
ArtÃculo publicado el domingo, 24 de Noviembre de 2013 en ElPeriódico.com
«No te hagas lÃos. Nada importa demasiado si la salud no está. Si crees que tu vida no pasa por su mejor momento, si te crees con derecho a enfadarte, frustrarte o deprimirte, date una vueltecita por cualquier uci. Allà donde urge lo importante e importa lo urgente. Allà donde el dÃa y la noche los marca cualquier cosa menos la salida y puesta del sol. Es un paseo, seguro que tienes alguna cerca. Yo tengo una justo al lado de casa. Vas, visitas a las familias que allà se encuentran, y hablas con ellas. Que te cuenten su drama, lo que están viviendo y lo que darÃan por dejar de vivirlo. Y luego me cuentas.
Nos creemos importantes hasta que algo o alguien nos manda a un hospital. Igualador de vanidades, antesala de nuestro principio y de nuestro fin. El hotel de los dolores mudos. La residencia del gemido que nadie quiere escuchar. Si te crees con derecho a estar mal es porque no lo has estado de verdad. Si nunca has pasado una noche en urgencias, aún no sabes lo que es sufrir.
Siempre he pensado que el amor de tu vida se esconde tras la salud, y no se le ve hasta que ésta se quita de en medio. Tu media naranja jamás será la que exprimas sobre el catre de la pasión y el desenfreno. De esas encontrarás muchas, o al menos eso espero, por tu propio bien. Pero la mujer o el hombre de tu vida será sólo aquél o aquélla a quien le digas un dÃa «llévame al hospital». Todo lo demás, se puede pagar. Visto asÃ, igual deberÃamos casarnos todos con putas o con taxistas. O igual es que todos somos un poco putas y un poco taxistas, también.
No te hagas lÃos. Cuando dejamos de ser estupendos estamos más cerca de los que estaban tan cerca que ni los veÃamos, y aleja a los que ya estaban lejos, pero los creÃamos ver. La enfermedad grave, un gran detector de mentiras que encima suele llegar demasiado tarde, o demasiado pronto.
Asà es la salud, ese bien de preciada ausencia, pues sólo se valora cuando ya se perdió.
Y es que somos lo que cuidamos. La debilidad de un cuerpo que necesita otro para subsistir cuantifica la dependencia de nuestro prójimo, pero también nuestro nivel de civilización. Porque son justamente los débiles los que miden nuestro grado de fortaleza. Porque son los que se hacen pequeños los que nos pueden hacer sentir grandes. Cómo tratamos a los dependientes. A los ancianos. A los enfermos. A los niños. Cuanto mejor los cuidemos, más lejos estaremos de la barbarie y la sinrazón.
Por eso me parece impresentable que algunos se empeñen en convertir la cuestión sanitaria o de la dependencia en un problema de cartera.
«No te hagas lÃos. No es una polÃtica más. Es la única polÃtica que siempre deberÃa existir, incluso a falta de todo el dinero del mundo, asà tuviéramos que prescindir de todo lo demás. Pero la sanidad no. La sanidad es innegociable. Para éste y para todos los gobiernos que vengan. Oiga, la vida está por encima de usted y de sus cuatro mÃseros años de mandato. Si no hay vida, no hay nada. Asà que métase los recortes entre su culo y el cuero de su coche oficial. Pero la sanidad ni tocarla. Que si nos morimos por un recorte, entonces ya no nos morimos, sino que usted nos está matando. Y habrá que juzgarlo como lo que usted es. Un genocida.
No admito que me vengan con eufemismos. Privatizar la gestión significa echar gente a la calle. Y asà nos luce el pelo. Ciudades inundadas de mareas blancas que desean trabajar mientras sus centros de salud acumulan listas de espera con pacientes que no pueden permitirse el lujo de convertirse en clientes. Recortes descarnados que acaban blandiendo hachas donde deberÃan usar bisturÃ. Y mira que te lo dice un orgulloso hijo de médico de centro público. Y aun asÃ, resignado cliente de la privada.
En la antigua China, los médicos cobraban sus honorarios sólo mientras la población estuviese sana, y dejaban de cobrar en cuanto ésta enfermaba o sufrÃa algún tipo de epidemia. Creo que deberÃamos empezar a aplicarlo con los polÃticos. Descontarles de su sueldo todos y cada uno de los dÃas que los pacientes de este paÃs pasan esperando a que alguien les cure.
De ese modo, la cuestión de la sanidad pública no ganarÃa en simplicidad.
Pero sà en urgencia.»
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