Publicado el miércoles, 30 de marzo de 2016, en ElPeriódico.com.
» 121. Son los días que quedan para el primero de agosto. Ni uno más ni uno menos. No te molestes, ya los he contado yo. Cuatro meses, se aventurarán algunos. Pero demostrarán no tener ni puñetera idea, la profesionalidad se demuestra en escaquearse con exactitud: son 2.904 horas o lo que es lo mismo, 174.240 minutos, poca broma, que es un buen rato.
121, insisto. Es llegar de vacaciones y ponernos a contar lo que queda para las siguientes. Quien no lo haya hecho alguna vez, que tire la primera piedra. Especialmente en este país, donde los jóvenes sueñan con puestos vitalicios en la Administración, los adultos sueñan con una jubilación anticipada y los más mayores sueñan con dejar de soñar de una vez, que ya están cansados hasta de eso. Y eso los que tenemos la inmensa suerte de poder trabajar. No te cuento los demás.
La jubilación, dijo Woody Allen, está pensada para quienes detestan su trabajo. Es lo que tiene vivir toda tu vida en grandes ciudades con clima de mierda. Que acabas confundiendo ocio y negocio. Pero lo peor es que cada vez estoy más de acuerdo con Woody. El problema no lo tienen los lunes, el problema es que no te dedicas a lo que te apasiona. El problema no lo tiene tu jefe, el problema es que aún dependes de un jefe para sentirte realizado. Si todavía necesitas despertador para ir al trabajo, es que sigues dormido y algún día, espero que pronto, despertarás. Pero despertar de verdad.
Y para muestra, permíteme un botón: Guillem.
Guillem es un chaval de apenas 20 años que trabaja en la estación de esquí de GrandValira, en Andorra. Su trabajo es de los más monótonos y potencialmente aburridos que se me pueden pasar por la cabeza: es uno de los encargados de facilitar el telearrastre a los esquiadores. Se pasa allí las horas del día viendo cómo los demás disfrutan mientras él se dedica a acercarles la misma percha una y otra vez. Misma acción repetida cientos de veces al día. Cualquiera acabaría harto de hacer lo que hace Guillem, aburrido, apagado y hasta amargado. Y sin embargo, él no.
En esa operación que dura apenas unos segundos, Guillem consigue crear un instante de magia. Te recibe con una gran sonrisa mientras te suelta una frase ocurrente —seguramente ensayada—, pero que logra sorprenderte cada vez. «No la pierdas, que aunque sea de metal, vale oro», fue una de las que me dijo a mí. Y me demostró una vez más que igual que Edison veía en el éxito un 1% de inspiración y un 99% de transpiración, en la mayoría de los trabajos hay un 1% de aptitud y un 99% de actitud.
Seguro que Guillem no es de los que cuentan los días que faltan para el 1 de agosto.
Y no por nada, sino porque la temporada de esquí finaliza el 10 de abril.»
¿Quieres recibir artículos como éste en tu buzón de e-mail? www.ristomejide.com
«Me acabo de quedar sin tema. Tenía una columna pensada superocurrente —vale, tampoco hay que exagerar—, pero de verdad que presentaba giros insospechados y un final impropio de mí de lo bueno que era. Sin embargo, nada de eso me vale ya. Se me acaba de ir el santo al cielo. Me he quedado en blanco. A mí, y a todos a los que nos ha ido llegando la noticia.


«Malos tiempos para la rigidez mental. En medio de este desgobierno en funciones plagado de no investiduras y pactos contra todos, de pronto a nuestros políticos les ha tocado jugar este improvisado Campeonato del Mundo de Contorsionismo Ideológico, y a la vista está que les ha pillado muy desentrenados. Contra toda lógica democrática, el que ha permanecido más inmóvil es justo el único que no sale en la foto. Y del resto qué decir, que donde dije digo, además de Diego, tengo que decir lo que dije mientras omito lo que los otros no quieren que diga. Se precisa urgentemente un curso acelerado de flexibilidad política, dogmática, si me apuras hasta moral, y yo con estos pelos, anda, bésame, tonto y De Guindos muerto de celos.

«Mira que me caes mal, pero aún así coincido al cien por cien con el último artículo que has escrito, así que lo voy a compartir en mis redes sociales avisando, eso sí, de lo mal que me caes». La escena se repite cada vez que publico algo que toca conciencias, almas, corazones o simplemente hueso. Y yo que me alegro, oye. Al final, reconocer la contradicción propia es el principio para superar tus prejuicios. No te lo tomes a mal si me importa un carajo. Sobre todo, porque yo no escribo para caerle bien a nadie. Ni aparezco en los medios para caerle bien a nadie. Ni hago nada de lo que hago para caerle bien a nadie. No soporto el sentimiento de caer bien. Ni siquiera cuando a mí me ocurra con algunos. Como a cualquier hijo de vecino me gusta gustar, pero por favor, no confundir con caer bien.

«No recuerdo la cantidad de veces que nos han intentado colar la realidad virtual, aumentada o simplemente adulterada con cualquier tipo de tecnología. Parece que fue ayer que todos íbamos a tener una tele en casa con la función 3D, hasta tal punto me lo creí que aún tengo mi tele ahí, preparada con unas gafas horrorosas que habré usado —como mucho— una vez en mi vida, encima creo que fue para verme en Torrente 4 haciendo de cura. Y qué me dices de las Google Glass, ese artilugio que nos debería haber cambiado la vida hace años. Da igual, esta vez como el fundador de Facebook y archibillonario Mark Zuckerberg ha dicho en el MWC de Barcelona que el futuro son los vídeos 360º, ahora parece que por fin sí.

«Siempre me ha fascinado la gente que se resiste a dejarse llevar por lo que se lleva. Desde la gente que no utiliza móvil hasta los que se niegan a abrirse un perfil en las redes sociales. Me fascina porque aparte de que acaban siendo los más ‘cool’ de todos, creo que siempre es necesario que haya gente que se quede en tierra, que alguien nos vea zarpar ilusionados a todos los demás, a punto de surfear con entusiasmo el próximo Big Kahuna, y puedan ser testigos desde una playa llamada ‘sentido común’ cómo naufragamos una vez más, cómo se nos pasa la tontería, cómo volvemos empapados de realismo y así haya alguien que se haya preocupado por tener la comida lista para cenar.

«Escucho abochornado el discurso del presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, un tipo inteligente y afable con el que en su día compartí una acalorada charla sobre la piratería y que acabó como suelen acabar estas discusiones, cambiando de tema. El presidente de la academia de cine me confesó que no usaba ordenador, algo que en pleno cuarto lustro del siglo XXI suena tan coherente como un entrenador personal orgulloso de su sobrepeso, un dentista con los dientes amarillos o un adolescente sin Snapchat.

«Por qué no lo admitimos de una vez. Los juzgados son los nuevos platós. Rato y Blesa son solo las últimas incorporaciones de la nueva temporada cargadita de sorpresas que esta vez incluirá banqueros, empresarios, políticos, tesoreros y hasta alguna Infanta. Pero ya podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que en esta edición, mientras la oligarquía patria que nos ha tocado sufrir va haciendo su paseíllo procedimental, nosotros queremos estar ahí en primera fila para verlo todo y no perder ripio. España merece verles la cara bien. Cada gesto. Cada inflexión. Que se les caiga la cara de vergüenza en HD.

«¡Candidato! ¡Número 4 de la lista! ¡O 19, da igual! ¿Cansado de estar de pie sin poltrona a la que aferrarte? ¿Harto de tanto esperar a que te llegue tu turno para trincar puestazo? ¿El cuerpo te pide presidencia y tú necesitas respuestas? ¡Qué digo respuestas! ¿Necesitas que te responda algún rival para poder pactar? Tenemos la oferta que esperabas. Especialmente creada para ti. Llega la tarifa que has estado pidiendo a gritos desde tu escaño. Llega la Tarifa Investirruda.

«Y para qué sirve votar. Eh. Dígamelo por favor, que ya no me acuerdo. Eso sí, no me cuente historietas sobre democracias y dictaduras, que esas ya me las sé. La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer órdenes. Jodido Bukowski, siempre dando en el clavo conceptual. Y tampoco me diga que es la herencia de un griego, que se me ocurren todo tipo de chistes para dar y tomar.

«Hacienda no somos todos. No lo digo yo, lo ha dicho en sede judicial la representante de la Hacienda Pública Dolores Ripoll con la intención de que fuese archivada la acusación contra la infanta Cristina en el caso Nóos y se le aplicase la doctrina Botín. Según la Abogacía del Estado, se trata de una expresión creada en su día para el ámbito publicitario y no puede ser aplicada a derecho. Un decir, hombre, que os lo tomáis todo al pie de la letra, cómo sois.






Debe estar conectado para enviar un comentario.