Reacordar.

La memoria no es un músculo. Ni siquiera una actividad. La memoria es un lugar. Un sitio. Un rincón, para ser exactos. Y como todos los rincones, carece de mapa que le haga justicia, pues los lugares más interesantes son siempre aquellos a los que no llega Google Maps. Y como también le ocurre a las esquinas, jamás están quietas e inmóviles, y si no, pregúntaselo a cualquier dedo meñique del pie. Como consecuencia, las cosas que dejamos en nuestra memoria -esos bultos a los que llamamos recuerdos- tampoco se quedan todo el rato en el mismo sitio. Se mueven. Se agrupan. Se disuelven. E incluso a veces, sin venir a cuento, desaparecen. Tienen tanta vida propia, que a veces responden más a lo que hemos ido contando que a los motivos por los que realmente los dejamos ahí.

Por eso, cada vez estoy más convencido de que recordar es volver a ponerte de acuerdo contigo mismo. Recordar es reacordar. Para empezar, volver a poner de vigencia ese acuerdo que nos debemos todos entre tu presente y tu pasado, entre lo que has decidido explicarte y lo que realmente ocurrió. Pero también ajustar expectativas propias y ajenas, sustituir tus sueños por otros más válidos (que te hagan más feliz), actualizar tus yo nunca, volver a medirte los ya verás. A veces, lo que nos gustaría que hubiese ocurrido es tan diferente a lo que pasó, que ese acuerdo se vuelve imposible. Y a veces es simplemente una mentira, que a fuerza de explicarla, ha logrado sustituir a la realidad.

Y es que si la memoria es un destino, existen básicamente tres formas de visitarla. En primer lugar, se puede acudir de turismo. El que va de turismo, visita uno o varios recuerdos desordenados y suele llevarse de souvenir un leve pellizco en el corazón. En segundo lugar, puedes ir a la memoria porque estás de paso. Es lo que ocurre cuando quieres contrastar algo, verificarlo, hacerte tu propio fact-check. Es acudir a tu propia biblioteca para no llevarte ningún libro, tan sólo para consultarlo allí, porque prefieres dejarlo donde está. Y por último, está quien acude a su memoria para quedarse a vivir. En este caso, mudarse a un recuerdo es empezar a vivir de segunda mano. Porque para empadronarte en tu memoria primero hay que renunciar a fabricar recuerdos nuevos . Y ésa no otra que la definición de vejez.

Porque una cosa es ser anciano, algo a lo que -con suerte- algunos llegarán, y otra muy distinta, decidir ser viejo.

Y porque recordar es importante, sí.

Pero más lo es reacordar.