Hay alguien ahí.

Comunicarse es existir. Dirigirse a cualquier persona es demostrar que uno está vivo, pero también querer que mundo sepa que hay alguien ahí. Al otro lado. Escuchando. Sintiéndose interpelado.

Ahí están las cartas de los presos. Ahí está la correspondencia de vuelta de amigos y familiares.

Ahí están los mensajes lanzados al espacio en busca de vida inteligente, también conocidos como METI (Messaging to Extra-Terrestrial Intelligence).

Ahí está Cinco horas con Mario. Ese maravilloso diálogo disfrazado de monólogo, en el que la otra parte vuelve a la vida tan sólo para escuchar.

Y ahí están las plegarias. Rezar es confirmar la existencia del interpelado. Nadie reza a quien no existe. Nadie le pide nada a quien no está.

La televisión también es un entorno de creación de identidades. Si hace tiempo que no ves una cara en la pequeña pantalla, de alguna forma para ti ha dejado de existir. Igual esa persona no ha parado de trabajar desde entonces, pero como lo ha hecho detrás de la cámara, no ha contado para ti. Ojos que no ven, corazón que no existe.

Los influencers, ese grupo -en mi opinión- tan injustamente vilipendiado, lo son precisamente porque su única identidad reside en el acto de la comunicación. Son el primer grupo profesional de la historia surgido única y exclusivamente al albor de la interacción social, es decir, gracias a su capacidad de comunicación con los demás, lo cual significa que su único gran pecado ha sido construir su identidad -su existencia- únicamente a partir de sus seguidores. Hasta su aparición, todo el mundo comunicaba algo que ocurría fuera de las redes, es decir, el entorno digital se utilizaba como un canal de propaganda de algo que se había hecho en el mundo analógico. Ellos han convertido un medio en un fin en sí mismo. Como hizo Gran Hermano con la tele. Y eso, para ciertos conservadores, será siempre imperdonable.

Por eso, en estos días de comunicaciones a distancia, días de Zoom, de Skype y de Facetime, cada interacción tiene la fuerza conceptual de un acto de trascendencia. Creo que estás ahí, quiero que estés ahí, y además, lo evidencio y lo ratifico en este acto de comunicación.

Me escuchas, luego existes.

Te hablo, luego estás.