Fuera de cobertura.

Fuera de cobertura.

Artículo publicado el domingo, 24 de julio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

 

Me estoy quedando sin cobertura. Y ojo que no hablo de mi móvil, que ya hace tiempo que funciona mucho mejor que yo. Me refiero a mi actitud, mis ganas y mi predisposición a estas alturas del año. Debe de ser por eso de que dejamos de trabajar para Hacienda, no sé, pero lo cierto es que las vacaciones de verano siempre me pillan como a Kate Moss: con una rayita. Badúm pshh. Sin embargo, en mi caso esa rayita es de batería y, sobre todo, de cobertura.

Por estas épocas, poco a poco, voy notando que cada vez escucho menos. Los susurros se vuelven gritos y las cotidianidad me da aún más pereza que de costumbre, que ya es decir. Dirás que es el calor que nos aplatana, pero ya no. Porque me ocurre lo mismo aunque me tire horas bajo el chorro del aire acondicionado, sigo recibiendo cada vez peor. Y que conste que no es un proceso inducido ni consciente, ni mucho menos, es algo que me pasa todos los años muy a pesar de mi voluntad.

También siento que emito peor que de costumbre. Lo que tengo en mi cabeza y lo que acaba saliendo por mi boca se parecen lo mismo que los discursos de Melania y Michelle, bueno, igual no tanto, vale me he pasado. Pero sí creo que cada vez estoy menos interesado en ser bien recibido, entendido, decodificado por los demás. Yo lo suelto y una vez está fuera me dedico a explorar qué tal se desenvuelve el mensaje por sí mismo en el exterior, como quien examina su pañuelo después de sonarse, dispuesto a llevarse una desagradable sorpresa que sin embargo sabe que le encantará contemplar. También es posible que todo sea sólo cosa de la edad. No sé.

Lo que sí sé es que al mismo tiempo, se produce en mi cabeza una desconexión en círculos concéntricos, de fuera a dentro, de más a menos prescindibles en mi vida. Es un proceso de degradación social que también forma parte de esta crisálida del cerebro a la que llamamos agosto.

Suelo empezar por los contactos con los que no he hablado en el último año. Son el trastero de las relaciones sociales. Esa parte del fondo de armario que ya jamás te pondrás. Son las personas que de pronto se vuelven cada vez más borrosas. Y algún día los descubres en tu agenda de teléfonos y en algún caso hasta te preguntas quién es esa persona que algún día te hizo almacenar su contacto. Y de pronto me doy cuenta de que no lo utilicé jamás. Ni ellos tampoco el mío, claro.

Después empiezo a disparar balones fuera con una habilidad que ni Sergio Ramos en sus mejores tiempos. Badúm repsssh. De pronto, mi agenda se vuelve impermeable a todo tipo de compromisos, reuniones y otras fiestas de guardar. Y el proceso desde este punto se vuelve imparable e irreversible.

Continúo por las personas con las que trato día a día. Personajes secundarios en mi rutina diaria que, como todos los secundarios, son cada vez más protagonistas, más visibles, pues empiezan a actuar como si supieran que cuando vuelvan de vacaciones, ahí estarás.

A continuación empiezo a reconectarme con las personas más importantes de mi vida de una manera que no he podido el resto del año. Es por eso, supongo, que hay más divorcios cada verano. Porque uno se ve obligado a concederle horas a quien se supone que le importa de verdad. Y ahí se dan cuenta muchos de lo poco que les importan sus allegados. O simplemente, de lo equivocados que están. En mi caso, pasar más tiempo con la gente que quiero es lo más próximo que existe a eso que algunos llaman felicidad. Y regalándoles lo más preciado que tengo, mi tiempo y mi rutina, es mi manera de intentárselo demostrar.

Por último, llega el momento de desconectar de mí mismo. Es la desconexión más difícil, pero la más importante también. Dejar de hacer lo que hacía, de hablar de lo que hablaba, de pensar en lo que pensaba y de sentir lo que sentía. Quitarse todo ese ropaje y ponerlo a lavar, secar y centrifugar, y ver qué es lo que se ha estropeado, lo que se me ha quedado grande o pequeño y lo que definitivamente, hay que ir pensando en renovar. Tomarse distancia y verse como en un sueño, desde otro punto de vista pero sabiendo que seguirás siendo tú en tercera persona, hasta que decidas volverte a despertar.

Me estoy quedando sin cobertura y lo noto incluso como responsable de esta columna que sabe que —con suerte— hasta el mes de septiembre no volverá.

No sé si me r-c-b-s bien. Hol-? M— es——————?

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El mundo se va a la mierda.

El mundo se va a la mierda.

Artículo publicado el miércoles 20  de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

ristoEl mundo se va a la mierda. No, no lo digo yo. Lo dicen los informativos y eso que llamamos noticias, por no llamarlas teledesgracias, que aunque suena peor, igual venderían más. Es Bagdad, es Niza, es Ankara, es Alemania. Es la UE, que habrá que empezar a venderla sin UK, como quien le quita los aditivos a un yogur. Es la política exterior de la UE. Es celebrar que siga en el poder alguien como Erdogan. Pero es que es Siria. Es Al Asad. Es Lesbos. Es Malawi. Es Zaatari. Es ISIS. Es Al Qaeda. Es Boko Haram. Pero es que también es Orlando, es Baton Rouge, es Trump. Michelle Trump. Es que será cualquier otro entre que escribo estas líneas y salen publicadas. Es que no nos da tiempo ni de enterrar a los muertos ni de curar a los heridos, que ya se está liando en cualquier otro punto del planeta.

El mundo se va a la mierda. Son los maristas pederastas cuyas penas prescriben como si lo que hicieron se arreglase con el tiempo, cuando no les cae una condena irrisoria, aquí paz y después gloria, pelillos a la mar. Ahí siguen también los asesinos más cobardes que existen, los maltratadores y practicantes de esa lacra social en que se ha convertido la violencia de género en nuestro país. 28 asesinadas en lo que va de año, si no más.

El mundo se va a la mierda. Es el paro, los contratos basura, la economía que no levanta cabeza y amenaza con nuevas recesiones cuando aún no hemos salido de la anterior. Es la corrupción, o mejor dicho, son los corruptos, chanchulleros y evasores de impuestos que no devuelven lo robado, es la impotencia del ciudadano de a pie que sólo importa para que vote y pague, son estas legislaturas de 6 meses tras las cuales nadie dimite pese a su incapacidad manifiesta para negociar. Por no hablar del calentamiento global y las mil y una formas de cargarse el planeta que aún nos quedan por experimentar.

Hoy sonreír se ha convertido en un acto revolucionario. Hoy tener esperanza es lo más próximo a contagiarse de más idiotez. Hoy sólo se puede ser feliz si decides serlo a pesar de todo. Y enamorarse puede que sea la más irracional de las actividades humanas. Y ya no digamos traer hijos al mundo.

Por eso me gustaría acabar este texto aportando un halo de luz, de un optimismo que, aunque suene infantil e ingenuo, nos ayude a continuar levantando la persiana, el párpado o la ilusión, da igual.

Por eso, decirte que nos quedan sólo dos actitudes. La primera, es la de no hacer nada y morirse de miedo. Y la segunda, es la de hacerlo todo igualmente y morirse de todo lo demás.

Que si el mundo se nos va a la mierda, que al menos nos pille soñando, riendo, cazando Pokémons o si me apuras, hasta bailando la Salchipapa.

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9.80665 m/s2.

9.80665 m/s2.

Artículo publicado el domingo, 17 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Las cosas caen. Hayan subido antes o no. Por eso no bajan. Ni descienden. Ni siquiera se desinflan. Simplemente, caen. Esta es la gran lección que te va dando la vida poco a poco. Dejando que la gravedad haga su trabajo y que tú, que hasta entonces te creías inmune, lo vayas descubriendo lentamente. Decepción a decepción. Creencia a creencia. Despedida a despedida. Apartando granito a granito lo superfluo para que veas que, al final, te pongas como te pongas, las cosas caen.

Todo cae. Las cosas, las primeras. Pero las personas también. Y las obras de las personas ya ni digamos: si nadie las cuida, claro que acaban corriendo la misma suerte. Por lo tanto, si aún no han caído, es porque alguien o algo las ha mantenido hasta ese mismo momento.

Caen los ídolos. Y con ellos las esperanzas de que fuésemos mejores de lo que realmente somos. Caen las carnes. Y desenfocamos el retrato de Dorian Gray que ocupa nuestra foto del avatar. Cae el pelo. El mío el primero, ya. Pero si a ti aún no se te ha caído, date tiempo y ya verás. Y hablando de caérsele el pelo, caen las bandas organizadas, vale, algunas, no todas, es verdad. Se nos cae la vida. Cualquier día. En cualquier momento. En cualquier lugar. Por caer, caen hasta los proyectos que estaban siendo promovidos por algún iluso que dejó de poder empujarlos. Y la prueba es que la inmensa mayoría de ilusiones, empresas y proyectos de este mundo no tienen continuidad más allá de quien tuvo la idea y no sobreviven a su fundador. Sí, es cierto, hay sueños que sobreviven a generaciones. Pero lamentablemente no son legión. La mayoría de sueños son como los ataúdes, casi todo el mundo tiene uno, pero es muy incómodo ponerte a ocupar el de los demás.

Y es que las cosas, como las relaciones, como las personas, como las células, se desordenan solas. Se ensucian solas. Se deterioran solas. Se arrugan solas. Se estropean solas. Tienden de manera desaforada a eso que los científicos llaman entropía y que no es más que la tristeza que las cosas sienten al sentirse abandonadas. El abrazo de la muerte al mismísimo caos que las llama por su nombre para descomponer sus átomos y volver a jugar como quien tira los dados sin esperar a que vuelva dios del baño. Y hay que esforzarse mucho, qué digo mucho, hay que sudar como un Sísifo para mantenerlas donde están, y ya no digamos para que evolucionen y crezcan y aprendan y aporten algo al mundo y a los demás. Mantener vivo un amor, una empresa o cualquier relación, es empujarla siempre hacia arriba, pues si no la empujas la estás dejando caer, y para cuando te vengas a dar cuenta, ya no sabrás ni dónde está. Créeme, he recogido corazones hechos pedazos más de una vez.

Quizás por eso me fascinan tanto las catedrales, los monumentos, las piedras en general. Por su continua resistencia a la caída. Porque ser una oda física a la supervivencia. Porque nos verán morir. Y porque les dará igual.

Al final, el suelo es el destino de casi todas las cosas. Y eso significa mucho más que el efecto de la simple gravedad. Significa que si las dejas caer, conforme se acerquen al suelo, irán incrementando su velocidad. Se acelerarán. Se harán más inevitables. Inexorables. Evidentes. Parecerán predestinadas. Pero no nos engañemos, nada más lejos de la realidad. Habrán sido, simplemente, dejadas, y dejar viene mucho antes que vejar en el diccionario, pero aquí significan más o menos lo mismo.

Las cosas caen. La distancia al suelo es lo que llamamos éxito. Y al suelo también le hemos cambiado el nombre, le hemos llamado fracaso, por no llamarlo punto de apoyo para volverse a levantar.

Hayan subido antes o no, las cosas caen. Por eso no bajan. Ni descienden. Ni siquiera se desinflan. Se deterioran. Se desintegran. Se oxidan. Y hay quien no está dispuesto a caer. Y entonces prefiere tirarse. Ellos verán.

Yo sólo sé que las cosas caen. Y que pienso seguir empujando para que no decaigan. Aunque lo bueno no es que uno empuje para que ciertas cosas aguanten. Lo bueno es el día en que descubres que ahora sois dos o más empujando en la misma dirección.

Entonces —y sólo entonces— se puede hablar de proyecto de vida.

Entonces —y sólo entonces— se puede hablar de transformarse y trascenderse.

Entonces —y sólo entonces— se puede buscar la felicidad propia, siempre tan escondida entre medio de la de los demás.

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We try harder.

We try harder.

Artículo publicado el miércoles 13 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Y sin haberlo previsto ni buscado, esta última Eurocopa se ha convertido ante los ojos del mundo en la metáfora más grande del planeta. Será la época de muchas cosas, pero lo que está claro es que son malos tiempos para los favoritos. Es más, me atrevería a decir que ser favorito es hoy en día lo más próximo a una maldición laica universal.

Pasó con la favorita Inglaterra contra Islandia. Pasó con la favorita España contra Italia. Pasó con la favorita Alemania contra Francia. Pasó con la favorita Francia contra Portugal. A todas las favoritas les han dado donde más les duele: en los resultados. Y les ha dado quien menos se esperaba, en términos deportivos, los aspirantes.

En esta vida, o eres favorito, eres aspirante. Dicho en anglosajón, o eres leader, o eres challenger. Y lo más curioso es que te lo suelen otorgar los demás, en base a ciertos resultados más o menos lejanos, pero rara vez es un título que uno se dé a sí mismo.

El favoritismo atonta. Y si no, que se lo pregunten a los hermanos menores. Para empezar, ser favorito no te aportará ningún reconocimiento extra, pues tu umbral del mérito será mucho mayor. Luchas por mantener algo que siempre está por demostrar. Encima, en caso de conseguirlo, nadie te va a felicitar como si te hubiera costado, y si fracasas, la crisis que abras será desproporcionada. Por eso los entrenadores más listos —o mayores— huyen del favoritismo como si de una enfermedad contagiosa se tratara. Saben que si alguien se lo acaba creyendo, es probable que viva con la visión distorsionada. Competir contra uno mismo es el primer paso para perdonarse más errores. Además, el favorito cae peor de entrada, pues estamos educados para pensar que la vida es más justa cuando premia a los que iban a perder.

Ser challenger, por tanto, son todo ventajas. Eres aquél a quien nadie mira, por el que nadie apuesta, y por lo tanto, juegas sin la presión de tener que revalidar. Cualquier cosa que consigas será una sorpresa para todos, empezando por ti mismo. Y sobre todo, no tienes nada que perder con el riesgo. Arriesgarse no es una opción, pues tienes mucho que ganar y mucho menos que perder que tu rival. Así las cosas, no es de extrañar que suelan dar la sorpresa los equipos que se presentan como challenger a las eliminatorias.

En los años 60, un brillante eslogan publicitario de la segunda marca de alquiler de coches en Estados Unidos dio la vuelta al mundo por haber presentado la desventaja de ser el primero de los perdedores en un gran beneficio para el consumidor.

Habían convertido un puesto en una actitud.

La actitud de los que siempre ganan, sea cual sea su clasificación.

La saco de titular, por si algún seleccionador quiere tomar nota.»

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Qué has hecho conmigo.

Qué has hecho conmigo.

Artículo publicado el domingo, 10 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

 

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Il.lustració per Leonard Beard.

«Qué has hecho conmigo. Dónde me has dejado. No es que pretenda salir a buscarme, es por simple curiosidad. A dónde has enviado todas mis penas, que mira que no eran pocas. A qué lugar enviaste mis agravios, mis nunca más. De verdad, dime qué has hecho conmigo, y ya puestos dime también cómo lo has hecho. De qué vas. Eh. De. Qué. Vas.

En poco más de un año tú me has dado vuelta y vuelta. Me miro y no me reconozco. Y me gustaría explicarme mejor, pero no puedo, la verdad que no sé. Tan sólo sé que la resta entre lo que soy ahora y lo que era es mucho más que positiva, y también que tiene una principal responsable. Así que no te me escondas con otra caidita de ojos y confiesa. Qué has hecho conmigo y con todo aquello de lo que yo me solía quejar.

Qué has hecho con mi nostalgia. Qué has hecho con mis noches en vela preguntándome por lo que pudo ser y no fue. Qué has hecho con lo que me gustaba a mí dolerme al recordar. Al llorar mis penas, que para eso eran mías. Porque las regaba cada día a base de lágrimas de usar y tirar. Qué has hecho con mi pasado que ya no me parece más que un telonero de esto que tenía que llegar.

Qué has hecho con mi frase fetiche. Crecer es aprender a despedirse. Que parece que de pronto sólo sea válida para los demás.

Qué has hecho con esta sonrisa que ya no se me cae de la cara. Que me paseo por la vida con esta cara de idiota que se suma a la que ya tenía, que no estaba mal. Yo que siempre me tuve por un tipo serio y más bien introvertido, y mírame ahora. No hay día en que no me descubra haciendo el payaso con el simple objetivo de estirar tu boca, de sacarte un venga tonto, para ya.

Qué has hecho con mi vergüenza. Que no es que la haya perdido, es que me río de ella cada día más. Qué me has hecho para que me de todavía más igual el qué dirán. Cuando uno tiene algo tan bonito entre manos, no necesita la aprobación ni el juicio del otro. Simplemente, lo disfruta, sin más. Y quien no lo entienda, pues para él toda nuestra lástima, y desearle que lo llegue a descubrir en esta vida, ojalá.

Qué has hecho con mis ojos, que ahora ya sólo buscan los tuyos en medio de cualquier reunión o cualquier cena, como la proa que busca el faro en plena tempestad. Y eso cuando no estás hablando, porque cuando pronuncias alguna palabra, la que sea, entonces ya pierdo totalmente el norte y no puedo ni quiero evitar tu boca y tu lengua, acariciando y jugando con cada sílaba antes de dejarla en libertad.

Qué has hecho con mis amigos, que me amenazan todos diciéndome que pobre de mí que la cague contigo. Que me observan insistentemente como advirtiéndome que más me vale cuidarte bien. Como si ellos supieran lo que yo sé. Porque seguramente lo saben desde mucho antes que yo.

Que yo antes no me gustaba nada de nada. Y sigo sin gustarme, francamente. En eso, es en lo único en que todo sigue igual. Pero si hay algo de mí que parece que te ha gustado, quisiera seguir teniéndolo por siempre jamás. No sé lo que hice en esta vida o en otra para merecerte, pero me gustaría saberlo lo antes posible para hacerlo las veces que hiciera falta y retenerte aquí conmigo.

Si alguna vez me dejas —que me dejarás— hazme un favor y jamás me vuelvas a dejar como estaba. Me has mejorado por dentro y por fuera, te me has bajado mi última versión y este hardware ya no quiere ser compatible con un software anterior al nuestro.

Hoy te disfruto sin pensarlo, porque como lo piense, seguro que me pongo nervioso y dejo de hacer lo que sea que hago para hacerte feliz.

Qué has hecho conmigo, que nos has unido tanto.

Qué has hecho conmigo, que ya no sé qué hacer sin ti.»

 

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¿Qué?

¿Qué?

Artículo publicado el miércoles 6 e Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Según los diccionarios, existen muchas formas de clasificar la hipoacusia, la cofosis o, como se le conoce vulgarmente, la sordera. A efectos de este artículo, haremos como si hubiera básicamente dos: la que aparece en los diccionarios y padecen millones de personas en todo el mundo, y los 5 tipos que vamos a tratar aquí.

La primera sordera en la que uno repara es muy difícil de diagnosticar, pues aparentemente quien la sufre escucha lo que se le dice. En principio calla cuando el otro habla, así que parece que está escuchando. Parece. Porque si lo analizas, en realidad es sólo una pausa para que el otro acabe. En su discurso no incorpora jamás lo escuchado, y sobre todo es incapaz de cambiar de opinión. Es la sordera del tertuliano o la de la maruja (o marujo, que los hay a puñaos) que tiene siempre algo que contarte que no te lo vas ni a creer.

La segunda sordera es la del que se cree en posesión de la verdad. Se lo cree tanto, que tampoco te escucha, más bien te perdona la vida cada vez que malgastas su aire. Es la sordera del intelectual que se siente superior moral e intelectualmente. Lo que pasa es que no te lo dice para no herir tus simples sentimientos de primate con derecho a respirar y poco más.

La tercera sordera es la del que sólo está dispuesto a escuchar aquello que coincide con su opinión. Lamentablemente muy generalizada en nuestro país. Millones de personas que ven las noticias no para informarse, sino para confirmarse. Otros tantos que siguen a sus columnistas favoritos para saber cómo tienen que opinar. Líderes políticos que son capaces de contarte su propia Historia de España tan sólo para justificarte su necesaria llegada al mundo.

Hay una cuarta sordera que es el del que nunca jamás se equivoca. Ojo, a no confundir con la anterior. Éste dice considerarse tu prójimo, tu igual, aunque con un matiz importante: tú vas siempre en el sentido que no debes, y él sí va en el correcto. Es el que pierde las elecciones y monta un circo demoscópico para cambiar las preguntas a las respuestas que no le gustan. Es el que te amenaza con que si su partido cambia, será menos sexy. Es el que necesita hablar con muchos tacos intercalados para demostrarte que todavía son tan como tú como cuando te engatusaron por primera vez.

Y por último, destacaría una quinta sordera que es la del que ni siquiera descuelga el teléfono, la que últimamente nos tiene el país paralizado por culpa del único argumento que aborta cualquier negociación: si total, me pedirán lo que no puedo darles y me darán lo que jamás les pedí. Damien Rice: «You give me miles and miles of mountains / and I’ll ask for the sea».

Manuel, de Fawlty Towers, sólo pudo haber nacido aquí.»

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El rabillo.

El rabillo.

Artículo publicado el domingo, 3 de Julio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«No, hoy no voy a hablar de mi vida sexual, o al menos no aquí, como mínimo no ahora. Con ese título me refiero al otro rabillo, al rabillo del ojo. Aquél por donde pasan las cosas que aunque jamás las miramos, no podemos decir que no las hayamos visto. Aquél por donde la vida nos demuestra que ella sigue aunque no cuente con nuestra atención. Si es que existe un dios, cada vez tengo más claro que no está en los detalles, sino en el rabillo. Nos pasa por el lado, como sin darnos cuenta. Nos roza la vista, como sin querer.

El resto de animales, que en esto de la evolución —como en tantas otras cosas— nos llevan varios milenios de ventaja, supieron distinguir enseguida entre depredadores y depredados en función de dónde tenían colocados sus ojos. Si tu visión es frontal y genéticamente preparada para enfocar objetivos a larga distancia, eso es que eres tigre, leopardo, puma o león, lo que viene siendo un cazador nato y estás arriba de todo en la cadena alimenticia. Si tu visión es perimetral y te permite escanear tu entorno más próximo a los 360 grados que a los 0, eso es que eres cebra, gacela, lémur o dicho en plata, un pringao más en la sabana, un lineal más en este Mercadona semoviente de los que están por encima de ti.

El ser humano, con nuestros casi 180 grados de visión perimetral nos hemos quedado como en casi todo, ni chicha ni limoná. Eso nos deja en la posición más incómoda, pues nos permite, qué digo nos permite, nos exige que nos signifiquemos en función de nuestras capacidades y nuestro carácter, o mejor dicho, de nuestra personalidad. Y así llegamos hasta el día de hoy. En esta vida, si no eres depredador, eres presa. Y al final todo depende de tu elección.

Lamentablemente, el ser humano ya ha tomado partido a nivel global. Creo que como civilización ya nos hemos decantado claramente por una de las opciones y hemos olvidado para siempre las demás. Vivimos en una sociedad obsesionada con el foco, con el objetivo, con cumplir metas, con tener un sueño e ir a por él. Creemos que somos mejores gracias a la especialización, simplemente porque nos ha llevado hasta aquí. Nos creemos en posesión de la verdad simplemente porque la hemos estado buscando incluso a costa de la justicia o la igualdad. Nos cargamos al enfermo porque cuando le arreglaron el hígado le estropearon el riñón. Y así nos va.

Hoy el planeta entero sufre de hiperfoquismo, por inventarme algún término guay para los anales del olvido. O espera, vamos a llamarlo microencuadre, que suena cultureta pijoprogre y mola más.

Hoy dejamos que otros tomen por nosotros las dos decisiones más importantes a la hora de mirar, que es el sentido por el que nos entra la vida. La primera decisión es qué encuadro. La segunda es qué enfoco. Y a los restos que nos dejan esas dos decisiones tomadas por otros es a lo que llamamos libertad.

Mírate cualquier informativo, el de cualquier cadena. Abre cualquier periódico, de un lado o de otro, da igual. Y ahora bájate a cualquier bar. Escucha los tres o cuatro temas que se tratan en cada uno de ellos. Te apuesto lo que quieras a que son los mismos. Alguien nos hace reflexionar y vivir sobre lo que nos han dicho que reflexionemos. Eso sí, tenemos libertad de pensamiento, libertad de expresión, pues oiga menuda libertad. Nadie se plantea si es de eso sobre lo que deberíamos estar pensando. O hablando. O votando. O encuadrando. O enfocando. Simplemente jugamos al juego que nos dicen que hemos venido a jugar.

Y la vida se nos descojona por el rabillo. Porque como dijo el sabio, vida es lo que te pasa mientras estás muy ocupado haciendo otros planes. Ya nadie piensa en lo que debería estar pensando. Ya nadie se plantea nada que no nos hayan dicho que nos debemos plantear.

Ya sólo encuentras lo que pones en un buscador, es decir, lo que estás buscando. Ya sólo ves lo que pones en tu mando previamente, y encima lo eliges entre lo que tienes sintonizado. Ya sólo llegas donde te dicen que vayas.

Y así la serendipia va muriendo poco a poco. Como la entropía. Como el ecosistema. Conceptos holísticos que se los ha quedado la ciencia, como quien sabe que es el último que los quería adoptar.»

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Carta abierta al votante del PP.

Carta abierta al votante del PP.

Artículo publicado el miércoles 29 e Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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«Iba a decir querido, pero no me atrevo a ponerme cariñoso con un desconocido sin gintónic de por medio. Y digo desconocido, porque los 7.906.185 votantes del PP se parecen cada vez más a los espectadores de ciertos programas de televisión, esa masa social inexistente que a la hora de la verdad dinamita todo sondeo.

Vaya por delante mi más sincera enhorabuena y mi incondicional respeto democrático hacia cada voto de un compatriota. Espero que entiendas que precisamente en eso consiste la democracia, en que puedo y debo respetarte a ti pero ni puedo ni debo compartir tu decisión. Si todos pensásemos como tú, esto se llamaría de otro modo, lamentablemente demasiado visto en la historia de este país.

También quiero pensar que no has votado por miedo a un Brexit, a más incertidumbre o a las alternativas políticas, da igual. No por nada, sino porque el voto por miedo me parece el más cobarde o peor, contraproducente. Como ya han descubierto algunos, enarbolar la banderita del miedo es intentar criar animales salvajes: tarde o temprano se te acaba volviendo en contra.

Ojo, que no pretendo que votaras como yo. Ni mucho menos. Primero, que ya sería demasiado tarde. Segundo, porque esto va de que cada uno vote a quien le da la gana, faltaría más. Tercero, porque será que no había más opciones que la tuya o la mía. Y cuarto, porque yo voté al PACMA, que no aspiraba más que a obtener representación y así defender cosas que hoy ni se contemplan en el congreso. Algo que gracias a la Ley d’Hondt y a los intereses de quienes deberían abolirla, ha vuelto a ser imposible. Una persona, un voto. Ya.

Otra cosa es que me dé vergüenza tu voto. Sí, vergüenza. Y no porque haya ido al PP, pues —insisto— es una alternativa tan legítima como cualquier otra; he conocido e incluso ayudado a ganar a gente honesta y honrada dentro de esa organización, gente que no se merece ni los tesoreros ni dirigentes que le ha tocado sufrir. Me avergüenza porque era el respaldo que justo ahora necesitaba el candidato líder de la lista más imputada. Gracias a tu voto, la corrupción y la conspiración de estado, en vez de ser castigada, hoy resulta jaleada y premiada. Porque si eximes de penitencia al responsable último, eso es que el primer responsable eres tú.

Así que nada, espero que disfrutes mucho de tu decisión con cada nuevo juicio, con cada nueva investigación. Como alguien dijo, daría mi vida por tu derecho a hacerlo. Aunque eso sí, hoy tenemos el país que te mereces. Con tu permiso o sin él, yo y otros muchos que aún somos mayoría, seguiremos intentando que se convierta también en el que nos merecemos los demás.

Afectuosamente, pídemelo con el pepino entero, sin cortar.»

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Mejor así. Mejor ahora.

Mejor así. Mejor ahora.

Artículo publicado el domingo, 26 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

 

«Mejor así. Mejor ahora. Me decepcionas de esta manera tan burda, tan torpe, tan estúpida y tan poco elegante y te llevas así mi confianza rota, no la pasees por ningún sitio que nadie te la sabrá reparar. Aunque, sinceramente, prefiero que sea de esta forma. Prefiero que sea hoy, ya.

A la confianza le ocurre como a las horas o a cualquier tipo de inocencia, son valiosas sólo porque una vez perdidas ya nunca jamás se pueden recuperar. Y la decepción, bueno la decepción no es más que un plato que te deja tibio, pues no se sirve ni frío ni caliente. Es sólo el aperitivo que no estaba en la carta, se sirve siempre a los postres, y es el único que nadie pidió degustar.

Mejor así. Mejor ahora. Porque hacerlo más tarde habría sido peor. Porque a cada día que pasaba, yo te iba apreciando un poquito más. Porque te lo habría dado todo a cambio de nada, aunque eso ya no tenga sentido, porque nadie lo podrá comprobar. Porque el cariño que te he tenido hoy me duele deshacerlo como quien deshace un nudo tan apretado que uno se deja las uñas intentándolo desanudar. Algún día esta cuerda volverá a estar a punto para nuevos nudos, espero que pronto, no te preocupes que ya. Pero insisto, es mejor así, es mejor ahora. Mañana te habría querido algo mejor todavía, mañana me habría dolido algo más.

Mejor así. Mejor ahora. Hazme un último favor, si es que todavía puedo pedirte algo. Jamás digas que fuimos amigos. Un amigo no hace lo que has decidido hacernos a ti y a mí. Un amigo no desprecia lo que teníamos a cambio de sea lo que sea que hayas decidido llevarte. Di mejor que sabes disfrazar cualquier cosa de amistad. Di mejor que me engañaste durante demasiado tiempo. Explica que eres todo un artista en el difícil arte del engaño a largo plazo. Y cuenta también, si quieres, todo lo que sabes de mí y que sólo a ti te confié. Más no me vas a poder decepcionar. Ni que te empeñes, da igual.

A partir de ahora, eres sólo un error, un borrón, una muesca más en mi vida. Qué le vamos a hacer, vivir es equivocarse para, algún día, acertar. Otra persona que me hizo feliz durante un tiempo, aunque fuera a través de la lente distorsionada de burdas farsas. Burda la comedia y tonto yo, de nuevo, por tragármela. Como dijo el sabio, la primera vez que me engañaste fue culpa tuya. La segunda, si se llegase a dar, sería mía, sólo mía y de nadie más.

Por eso mejor así, mejor ahora. Una nueva ocasión que me da la vida para replantear —o confirmar— mis expectativas. La gente que nunca jamás se decepciona es aquella que no espera nada del prójimo.

Pero yo me niego a vivir con la confianza mutilada. Porque alguien sin expectativas es alguien con un futuro enfermo terminal. Así que volverán a engañarme, seguramente, pero será gente distinta. Pero no por ello voy a dejar de confiar. Y no lo haré por lo que tú has hecho, qué va. Lo haré por esa gente que aún me responde dándolo todo. Por esa gente que no mira primero qué hay de lo suyo. Por esa gente que sigue fabricando recuerdos de mi historia. Ellos no se merecen que yo no les crea. Ni los que han pasado, ni los que vendrán.

Por todo ello, te deseo que te vaya bonito. Tranquilo que de mí no obtendrás jamás una crítica, ni un comentario, ni una opinión. Hace tiempo decidí dedicarle mi tiempo sólo a aquello que me aporta algo. Por eso te deseo que tengas suerte en la vida. Que entre engaño y engaño encuentres algo parecido a la felicidad. Y que nadie que se acerque a ti pueda de entrada oler tu alma.

Ah, y que la vida jamás te dé lo que te mereces.

Que jamás descubras el verdadero significado de la palabra soledad.»

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Nadie debería votar en verano.

Nadie debería votar en verano.

Artículo publicado el miércoles 22 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

risto«Nadie debería votar en verano. El verano es tiempo de cosas frívolas, sin demasiada importancia ni trascendencia. Y más en latitudes como la nuestra. El calor nos aplatana las ideas, nos vuelve más laxos, más idiotas de lo que algunos ya somos, menos exigentes. Se nos relaja la cintura, el criterio, la ceja, la moral. Como descubrieron hace tiempo aborígenes y actores porno, una vida con menos ropa es una vida más ligera y divertida de llevar. Nos complicamos la vida el día que empezamos a ponernos más prendas. El día que el frío y la lluvia nos hizo quedarnos en casa, ése día nos tocó discurrir y darle vueltas al coco. Y entonces pensamos cosas sesudas, cosas que al borde de una piscina no se nos habrían ocurrido jamás. Y así surgieron Nietzsche, Goethe, Kant y Kierkegaard. Sí, por otra parte, menos mal.

Nadie debería votar en verano. El verano es tiempo de Danny y Sandy, de Manuel y Ramón, de Cali y El Dandee, de conversaciones superficiales, de ya si eso me paso, de quedamos para cenar pero no concretamos hora, de alguien sabe qué día de la semana es hoy. Porque no hablo de problemas tan importantes como los refugiados, el paro, la economía o el abandono animal. Hablo de los más frívolos e intrascendentes, los más superficiales del año. Problemas del tipo cuánto tiempo llevo tomando el sol de este lado, igual debería darme la vuelta si no quiero estar blanco por detrás. Problemas del tipo anda acércate a la gasolinera a por más hielo. Problemas del tipo quién se ha sentado con el bañador mojado en el sofá. Problemas que no lo son, vaya.

Canciones facilonas con ritmo de bombo y caja y no más de tres notas repetidas toelrrato. Prendas de ropa, por llamarlas de algún modo, tremendamente fáciles de desabrochar. Almuerzos con más tiempo de sobremesa que de receta. Ésa es la esencia de nuestro verano, para qué nos vamos a engañar. Ésa y la roja por el mundo consiguiendo lo que un político no conseguirá en su vida: hacernos sentir orgullosos a todos los españoles por igual.

Pero si a estas alturas nos cuesta decidir hasta dónde poner la toalla, imagínate tener que decidirnos sobre el futuro de nuestro país. Que no, que nadie debería votar en verano. Acudir a las urnas y tener que hacerlo en período veraniego demuestra que en realidad no estamos yendo palante, vamos patrás.

Aunque ahora que lo pienso, igual era esa justamente la idea.

Igual donde yo veo un inconveniente, otros ven una gran ventaja.

Ya sea el sorpasso, el yo passo o el si passa passa, me temo que no es que todos esperen un gran milagro, es que todos pretenden sacar petróleo de nuestra pereza, por otra parte provocada —como siempre— por su falta de credibilidad.»

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La tristeza se acumula, la felicidad no.

La tristeza se acumula, la felicidad no.

Artículo publicado el domingo, 19 de Junio de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il.lustració per Leonard Beard.

«La tristeza se acumula, la felicidad no. Y hasta aquí mi artículo de hoy. Sí, ya no hace falta que sigas leyendo, ¿ves qué bien? Todo lo demás que pueda decirte será paja, o peor aún, maneras de justificarme, igual que tratamos de justificarnos cuando nos ocurre algo malo, cuando algo nos causa sufrimiento y dolor. Es que no hay mal que por bien no venga. Es que lo que sucede conviene. Es que aquello que no te mata, te hace más fuerte. Es que. Es que. Y tal y tal.

Mira, con todos mis respetos, pero a otro con ese cuento. La única verdad es que nada tiene más poso que una buena dosis de cortisol. Que hay putadas que son putadas y nada más. Que hay fracasos de los que no se aprende nada de nada. Y que hay personas que pasan por nuestra vida únicamente para restar. La prueba: cuando las eliminas es cuando empiezas a sumar. Aritmética emocional básica. Y si alguien necesita demostrártelo, eso es que tú no lo has descubierto todavía, que nadie lo va a poder descubrir por ti.

La tristeza se acumula, la felicidad no. No es ningún hallazgo, es una verdad como un templo monumental. Constatar que lo que más perdura es lo que más duele. Acumular cicatrices cardiovasculares y manchas como las del vino barato o las del primer sol de verano, de las que no se van. Y ya te puedes poner cremitas, que no marcharán jamás.

Podría tratar de suavizarlo. Podría haber dicho que los buenos recuerdos también quedan, que las cosas malas son las que tendemos a olvidar. Y aunque estaría en lo cierto, estaría obviando la diferencia fundamental. No hablo de recordar lo que ha pasado. Hablo de las heridas que nos dejan las cosas y las personas al irse, al abandonarnos o al, simplemente, pasar.

La gente feliz no consume. La gente feliz no tuitea. La gente feliz no escribe. La gente feliz no crea. Y cuando lo hace, más vale que no lo hubiera hecho. Ahí están esos cantantes con los ojos en blanco destrozando canciones que más les valdría haber dejado en paz. Para aportar al mundo, lo tienes que hacer desde el vacío que te ha dejado aquello que perdiste. Para que quepa un sentimiento, tiene que haberte dejado espacio algo o alguien que ya no está. Quien nunca haya llorado a Chavela aún no sabe hasta dónde se puede uno llegar a vaciar.

Por eso te insisto, te machaco, te repito. La tristeza se acumula, la felicidad no. Eso de vive aquí y ahora, menuda patraña. Tanto si te llamas Siddhartha como si te llamas Vinicius o Damián. Vivir el ahora sirve sólo cuando tu ahora es perfecto, idílico, maravilloso, algo que te gustaría que perdurase, que fuese inmutable, que no hubiese que retocar jamás. Pero dime, cuándo ocurre eso. La gente mínimamente consciente, la que vale la pena realmente, es justo la que aborrece tanto su ahora que prefiere vivir pensando no en lo que es, sino en lo que algún día será. Un sueño es el primer sospechoso de homicidio para cualquier realidad.

Al final, existen tan sólo dos formas de vivir honestamente. Y todo depende de dónde pongas tu ilusión.

Si la pones en el pasado, tu fuente de satisfacción serán tus recuerdos, le estarás diciendo a la vida que sólo puedes empeorar y seguramente acabarás teniendo razón, pues para qué vas a proyectar nada, si total, todo irá de mal en peor. Distópico, fundamentalista, pesimista existencial. Considérate descendiente anímico de Jorge Manrique, si es que alguna vez lo hubo, si es que alguna vez lo habrá.

Pero es que si pones tu ilusión en el futuro, tu fuente de satisfacción serán tus proyectos, todo aquello que estés preparándote para llevar a cabo. Ese futuro que se está creando hoy, o lo que es lo mismo, ya.

Si me lo preguntas a mí, soy más de los que no ve el vaso ni medio lleno ni medio vacío. Y es que a mí no me preocupa el volumen, sino el caudal. La mejor forma de llenar esta bañera que perdió el tapón hace tiempo, es tratando de que siempre el flujo de cosas buenas sea mayor que el de las cosas que te hacen mal.

Eso es disfrutar la vida a temperatura aceptable.

Eso es procurarse todos los días cosas y personas bonitas.

Y compensar así esas otras no tan bonitas, el único lastre que es imposible soltar.»

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Y para qué sirve votar.

Y para qué sirve votar.

Publicado el miércoles, 20 de enero de 2016, en ElPeriódico.com.

Captura de pantalla 2015-09-03 a la(s) 19.21.55«Y para qué sirve votar. Eh. Dígamelo por favor, que ya no me acuerdo. Eso sí, no me cuente historietas sobre democracias y dictaduras, que esas ya me las sé. La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer órdenes. Jodido Bukowski, siempre dando en el clavo conceptual. Y tampoco me diga que es la herencia de un griego, que se me ocurren todo tipo de chistes para dar y tomar.

Y para qué sirve votar. Si, como zanjó Thomas Huxley, los resultados de los cambios políticos rara vez son aquellos que sus amigos esperan o que sus enemigos temen. Si los nuevos no hay para tanto ni los viejos tampoco se van. Si, como hemos visto en Catalunya, un número 4 puede cederle el puesto a un 3 para acabar siendo un 1. Y no me diga que aquí son elecciones parlamentarias, porque ya no tengo edad para que me digan qué dedo me tengo que chupar. Si usted aún se lo cree, tengo muy malas noticias. Aquí la poltrona importa mucho más que aquello para lo que te han elegido. Y si no, miren a Gómez de la Serna y díganme si alguien le quería renovar. O a Pedro Sánchez y a Mariano Rajoy en su carrera por llegar primero a la Moncloa, y vuélvanme a explicar que no son elecciones presidenciales. Já.

Y para qué sirve votar. Si cuando ellos ya tienen tu voto se dedican a traficar con él. Y así nos luce el pelo, atónitos y mudos ante este top manta electoral. Porque se dedican a pactar con aquél a quien tú jamás habrías votado. A cederles senadores clave. O incluso a modificar aquello que juraron jamás tocar. Cuando ya no tenemos voto se olvidan de nuestra voz. Y se limpian el culo con nuestro voto. Diego se llama Digo. Y aquí paz y después gloria. Todo sin el pueblo, por fin sin el pueblo. Que les den, hagamos y deshagamos cuatro años más.

Y para qué sirve votar. Aparte de para que nos digan que hemos votado mal. Que no les gusta cómo lo hemos hecho. Que así no hay manera de gobernar. Menuda sociedad democrática estamos hechos, que por no saber ya no sabemos ni depositar nuestro voto en una urna. Total, un gobierno paralizado, un país en funciones y más meses perdidos hasta la siguiente convocatoria electoral.

Y para qué sirve votar. Si al final haremos lo que ordene Bruselas. Callar muy fuerte, apretar el culo y rezar. Que para eso nos están esperando. Que lo tienen muy claro nuestros socios. Tendremos que volver a recortar. Más de diez mil millones, dicen. Presida quien nos presida. Y rapidito, lo que viene siendo ya. Así que elijan al monigote que más les guste y envíenlo bien domesticado, que ante esta fuga de capitales y esta bajada de la bolsa alguien tiene que actuar.

Que ya ha acabado nuestro simulacro de democracia.

Ya pueden volver los que jamás dejaron de gobernar.»

 

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Frío frío.

Frío frío.

Artículo publicado el domingo, 17 de Enero de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració de Leonard Beard.

«Frío frío. Por fin hace frío. Y no eso que había hasta ahora, sino frío del de verdad. Bajaron las temperaturas, nos faltó epidermis y todos acudimos al armario a por más. Eso sí, seguimos con labios cortados y pañuelos de usar y tirar. Porque por mucho que avance la ciencia, los mocos siguen siendo mocos y ahí están. Pillándonos un año más desprevenidos. Asomándose cada vez que pueden dejarnos en ridículo, haciéndonos quedar mal. A sabiendas de que tarde o temprano volverían como oscuras golondrinas, de nuestras narices sus nidos a colgar. Que «el Niño» se nos acabaría haciendo mayor. Y así hasta dentro de tres o siete años. Qué más da.

Frío frío. Y sin embargo, buenos tiempos para los que amamos el frío. El seco que nos recuerda que somos seres incompletos, el húmedo que nos hace tan permeables como el que más. Frío como el mejor y más antiguo detector de vulnerabilidad. O peor aún, de clase social. Porque por mucho que avancemos, el frío no elegido sigue siendo patrimonio de pobres. Pobreza energética lo llaman, por no llamarlo como realmente se llama: desigualdad. Una vergüenza para todos los que aún podemos abrigarnos. Incluyendo aquellos que han estrenado curso y escaño, aquellos a los que acabamos de votar.

Frío frío. Termómetro en caída libre en un país de temas candentes. Pedazos de este toma y daca meteorológico, fotogramas de ciclo climático para descongelar. Porque parece que las estaciones son cada vez más cortas. Más repetidos los partes. Menos pronunciadas las caídas. Y más confuso todo, tanto el termómetro en la calle como el panorama electoral. En definitiva, un invierno que nos acabará quedado de lo más primaveral. Inundaciones históricas aquí y allá. Huracanes de los que se lo llevan todo por delante. Temperaturas inéditas de las que no existe registro escrito. Anuncios de que nos cargamos el planeta. Preparativos mayas para otro punto y final.

Frío frío. Y cuando digo frío me quedo corto. Porque hay otro frío que se añade al que viene, y es el que jamás se va. Es el que pasa por dentro, del que poco o nada se habla, pero que es muchísimo más perjudicial. Es el frío de las cosas que jamás nos dijimos. Es el frío que se siente siempre demasiado tarde. Cuando parece que todo ya está. Es el frío que provoca más muertes al año, el que deja a más gente a la intemperie, el que nos hace dejar de ser civilizados. Es el frío de las cosas que no volverán.

Un gélido abrazo es muchísimo peor que un bofetón en toda la cara, que como mínimo te calienta la mejilla, a la vez que te informa de que a la otra persona le das de todo, menos igual. Y dónde pretendo llegar, te preguntarás. Pues justamente donde ahora no puedo. Pues justamente donde ahora tú estás. El caso es que hoy aquí hace mucho frío. Y el caso es que te echo aún más de menos, el caso es que tú, hoy, no estás.

Y no vi llover. Ni me dieron las diez. Ni tampoco te pienso llamar. Me voy a quedar disfrutando de este frío intenso. Dejaré que me envuelva de tu ausencia. Que me cale la tristeza hasta los huesos. Y me pienso dejar llevar por esta hipotermia sentimental. Así cuando llegues igual hay suerte y me encuentras al borde del colapso. A punto de echarte la culpa en una nota de despedida. Dejándote todo tipo de teorías conspiranoicas y varios reproches, habiéndome llevado toda hipótesis hasta el final.

Y será entonces cuando llegues tú y me enciendas la vida de un beso. Y me deje de tanta hostia y de tanto intentar llamar tu atención. Y seguro que me preguntas qué tal. Y yo te contestaré con un nada, aquí, descansando un poco. Todo bien. Todo normal.»

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Hacienda eres tú.

Hacienda eres tú.

Publicado el miércoles, 13 de enero de 2016, en ElPeriódico.com.
Captura de pantalla 2015-09-03 a la(s) 19.21.55«Hacienda no somos todos. No lo digo yo, lo ha dicho en sede judicial la representante de la Hacienda Pública Dolores Ripoll con la intención de que fuese archivada la acusación contra la infanta Cristina en el caso Nóos y se le aplicase la doctrina Botín. Según la Abogacía del Estado, se trata de una expresión creada en su día para el ámbito publicitario y no puede ser aplicada a derecho. Un decir, hombre, que os lo tomáis todo al pie de la letra, cómo sois.

Pues no sé tú, pero yo la verdad que me quedo mucho más tranquilo. Por fin sabemos que, cuando hace publicidad, el Estado nos miente como un bellaco y aquí no pasa nada. O igual es que además, para la Administración, hacer publicidad y faltar a la verdad son básicamente la misma cosa. Lo que viene siendo la idea de Marketing para Podemos. Qué felicidad, oye. Y la cara de gilipollas -perdón, de contribuyentes- que se nos queda a todos los que hemos financiado todas esas campañas, piénsalo, desde los años 80, que fue creado ese eslogan, hasta ahora. Los millones de euros que habremos invertido en mentirnos a nosotros mismos en nuestra puñetera cara. ¿Cornudos y apaleaos? No hombre, publicidad no aplicable a derecho. Que no entiendes nada.

En cualquier caso, ahora que hablamos a calzón bajado, me gustaría saber a quién se excluye de entrada de cumplir con Hacienda. Quién no está obligado a cumplir por defecto con sus obligaciones tributarias. Y ya puestos, ahora que se han decidido a jugar sin cartas marcadas, que como mínimo ya sabemos a qué jugamos, qué hay que interpretar del resto de eslóganes creados en este país durante los últimos cuarenta años.

Si bebes, no conduzcas. Recuerda, fue creado en su día para el ámbito publicitario y no puede ser aplicado a derecho. Así que nada, os espero a todos cocido por la M-30 y si me para la Benemérita, le diré que haga como en la canción y pregunte por la Dolores.

Pónselo, póntelo. También creado en su día para el ámbito publicitario y tampoco aplicable a derecho. Apréndete esa frase y recítala esta noche en cualquier garito en cuanto tengas ocasión, que algo me dice que pillas, igual lo que pillas es una ETS, pero pillar, pillas fijo.

Y así, hasta ese Hacienda no somos todos. Pues va a tener razón, oiga. Somos sólo aquellos que asistimos atónitos al desmoronamiento del putrefacto sistema que hemos estado pagando con nuestro dinero y que ni iba dirigido a financiar escuelas, ni a hospitales, ni a carreteras, sino a los bolsillos de los cuatro de siempre. Y ahora, encima, nos lo dicen a la cara para que puedan irse de rositas y así acabar de descojonarse de todos nosotros. Que te lo has creído, pringao. Que Hacienda no somos todos, hombre. ¿Y quién es entonces?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul…»

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Perder la costumbre.

Perder la costumbre.

Artículo publicado el domingo, 10 de Enero de 2016, en ElPeriódico.com.

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Il·lustració de Leonard Beard.

«De eso han ido estas vacaciones. De perder una costumbre. Y de ganar otra. Un intercambio de vidas tan asimétricas como complementarias. Un canje de rutinas entre lo personal y lo profesional. Salirse de uno mismo para volverse a meter después, con todo el drama que supone darse cuenta de que ya no se cabe igual de bien, turrones y comilonas mediante. Pero da igual, aprovechas y te ves desde fuera, y vas alejándote del mundanal ruido cotidiano para así volver a afinar el único instrumento que jamás deberías haber dejado de interpretar: tú.

Vuelves a tu yo de antes y lo primero que te preguntas es por dónde ibas. Cuando no acabas preguntándote hacia dónde vas. No es extraño que se disparen los divorcios. Y los cambios drásticos en la carrera laboral.

Perder la costumbre. Porque hay que perderla de tanto en tanto. Es necesario. Es higiénico. Es sano. Dejar de hacer todo aquello a lo que estábamos acostumbrados y permitir que la falta de costumbre nos vuelva a pillar por sorpresa. Y es que cuando nos acostumbramos, dejamos de pensar las cosas. Las automatizamos y dejamos de cuestionárnoslas. Las hacemos porque siempre las hicimos de ese modo. Embrague, cambio, gas. Así, cuando nos falta la costumbre, nos vuelve a funcionar el coco. Tomamos distancia y todo se piensa mucho más claro. O digamos que se piensa de verdad.

Perder la costumbre. Abandonar todo aquello que ya no se cuestiona. Y por lo tanto, dado el suficiente tiempo, todo aquello que acaba volviéndose muy peligroso. No se cuestiona porque sí. No se cuestiona porque no. Es así de aleatorio. Así de mentira. Así de falaz. Las leyes, los pactos, la constitución, la monarquía, las fiestas, los festejos y hasta la indumentaria de los Reyes Magos. Todo está bien revisarlo, para dejar bien claro qué mantenemos y qué nos cargamos, para dejar constancia de que salimos a la calle libres de caspa, convenientemente actualizados, y habiéndonos descargado la última versión de nosotros mismos.

En la pareja, a la falta de costumbre se le llama echarse de menos. De pronto, la otra persona se va. Y la vida te da otra oportunidad para recordar lo bonita que era su ausencia. Cuando recién os acababais de conocer. Cuando aún no os podíais ver con ganas, que era siempre. Cuando aún os teníais tanto que contar. Bendita ausencia, la parte de cualquier persona que sólo se hace visible cuando ya no está. Una ausencia llena de matices, de sentimientos que crecen y vuelven a rellenar de oxígeno la que se queda. Porque las horas de ausencia de alguien querido van amontonándose en forma de ganas de verse. Ganas que, te lleves como te lleves, nunca está de más acumular. Y justo cuando te estabas acostumbrando a estar solo, lo maravilloso que es reencontrarse y requererse, eso es imposible de superar.

Creo que he perdido la costumbre de escribir cada semana. Y de pronto me siento aún más torpe de lo habitual. Pero lejos de sufrirla, estoy disfrutando de esta torpeza. Me hace volver a cuestionármelo todo. Por cierto, al techo no le iría nada mal una mano de pintura. Para empezar, qué tengo nuevo que contar, para qué sirve escribir si no es para desenmascarar algún tipo de verdad. Y la verdad es que noto que he perdido esa costumbre. No pasa nada, ya volverá. O quizás sea otra nueva, es posible, por qué no. Como cuando se nos escapó la gata callejera que teníamos adoptada en Roda de Bará. Volvió tal como se había ido al cabo de pocas semanas. Y todos supimos desde el principio que no era ella. Era otra muy parecida. Porque tenía alguna mancha de más. Y sin decirnos nada, a todos sin excepción nos dio más o menos igual. Volvió enseguida a ser de la familia. Volvimos a quererla como a la que más. Porque si algo se le da bien a cualquier familia, es disimular.

Perder la costumbre. Necesario para que algo te importe de veras. Para volver a valorar las cosas. Para sentir que todo vuelve a empezar. Es nuestra casilla de salida en el Monopoly. Nuestro borrón y cuenta nueva en la sociedad. Nuestra goma de borrar existencial.

Parafraseando al filósofo Ricky Martin. Para que haya un pasito palante, María. Tiene que haber un pasito patrás.»

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Credenciales.

Credenciales.

Artículo publicado el domingo, 19 de Enero de 2014 en ElPeriódico.com

risto19-1-14 peq«Una estudiante me ha entrevistado esta semana, y así como quien no quiere la cosa, me ha formulado la pregunta más difícil que me hayan hecho jamás. Armada con su grabadora, su libretita, sus ganas de comerse el mundo y hacerse un hueco en la profesión, lo que ha conseguido con una simple pregunta ha sido enfrentarme al abismo que todos llevamos dentro. Abrió sus enormes ojos, me puso cara del Gato de Shrek y me lanzó un “¿en qué cree Risto Mejide?.

¿No prefieres que te cuente por qué llevo gafas de sol? A la chica no le hizo ni puñetera gracia. Vale que tampoco era el mejor chascarrillo del mundo, pero después de hacer aguas, mi sentido del humor era como ese desodorante malo de los anuncios, me había abandonado justo en el peor momento. Ella esperaba una respuesta honesta, directa, clara y sincera. Y todo lo que me venía a la mente eran chistes peores que ése y un artículo que escribí hace ahora casi diez años tratando de responder a la misma inquietud. Y me di cuenta que había llegado el momento de revisarlo, completarlo y ampliarlo. Había llegado el momento de mojarse.

Querida estudiante, aquí va la respuesta que tú merecías en ese momento y yo no supe improvisar.

Para empezar, creo que soy idiota. Igual no soy el más idiota que encontrarás, pero fijo que estoy entre los que más idioteces han cometido. Ahí tienes, por ejemplo, a cualquiera de mis ex. No hace falta ni que hables con ellas. Viendo el pedazo de mujeres que he dejado escapar, ya te puedes hacer una idea de lo idiota que soy. Y hay más. Mucho más.

Creo en las cosas concretas. Conozco muy bien el peligro de las palabras abstractas y ya no me fío de quien me vende algo que no se puede comprar. Por eso no creo en la felicidad, sino en la alegría. Por eso no creo en la libertad, sino en la voluntad. Por eso no creo en la igualdad, si no es de oportunidades. Por eso no creo en la gente, sino en las personas. Por eso no creo en dios, sino en el alma. Creo que hay cosas e individuos que la tienen, y cosas e individuos que ya la han perdido para siempre.

Creo en los valores. Un valor como creencia que te obliga a un sacrificio. Y que no te engañen, no hay valores a medias. No existen. Un valor es un siempre dicotómico, binario: unos y ceros, o se practica todos los días y a todas horas, o no es. Uno no puede practicar la honestidad de 9 a 5 y luego llegar a casa y pegársela a su primera dama con una actriz. Hollande, Clinton, Miterrand. Un valor no lleva interruptor. Si no puedo confiar en la persona, jamás podré confiar en el profesional. Y viceversa.

Creo en lo que nos une. La manipulación en masa empieza con la división de tu audiencia. El primer paso es dividirlos. El segundo enfrentarlos. El tercero, polarizarlos. Y el último, llamar al exterminio del otro. Nuestro libro debe vencer sobre su Biblia, su Estatut o su programa electoral, da igual. Pues oiga, no. Ya lo dijo George Carlin. Quien te quiera manipular, buscará siempre lo que nos separa. Quien no quiera obtener nada de ti, buscará siempre lo que tengamos en común.

Creo en la vida. Por eso creo en el aborto. Creo que nadie tiene el derecho a meterse en el vientre de nadie sin su permiso, por muy diputado, ministro u obispo que sea. Y aún diría que menos aún en esos casos. Quita, bicho, quita.

Creo que todo el que mata merece sufrir todos los días durante el resto de su larga y dolorosa existencia. Por eso no creo en la pena de muerte. Porque es dejar un trabajo a medias.

Creo en el criterio, entendido como no aceptar jamás ideas de segunda mano, salvo como materia prima para fabricar las propias. Por eso desconfío de todo aquél que me dice lo que yo quería escuchar. Porque no quiere informarme, sino confirmarme y así ungirme con su Espíritu Santo.

Tampoco creo en el esfuerzo. He visto a demasiada gente que se esforzaba toda su vida y no lo conseguía y sin embargo otros, sin dar un palo al agua, les salía todo bien. Pero sí en aquello que algunos llaman suerte, que para mí no es más que una combinación de talento, perseverancia y oportunidad.

Creo que la Iglesia se ha currado mi apostasía. Creo que la elección del Papa Francisco es un gran ejercicio de tanatopraxia. Mi única religión hoy es la buena fe. Y mi único dios, quien la practique.

No creo en la fama. Pero sí en el prestigio. Sé lo poco que cuesta construir la primera. Y lo mucho que vale lo segundo. Creo en apostar por el largo plazo. En la diferencia entre valor y precio. Y en las segundas rebajas. Que las cosas más importantes que puedes aprender en esta vida no se pueden enseñar. Que las preguntas son eternas. Y que son las respuestas las que cambian. Que no existen críticas constructivas ni destructivas. Existe crítica útil y crítica que no lo es.

Y por último, creo en la duda. Creo en las frases que empiezan por creo que. Porque saber, lo que es saber, nadie sabe nada. Y yo el que menos. Lo único que ha finalizado para siempre ya no es la historia, sino nuestra burda capacidad de predicción.

Y a pesar de todo lo dicho hasta aquí, querida estudiante, espero que tú no pierdas nunca el tiempo con este tipo de preguntas, como he hecho yo.

La respuesta jamás estará en lo que digas.

Sino en lo que hagas.»

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