarse algo y aún así se pasa el día quejándose. Y es que esta sociedad no está pensada para premiar el esfuerzo. He visto gente esforzarse toda su vida y morirse sin nada, y he visto gente que no había dado un palo al agua y sin embargo llevárselo crudo día sí día también. Si viviésemos conforme al esfuerzo de cada uno, no haría falta que uno de los empresarios más importantes del país impulsase «la cultura del esfuerzo», porque nos saldría de natural.

Hace unos días, en un foro de start-ups, me preguntaron por qué no triunfan en España los programas de televisión tipo talent-show con empresarios que por otro lado arrasan en países anglosajones. Y yo dije que claro que triunfaban. Lo que ocurre es que aquí son programas que buscan chavales que quieran ganarse la vida a razón de seis mil pavos por bolo en discotecas de extrarradio. No hace falta leerse a Max Weber para darse cuenta de que mientras los países de tradición protestante ensalzan la cultura del esfuerzo, en nuestro entorno ese ideal está ocupado por la cultura del pelotazo. Si alguien triunfa allí es porque se lo ha ganado, si alguien triunfa aquí, cuna de hidalgos, hay que ver qué suerte —o qué padrinos— tiene.

Mi abuela, que en paz descanse, se pasó la vida diciéndonos a toda la familia que no hacía falta que nos esforzásemos tanto, que esa semana por fin le iba a tocar la primitiva y así nos liberaría de nuestros males. Como si trabajar fuese algo intrínsecamente malo. Como si la suerte realmente existiese. Y como si todo eso se pudiese comprar. Yo creo que sólo existe la mala suerte, la que viene sola, la que un día trunca todos tus planes por culpa de factores exógenos que jamás pudiste controlar. Sin embargo, la buena, la que hay que salir a buscar, es igual a talento multiplicado por oportunidad y todo ello elevado a esfuerzo.

Una fórmula mágica que a veces funciona y otras… acaba funcionando.

Espero que piense lo mismo el Cholo Simeone.

Y por supuesto, mis más sinceras felicitaciones al eterno rival.»

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Alguien decidió no quererte.

Alguien decidió no quererte.

Artículo publicado el domingo, 29 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Alguien decidió no quererte. Fue alguien a quien ni conozco ni seguramente conoceré. Fue alguien que de tanto en tanto aún se asoma por tu mirada, cuando te me pones triste, cuando te me quedas mal. Fue alguien que no supo, no quiso o no sé. El caso es que ese alguien decidió no quererte y gracias a eso aquí estás. Mía. Miísima. Para mí.

Alguien decidió no quererte. O quererte poco. O quererte mal. Ahora ya da lo mismo, ahora ya da igual. Son de esas cosas de ti que ni conozco ni jamás conoceré del todo. Porque no debo. Porque no me pertenecen. Porque sólo te pertenecen a ti y a tu pasado y al recuerdo que decidas compartir, a la parte de ti que quieras sanar conmigo. Son de esas cosas que me muero por escuchar hasta que las escucho de verdad. Son de esas cosas que te han hecho ser así. Tan adorable. Tan tuya. Tuyísima. Para ti.

Alguien decidió no cuidarte. Te hizo daño, os hicisteis daño. Lo sé. No hace falta que me lo cuentes. Porque lo sé. Y lamento mucho que así fuese. Pero también me alegro. Primero, porque te hizo crecer, te hizo aprender a despedirte. Segundo, porque cuanto más te alejabas de ese alguien, sin saberlo nadie, más te acercabas a mí. Y por último, porque para querer mucho y quererse bien, hay que saber muy bien antes lo que no se quiere. Así que déjame mostrar mi más profunda gratitud hacia todos esos alguien. Porque jamás les estaré suficientemente agradecido. Sí, jamás.

Yo he decidido quererte. Quererte mucho. Quererte bien. O al menos, aprender a hacerlo. Día a día. Paso a paso. Polvo a polvo. Pelea a pelea. Reconciliación a reconciliación. Querer de verdad es pensar en beneficio del otro antes que en el propio. Querer de verdad es discutir sólo por problemas nuevos, no volver sobre lo ya discutido, zanjar los temas no sólo con soluciones sino con aprendizajes, compromisos y comportamientos. Querer de verdad es decir te amo antes que te quiero. Es vivir en usufructo pero sin ninguna hipoteca. Es encerrarse por fuera. Es echar raíces en libertad.

Pero también querer de verdad es ser cada vez más consciente de que no te merezco. Pensar que en cualquier momento, en cuanto sepas cómo soy realmente, me vas a dejar. Despertarme por la noche varias veces sólo para comprobar que sigues aquí, que no ha sido todo un sueño. Otro más. Mirarte cada día como te miré la primera vez, esa primera vez. Preguntarte todos los días si quieres casarte conmigo. Y antes de que se ponga el sol volvértelo a preguntar. Varias veces. Que me mires como diciendo bueno ya está. Que te mire como diciendo es que no me lo creo. Dime que todo esto es una broma pesada y lo entenderé. Que te vuelves al Olimpo del que jamás debiste bajar. Que me dejas aquí soñando despierto, porque ahora sé que existes, que eres real. Que en realidad es todo parte de una apuesta, que ya has la has ganado, y aún así te pediré que vuelvas a apostar.

No, no estoy diciendo que seas perfecta. Ni mucho menos. Eso sinceramente me la sopla. Me da igual. Hace mucho tiempo que descubrí que la gente perfecta —aparte de mentirosa— es la que tiene más peligro, porque es la única que nunca está dispuesta a cambiar. Estoy diciendo que alguien decidió no quererte y aún no me creo que de esa manera tan tonta te dejara escapar. Que se pensara que si no era contigo, podía ser con cualquier otra. Como si el mundo estuviese lleno de gente como tú. Como si hubiese cualquier otra que te pudiese hacer sombra. Perdona que me ría. Ja.

Alguien decidió no quererte. Y de repente, nosotros. Un año juntos ya. Cerrando bocas que no nos daban ni un telediario. Pobrecitos míos. Les desearía lo mejor. Pero me lo he quedado yo.»

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Pasa o pistacho.

Pasa o pistacho.

Publicado el miércoles, 25 de mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Las pasas no son frutos secos. Lo siento, pero no. Basta ya de llamarles así. Un fruto seco que no cruje no es un fruto seco. Lo será en su definición, lo será en el diccionario, por eso los diccionarios no se comen, pero las palabras sí.

Habrá a quien le gusten —merece vivir también—, pero a mí no hay nada que me dé más rabia que encontrarme una pasa en medio de un surtido de frutos secos. Estás ahí disfrutando de tus cacahuetes, kikos y almendras, cuando de repente, zas. El ritmo de tu masticar se ralentiza, todo se reblandece y los que pasamos de los 40 ya sabemos la rabia que da cuando todo se reblandece sin previo aviso ni explicación.

Las compañías aéreas, —que de las malas compañías son las peores—, se dieron cuenta hace tiempo de que las pasas no son del gusto de todos, y empezaron a repartir frutos secos en bolsitas opacas. Dijeron que así protegían su contenido de la luz, pero mintieron como nunca. Era de nuestra vista de lo que lo querían apartar. Para colarnos cada vez más pasas y menos frutos secos. He llegado a contar hasta diez pasas en una sola bolsita. Diez. Sí, sí. Diez.

La madre de Forrest Gump se equivocó profundamente. La vida no es como una caja de bombones, porque las cajas de bombones ya vienen con guía de consumo, dibujitos o incluso fotos que acompañan al surtido, en las que te explican de qué están hechos los bombones que te vas a meter entre michelín y cartuchera. Y así puedes elegir los que más te gustan primero. Aunque acabes por consumirlos todos cuando ya no quede más remedio. Ojalá siempre supiésemos de entrada de qué está hecha la gente antes de que la pudiésemos probar. Pero todos sabemos que no. Que la vida es más como un surtido de frutos secos en bolsitas de avión. Tú vas comiendo tus rutinas confiadamente hasta que de pronto, bum. Una pasa entra en tu boca y entonces ya es demasiado tarde. Ya está en tu boca. Te la tragas o las escupes. Pero el sabor, su recuerdo, queda.

Una vez tuve suerte y me encontré un pistacho. Mira que es difícil, porque un pistacho hay que pelarlo y vete tú a saber de qué proceso de bolsitas de lujo debió caerse. Pero ahí estaba. Entre todos los frutos secos comunes y todas las malditas pasas, un pistacho peladito y delicioso.

En esta vida, o eres pasa, o eres pistacho. Eso si eres relevante para alguien. Porque también puedes ser del tipo de frutos secos que nadie es capaz de recordar. Esa es y será siempre tu decisión.

El problema no es lo que tú seas. El problema es todo lo que te tocará comer a ti. La cantidad de bolsitas que —para encontrar un pistacho— deberás comerte primero. La cantidad de pasas que —para poder seguir comiendo— deberás tragarte, antes y después.»

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Senoiccele.

Senoiccele.

Artículo publicado el miércoles 18 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Cada vez me gusta más el cariz que están tomando los asuntos de la política en este país. El otro día, un prepostcandidato —al que le tengo mucho respeto pero que nunca deja de sorprenderme o quizás precisamente por eso se lo tengo, no sé— presentó algo así como su equipo de gobierno en caso de que ganase las elecciones… en solitario. Un caso que si se cumplen las encuestas jamás se dará, pero eso ahora da igual. Eso importaba antes, cuando las cosas eran racionales y previsibles.

Así a priori pensé que estaba poniendo el carro antes que los bueyes. Que le había dado por empezar la casa por el tejado. Pero no. Luego lo pensé mejor y me di cuenta de que lo que está haciendo es innovar, sacarnos de este bucle y de paso enviarnos un mensaje al resto de la sociedad. Como apuntó el sabio, locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes. Y es que si ninguno ha sido capaz de formar un gobierno haciendo las cosas del derecho, por qué no intentarlo ahora haciendo las cosas del revés. Oyes que si lo de las elecciones no nos ha funcionado, démosle la vuelta. Es el momento de invertirlo todo. Es el momento de las senoiccele.

En las senoiccele, arrancamos descubriendo que todos los partidos nos han mentido, ya que ninguno cumple su programa y todos siguen haciendo el pingüino hasta Bruselas porque nadie se atreve a subirse los pantalones. Así, de entrada ya algo tenemos ganado. Automáticamente después, vemos que los partidos pactan con los que algún día jurarán ni mirarse a la cara. Seguimos siendo los principales beneficiados. No está mal. A que no.

En las senoiccele, ocurre antes la fiesta de democracia que la jornada de reflexión. Porque estaría muy bien que por una vez hiciéramos ese sano ejercicio de pensar a quién hemos votado, cierto acto de contrición. Como todo el mundo sabe, el ser humano es un ser que funciona mejor por arrepentimiento que por advertencia, o lo que es lo mismo, se reflexiona mejor sobre lo que NO hay que hacer cuando ya estás de resaca, cuando ya todo es demasiado tarde, ocurre con el alcohol y la fiesta, y con todo lo demás.

Por último, en las senoiccele, después de reflexionar, saldrían todos los candidatos a decirnos lo que van a hacer y lo que no. Cosa que ya habríamos comprobado antes, con lo cual a ver quién tiene la cara dura de mentirnos a la ídem. Y lo mejor, las senoiccele acabarían con la consiguiente retirada definitiva de toda cartelería y con la devolución por parte de los partidos políticos de más de 130 millones de euros que nos costó poner las urnas.

Claro que alguno pensará que de este modo volveríamos a ser gobernados por los mismos de los últimos 4 años. Qué tontería. A que sí.»

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Qué falta.

Qué falta.

Artículo publicado el domingo, 15 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Qué falta. Es la pregunta que deberíamos hacernos todos de tanto en tanto. Es la pregunta que nos obliga a dos cosas: a profundizar y a ser estratégicos. Profundizar porque nos fuerza a escarbar aquí y ahora, fijarnos para darnos cuenta, rebobinar, ser observadores, apartar lo que sí hay, lo que nos colma, lo que nos sacia, lo que al fin y al cabo nos tapa la vista y el resto de los sentidos también. Y ser estratégicos porque nos hace mirar hacia el futuro, es el primer paso para planificar, preguntarse para qué debería estar preparándome hoy, porque mañana puede que ya sea demasiado tarde, y es que seguramente lo será. Qué falta es el primer vencimiento del largo plazo. Qué falta es nuestro único antídoto contra el ya se verá.

Cuando lo que falta es evidente es cuando es doloroso. Cuando no podemos. Cuando se nos ha ido algo que echamos de menos. Echamos en falta. Es curioso que se diga echar de menos cuando suele ser algo que jamás has echado tú, suele ser algo que, simplemente, se te fue. Pero es que no siempre lo que falta es tan explícito. De hecho, la ausencia no dolorosa es la más común. Y la más peligrosa, debo añadir. Porque es la que crece hasta que nos mata por sorpresa, por la espalda y sin avisar. Es aquella analítica que jamás me hice. Es aquella pregunta que, por falta de algo, jamás formulé.

Qué falta. Es mucho más que hacer gala de nuestro inconformismo. Es ir mucho más allá de esta enfermiza insaciabilidad.

Qué falta. Al final es la gran pregunta de todos los test de inteligencia. Siga la serie. Complete la secuencia. Ponga su mente a cerrar círculos, que para eso ha sido entrenada durante siglos y siglos de —vamos a llamarlo— evolución. Ha sido la gran pregunta del científico y por ende, de la humanidad. Qué dato estoy ignorando. Qué observación aún no he tenido en cuenta. Qué hay donde aún no he mirado.

Y si es donde ya han mirado todos, es la pregunta del creativo. Del artista. Del crítico social. Del que pretende dejar el mundo más bonito de lo que se lo encontró. Mirar donde todo el mundo mira y ver lo que nadie más ve. La mirada que falta. La que no estaba. Y si no la llevas tú a cabo, seguramente, nunca estará.

Por eso es la pregunta del emprendedor. Científico y loco, matemático y artista a la vez. Si nadie ha visto el hueco, lo relleno yo. Triunfar es llenar vacíos. El Teorema de Nacho Vidal. Querer ser de lo que no hay.

Qué falta. Lo único que nos puede salvar de las tres dimensiones. De regodearse en las mieles del éxito y darse cuenta del pequeño fracaso que supone dejar de aprender simplemente porque algo ha funcionado. Qué falta es no aplaudirse más de lo necesario e imprescindible para animarse a continuar. Es la pregunta que nos lleva irremediablemente a la cooperación y a la solidaridad. Sí, yo tengo mis faltas, pero a ellos les faltan más.

Hace poco, en una conferencia ante start-ups, alguien con mucho criterio me preguntó cómo podía defender la duración de las marcas cuando estaba comprobado que cada vez duraban menos. La inmensa mayoría de las 50 primeras marcas de hoy no existían hace apenas 50 años. Y sin embargo, ahí estaba yo hablando de la durabilidad de los proyectos.

Mi respuesta apeló, como hacen todas las respuestas que pretenden serlo, a un gran poeta: que mientras dure sea eterno. Es obvio que la rotación de todo en nuestras vidas es mayor y seguramente va a seguir acelerándose. Es obvio que nosotros cambiamos de pareja, de casa, de trabajo y de vida con muchísima más frecuencia que nuestros abuelos. Lo cual no nos hace mejores, ni más listos, ni más felices, simplemente más estresados ante el tempo que marca una sociedad a ritmo del capital. Pero justamente, cuando en todas partes crecer es aprender a despedirse, qué falta. Aprender y sin embargo quedarse. Enamorarse y a pesar de ello, durar.

Que mientras dure sea eterno. Me lo tengo que creer de entrada porque si no, ya para qué voy a empezar. Y si seguimos intentándolo, es porque creemos que en algún momento nos va a tocar. Nadie en su sano juicio compraría décimos de un sorteo anterior.

Qué falta, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.

Qué falta, niña de ojos infinitos, me faltas tú.»

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Videoclub.

Videoclub.

Publicado el miércoles, 11 de mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Una marca pertenece a quien la consume, jamás a quien la gestiona. Esta fue la gran lección que me dio una vez un alto directivo de un conocido refresco de cola, que ahora justamente se dedica a gestionar esa gran marca desde sus headquarters en Atlanta. Y parece que algunos aún no lo han entendido. Especialmente en nuestro país. Especialmente ahora.

Una marca pertenece a quien la consume, jamás a quien la gestiona. Sí, hablo también de los videos con los que hemos arrancado esta cansina segunda vuelta electoral. Esos vídeos que han suscitado todo tipo de comentarios a favor y en contra, sin entender que la intención de un video electoral no es más que afianzar la opinión de los convencidos. Los partidos no se preocupan si no te gusta o no su vídeo si no les ibas a votar. Los partidos se preocupan cuando decides dejar de votarles por culpa de su vídeo. Pero si ya eras de los convencidos, si ya tenías tu opción de voto decidida, y el vídeo te reafirma en tu decisión, entonces ese vídeo era para ti y los de tu mismo club.

Una marca pertenece a quien la consume, jamás a quien la gestiona. Que aún no nos hemos enterado. Que el PP habla para los suyos, para los que quieren a un tipo como Mariano Rajoy en el Gobierno. Un registrador de la propiedad mundano, aburrido y previsible, siempre enrocado en su eficiente filosofía inmovilista que consiste en que no hacer nada es siempre y en todo caso mejor que arriesgarse a hacer cualquier cosa. La gente que se toma a «España en serio» es la gente que prefiere que se quede como está. Palabras utilizadas: amigos, españoles, convocados, cansar, conformar, presente, imperfecciones, cultivando, protagonismo, participación, tiempo, volver, encrucijada, afianzar, potenciar, consolidar, deslizarnos, incertidumbre, inestabilidad, inseguridad, concordia, moderada, extremista, asoma, disolvente, decisión.

Y al otro lado, la nueva izquierda que se alía con la izquierda de siempre, la vieja, la de toda la vida, la que en Catalunya nos dio tantas jornadas de gloria con el Tripartit. Esa misma que juró no apropiarse jamás de un 15M que —en teoría— pertenecía al pueblo y luego te graba un vídeo desde la Puerta del Sol, mencionando siempre las palabras clave que actúan como resorte para su masa social: lucha, derechos, todos y todas, despertar, saqueos, expolio, abusando, mayoría social, transformación, unidad popular, desahucios, proselitismo, doctrina, principios, sentido común, justicia, cambio, sumar e ilusión.

Si a usted no le convence ninguno de los dos, no se preocupe por no ser de los suyos. Recuerde lo que dijo Marx, pero no Karl, sino el genio: jamás pertenecería a un club que me admitiera entre sus socios.»

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Manifiesto becario.

Artículo publicado el domingo, 8 de Mayo de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Hoy, 8 de mayo, es el Día Internacional del Becario. Como ocurre con el cáncer, el sida o las enfermedades raras, también los becarios tienen su día internacional. Como si fuese algo que habría que erradicar. Cuando creo que es todo lo contrario. Un becario es un proyecto de presidente. Trata siempre bien a los becarios, aunque sólo sea porque es probable que, con suerte, algún día, acabes trabajando para ellos.

Al fin y al cabo, qué es un becario. Igual que ocurre con los conceptos complejos —amor, familia, amistad— cada uno tendrá su definición. Y está bien que así sea, porque son las únicas palabras que, al tratar de definirlas, uno acaba definiéndose a sí mismo.

Para mí, un becario es alguien infravalorado por definición, alguien que cobra mucho menos de lo que vale, por el mero hecho de no disponer aún suficiente currículum para exigirle a los demás lo que se le exige, o incluso lo que se exige a sí mismo. En ese sentido, quien no se sienta todavía becario que tire la primera piedra. La diferencia está en que en muchos casos, los becarios titulares no llegan ni al mínimo exigido no ya por ley, sino por dignidad.

Pero hoy no quiero hablar de lo malo, que ya lo conocen suficientemente los que lo viven día a día, sino de todo lo demás, que es mucho. Bueno y no tan bueno. Por eso, hoy me permito darte, querido becario, un manojo de consejos que jamás me has pedido, ni me pedirías si no te los diese, seguramente. Pero son los consejos que a mí me hubiera gustado recibir hace 20 años. Tómatelos como una receta de esas que vienen en los libros de cocina. Que puedes cocinarla como te apetezca, que hagas lo que hagas jamás te cortes con las proporciones y que sobre todo, te olvides de las fotos, porque ni de coña quedarán así.

Para empezar, si no te apasiona lo que haces, cambia inmediatamente de sector. Equivocarse sale mucho más barato cuando empiezas que cuando llevas unas cuantas hipotecas vitales encima. Y la vida —profesional, o no— ya es bastante perra como para encima dedicarte a algo que te parezca un trabajo. ¿Adoras los lunes? ¿Deseas que lleguen con todas tus fuerzas? ¿Te apasionaría ocupar el puesto de quien te contrató? Bien, entonces vamos bien, puedes seguir leyendo.

Todo el mundo tiene un talento. Talento entendido como la capacidad de provocar algo en los demás. Si eres capaz de provocar algo en los demás (no necesariamente algo positivo, mírame a mí), entonces tienes algún talento. Tienes talento para liderar, provocas que te sigan. Tienes talento como futbolista, provocas peligro en el área contraria. Y así. Pregúntate cuándo y dónde has provocado cosas en los demás, y rebusca por ahí, que estarás más cerca de descubrir en qué actividades tienes talento y en cuáles no.

Es el momento de ejercer de aprendiz. Identifica un referente. Un ídolo. Alguien de quien admires mucho su trabajo. Y entonces haz lo que no hace casi nadie: acósalo. Hazlo de la manera más ocurrente y divertida que se te ocurra. Pero hazlo. Cada vez que le hagas sonreír, estarás más cerca de que te contrate. Aunque te parezca mentira, mucha gente le estará enviando currículums que no sirven para nada y acaban en su archivador vertical. Es el momento de adelantarles a todos, pues más a menudo de lo que nos creemos no consigue trabajo el más talentoso sino el más pesado.

Con suerte, trabajarás gratis. Con menos suerte, incluso te costará dinero trabajar junto a esa persona. Sea como sea, piensa que jamás será coste, sino inversión. Olvídate de carreras, posgrados y másteres. Tenlos, pero créeme si te digo que más títulos no te harán más sabio. Esta es la mejor formación que podrías llegar a tener. Y la única, la de verdad.

Alégrate si tampoco lo consigues a la primera. Fracasar es la forma que tiene la vida de preguntarte cuánto deseas lo que deseas. Así que si no lo consigues a la primera, insiste, dile alto y claro a la vida cuál es tu objetivo. La vida insiste en repreguntarnos cosas, y sólo las consiguen los que son capaces de insistir más.

A partir de ahí, entra todos los días el primero y lárgate siempre el último. A partir de ahí, deja que tu actitud construya tu aptitud. A partir de ahí, los principios sólo serán principios cuando te cuesten dinero. Ah y a partir de ahí, prefiere ganar un cliente a ganar un premio, pues los premios no dan de comer, los clientes sí.

Mi abuela, mujer sabia donde las haya, solía decirme: «ya tienes el éxito, ahora sólo te falta el reconocimiento». El éxito como algo íntimo y el reconocimiento como algo externo, que a veces llega y a veces no. Por eso, déjame acabar definiendo otra palabra compleja, de las que definen. Para mí el éxito es que aquellos a los que has decidido admirar (tu abuela, tus amigos, tu madre, tu jefe), algún día, te admiren a ti.

Dicho esto, no se te olvide la regla fundamental. Diviértete. Así tendrás más posibilidades de triunfar. Aunque sólo sea por una razón: piensa que la mayoría no lo hace.»

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Existe.

Existe.

Artículo publicado el domingo, 24 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Existe. La persona que aún no sabías que estabas buscando. La persona que, contra todo pronóstico, te hará claudicar. Ella es real. Ella es. Y te está esperando en algún sitio. Esa es la única e incómoda verdad.

Sí, ya sé que ahora mismo te cuesta mucho escucharlo, verlo o ni siquiera pensar en ello, puede que de tanto despedirte incluso hayas perdido la fe. Pero te puedo asegurar que ella existe, no es que yo crea que existe, es que lo sé.

Existe. Mientras tú lees esto y vives de inercia, esa persona respira, sueña, hace yoga o macramé. Da igual. Puede que acabe de cambiar de pareja, puede que ya haya decidido abandonar la universidad. Puede que hasta se haya cruzado contigo por la calle, puede que se encuentre tan cerca de ti que aún ni siquiera la hayas logrado enfocar. El caso es que ella es y ella está. Existe y aún no sabe que tú existes. Nada menos. Nada más.

Y es que me da igual si te lo crees o no, porque la única verdad es que existe. La persona que te querrá bonito, esa persona que te querrá bien. La media naranja mecánica dispuesta a triturar tu melancolía y comerse de un bocado tus prejuicios para desayunar. Ese tipo de apisonadora inclemente y emocional que acabe de un plumazo con tus yo nunca, que dé al traste para siempre con tus yo jamás.

Existe quien sea que te quiera y ese alguien está deseando hacerte bien. Existe alguien que no te juzgue continuamente, alguien que no se plantee nada más que estirar tu boca, que no está mal, para empezar. Hacerte latir con más fuerza. Darte la vida que a ella le sobra. Borrar tu nube, vencer tu mal. Dedicarte horas extras con tal de verte sanar. Mudarse contigo de estado de ánimo. Salir para siempre del por qué a todo y entrar definitivamente en el por qué no. Vivir relajados sin tensar el cómo. Estar en silencio y sentiros cómodos. Disfrutar cada vez que te vea disfrutar.

Esa persona existe. Aquella para la que te has estado preparando toda la vida. Aquella que dará sentido a todos tus fracasos. A tus rupturas absurdas. A tus noches en vela. A todos los días que has decidido olvidar. Aquella que no le importa qué tienes, ni qué has conseguido en la vida, sino simple y llanamente quién eres tú. Y ya está. Con tus defectos y sus virtudes. Con tus cosas malas y sus cosas buenas. Todo. Lo que sea. Es todo sí. Ella es sí, y ella existe, es tu sueño hecho realidad.

Porque de verdad que existe. Porque la vida es un sumatorio de miedos y esperanzas. Que son las únicas variables, al final. Los grandes problemas de cualquier ser humano. Y en medio se encuentran sus hijas bastardas, que no por pequeñas dejan de ser jodidas. Las dudas, las ilusiones. Frutos ambos de una noche loca con la incertidumbre y la desinformación. Por eso nos joden tanto. Porque saben hacer dudar… o lo que es peor, entusiasmar.

Por eso te digo y te repito que ella existe. Porque yo lo he comprobado y porque sé que vale la pena. Salirse de uno mismo sin ganas de nadie para poder entregarse a cielo abierto y sin concesión. Entrar en una relación que te hace ser más tú cuando estáis juntos. Ser de una vez por todas, un equipo, dos que sienten uno, lo que viene siendo amar.

Por eso me pongo pesado. Por eso te digo que existe. Para que si el amor de tu vida no es el que estás viviendo aquí y ahora, no pierdas el tiempo ni te quedes removiendo el pasado, porque dejarás de ver lo que está por llegar.

Ella existe y te está buscando.

De ti depende que os lleguéis a encontrar.»

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Se acabó lo que se acababa.

Se acabó lo que se acababa.

Publicado el miércoles, 20 de abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Hipótesis sin ningún fundamento teórico más allá de la propia experiencia. No estamos viviendo el fin de ninguna época. Estamos viviendo el fin de los finales. Desde que algo tan sagrado como la identidad se construye con unos y ceros, todo lo demás es susceptible de sobrevivirnos. Y si no, intenta darte de baja en cualquier red social. Pero no sólo es eso. Son las películas hechas remake. Son los remakes hechos series. Son las series hechas temporadas. Son las temporadas que nadie sabe cómo finalizar. «¿Cómo acabó Lost?», se preguntaba Toni Segarra en el cdec de Donostia. «Mal, porque sólo podía acabar mal.»

Fukuyama pronosticó el fin de la historia y el último hombre. Alguien no menos grande como Jeremy Rifkin pronosticó el fin del trabajo hace ya unos cuantos años. Y sin embargo, aquí seguimos, viviendo un nuevo capítulo de la historia en el que seguimos trabajando incluso en la ardua tarea de buscar trabajo.

Primer corolario sin comprobar: el fin de los finales implica el fin de los pronósticos. Porque todo puede ir de mal en peor o de bien en mejor en el momento menos pensado. Y espérate. Los expertos ya no sirven ni para pronosticar. Nada de lo dicho ayer te servirá hoy. Y no digamos mañana.

Segundo corolario. El fin de los manuales de instrucciones. Un libro sellado y finito ya jamás reflejará la realidad de ningún objeto ni de nada ni nadie que nos rodee. Un artículo de opinión jamás volverá a estar listo para impresión. Si hasta una marca llamada Tesla nos enseñará muy pronto que cualquiera debe estar dispuesto a bajarse la última versión de sí mismo. Empezando por ti. Bauman en estado gaseoso.

Tercero. Los extremos no sólo se tocan, sino que se necesitan. El yin y el yen, Love of Lesbian. Whatsapp me mantiene lejos de aquellos a los que conozco mientras las redes sociales me mantienen cerca de aquellos a los que no conozco ni seguramente conoceré. Los influencers cada vez venden menos algo que no sea a ellos mismos y sin embargo cada vez ingresan más. Las marcas ya no nos dejan tan marcados. Los que saben hacerlo no saben cómo explicarlo, y los que lo saben explicar no han sido capaces de demostrarlo. Menos es más y más es menos que nada. Dieter Rams y Antoine de Saint-Exupéry: La perfección no se alcanza cuando ya no queda nada por añadir, sino cuando no queda nada por quitar.

Y de ahí el cuarto y último corolario. La duración de las cosas es el nuevo valor. Lo único nuevo es aquello que jamás lo fue. Algún día entenderemos que hay que matar la moda. Porque es ella la que nos está desnucando a base de bandazos sin rumbo. Algún día entenderemos que es o ella o nosotros. Permanencia. Consistencia. Perdurabilidad. Herencia. Legado.»

¿Fin?

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No sé lo que no sé.

No sé lo que no sé.

Artículo publicado el domingo, 17 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Nos pasamos la vida decidiendo. Creemos que así forjamos nuestro propio camino. Que de esa forma nos ganamos el título de dueños de nuestro propio destino. Pero eso es sólo en apariencia, porque en realidad cuesta mucho reconocer que no es para nada así. Pocas veces nos fijamos en aquello que realmente nos determinó. Poco pensamos en lo que nos descartó a nosotros. Pocas veces pensamos en ese casting del que jamás fuimos conscientes. No se le puede llamar ni sombra porque ahí jamás hubo luz. Es el ángulo muerto de la vida. Es el rabillo del ojo del que suspira. Es todo aquello que no vimos y debimos ver. Es nuestra visión periférica existencial.

Ojo que no estoy hablando de querer saber por saber, de acumular conocimientos por el mero placer de conocer. Que también. Estoy diciendo que entre las cosas que ignoro, que son prácticamente todas, me preocupan especialmente las que han pasado por mi vida y ni he notado. Las que pude arreglar y no arreglé. Las que pude entender y no entendí. Las que fueron entonces y ya no pueden ni llegar a ser. Me preocupan porque igual que ignorar la ley no te exime de su cumplimiento, sobre las cosas que pude hacer y no hice siento algún tipo de responsabilidad. Porque seguro que iba y sigo yendo a lo mío, como siempre con un objetivo bien claro y marcado, y que este maldito exceso de foco hizo que me perdiese el detalle, ese detalle y no otro, donde dicen que algún dios nos espera, donde dicen que algún dios está.

No sé lo que no sé. Las fiestas a las que no fui invitado. Los trabajos que no me fueron ofrecidos. La cantidad de reuniones en las que fui descartado. La gente que prefirió simplemente evitarse el trago de conocerme. Los regalos que jamás recibí. Los amigos que no me preocupé cultivar. Los aprendizajes que de todo ello pude haber sacado. Lo que pude tener y no tuve, lo que pude saber y no supe, lo que pude ser y no fui.

No sé lo que no sé. Las preguntas que nunca te hice. Sí, a ti, que pasaste por mi vida hasta que fui yo el que pasó por la de los dos. La cantidad de cosas que no me contaste, porque no te atreviste o simplemente porque en el momento en el que ibas a hacerlo, te interrumpí. Y después ya había pasado el momento de comentarlas, y te dio más pereza que ganas. Y ahí me quedé yo, disfrutando de mi ignorancia, de nuevo, una vez más, otra vez menos.

No sé lo que no sé. La cantidad de cosas que aún no habré contemplado. La cantidad de gente a la que ofendí sin saberlo, y entre todos ellos, aquellos a los que aún hoy debería llamar y pedir perdón. Pero también la gente a la que hice algún tipo de bien y no fui ni para saberlo. Igual dejé de hacer lo que ellos recibían como un beneficio, y si lo hubiera sabido entonces, pues a lo mejor habría continuado haciéndolo. No sé.

Sin embargo, de entre todas las cosas que no sé si sé, me angustian especialmente las aún presentes. Las que todavía están aquí. Las que todavía puedo remediar. Mientras escribo esto, puede que algún amigo esté sufriendo y yo no lo sepa. Puede que, simplemente por dejadez mía o mutua, hayamos llegado a ese punto en el que le cueste más ponerse al día que echarse una mano. O puede que una vez más yo no supiese leer sus señales. O yo qué sé. Por favor, si me lees, llámame.

No sé lo que no sé. Y eso, para alguien que considera que crecer es aprender a despedirse, es una putada como un piano. Porque entonces no es de extrañar que me acabe esperando a perder las cosas para empezarlas a comprender.

Y francamente, así me va.»

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Hipócrates en Panamá.

Hipócrates en Panamá.

Publicado el miércoles, 13 de abril de 2016, en ElPeriódico.com. 

risto«Esta es la última lección que recibo. Esta es la última que permito que me den. Karl Popper ha vuelto reencarnado en recaudador, y el falsacionismo es aplicable hoy a la honorabilidad y honradez de cualquier conciudadano. A la legalidad le están sacando los colores los mismos que no hace mucho impartían clases de patriotismo. Y sin embargo, a menudo nos olvidamos de los que les ofrecieron con sus servicios esa posibilidad tan legal como inmoral. Por eso hoy retrocedo 26 siglos para recuperar un juramento al que basta con cambiarle las palabras médico por asesor, enfermo por contribuyente, veneno por evasión y medicina por fiscalidad.

«Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higía y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia.

Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren; trataré a sus hijos como a mis hermanos y si quieren aprender la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin ningún género de recompensa.

Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los discípulos que se me unan bajo el convenio y juramento que determine la ley médica, y a nadie más.

Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos.

Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dedican a practicarla.

En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos.

Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos. Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.»

Claro que echarle la culpa de todo a los gestores sería tan Ruiz como copiar aquí un texto de otro para así eludir la responsabilidad de tener que escribirlo yo. Oh wait.»

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Me puede.

Me puede.

Artículo publicado el domingo, 10 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«Me puede. Me puede la vida. La tuya, la mía y la que me das. Porque a ti de eso te sobra y decides regalármela día a día. Porque sí. Por qué no. Porque yo aún no sé lo que te doy a cambio, ni si eso que te doy es algo que tú tomas, más que algo que yo ni sabía que te podía aportar. Porque puede que me estés pudiendo también en generosidad.

Me pierde. Me pierde tu risa, tu manera de descolocarme, tu estrategia sin táctica, tu espontaneidad. Me pierdes tú. Me pierde que me busques. Me pierde que me hayas encontrado. Y todavía más, me pierde que yo te haya sabido conquistar. Con lo que eso cuesta, con lo que eso vale. Que hayas decidido dejarte ver. Quedarte aquí. Me pierde, sí, me pierde perderme así.

Me pueden. Me pueden tus ojos cada vez que me enfocan en medio de tanta oscuridad. Porque los tuyos no sólo ven, también tocan. Y hay que ver cómo tocan, madre de dios. Tocado y hundido. Veo veo. Qué tocas. Por qué tocas. Adiós Leo Romaní. Hasta siempre. Chimpún.

Me pueden los labios esos entre los que se acomoda tu boca. Me pueden abiertos, y sobre todo me puede el espectáculo de ver cómo se disponen a hablar. Estoy por pedir palomitas y algo de beber y sentarme a disfrutar. Me puede lo que eres, pero sobre todo, lo que puedes llegar a ser. Me pierde el argumento de esa novela autobiográfica que los dos sabemos que algún día publicarás. Me pierde tu inmenso potencial.

Me pierde. Me pierde pensar que algún día pueda llegar a perderte. Salir de ti. Morirme de frío bajo un sol abrasador. Tener que soltarme y caerme de ti. Seguramente muy por debajo, muy a mi pesar. Desengancharme de todo lo que me ha hecho volver a estar enganchado. Desaprender este lenguaje lleno de cosas tontas que sólo entendemos tú y yo. Abrir mi vida por la página del día después. Y comprobar que ya estaba escrita. Y volver a tachar. Que no es lo mismo que ponerse a olvidar. Porque sigues conviviendo para siempre con otro borrón sin cuenta nueva. Porque en tu caso no sería uno. Serían más.

Me parte. Me parte tu ausencia cada vez que te marcho o me marchas, da igual. Porque siempre te llevas algo así como mi cuarto y mitad. Me estás dejando en los huesos para hacer caldo. Y no estoy hablando de sexo. O bueno, sí. Qué coño. Y una polla. Todo al rojo y todo al negro. No va más. Hala, a volver a empezar.

Porque es que de verdad que me parto. Me parto con tus ocurrencias. Con tu «què vol dir això?». Con tu forma de decir «cosita». Con la manera que tienes de arrugar el entrecejo, cerrar los ojos y chistar. Me río y me haces entender que nada ni nadie es tan importante si tú y yo estamos bien. La risa es el orgasmo de las palabras. Y la envidia, una disfunción eréctil intelectual. Que eso, que me siento mucho mejor persona desde que tú estás. Que aún flipo de lo bien que te has hecho cargo y encargo de mi felicidad. Que tienes la cualidad de saber siempre dónde tienes que estar. Y desaparecer cuando notas que necesito echarte de menos. Ahí es ná.

Por ello, y porque me superas ya en casi todas las cosas, te quería decir que me puedes, sin más. Que esto siempre será eterno aunque jamás sepamos lo que puede llegar a durar. Y que aquí me tienes, rendido y entregado para hacer lo mejor que saben hacer dos que se quieren de verdad. Callar bocas a todos los que aseguraban que aguantaríamos dos telediarios, cuando ya han pasado más de seiscientos. Felicitarte públicamente por cumplir esos locos y maravillosos 20 años, sin vergüenza ni temor alguno por el qué dirán.

Qué sabrán ellos sobre lo nuestro. Qué sabrán.»

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Altagram.

Altagram.

Publicado el miércoles, 6 de abril de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Nosotros, los íberos, inventamos Instagram. Fue entre el 15.000 y el 12.000 a.de C. muy cerquita de Santillana del Mar, concretamente en Altamira. Claro que todavía nadie podía cargar un smartphone y hubo que echar mano de la tecnología disponible en la época para inmortalizar nuestros selfies, aplicarles un filtro monocromo y subirlos al único muro que había para compartir. Nos lo descubrió un señor muy guapo, antepasado de Antonio Banderas, y desde entonces esas instantáneas han recibido millones de likes.

Unos cuantos milenios después de ese primer post, en octubre de 2010, un par de graduados de la Universidad de Stanford lanzaban el Instagram que conocemos hoy. Una vez más, los americanos se llevaban el gato al agua ofreciendo lo mismo pero más fácil y accesible. Y este lunes pasado, un servidor ha tenido el honor de charlar un rato con Marne Levine, exejecutiva de la Casa Blanca, exdirectiva de Facebook y actual COO de la compañía de Menlo Park.

La conversación, interesante como pocas, giró entorno al uso de las redes sociales y a la evolución imparable de la plataforma, frente al evidente estancamiento o dudas sobre Twitter o Snapchat. Las razones del éxito de Instagram, para ella, son básicamente dos. La primera, el poder de la imagen para trascender fronteras y generar empatía. La segunda, que lo que fotografías, en algún momento, lo has visto. Es decir, que es más verdad. Que es más auténtico.

Consecuente consigo mismo, que se muestra tal y como es. Así define la RAE la palabra «auténtico». El valor más demandado por el consumidor. El valor que más crece, también. La autenticidad es el requisito indispensable para empezar a escuchar. Si no, ya ni me molesto.

Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Así define la RAE la palabra «empatía». Porque eso es lo que genera una imagen. No necesita pasar por el filtro del lenguaje, ni mucho menos debe contar con la complicidad de nuestra imaginación. Entra directamente al esternón, nos agarra por dentro y nos sale por la boca en forma de reacción. El texto va de fuera a dentro. La imagen recorre el camino contrario, de dentro a fuera.

Creo que detrás del éxito de Instagram se encuentren las mismas razones del fracaso de nuestros políticos. Siempre he pensado que el mayor regalo que te puede hacer alguien es hacerte cambiar de opinión. Ahí es donde —paradójicamente— uno demuestra su autenticidad y su coherencia. El 20D, los votantes les dijimos alto y claro a los políticos que estuviesen dispuestos a cambiar de opinión, que olvidasen eso de gobernar solos.

Y algunos, antes de cambiar su opinión, están dispuestos a preguntarnos —otra vez— si queremos cambiar la nuestra.»

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Elogio de la ocurrencia.

Elogio de la ocurrencia.

Artículo publicado el domingo, 3 de Abril de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració per Leonard Beard.

«Siempre he admirado la ocurrencia. Siempre he procurado mantenerla bien cerca. La tienen muchos de mis amigos. La tiene gente a la que admiro. La tiene alguno de mis enemigos, también. La demuestran cada día sobre las tablas muchos de los mejores humoristas de este país. La tiene David Guapo. La tiene Manu Sánchez. La tiene Carlos Latre. La tiene Goyo Jiménez. La tiene Berto Romero. Y así.

Para empezar, hay que saber discernir a qué ocurrencia me refiero. La ocurrencia no como acto inoportuno, sino como habilidad. La primera como idea feliz, la segunda, como el brazo armado del ingenio. Lo mismo que ocurre con la improvisación como chapuza y la improvisación como guionista inimitable. La primera es el fruto de la mediocridad, la segunda fruto del talento y la rapidez mental. Molière la llamó «verdadera piedra de toque del ingenio».

Va a resultar que la ocurrencia es como el colesterol —o la molestia—, la hay buena y la hay mala. La hay útil y la hay perniciosa para el organismo. Ahí están Groucho Marx y ZP. Talento y talante. Ocurrencia y ocurrencias. Lo mismo que ocurre con la Historia y las historias. Basta rebajarle la mayúscula a la inicial y pierdes todo el valor que te aportaba.

Estoy hablando de la mejor. Ésa que no se puede preparar. Ésa que es imposible impostar. Esa capacidad de crear un giro donde no lo había, de dibujar curvas que conducen a lugares inesperados en la conversación, esa inquietud por aportarle algo de color a una línea de acontecimientos que se nos presenta siempre tan previsible y tan gris. Y de ahí este homenaje en forma de líneas que no pretenden ser ingeniosas, sino elogiosas.

Un homenaje que incluye a los ocurrentes anónimos, porque también los hay, y muchos. No hay más que abrir Twitter y darse cuenta de que el ingenio es una planta carnívora de exterior. La gasolina de las redes sociales es, sigue siendo, y siempre será ése. Para bien o para mal, el ingenio es una de las emociones que más nos empujan a compartir. A veces, para reírse con. Demasiadas, para reírse de. Lamentablemente, sí. Porque la fuerza, en manos del lado oscuro, es igualmente poderosa. Quizás por eso, figuras tan eternas como Jane Austen y Oscar Wilde menospreciaron públicamente el ingenio. O porque ellos, de eso, iban sobrados. A mí, que voy bastante falto de todo, siempre que sea para bien, me parece que hay que agradecerle mucho al cualquier artista de la palabra que llene de cosas inesperados destellos de brillantez nuestra predeterminada existencia.

Y hablando de cosas inevitables, me pregunto qué ocurriría si de pronto nos diera un siroco y pusiésemos todo el ingenio que somos capaces de producir como nación al servicio de fines no sé si más nobles, pero sí más comunes… igual otro gallo nos cantaría. Somos potencia emergente de ingenio en la balanza emocional del planeta. Si algo nos sobra aún, eso es sol, playa, Lazarillos e ingenio. Imagínatelo por un momento. Si todo el talento anónimo que anda por ahí desperdiciado en memes, coñas y chascarrillos de flor de un día, de pronto, se pusiera de acuerdo para favorecer un objetivo común, seguramente, muchas cosas cambiarían. O igual no, pero a mí me gusta pensarlo así. Ya no hablo sólo de las crisis que merecen nuestra atención y movilización, sino de ONGs que necesitan comunicación para seguir recibiendo financiación y aportaciones y muchas veces no pueden permitirse un plan de medios, para empezar.

Pero bueno, supongo que ahí radica la grandeza de la ocurrencia, del ingenio o de la improvisación: que son caóticas por excelencia, egoístas por definición. Que no sirven de mucho si lo que pretendes es hacer publicidad o propaganda. Y sin embargo, resultan perfectas para la conspiración.»

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Guillem.

Guillem.

Publicado el miércoles, 30 de marzo de 2016, en ElPeriódico.com.

risto» 121. Son los días que quedan para el primero de agosto. Ni uno más ni uno menos. No te molestes, ya los he contado yo. Cuatro meses, se aventurarán algunos. Pero demostrarán no tener ni puñetera idea, la profesionalidad se demuestra en escaquearse con exactitud: son 2.904 horas o lo que es lo mismo, 174.240 minutos, poca broma, que es un buen rato.

121, insisto. Es llegar de vacaciones y ponernos a contar lo que queda para las siguientes. Quien no lo haya hecho alguna vez, que tire la primera piedra. Especialmente en este país, donde los jóvenes sueñan con puestos vitalicios en la Administración, los adultos sueñan con una jubilación anticipada y los más mayores sueñan con dejar de soñar de una vez, que ya están cansados hasta de eso. Y eso los que tenemos la inmensa suerte de poder trabajar. No te cuento los demás.

La jubilación, dijo Woody Allen, está pensada para quienes detestan su trabajo. Es lo que tiene vivir toda tu vida en grandes ciudades con clima de mierda. Que acabas confundiendo ocio y negocio. Pero lo peor es que cada vez estoy más de acuerdo con Woody. El problema no lo tienen los lunes, el problema es que no te dedicas a lo que te apasiona. El problema no lo tiene tu jefe, el problema es que aún dependes de un jefe para sentirte realizado. Si todavía necesitas despertador para ir al trabajo, es que sigues dormido y algún día, espero que pronto, despertarás. Pero despertar de verdad.

Y para muestra, permíteme un botón: Guillem.

Guillem es un chaval de apenas 20 años que trabaja en la estación de esquí de GrandValira, en Andorra. Su trabajo es de los más monótonos y potencialmente aburridos que se me pueden pasar por la cabeza: es uno de los encargados de facilitar el telearrastre a los esquiadores. Se pasa allí las horas del día viendo cómo los demás disfrutan mientras él se dedica a acercarles la misma percha una y otra vez. Misma acción repetida cientos de veces al día. Cualquiera acabaría harto de hacer lo que hace Guillem, aburrido, apagado y hasta amargado. Y sin embargo, él no.

En esa operación que dura apenas unos segundos, Guillem consigue crear un instante de magia. Te recibe con una gran sonrisa mientras te suelta una frase ocurrente —seguramente ensayada—, pero que logra sorprenderte cada vez. «No la pierdas, que aunque sea de metal, vale oro», fue una de las que me dijo a mí. Y me demostró una vez más que igual que Edison veía en el éxito un 1% de inspiración y un 99% de transpiración, en la mayoría de los trabajos hay un 1% de aptitud y un 99% de actitud.

Seguro que Guillem no es de los que cuentan los días que faltan para el 1 de agosto.

Y no por nada, sino porque la temporada de esquí finaliza el 10 de abril.»

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Volveremos a ser ciudad.

Volveremos a ser ciudad.

Publicado el miércoles, 23 de marzo de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Me acabo de quedar sin tema. Tenía una columna pensada superocurrente —vale, tampoco hay que exagerar—, pero de verdad que presentaba giros insospechados y un final impropio de mí de lo bueno que era. Sin embargo, nada de eso me vale ya. Se me acaba de ir el santo al cielo. Me he quedado en blanco. A mí, y a todos a los que nos ha ido llegando la noticia.

Apenas unas horas después de detener al desgraciado de París, otros desgraciados lo han vuelto a conseguir: han asesinado en Bruselas como mínimo a 34 personas, si no más. Y sí, es cierto, pocos días atrás se producía otro atentado, ya, pero no tan cerca, no tan aquí. Qué le vamos a hacer si los que nos autoproclamamos países civilizados somos así de estúpidos, si no pensamos en los niños refugiados hasta que vimos a Aylan muerto en nuestra orilla del mar, si lo del espacio Schengen no deja de ser una miopía de tamaño continental. Puede que a este paso acabemos siendo todas las ciudades europeas. Ayer fui París, hoy soy Bruselas y no quiero volver a ser ninguna más. Las ciudades no son, en las ciudades se está. Y cada vez con más miedo, debo añadir. Estamos siendo atacados en casa, y ellos saben que es la peor forma de hacernos daño, porque nos guste leerlo o no, los atentados en los que mueren sirios, libaneses o iraquíes nos dan más igual.

Hoy han vuelto a conseguir lo que buscaban. Interrumpir. Interrumpirnos. Dejarnos en silencio una vez más. Saben que quien tiene la capacidad de interrumpir cuando y donde quiera, al final tiene el poder fáctico, el poder de verdad. Por mucha ley y tratados internacionales que se les pongan delante. Ellos cuentan con el factor más contundente: aquel que no obedece a ninguna regla, aquel que no es previsible, aquel que nadie sabe dónde está, ni cuándo ni dónde nos volverá a golpear. Parece que en el siglo XXI ya no pueden ignorarse alegremente los problemas del vecino, porque sus problemas acaban siendo nuestros problemas, y porque sus muertos acaban siendo los nuestros también.

Y mientras no seamos capaces de entenderlo, reaccionar y abatirles con nuestras armas y de manera legítima y consensuada, seguiremos sufriendo pérdidas injustas o que algunos de nuestros chavales pillen el fusil por su cuenta y riesgo y se larguen a pegar tiros contra el Daesh en Irak.

Sí, un lustro de conflicto sirio es un avispero en el que ya está comprobado que tenemos nuestra parte alícuota de responsabilidad. Pero alguien debería hacerles frente a los bárbaros de manera inmediata, legitimada por el Estado de Derecho y usando el único lenguaje que entienden, antes de que sea demasiado tarde o nos convertiremos todos en otra ciudad.»

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