Su texto aquí.

Artículo publicado el domingo, 21 de Abril de 2013 en ElPeriódico.com.

«Nacemos, estrenamos hueco. Llegamos al mundo y lo primero que hacemos es ocupar un espacio. Nuestra única y verdadera posesión. Lo único que realmente nos va a acompañar durante toda la vida. Y aún así, lo que nuestros orgullosos padres comunican al mundo no es el volumen, sino ése otro gran estreno que es el peso. Y es que si algo tienen en común todos los estrenos es que siempre coinciden con más estrenos.

Inmediatamente después, empezamos a crecer, que es otra manera de decirle al mundo que pensamos invadir las afueras de nosotros mismos. Las afueras se dejan invadir, conscientes de que ya se vengarán de nosotros si es que llegamos a viejos. Y así empezamos la conquista de los suburbios de nuestra propia piel. Una conquista que se hace lentamente y hacia afuera, pero también y sobre todo, hacia adentro. Porque todo lo que vale la pena se importa siempre desde los suburbios de cualquier cosa.

Un día, de pronto, descubrimos que tenemos un sueño, la solicitud más o menos formal e imperiosa de crear un nuevo espacio en nuestras vidas. Al sueño le ponemos una etiqueta, ya sea pareja, trabajo, proyecto de vida o hijos. Da igual. A partir de ese momento, esa etiqueta se convierte en nuestro gentilicio, pues al fin y al cabo todos somos del lugar de donde provienen nuestros sueños. Sueños que, tarde o temprano y te pongas como te pongas, te acabarán exigiendo un lugar con su correspondiente aire para respirar y hacerse realidad. Un espacio que jamás podrá medirse por metros cúbicos.

Así que luchamos por darle a nuestro sueño el espacio que se merece. Salimos, nos arrejuntamos,  nos divorciamos, nos mudamos de ciudad, de país o de sector industrial, montamos un estudio, una habitación o cambiamos de ginecólogo. Movimientos de espacio que llevan su tiempo. Tiempo despacio que mueve a llevarse.

Y así es como abrimos espacios, así es como progresamos, creando un futuro mejor para los que vienen detrás. Así es como recogimos el testigo de nuestros padres, defendiendo la dignidad de su legado y luchando con uñas y dientes para dejar un espacio mejor que el que nos encontramos. Pedimos créditos, nos endeudamos, vendimos a precio de saldo el tiempo que nos quedaba para pagar varias veces y con creces el espacio ocupado. Construimos. Firmamos.

Y de pronto, un día, alguien llega y dice que eso no es así. Que ese espacio ya no es nuestro. Que es lo mismo que decirte que tu sueño no está. Que jamás existió. Que fue mentira. Que ellos pueden incumplir todas sus promesas, pero nosotros ni una. Y que si no podemos pagar, que devolvamos las cuatro paredes.

Las cuatro paredes, francamente, se las pueden meter donde les quepan. Las cuatro paredes son escrituras, metros cuadrados. Pero los metros cúbicos, jamás. El espacio es nuestro. Pertenece a nuestros sueños. Al de nuestros padres. Al de nuestros hijos. Y a todos los que lucharon y lucharán por él.

La gente que ya está en la calle va en busca de los responsables. Y a eso lo llaman acoso, coacción, escrache. Por no llamarlo indignación, impotencia, estafa. Pero que nadie se preocupe, que ahí está María Dolores de Cospedal para cometer la estupidez de hacer con el Nazismo lo que el Nazismo hizo con el Lebensraum: utilizarlo en su propio beneficio.

Y yo, que sólo espero que las consecuencias de ambas estupideces no se parezcan en nada, he decidido aportar mi granito de pus y ceder mi espacio. Este espacio, sí.

Por estúpido que te parezca, acabo de poner a subasta esta columna en eBay, bajo la cuenta OUYEAH2013. El usuario que más puje, -el mejor postor-, podrá escribir y publicar lo que quiera en ella.  El único requisito, que se atenga a las normas de ortografía, civismo y plazos de entrega que le indique la redacción de El Periódico, como hace conmigo y con todos los columnistas. Yo me comprometo a que lo recaudado de la puja más alta, sumado a lo que habría cobrado esa semana, irá íntegramente destinado a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

No le arreglaré la vida a nadie. Lo sé. Ni tampoco lo pretendo. Pero sí le habré cedido a alguien un espacio que de otro modo jamás habría tenido, para ayudar a otro alguien a quien se lo están quitando.

Y es que morimos, todos lo hacemos, pero aún así hay quien se empeña en que lo metan en una caja dentro de un nicho dentro de un mausoleo, obsesionado por seguir poseyendo un espacio que ya no está.

Y no entiende que es justamente por eso por lo que vivimos.

Para dejar hueco.»

Cuando sepas de mí.

Artículo publicado el domingo, 14 de Abril de 2013 en ElPeriódico.com.

«Cuando sepas de mí, tú disimula. No les cuentes que me conociste, ni que estuvimos juntos, no les expliques lo que yo fui para ti, ni lo que habríamos sido de no ser por los dos. Primero, porque jamás te creerían. Pensarán que exageras, que se te fue la mano con la medicación, que nada ni nadie pudo haber sido tan verdad ni tan cierto. Te tomarán por loca, se reirán de tu pena y te empujarán a seguir, que es la forma que tienen los demás de hacernos olvidar.

Cuando sepas de mí, tú calla y sonríe, jamás preguntes qué tal. Si me fue mal, ya se ocuparán de que te llegue. Y con todo lujo de detalles. Ya verás. Poco a poco, irán naufragando restos de mi historia contra la orilla de tu nueva vida, pedazos de recuerdos varados en la única playa del mundo sobre la que ya nunca más saldrá el sol. Y si me fue bien, tampoco tardarás mucho en enterarte, no te preocupes. Intentarán ensombrecer tu alegría echando mis supuestos éxitos como alcohol para tus heridas, y no dudarán en arrojártelo a quemarropa. Pero de nuevo te vendrá todo como a destiempo, inconexo y mal.

Qué sabrán ellos de tu alegría. Yo, que la he tenido entre mis manos y que la pude tutear como quien tutea a la felicidad, quizás. Pero ellos… nah.

A lo que iba.

Nadie puede imaginar lo que sentirás cuando sepas de mí. Nadie puede ni debe, hazme caso. Sentirás el dolor de esa ecuación que creímos resuelta, por ser incapaz de despejarla hasta el final. Sentirás el incordio de esa pregunta que jamás supo cerrar su signo de interrogación. Sentirás un qué hubiera pasado si. Y sobre todo, sentirás que algo entre nosotros continuó creciendo incluso cuando nos separamos. Un algo tan grande como el vacío que dejamos al volver a ser dos. Un algo tan pequeño como el espacio que un sí le acaba siempre cediendo a un no.

Pero tú aguanta. Resiste. Hazte el favor. Háznoslo a los dos. Que no se te note. Que nadie descubra esos ojos tuyos subrayados con agua y sal.

Eso sí, cuando sepas de mí, intenta no dar portazo a mis recuerdos. Piensa que llevarán días, meses o puede que incluso años vagando y mendigando por ahí, abrazándose a cualquier excusa para poder pronunciarse, a la espera de que alguien los acogiese, los escuchase y les diese calor. Son aquellos recuerdos que fabricamos juntos, con las mismas manos con las que construimos un futuro que jamás fue, son esas anécdotas estúpidas que sólo nos hacen gracia a ti y a mí, escritas en un idioma que ya nadie practica, otra lengua muerta a manos de un paladar exquisito.

Dales cobijo. Préstales algo, cualquier cosa, aunque sólo sea tu atención.

Porque si algún día sabes de mí, eso significará muchas cosas. La primera, que por mucho que lo intenté, no me pude ir tan lejos de ti como yo quería. La segunda, que por mucho que lo deseaste, tú tampoco pudiste quedarte tan cerca de donde alguna vez fuimos feliz. Sí, feliz. La tercera, que tu mundo y el mío siguen con pronóstico estable dentro de la gravedad. Y la cuarta, -por hacer la lista finita-, que cualquier resta es en realidad una suma disfrazada de cero, una vuelta a cualquier sitio menos al lugar del que se partió.

Nada de todo esto debería turbar ni alterar tu existencia el día que sepas de mí. Nada de todo esto debería dejarte mal. Piensa que tú y yo pudimos con todo. Piensa que todo se pudo y todo se tuvo, hasta el final.

A partir de ahora, tú tranquila, que yo estaré bien. Me conformo con que algún día sepas de mí, me conformo con que alguien vuelva a morderte de alegría, me basta con saber que algún día mi nombre volverá a rozar tus oídos y a entornar tus labios. Esos que ahora abres ante cualquiera que cuente cosas sobre mí.

Por eso, cuando sepas de mí, no seas tonta y disimula.

Haz ver que me olvidas.

Y me acabarás olvidando.

De verdad.»

Coronita.

Artículo publicado el domingo, 7 de Abril de 2013 en ElPeriódico.com.

«Mi admirado Agustín Medina publicó esta misma semana un interesante artículo respaldando la iniciativa “un publicitario en la RAE”. Según la insigne Academia de la Publicidad, que está detrás de todo el proyecto, “la lengua española necesita hacer un esfuerzo importante de resistencia ante la inglesa, también en la publicidad”. No sé si el briefing ni el target estarán en su brand tone, supongo que habrán hecho el benchmark suficiente para lanzar semejante claim.

[Con la venia de ambas academias, yo prefiero llamarnos “publicistas”, que además de ser incorrecto, es más corto y por tanto ¡ay! publicitario.]

El caso es que, puestos a meter un publicista entre los jóvenes miembros de una de las instituciones más modernas y vanguardistas del país, por qué ayudar sólo a la RAE. Por qué quedarnos a medias. Por qué no ir más allá. Si los publicistas pueden arreglar los problemas de la lengua española, eso es que pueden echarle una mano a cualquiera.

Mientras nuestro Presidente del Gobierno ejerce de Max Headroom, -de la «inteligencia artificial» ya ha demostrado lo de «artificial»-, este Desgobierno sigue parapetado tras una pantalla de plasma que no acepta ni preguntas ni réplicas ni siquiera cambiar de canal. Para mí, la moraleja es, aparte de una zona con muy pocos desahucios, la moraleja, como digo, está bien clara: todos los problemas de cualquier institución se pueden solucionar con una buena comunicación.

¿He dicho institución con problemas? Tate.

Por la presente, propongo oficialmente meter un buen publicista en la corte del Rey Don Juan Carlos.

Que si ya debe de ser jodido vivir bajo una corona, no me quiero imaginar lo que debe de ser hacerlo detrás de ella, y hacerlo encima en el país en el que no se le pudo llamar Corona a la cerveza Coronita. Pero en fin, no se preocupe Majestad, que los publicistas venimos al rescate.

Con un buen publicista a bordo, la imputación de una infanta deja de ser un problema para transformarse en toda una oportunidad, sólo hasta fin de mes. Gracias al juez Castro, a ver quién es el guapo que se atreve a decir que la institución monárquica no pinta nada en este país, que es puramente decorativa y representativa, y lo mejor, a ver quién asegura a partir de ahora que nadie pega golpe en Zarzuela.

Un buen publicista ya habría empezado a reservar centímetros de pared en la bajada de los Juzgados de Palma para el próximo día 27 de abril, aunque ahora la Fiscalía Anticorrupción nos haya salido anticapitalista y nos haya arruinado la acción de street marketing.

Pero bueno, da igual. Gracias a la creatividad publicitaria, se abre ante nosotros todo un mundo lleno de orgullo y satisfacción: para empezar, y para demostrar el uso y abuso de la palabra AbdiCar, se abrirá en Marrakech una red de concesionarios de vehículos oficiales.

Inmediatamente después, se bajará al marketing directo, y se insertarán las postales navideñas de la Familia Real entre las páginas del catálogo de Ikea, para que los más pequeños se diviertan tratando de encontrar al más campechano entre tanto mueble.

Los yernos seguirán siendo considerados meros accesorios más de quita que de pon, la clásica promoción dos por uno, productos de muestra que nadie querría si no fuera porque los regalan y encima salen siempre digamos que mal acabados, con alguna tara o imperfección.

Y por último, la sangre azul seguirá siendo logotipo de todo privilegio, ese gran activo publicitario, y habrá que ser muy conscientes de que el pueblo la quiere, la busca, la huele, la reconoce y la demanda en cuanto las cosas se ponen feas. María Antonieta, di que sí con la cabeza.

Bien pensado, igual no les hace falta un publicista, ellos solitos no lo están haciendo tan mal: en sólo una semana casi nos hacen olvidar tramas y personajes que ya eran como de la familia: Botswana, los paquidermos, Corinna o el pie de Froilán de todos los Santos.

No sé a ti, pero a mí gustaría que continuasen entre nosotros. Que no nos abandonasen jamás. Que tuviesen su arco de personaje, sus evoluciones y subtramas. Al fin y al cabo, ellos son parte de ese culebrón Above The Line y Above The Rest (me perdonen los académicos) por el que los españolitos seguimos pagando una tarifa de entorno a ocho millones de euros cada año.

Ellos sí que han sabido vender la Marca España.

Y cada vez más compatriotas brindan por ello.

Sólo que ya no pueden brindar con Coronita.

Ahora lo tienen que hacer con Corona.

PD: No, los de Coronita no me han patrocinado la columna. Pero algún detalle sí que se espera.»

A demás.

Artículo publicado el domingo, 31 de Marzo de 2013 en ElPeriódico.com.

«Están siempre ahí. Jamás fallan. Vayas donde vayas, ahí que van, dispuestos a darlo todo. Acuden al cine para toserte a la oreja, al teatro para disputarte el reposabrazos y a ese concierto para taparte justo el ángulo de visión donde está el cantante. Bloquean las carreteras cada fin de semana, el transporte público todas las mañanas, se llevan el último periódico y se suben al ascensor muy rápido para que no te dé tiempo a cogerlo. Crían a sus hijos para ocupar en el asiento que está justo detrás de ti cada vez que tomas un vuelo intercontinental. Roncan cuando necesitas dormir. Hablan cuando necesitas silencio. Y eso sí, en cuanto buscas su compañía, desaparecen.

Si te fijas, siempre esperan a que salgas a la calle para caminar dos metros por delante, fumando pipa. Y si te gusta la pipa, fuman puro. Y si también te gusta el olor del puro, pues fuman otra cosa. Hasta que encuentran el humo que te haga entrar náuseas. Y si no hay humo que lo consiga, entonces pasarán al plan B y probarán dándole rienda suelta a su halitosis o a su olor corporal. Y así todo el rato. Por cierto, eso que ves ahí no es que hagan cola, es que están dibujando una flecha humana que señala tu siguiente destino, el lugar donde estás a punto de perder los próximos minutos de tu vida. Ellos son así.

No se saben tu nombre, ni falta que les hace. No te confundas, no es ni siquiera ignorancia, es desinterés. Saben de sobras por dónde te mueves, y con eso les basta para hacer bien su trabajo. Si les preguntas, te dirán que no, que su función no tiene nada que ver contigo. Que son médicos, astronautas, estudiantes, alpinistas, samuráis. Pero no te creas nada, es todo una tapadera. Su misión en la vida la tienen muy clara. Están programados para ello. Y no van a parar hasta conseguirlo.

Son los demás. Cargo que les fue asignado en cuanto nacieron siendo cualquier otro menos tú. Cargo que desempeñan sin conocimiento de causa y con el que van a tener que apechugar el resto de su vida.

Los demás, por definición ese incordio, coñazo y estorbo con el que encima no tenemos más remedio que convivir. Inventamos nuevas tecnologías no para progresar, o para llegar más lejos ni siquiera para comunicarnos mejor. Inventamos chismes y servicios para estar con los demás sin tener que aguantarlos. El home cinema es un cine sin los demás. El coche revolucionó el siglo pasado porque nos permitió llegar a los sitios sin los demás. Y ya no digamos la moto. Pero es que el e-mail es el mensaje con los demás bien lejos. Las redes sociales son una conversación, sí, pero sin tener que soportar ni el olor ni la presencia de los demás. Y qué es el móvil sino una puertecita inventada por Lewis Carroll por la que entran y salen los demás. Sólo aquéllos privilegiados que pueden comer tus galletitas, claro.

Y sin embargo, de tanto en tanto, un demás irrumpe en tu vida y sin saber muy bien cómo o por qué, deja de serlo. Ese día te giras y hasta puede que te preguntes cómo fue posible que vivieses pensando que esa persona era parte de los demás.

Sin embargo, de tanto en tanto, son los demás los que nos proveen de nuevos puntos de vista, ya sea a favor o en contra de lo que creemos ser. Son los demás los que jamás nos podrán decepcionar, porque antes deberían dejar de serlo. Y son los demás los que, algún día, seguramente nos sorprendan y nos hagan crecer. Gente que se convierta en personas. Y viceversa.

No sé en qué momento ocurrió, cuándo se nos fue la pinza y llegamos a creer que el verdadero lujo era un espacio cada vez más vacío. Pero cuanto más nos alejamos de los demás, más nos dimos cuenta de que ellos eran los únicos de los que podíamos aprender. Y ahora toca recuperarlos.

De un tiempo a esta parte, un grupo de demases nos está enseñando que sí se puede. Que Goliath tuvo siempre los pies de barro y que aquí el emperador jamás se vistió. Y encima, por el camino, nos recuerda palabras como el escrache, tan fea en su significante como bella en su significado. En el momento de escribir estas líneas, todavía nadie les ha dado públicamente las gracias. A demás.

Y es que, por injusto que parezca, en tu vida conocerás sólo dos tipos de personas.

Las que algún día echarás de menos.

Y todas las demás.»

RV 269

Artículo publicado el domingo, 24 de marzo de 2013 en ElPeriódico.com.

«La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido. Antonio Machado sería muy buen poeta, pero como meteorólogo no tenía precio. Pues sí, como cada año por la mismas fechas, ya está aquí, ya llegó, es la estación de Yupi que ya aterrizó.

Según el Observatorio Astronómico Nacional, desde el pasado miércoles nos hallamos de pleno en los 92 días y 18 horas más cursis del año. No, lo de cursi no lo dicen ellos, lo de cursi lo añado yo. Si hubiera que adjudicarle un protagonista a cada estación del año, seguramente el verano sería de los amigos, el otoño de los compañeros de trabajo, el invierno tiempo de aguantar familia y la primavera sería de nuestra media naranja justo antes de ser exprimida.

Nos enamoramos en plena hormona primaveral, consumamos durante apáticas siestas veraniegas e imagino que, como consecuencia, el horóscopo más multitudinario estará entre tauro y géminis, justo cuando vuelve la que la sangre altera.

El caso es que, con ñoñería o sin ella, soy fan de las cosas que vuelven sin tenernos en cuenta, sin pedirnos permiso ni opinión. Como la lluvia. Como la gripe. Como la familia Aznar. Porque nos recuerdan lo irrelevantes que somos. Porque nos hacen aún más conscientes de nuestra intrascendencia. Nos hacen mortales, pringados, machacas, nos devuelven la humildad que perdimos, como si de pronto fuésemos el mismísimo Papa Francisco. Bueno, igual no tanto.

Y es que la opinión está sobrevalorada. No porque no valga la pena opinar en todo momento sobre cualquier cosa. Eso, siempre que lo hagamos bien lejos de las urnas, es recomendable, libera toxinas y mala leche. Está sobrevalorada porque tras cada opinión, suele haber un tercero que la usa de justificante para tomar una decisión. Y ahí es donde la solemos cagar.

Una opinión es un consejo que nadie ha pedido disfrazado de un punto de vista de alguien que pasaba por ahí. Y no todos los consejos son igual de aconsejables, del mismo modo que no todos los que pasaban por ahí pasaban de estar ahí.

Esta columna, sin ir más lejos. Quien pretenda utilizarla para algo más que envolver bocadillos de chóped, que lo haga bajo su propia responsabilidad, y que me guarde un poco.

La opinión, al final, es el polen de la vida pública, necesaria para la fecundación de mentes ajenas, pero terrible para los que sufrimos algún tipo de alergia. Y ahora, en primavera, vivimos rodeados de una verdadera plaga de opiniones poco fértiles. No sé tú, pero yo me paso el día comiéndome los mocos. Claro que así me va.

Quizás por eso sea éste el período del año en el que se toman más decisiones drásticas, que luego acaban sirviendo de bien poco. El verano acecha a la vuelta de la esquina, y el invierno ya no es excusa para seguir procrastinando. A la humanidad, de pronto, nos entra la prisa histórica y pretendemos cambiarlo todo de golpe, pese a riesgo de que luego vaya a seguir igual. Ahí está la Primavera Árabe, la Primavera de Praga o la operación bikini.

Sufrimos la sensación lógica y humana de que si no decidimos, si no cambiamos, si no intervenimos, no avanzamos. De repente, queremos demostrarle a la Madre Naturaleza que nuestra intercesión es más necesaria que nunca, nos creemos imprescindibles, y ahí la volvemos a cagar.

Lo que aún no hemos entendido es que, salvo contadas y honrosas excepciones, intervenir es sinónimo de empeorar. Ahí donde el ser humano ha introducido la palabra gestión -o peor: diseño-, ha sido casi siempre para dejarlo todo aún peor de lo que estaba. Hay multitud de ejemplos. Fíjate en nuestro litoral mediterráneo, en Pepiño Blanco tras su operación de miopía o en lo que queda de Cristina Fernández de Kirchner bajo el bótox, por poner algún ejemplo de los que sientan jurisprudencia.

Últimamente, nos ocurre hasta con los países. Desde la lamentable intervención militar en Irak hasta las recientes exigencias financieras de la UE para Chipre, uno tiene la sensación de que, a veces, calladitos estaríamos más guapos y quietecitos, más felices.

Sin embargo, hay algo aún peor que decidir y cagarla estrepitosamente. Y eso es no hacer nada.

Un siglo y pico después del estreno de El jardín de los cerezos de Chéjov, esta familia arruinada y venida a menos a la que llamamos España también se ve forzada a tomar alguna decisión para salvar su puñado de hectáreas y su economía, pero sigue sin encontrar su primavera, y parece no darse cuenta de que quizás, a este paso, también lo acabe perdiendo todo.

Por cierto, que la versión original no hablaba de cerezos.

Sino de guindos.»

Belieber Shore.

Artículo publicado el domingo, 17 de Marzo de 2013 en ElPeriódico.com.

«Querido Justin. Antes que nada muy buenos días, y benvingut a Barcelona. Qué tal has dormido. ¿Bien? Te escribo estas cariñosas líneas cuando aún no has cantado en el Palau Sant Jordi, y para cuando tú las puedas ignorar, para qué engañarnos, cantar, lo que se dice cantar, tampoco lo habrás hecho. Así que a efectos prácticos, ambos nos encontramos en el mismo momento.

Jo, perdona que no pudiese asistir a tu concierto de anoche. En un principio iba a ir, pero para cuando me di cuenta, ya llegaba 25 años tarde. Qué fuerte tía. Estoy seguro de que me echaste de menos entre el público. Te imagino buscando unas elegantes gafas de sol entre las caras del respetable y cayendo en el más absoluto desconsuelo al no encontrarlas.

Discúlpame. Te lo ruego. Sobre todo porque, pese a tener vigente mi pasaporte español, jamás critico aquello que desconozco, así que encima tendrás que marcharte de mi país sin haber recibido una crítica erótico-festiva por mi parte. Desconsuelo dos.

Que conste que tampoco tengo nada en contra de tu figura. Al revés, me alegro mucho de que existas. Seguramente sea lo único en lo que coincidamos las más de 35 millones de followers que tienes en twitter y yo.

Primero, porque vendes. Y eso, hoy, en cualquier industria, es un milagro. Da igual si son entradas, cojines o esmalte de uñas con tu nombre (qué cuco). Incluso aunque hayas tenido que cancelar uno de tus dos conciertos en Lisboa por “ventas light”. Cachis.

Segundo, porque allá donde vas, la lías. Por la inconfundible humedad relativa en el ambiente de esta semana, juraría que llevas días por estas tierras, con lo que imagino que ya te habrá dado tiempo a pelearte con paparazzi, desmayarte por nuestras esquinas, vomitar nuestra rica gastronomía, y cancelar por capricho compromisos dejando a tus fans compuestas y sin novio una vez más. Eso me divierte, no dejes de hacerlo, por favor.

Y tercero, porque eres el héroe indiscutible de una nueva generación de adolescentes y el villano de sus padres, seres queridos y educadores. Esos sufridos adultos haciendo cola 15 días antes de tu concierto para que sus hijas pudiesen asistir al colegio y que luego nadie les quite la custodia… Fíjate cómo será el tema que hasta una radio en Albany ha ofrecido una recompensa por acertar el día en que la palmarás, como quien acierta el número de la lotería. En fin. Polarizas, y eso en esta época ya es sinónimo de éxito.

El caso es que aparte de alegrarme, también me preocupas. Bueno, perdón, tú no. Tú en ese sentido me das igual. Las que me preocupan son tus fans. Las beliendres, como yo las llamo: todavía pequeñas, pero tan molestas y rabiosas como un piojo. Y es que ellas sí me quedan cerca. Son hijas y sobrinas de amigos y conocidos que te han convertido en su líder espiritual y que comulgan cada día con eso a lo que tú llamas música.

Vale, todos hemos tenido ídolos de pubertad. Claro que muchos de mi generación empezamos a seguir a un jovencísimo Michael Jackson con el álbum Thriller. Pero para entonces, Michael ya llevaba años y tablas siendo el pequeño de los Jackson Five y Thriller puede que aún hoy siga siendo el mejor disco –y el más vendido- de la historia del pop.

Las que te siguen desde tu salto a la fama en 2008, no siguen una carrera musical, siguen un reality-show. Ni siquiera un talent-show, porque aún ahí habría algo de talento y un jurado para impartir algo de criterio.

Lo tuyo es Belieber Shore. Un reality las 24h que genera la adicción de millones de fans -de fanatismo- que no pueden ni quieren desengancharse. Y como en todo reality, no hay cultura del esfuerzo, sino del pelotazo. Como en todo reality, no importa el trabajo duro y paulatino durante años, sino la fama abrupta y repentina. Como en todo reality, no interesa el prestigio, sino la popularidad. Como en todo reality, no interesa el talento, sino el volumen. Como en todo reality, no importa la calidad de lo que haces, sino la cantidad de veces que das la nota. Y como en todo reality, el producto asociado no está pensado para el largo plazo, sino para el consumo inmediato y perecedero.  Créeme, sé de lo que hablo.

Últimamente tus beliendres me dedican palabras de amor sencillas y tiernas, piropos que no hacen más que confirmar lo que están consumiendo en Belieber Shore. Me dicen que cómo me atrevo, que tú has hecho más por la humanidad que muchos otros (sic), y que tú ganas más en un día que lo que yo seré capaz de ganar en toda mi vida.

Igual son gajes de tener criterio, arrugas, o cierta cultura musical.

Oye igual me convencen, y acabo siendo tu fan.

Mira, creo que voy a empezar por seguirte en twitter.

Como dijo el filósofo, Never Say Never.»

Nada muere.

Artículo publicado el domingo, 10 de marzo de 2013 en ElPeriódico.com.

«Hay películas malas, muy malas, pésimas, infumables y por último están las que puedes ver gratis e íntegras por Youtube. Yo creía que “Están Vivos” (1988) de John Carpenter era de estas últimas, adaptación del relato de Ray Nelson condenada a amenizar la siesta dominical y el sexo de sobremesa.

Pero no. La historia de Carpenter es una genialidad que se avanzó a su tiempo 25 años, ya que es casi superada por otra realidad infumable: la de España de 2013. Y hoy, por fin, lo puedo demostrar.

Para empezar, tanto en la versión original como en la que nos meten doblada, el protagonista se llama John Nada. Nada como los 198 pre-ex-trabajadores de Ercros, Nada como los 4.500 pre-ex-trabajadores de Iberia, Nada como los 5 millones y pico de parados que siguen buscando trabajo, Nada como los casi 18 millones que aún obramos el milagro de poder cobrar a fin de mes, total para seguir pagando cada vez más impuestos mientras grandes empresas como Apple realizan malabarismos financieros entre filiales y declaran pérdidas en nuestro país, evitando la tributación y riéndose en la cara de gilipollas que se nos queda.

Los que no vivimos en El Pardo para estar cerquita de la Zarzuela nos apellidamos Nada, ni siquiera Nadie, porque para que haya un Nadie, tiene que haber otro Alguien que lo certifique, que lo esté contando, un Alguien que se preocupe por estar ahí, que nos escuche y nos tenga en cuenta.

En la historia, John Nada se encuentra unas gafas de sol. Son las gafas oscuras de la crisis, unas gafas fabricadas a golpe de moroso, de promesa incumplida, de traición hecha pública y de ruptura de pactos de silencio. Son las gafas que hacen aflorar la mierda incómoda, la que seguiría oculta si no fuera porque ya no hay dinero para mantenerla bajo la alfombra.

Y es que cuando Nada se pone esas gafas, de pronto puede ver que los humanos estamos rodeados de alienígenas que utilizan los medios de comunicación para manipularnos, pero no como lo hacen los tertulianos, no, sino a través de mensajes subliminales.

Las primeras palabras que alcanza a leer Nada son claras: Cásate y reprodúcete. Una indirecta de lo más sutil, -serían extraterrestres de derechas-, con la que supongo comulgará Monseñor Jorge Fernández Díaz. Oye, vete a saber, ahora que la lucha contra ETA ya no cosecha tantos votos, igual dedican tiempo y recursos al exterminio de aquellas parejas desviadas, relaciones sucias y perturbadas y uniones pecaminosas “que no garanticen la continuidad de la especie”, que no fabriquen votantes católicos, apostólicos y romanos. Alguien debería haberle explicado al señor ministro -o al mono del que desciendan él y sus congéneres- la tesis darwiniana de la selección natural, según la cual sobreviven aquellos ejemplares que mejor se ADAPTAN. O pensándolo bien, mejor no, que no se la expliquen.

Siguiente mensaje: No al pensamiento independiente. No en voz alta, se entiende. Porque si tú piensas diferente y te lo callas, está todo bien. Si crees que preguntar jamás debería ser anticonstitucional, está genial si no se lo cuentas a nadie. Pero si haces como Martín Rodríguez-Sol y lo largas por esa boquita, prepárate para sufrir un episodio de maltrato nacional, nada que ver con la violencia de género o el maltrato animal, porque aquí los instigadores se convierten en mártires, las razones en creencias y el diálogo democrático en bulla de barrio.

El tercer mensaje aparece escrito sobre un puñado de dólares: Éste es tu Dios. Menuda herejía. Desde el Padrino III sabemos que el Instituto para las Obras de Religión acepta prácticamente cualquier divisa, venga de donde venga. Y ahora encima algunas investigaciones apuntan a que lava más blanco. Pero eso no ocurre en España. A que no, Bárcenas.

Por último, por encima de todos estos mensajes, hay un concepto que se repite durante toda la película. Una sola palabra que resume la orden fundamental en cualquier invasión de conciencias: Obedece. No cuestiones la autoridad. No utilices tu imaginación. Sigue durmiendo.

Mientras Benedicto XVI ofrece obediencia incondicional a su sucesor, bomberos españoles se enfrentan a expedientes sancionadores por negarse a desahuciar a sus conciudadanos. A ver cuándo toman nota los empleados de sucursales bancarias y nadie teme los disparos de Sazatornil si sale el sol por Antequera. Que cuando los únicos que obedecen son los de arriba, somos los de abajo los que debemos aplaudir la insumisión.

En fin. No voy a contarte el final de la película, porque ya lo he hecho en el título de este artículo, pero sí las 5 últimas palabras que pronuncia Nada justo antes del final.

“Ahora te toca a ti”.»

Nieva a destiempo

Artículo publicado el domingo, 3 de marzo de 2013 en ElPeriódico.com.

«Nieva a destiempo. Qué potito. Febrero se marcha arropando a la península bajo un manto de moco, y marzo entra así como de golpe, despertándonos con su jarro de gota fría, soplándonos las legañas y patrocinando las últimas recaídas de la temporada.

Uno, que es más de letras que de caldo, se pregunta dónde se escondía tanta crudeza, cómo se conservaron las frigorías y desde dónde llegará tanta intemperie. Si es que hasta dan ganas de repetir la navidad, oye espera, que la última no nos salió del todo bien, trae pacá la carne de caballo, que esta vez nos querremos de verdad.

Nieva a destiempo. Qué ricura. Sí, ya sé que aún es invierno, y que mientras sea invierno, puede hacer con nuestros armarios lo que le dé la gana. Que ya, que lo que no era normal era ver gente tomando el sol en la playa en plena cuesta de enero, en vez de estar haciendo lo que había que hacer: pasear por las rebajas sin poder ni siquiera mirar, por no gastar ni lo que se miraba. Pero es que cuando uno se acostumbra a la excepción, a ver quién es el guapo que avisa cuando ya se ha transformado en norma.

Nieva a destiempo. Pero nieva sobre mojado. Los informativos contagian su meteorología y las calles de nuestras ciudades se vuelven a colapsar, dejando en evidencia una vez más que seguimos siendo líderes en infraestructura solar, pero no de la renovable sino de la otra, de la que sólo funciona cuando hace sol.

Nieva a destiempo. Y hay que ver cómo llama la atención. Como cualquier cosa que se vaya de tempo y pierda el compás, chana, mola, da la nota.

El Papa se marca un Esperanza Aguirre y renuncia antes de tener que enfrentarse al mayor lío que se haya visto jamás. ¡Pang! El Barça, presunto favorito en todas las apuestas y supuesto mejor equipo del mundo,  se juega la Copa del Rey y acaba perdiendo contra sí mismo. ¡Ping! La independencia de Catalunya la inicia, sin quererlo, la escisión interna de un partido federalista. ¡Pumba! A la “amiga” del Rey la seguimos llamando “amiga” del Rey. ¡Timón! El dedo corazón de Bárcenas anuncia nueva gira por los juzgados y listas del paro. ¡Grrrinch! Y Michelle Obama, que nada tiene que ver con este artículo, pero también le hacía ilusión aparecer aquí. ¡Buzz Lightyear!

Son discontinuidades. Fracaso de toda planificación, pesadilla de todo buen matemático, muerte de cualquier tendencia, vergüenza de todo experto que se precie y el cisne negro en toda historia sobre cualquier cosa.

Son las razones por las que la vida deja de volverse previsible cuando todo apuntaba justamente a lo contrario. Motivos por los que siempre vale la pena levantarse bien pronto, bien pronto, bien pronto y comprobar que aún seguimos sin entrenador.

Y es que nuestra existencia, como cualquier formato audiovisual, necesita su tempo para respirar. El vídeo se consume al ritmo que decide un director, la música al que crea su intérprete y el texto es el único cuyo ritmo lo impone el que lo consume. Quien controla el tempo, tiene el poder: finaliza la obra, la redondea y le dota de pulso cardíaco que le da la vida. Y no es casualidad que cada vez leamos menos y miremos más… para ver menos, claro.

El caso es que nieva a destiempo. Y los que tenemos la azotea cada vez más despoblada, tratamos de reforestarla, cultivándola con semillas de todo tipo. A mí me vienen ahora a la cabeza un libro, una promesa y una canción.

El libro, “Las Aventuras de un Guionista en Hollywood”, de William Goldman, gran novelista y consultor que escribió, entre otras obras legendarias, “Dos hombres y un destino” o “Marathon Man”. El libro lo acabé olvidando a medias, pero recuerdo que me impactó mucho la primera frase: “Nadie sabe nada”. Al igual que los elementos más importantes en cualquier éxito cinematográfico rara vez fueron premeditados, las cosas más importantes de nuestra vida siguen siendo aquellas que jamás podremos planificar.

La canción, “Sometimes It Snows In April”, quizás el mejor tema del Prince de los ochenta, y mi balada favorita de todos los tiempos. Supongo que me acuerdo de ella porque es una bellísima oda al final de las cosas bellísimas, con la aparición de un acorde inesperado e incorrecto en medio del estribillo que empieza siendo muy molesta y acaba haciéndose tan imprescindible e inefable como un The End.

Y la promesa, porque es de las pocas que siempre se cumplen.

Algo que puede resumirse en una sola palabra.

Algo que surge sólo cuando nieva a destiempo.

Discontinuará.»

Espía espíame espí

Artículo publicado el domingo, 24 de febrero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Se espían. Y ahora nos escandalizamos, nos rasgamos los triquinis y hablamos del derecho a la intimidad y de un intolerable apocalipsis orwelliano.

Uy, que se espían. Y cualquiera que aterrizase hoy en este país y viese nuestra reacción, pensaría que estamos en un estado de derecho maduro y civilizado y que tanta indignación responde a la Teoría de las Ventanas Rotas de Wilson y Kelling: la idea de que movilizarse por los problemas más pequeños (reparar una ventana rota de un edificio abandonado) ayuda a evitar problemas mayores (el vandalismo o la ocupación de dicho edificio).

Pero no. Ese punto ya hace un rato que lo hemos pasado. Nuestra casta política ni es ni parece la más honrada del mundo, y su decadencia y reputación están como para fijarse en ventanitas rotas. Desde el fondo de la letrina de nuestra peor crisis institucional, con todo el edificio podrido hasta la azotea de tanta aluminosis y cuando todo político es presunto culpable hasta que se demuestre no imputado, de pronto nos comportamos como si fuésemos Finlandia.

Que se espíen, hombre. Déjales que se espíen. Es más, como consumidores, espectadores, votantes y contribuyentes, deberíamos exigir que se espiasen más, a todas horas y de todos los modos posibles. Que les instalen a todos un micrófono en el culo –o donde mejor les quepa– y que siempre haya alguien escuchando al otro lado. Igual acaban pagando justos por pecadores, sí. Pero es nuestro último recurso para asegurarnos de que su honradez no dependa del número de ojos puestos en el suyo.

Que se espíen, y que le den una subvención al que más espíe. Que sí, hombre, que un político al otro lado de las escuchas confirma lo que muchos ya empezábamos a dudar: que cuando les conviene, sí saben escuchar. Ahora sólo faltará que pongan el mismo interés en las ILPs que les llegan cada semana con millares de firmas que aún confían en el sistema. Pero vamos, por lo demás, que pongan intención y medios para escuchar, me parece la mejor noticia en lo que llevamos de legislatura.

Que espíen bien, y mientras sea entre ellos, que no miren con quién. ¿No quieren impulsar una Ley de Transparencia? ¿Luz y taquígrafos? Pues ahí lo tienen, el espionaje es lo más parecido a una wikisesión de control 24/7. Eso sí, que nos den acceso a una web –o una app para los más progres- en la que se pueda consultar TODO lo que estén diciendo o haciendo prácticamente en tiempo real. Vale, estamos dispuestos a obviar asuntos de seguridad nacional. Pero con toda la mierda que está saliendo día sí día también, e igual que hay colectivos que no disponen del derecho a huelga, ya tardamos en suspender el derecho a la intimidad de todos los representantes del pueblo mientras se encuentran en el ejercicio de su cargo.

Que se espíen, y que tampoco importe demasiado el contexto en el que lo hagan. Si resulta tan interesante oír lo que tienen que decirse fuera del Parlamento es porque han dejado de decírselo dentro de él. Cuando tengamos acceso a ambos discursos, -fuera y dentro, visitante y local- la integridad dejará de ser una opción, o peor, una quimera.

Que se espíen, hombre, que ya verán el buen uso que le daremos al material resultante. Tirar de prácticas mafiosas jamás fue lo más aconsejable para gestionar un país, pero al fin y al cabo si tiene que haber algún chantaje, prefiero que sea toda la sociedad la que extorsione a sus gobernantes, y no al revés, como está ocurriendo ahora.

Y para acabar, que se espíen, y ni se preocupen por si es legal, ni por supuestas violaciones de códigos deontológicos. Me van a decir ahora que pierden el sueño por cumplir la ley. Además, por lo poco que aprendí en clases de derecho, el legislador va siempre por detrás de la realidad social para la cual legisla. Y como acaba de demostrarnos un bombero de A Coruña, cuando el imperativo de la conciencia colectiva conlleva desobediencia a la autoridad e incluso a la ley, se está haciendo siempre lo correcto.

¿No será que el problema de toda esta historia está en el contenido de lo espiado? ¿No será que nos quieren escandalizar con la forma mucho antes de llegar a conocer su contenido? ¿Tenemos políticos a la altura de lo que nos quieren mostrar, o se quedan a la altura de lo que nos pretenden esconder? Y lo peor, ¿crees que el Debate sobre el Estado de la Nación habría sido igual de estéril si antes Rajoy y Rubalcaba hubiesen cenado juntitos en La Camarga?

Espíense más, señorías, hágannos el favor.

Espíense hasta que ya no valga la pena espiarse.

Quizás, para entonces, habremos empezado a creer.»

Doscientos y pico

Artículo publicado el domingo, 17 de febrero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Este artículo no es para todos. Este artículo es para unos pocos. Con el permiso de lectores habituales y ocasionales, hoy me dirijo sólo a doscientos y pico.

Esto va por ti, una de las doscientas y pico personas que -dicen- hoy intentará suicidarse en España. Esto va por ti, una de las nueve -también dicen- lo conseguirá. Por esas tres que -aseguran- lo harán por causas relacionadas con la crisis. Al resto, por favor, sólo os pido vuestra complicidad, que lo hagáis llegar a potenciales doscientos y pico y que me perdonéis si en algún momento parece que hablo en vuestro nombre.

Vaya por delante que tienes toda la razón. No tengo ni idea de cómo estás. Jamás me he encontrado en tu situación, y sinceramente espero nunca tener que sentir lo que sientes como para abandonar la vida dejando atrás tanto dolor sin respuesta, así que perdóname si hablo desde mi más profunda ignorancia. No soy psicólogo ni pretendo serlo, no he estudiado tu caso y seguramente si lo hiciese no sabría qué hacer con él. Me falta formación por todos lados para poder ayudarte de verdad.

Igual también piensas que es muy fácil hablar desde donde estoy. Pero ahí te equivocas, te aseguro que para mí lo fácil sería callarme, seguir escribiendo como si no existieses y mirar para otro lado. No pienso hacerlo más, no sabes lo que me jode y me hierve la sangre cada vez que veo que desde los medios se convierte el suicidio en una estadística y que nadie o casi nadie se atreve a mencionarlo por miedo al maldito efecto llamada.

Antes de que mañana sea demasiado tarde, antes de que los demás tengamos que leer en este mismo periódico que lo has conseguido, déjame decirte algo. Tu éxito será nuestro fracaso. Y si aún me estás leyendo, déjame explicarte por qué.

En primer lugar, porque te necesitamos. Necesitamos tu historia, tus razones, tu desesperación. La desesperación, como la tristeza, como el azúcar, se disuelve mejor cuanto más la diluyes. Ya, ya sé que eso no soluciona mucho, pero a veces, compartir los problemas es trocearlos. Tú eres nuestra cara B, la trastienda de nuestro consumo, lo más parecido a una colonoscopia para esta democracia, y no podremos considerarnos una sociedad realmente saneada y civilizada hasta que no seamos capaces de ofrecerte una alternativa a tiempo. Y para eso, francamente, te necesitamos.

En segundo lugar, porque igual no eres tú, y son otros. Entre las muchas causas de suicidio están cobrando especial relevancia las económicas, y si éste es tu caso, me vas a permitir que te avise. Tú no eres el que debería desaparecer. Son los que se han lucrado llevando a gente como tú hasta este límite los que deberían dejar este mundo y todos los mundos posibles. Esos, que no se han ido, que ahí están, que quieren vendernos ahora la vacuna contra el virus que ellos mismos crearon. No permitas que tu exceso de honestidad te lleve a hacer algo que su falta de vergüenza jamás haría. Quién te ha dicho que su vida vale más que la tuya.

En tercer lugar, está la gente que te quiere y te puede ayudar. Gente a la que igual ni siquiera conoces todavía. Casualidades que se producen todos los días, y que alguna incluso te podría arrojar algo de luz. Pero por ahí no hace falta que siga, porque si te lo estás planteando seriamente es porque hace rato que has dejado de tenerlo en cuenta.

Y por último, mi argumento definitivo. Lo intentáis doscientos y pico y sólo lo conseguís nueve. Tal como está dejando este Gobierno la sanidad, tienes muchos números de acabar en un hospital público en vías de privatización en el que un becario indignado te ampute la pierna sana mientras se baja tu historial del emule, tu diagnóstico por twitter y el tratamiento por whatsapp. Y ya sólo por eso, me lo pensaría.

Perdón, se me descontrola el humor negro. Señal de que tengo que ir acabando.

Mira, yo odio la autoayuda. Pero con todas mis fuerzas. Los metería a todos en la cárcel en cuanto se declarasen autores de autoayuda. Creo que no hay nada más falaz, mentiroso y delictivo que un tipo vendiéndote la felicidad que sólo vivirá él a través del dinero que tú inviertas en creerle.

Sin embargo, reconozco que de tanto en tanto una frase cursi y ñoña puede rellenar aunque sólo sea un centímetro de vacío bajo nuestros pies. Si nada de lo que he dicho hasta ahora ha convencido aunque sólo sea a UNO de los doscientos y pico, ahí va mi último y desesperado intento, escuchado hace tiempo en una película:

Al final, todo acabará bien.

Y si no acaba bien, eso es que aún no ha llegado el final.»

Hoy empiezas.

Artículo publicado el domingo, 10 de febrero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Hoy empiezas. No hace falta ni que lo vayas explicando. Si es que se te ve en la cara. Da igual que sea un negocio, un viaje, una relación sentimental, una nueva vida o una vieja historia a la que has decidido darle inicio por el final. Da lo mismo.

Hoy empiezas. A mí no me la das. Tú has abierto los ojos antes que la rutina, y lo primero que has hecho ha sido depilarte las excusas. Mira, hasta te salen las ganas por las orejas, anda hazte así. Me cago en la leche, Merche, que hoy empiezas.

Hoy no escuchas. Que no escuchas, digo. Y si lo haces, has decidido no entender nada. Que la cosa está fatal. Con la que está cayendo. Qué se le va a hacer. ¿No has visto las noticias? Pues no. Hoy todo sobra. Hoy tú has decidido que arrancas, y arrancarás.

Hoy tú ya no eres tú. Desde este mismo momento, lo has de saber, te has convertido en un ser –con perdón– imbécil y peligroso. Bueno, igual me he quedado corto, en realidad eres MUY imbécil y MUY peligroso. Venga va, seamos honestos, eres el MÁS imbécil y peligroso que existe.

Eres imbécil ­–con cariño– por exhibir tu ilusión. Tápatela antes de que te la vean, que en este país mostrar tanta ilusión provoca efectos secundarios perjudiciales para los demás: envidia cochina, crítica feroz a tus espaldas o lo que es peor, una repentina intención de echarte una mano.

Eres imbécil –siempre desde el respeto– porque sufres de valor añadido en primer grado. Has dejado de ver lo que había, y has decidido imaginar lo que podría llegar a haber. Eso es muy insolidario con la depresión global, despista del suicidio colectivo y raya la insumisión social. Cómo te atreves a crear algo, a jugar así con la realidad o a escribir historias que mejoren el Mundo. Quién te has creído que eres. ¿Dios? ¿Pedro J.?

Y para acabarlo de rematar, eres imbécil ­–aquí sin cariño ni respeto ni ná de ná– porque eso que empiezas ya lo intentaron muchos otros antes que tú. Y todos fracasaron. Por algo sería. Qué pasa, te crees más listo, mejor preparado o especial, ¿no? Menuda sobredosis de soberbia llevas, chato. Recuerda todo lo que te falta. Experiencia. Contactos. Información. Paciencia. Recursos. Responsabilidad. Talento. Prudencia. Recuérdalo y quédate llorando en casa.

Pero es que además de imbécil, eres un ser peligroso, sí, MUY peligroso. Tu optimismo, tu ilusión y tus ganas de materializarla ya no temen a prejuicios propios y ajenos. Desde hoy, tu éxito o tu fracaso ya no dependerán del suyo. Y eso te convierte en lo más próximo a un delincuente nada común.

Eres peligroso porque ya no perteneces a ninguno de los dos grupos mayoritarios en cualquier sistema democrático, a saber: aquellos que piensan que todo lo que les ocurre es culpa de los demás y aquellos que creen que todo lo que les pasa es sólo por culpa suya.

Pero sobre todo, eres peligroso porque eres la única virgen en medio de una orgía, principal objetivo que todo el mundo se quiere zumbar, enemigo público número uno con el que nada ni nadie tendrá la más mínima compasión ni miramiento.

Si te va mal, ahí fuera te esperan en formación de ataque miles de motivos para salirte al paso, razones que no dudarán en asaltarte como bandoleros que no pretenden ni robarte ni matarte, tan sólo que vuelvas por donde has venido con la palabra FRACASO tatuada en el culo. Todos querrán ser el primero en avergonzarte, todos querrán firmar su «ya te lo dije» y a todos les encantará verte caer. Van a poner todo su empeño en ello. Y si lo consiguen, será un logro suyo, personal e intransferible.

Pero es que si te va bien, prepárate, porque ganarás dinero, experiencia, felicidad o una peligrosísima combinación de las tres. Y ahí sí, ándate con mucho ojo porque hoy por hoy, si ganas dinero eres un cabronazo que tiene algo que ocultar, si ganas experiencia en algún momento serás demasiado caro de mantener, y si ganas felicidad lo único que demostrarás es que no tienes ni puñetera idea de en qué mundo vives.

Hoy empiezas, y desde aquí sólo puedo desearte una cosa.

Que nada ni nadie te haga olvidar lo que sientes hoy, que empiezas.

Por algo los principios…

…se llaman principios.»

 

 

Largaos.

Artículo publicado el domingo, 3 de febrero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Largaos de una vez. Largaos, sí. Los que trincáis, los que habéis trincado, los que permitisteis que otros trincaran y los que todavía hoy no hacéis nada por que se deje de trincar. Todos. Sobráis, de verdad, dejadnos en paz de una puñetera vez.

Dais asco. Vuestra falta de vergüenza ha llevado la nuestra hasta límites que jamás deberíamos haber conocido. Y ahora os cubrís el culo los unos a los otros, un culo que tenéis tan sucio que hasta las pústulas de vuestra ignominia os han invadido el cerebro, y ya no es posible distinguir vuestras declaraciones rellenas de mierda de la peste que emana de un zurullo común.

Callaos. Callaos de una vez. Dejad de contaminar los medios, las noticias y nuestro estado de ánimo. Dejad de hacer comunicados y ruedas de prensa, disolved todos los chanchullos, deponed vuestros privilegios y salid con la cabeza bien baja y las manos en alto.

Dejad de desanimar a la gente. Dejad de decirnos que todo fue por nuestra culpa. Dejad de tomarnos por gilipollas. Ah, y no os atreváis a volver a decir que sois reflejo de la sociedad en la que vivís. Que si robasteis fue porque os lo pusieron delante. Que sois víctimas de un vacío legal, un entorno corrupto y una dudosa moral. Que sois reflejo de la gente, representantes elegidos por el pueblo. Vosotros no sois pueblo, vosotros sois escoria.

Devolvedlo. Devolvedlo todo. El dinero, las propiedades, los cargos, las dietas, los sobresueldos, las comisiones, la dignidad que os quede y la honorabilidad que algún día se os supuso. Y cuando hayáis acabado, devolved la nacionalidad que se os dio por error. Porque no merecéis formar parte ni de este ni de ningún país. No hagáis ni las maletas, saltad por la borda, como las ratas, salid nadando. Y quien no sepa, que se joda, francamente nos da igual.

Pedid perdón. Disculpaos. Ante todo aquel que votó. Ante todo aquel que piensa seguir votando. Porque ellos han creído en un sistema democrático que vosotros habéis violado, sodomizado y puesto del revés. No, yo no os concedo la presunción de inocencia. Porque cuando uno deja que ciertas cosas ocurran, acaba siendo cómplice aunque solo sea por ignorancia, por desidia u omisión.

Y por último, largaos, sí, pero sin dejar rastro. Ni se os ocurra nombrar sucesores, ni gestores, ni primos segundos que calienten vuestra silla. No tengáis la cara dura de intentar dejar un legado. Vuestro único legado será la vergüenza. Y tampoco os atreváis a interponeros nunca más entre la gente de bien y sus lícitos objetivos. Porque en este país aún quedan ciudadanos, empresas e incluso algún político honrado que construyen, que siguen luchando y que ahora ya solo tienen una misión: que no les jodáis la vida, que les dejéis hacer.

Pero sobre todo y ante todo, por lo que más queráis, seguid ignorando estas órdenes, exigencias demagógicas de un publicista que de vez en cuando hace el capullo en televisión.

Seguid creyendo que no pasará nada. Porque así quedará menos para que pase.»

They might be right

Artículo publicado el domingo, 27 de enero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Bill Bernbach fue el inventor de la publicidad moderna, el creador de anuncios legendarios y dentro del sector es hoy lo más parecido a Dios, o a Messi, si eres ateo. Un genio del que todavía muchos seguimos aprendiendo, más de 30 años después de su muerte.

Bernbach no publicó ni un solo manual publicitario. Ni rojo, ni verde, ni azul, ni su camisita ni su canesú. Este maestrillo ni escribió su librillo, ni reveló sus confesiones, ni falta que hizo. Casi todo lo que ha llegado hasta nuestros días son un manojo de entrevistas, algunos principios manuscritos y un libro presuntamente coescrito desde el otro lado del escaparate. De ahí que circulen muchas historias apócrifas sobre su manera de trabajar.

Una de las leyendas más famosas cuenta que Bernbach llevaba siempre en su bolsillo una tarjetita con una sola frase escrita. Cuando las discusiones se ponían feas, la sacaba, leía su contenido y la volvía a guardar.

En cierta ocasión un becario, o lo que equivaldría a un redactor jefe tras el ERE de ‘El País’, le preguntó a Bernbach qué ponía en esa tarjeta. Él respondió: «They might be right».

«Puede que tengan razón». Es lo que tienen las traducciones al castellano, que hasta un Bill Bernbach se te queda en un Paco Marhuenda.

El caso es que hace poco, hablando con Juan Gómez-Jurado sobre los debates televisivos (no confundir con los televisados), llegamos a la triste conclusión de que la manera más valiente de afrontar una discusión pública o privada era mostrando la firme voluntad de cambiar de opinión si uno encontraba mejores argumentos que los propios. Y lo triste es que eso, hoy, sea de valientes.

Ni a Cospedal ni a mí nos consta en qué momento empezamos a confundir integridad con ceguera, lealtad con sordera y diálogo con rendición. Tampoco nos consta si sería una leyenda urbana, pero cuentan que una vez hubo un tertuliano que dejó de gritar, y tras escuchar al otro, se levantó de su silla, tendió su mano a la otra España y dijo algo así como: «Tienes razón, me acabas de convencer». No le volvieron a llamar más que chaquetero.

Perdona si salto de los tertulianos televisivos a Scott Fitzgerald, pero es que él fue quien definió la inteligencia como la habilidad de sostener dos ideas contradictorias al mismo tiempo sin perder por ello la capacidad de funcionar. Y otro que tampoco parecía tonto dijo que «lo opuesto de una formulación correcta es una formulación falsa, y lo opuesto de una verdad profunda suele ser otra verdad profunda». Su nombre era Niels Bohr.

Pero volvamos al subsuelo, volvamos a la política. Hasta donde yo sé, el principal oficio de un político es dialogar. Encontrar puntos de unión, sobre todo con los únicos que tiene sentido buscarlos, sus oponentes. Negociar acuerdos, hallar el consenso en los contextos más complicados, incluso allí donde los ciudadanos de a pie romperíamos la baraja.

Dicho de otro modo, salvo con apóstatas del diálogo -también llamados terroristas-, el político tiene la obligación de dialogar con todo el mundo. Hablo del diálogo de verdad, aquel en el que no te escuchas solo a ti mismo, aquel en el que uno está dispuesto a cambiar de opinión. Todo lo demás son monólogos simultáneos.

Rajoy dialoga continuamente con Mas. Irene Rigau lo hace con Wert y el ministro le corresponde dialogando con toda su educación y cultura. El PPC dialoga con el Parlament. El PSC dialoga consigo mismo. Soraya dialoga con su amiga invisible, Catalunya dialoga con España y ya no digamos la viceversa.

Eso sí, mientras tanto, la Declaración de Soberanía de Catalunya se empeña en hacer explícito algo tremendamente obvio: «Diálogo: Se dialogará y se negociará con el Estado español, las instituciones europeas y el conjunto de la comunidad internacional». Y a mí se me pone cara de Bombi: ¿por qué será?

Necesitamos gente que nos haga cambiar de opinión. Es así como progresamos. En nuestra vida personal, en nuestro trabajo y ahora, más que nunca, en nuestro país. Pero para eso, primero hay que abolir todo aquello que dificulte el diálogo. Y hay que abolirlo ya.

Hace unos días, sin ir más lejos, mi amigo Miguel Ángel Revilla, como buen experto en anchoas, exhortaba a Rajoy y Rubalcaba a sentarse urgentemente y diseñar un plan nacional anticorrupción que evitase el estallido social.

Señores diputados y no imputados -mientras escribo estas líneas alguno queda-, tienen seis millones de razones para sentarse YA a dialogar, pero a dialogar de verdad.

Solo necesitarán tres cosas:

-Una tarjetita.

-La frase de Bernbach.

-Y hacer sitio en sus bolsillos, claro.»

 

No hay huevo

Artículo publicado el domingo, 20 de enero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Confesión mientras me tapo media barbillita con una sábana: en ocasiones leo libros. Enseguida salgo por la tele y se me pasa, no es grave. Pero el caso es que en el último que he devorado, «La historia del hombre» de Cyril Aydon, se subrayan algunos datos sobre el huevo de Colón que al menos a mí me han reconciliado con la naturaleza humana.

Aydon explica que el navegante genovés basó su estimación del tamaño de la Tierra en cálculos erróneos de Toscanelli, un matemático que creyó que la circunferencia del ecuador medía sólo 32.000 km, una cifra 8.000 km inferior a su verdadero tamaño. Toscanelli sería recordado como el último italiano modesto y prudente de la historia, con permiso de Mario Balotelli, claro.

Tras ultimar sus cálculos, el navegante catalán fue a ver al rey de Portugal para conseguir pasta, pero cuando éste preguntó a sus geógrafos, le hablaron de Eratóstenes, que en el siglo III a.C. lo había estimado en 40.000 km, con lo cual, esta vez el monarca luso no se antepuso esa i tan latina, esa i tan nuestra, y decidió pasar palabra.

Hace seis siglos, mucho antes de que Nueva Rumasa y Bankia lo pusieran de moda, ya se sabía que siempre hay alguna víctima más confiada, menos informada o simplemente menos afortunada que sí esté dispuesta a comprar. Después de tocar varias teclas, el almirante balear pudo llegar hasta Isabel y Fernando, la primera pareja española de todos los tiempos, que pensaría como toda pareja española desde entonces: alquilar es tirar el dinero, y una compra será siempre una buena inversión.

Y vaya si compraron.

De su primer viaje a América, Colón volvió convencido de que había pisado las Indias. Hasta ahí, bien. Lo habrá pensado cualquiera que haya subido a un taxi en Nueva York. Pero es que cuando llegó hasta Cuba y los nativos intentaron explicarle que se trataba de una isla, él siguió defendiendo de que se trataba de una península de la costa asiática, o lo que es lo mismo, tras escuchar a los expertos y pese a todas las evidencias, el tío siguió en sus trece, prueba irrefutable de que era hombre, jefe y español.

Seguimos para bingo, porque en 1498, algunos miembros de su tripulación fueron los primeros europeos en pisar el continente sudamericano, pero el marinero de pelo Pantene, en su línea habitual, pensó que en este caso sí se trataba de una nueva isla. Menudo tertuliano del corazón hemos perdido.

Corte a su lecho de muerte, Colón sigue convencido e incluso llega a marcharse al otro barrio pensando que se ha quedado a las puertas de China.

La historia del no-huevo de Colón es sólo una muestra de que incluso lo que hoy celebramos con bombo y platillo como Día de la Hispanidad, lo que aún se considera su mayor éxito, «descubrir» -más bien conquistar- América, estuvo plagado de errores, uno detrás de otro, hasta el punto de que si hubiese sido por él, se habría llamado la Semana Fantástica de Oriente.

Y es que nunca hay un solo huevo. Jamás lo hubo. Y jamás lo habrá.

Hablamos del éxito y del fracaso como si fueran colores puros, valores binarios o substancias sin adulterar. Pero eso es tan falso como las convicciones del almirante de dedo erecto. Porque es ignorar la cantidad de fracasos que hay en todo éxito, y la cantidad de éxitos que existen en cada fracaso. Es pasar por alto una verdad universal, tan válida en el siglo XV como lo es hoy: sólo sabemos ganar a base de perder, y sólo cuando se falla se acaba acertando en algo.

Una relación sentimental acaba, pero deja días, meses o incluso años inolvidables y puede que hasta alguna nueva vida en este mundo. Una oportunidad pasa, pero pone ante tus ojos la cantidad de cosas a las que ahora sí podrás dedicarte. Una persona muere, pero deja tras de sí muchos encargos en forma de recuerdos, uno por cada albacea emocional.

Pero es que también funciona al revés. El camino de cualquier éxito está igualmente plagado de errores. Errores de cálculo, errores de soberbia, errores por ignorancia, errores de expectativas, errores por culpa del azar. Errores que nos llevaremos a la tumba. Errores que, el día que cuenten nuestra historia, alguien se encargará de que no salgan en ningún titular.

Que nadie se equivoque con los que se equivocan. Que nadie demonice o menosprecie a los que persisten en el error.

Porque justamente gracias a esos errores puede que ellos acaben conquistando un corazón, toda una vida o incluso Ítaca.

Perdón, quería decir América.

En qué estaría pensando.»

Gracias, Zara

Artículo publicado el domingo, 13 de enero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Esta semana hemos sabido que Amancio Ortega, fundador del Grupo Inditex y propietario, entre otras, de marcas como Zara o Bershka, adquirió la emblemática sede del BBVA en Catalunya por 100 millones de euros. No sé a ti, pero a mí me ha decepcionado que no fuese por 99’99.

También esta semana, tras casi nueve décadas de actividad promoviendo la lectura desde todos los centros geográficos, culturales y emocionales de Barcelona, la mítica Llibreria Catalònia se ha visto obligada a echar el cierre y muy pronto volverá a abrir convertida… en un McDonald’s.
Si mi referente intelectual, espiritual y televisivo Mariló Montero no me falla, quién nos asegura que el alma de un negocio no se traspasa también con cada cambio de sede social. Quién me dice a mí que donde hubo no retuvo, y que existe un budismo inmobiliario que se cumple también en reencarnación de los locales.
Ojo porque pronto podremos decir que nos hemos estado vistiendo por encima de nuestras posibilidades, que hay que apretarse el cinturón ese beige que te queda monísimo.
Desde sus escaparates, las entidades financieras se verán por fin obligadas a mostrar maniquís de cuerpos gordos y sebosos luciendo sus trapitos más sucios, sus cuentas en paraísos fiscales, sus evasiones de capital y sus Sociedades de Inversión de Capital Variable (Sicav), sin ningún tipo de tapujo, a calzón quitado y rompiendo con tanto estúpido anonimato.
Lo de las dependientas sin comisiones no sé si lo llegaremos a ver, pero si el director de tu sucursal bancaria, mascando chicle rosa y vistiendo escote y dos tallas menos, te acaba endosando una hipoteca solo porque él tiene la misma en casa y le queda divina, no te sientas mal si luego te enteras de que le dice lo mismo a todo el mundo.
Antes de pasar a un probador igual te hacen dejar los objetos metálicos en la entrada, escanear uno a uno los pelos del culo e insertar un número pin, un puk, el NIF, un CIF y una firma autorizada, pero si eso llega a ocurrir, por favor, jamás lo leas como una falta de confianza, será siempre y solamente por tu propia seguridad.
Por lo demás, las rebajas seguirán ocurriendo todo el año únicamente en tu cuenta corriente, con lo que tampoco notarás mucha diferencia.
Donde a lo mejor sí notas alguna, será en el nuevo local de comida rápida, que podría pasar a llamarse comida de bolsillo con tapa blanda. Habrá que ver a qué sabe una Big McCarthy con Palahniuk fritas, botellín de Auster y Franzen Yogurt, cuántos clientes se la llevan a una esquina para pegarle dos lametazos antes de comprársela y cuántos critican al Happy Meal por ese final tan previsible y por haberse vuelto tan comercial.
Quiero pensar que en este escenario marilonesco, también nos dejarán rescatar con dinero público a según qué especímenes que se atreven a salir a la calle vestidos y vestidas como si no hubiese un mañana ni espejos disponibles para la humanidad.
Quiero pensar que, llegados a ese punto, jamás tendremos que ver cómo unos tipos armados con una orden judicial y rodeados de polis son capaces de desahuciar de toda su ropa a un pobre individuo en medio de la calle y dejarlo, literalmente, en pelotas.
Pero, sobre todo, visto lo visto, quiero pensar que la teoría de Mariló algún día será probada. Mira este espacio, sin ir más lejos. Seguro que pensabas que antes de que yo llegara, estaba ocupado por un reputado periodista que opinaba desde el criterio, el rigor y el prestigio. Pero si Mariló está en lo cierto, esto, como mucho, debió de ser una página de contactos.
Vamos, otra que jodía por dinero.»

 

 

Carta Abierta al Molt Honorable President de la Generalitat Artur Mas

Artículo publicado el domingo, 11 de enero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Estimado Señor Mas,

Le escribo esta carta abierta cuando todavía está en juego el Barça-Córdoba, partido de vuelta de los octavos de final de la Copa del Rey en el que ya con un 4 a 0 es prácticamente imposible que no se clasifique el equipo local.

Le narro el estado del partido porque parece que usted hace rato que se ha marchado del campo. Por lo visto, ha acudido exclusivamente para hacerle llegar un mensaje a don Carlos González, presidente del club visitante. Y a tenor de lo que se ha publicado, el contenido de dicho mensaje ha sido el siguiente:

«Aprovecho para saludarle para que, si quiere volver a hablar mal de alguien sin conocerle, como mínimo lo pueda hacer con cierto conocimiento de causa»

Asumiendo por su mensaje que ustedes no se conocían previamente y dado también que no me consta ninguna otra declaración sobre usted por parte del señor González, me imagino que su actitud es la reacción a la campaña de publicidad que hace unas semanas mi agencia lanzó por internet, en la que el presidente de la entidad deportiva le nombraba a usted directamente y le enviaba un mensaje irónico-festivo animándole a hacerse socio del club.

No voy a defender el contenido de la campaña de mi agencia. Sinceramente, a mí tampoco me entusiasmaba. Entre usted y yo, tampoco me hacía gracia.

Pero parece que a mucha gente sí le gustó, empezando por los mismos creativos que la idearon, siguiendo por los directivos del club que la compraron y acabando por las decenas de medios de comunicación que se hicieron eco y los miles de aficionados que movieron el contenido por las redes sociales hasta convertirlo en un modesto éxito de esos a los que llamamos virales.

De cualquier modo, sirvió para que una pequeña agencia de publicidad de capital cien por cien catalán y con oficinas en Catalunya y en Madrid pudiese trabajar para un cliente situado en una tercera comunidad autónoma que otra cosa no, pero sentido del humor, no le ha faltado y espero que no le falte jamás.

Todo un logro entre PYMES sobre el que usted acaba de echar un jarro de agua fría con semejante declaración y posterior desplante. Gracias, President. Muchas gracias.

Imagino que hoy debía de ser cuestión de estado realizar semejante aparición triunfal, que el resto de temas de todo un President de la Generalitat tenían que esperar, pues hoy la prioridad nacional número uno era dar ese golpe de bata de cola.

No le puedo pedir que le guste la campaña del Córdoba CF. Pero sí le puedo pedir que deje de equivocarse.

Primero, porque cuando uno hace las cosas con humor, la única y sana intención de hacer sonreír, reír o pasar un buen rato, uno puede tener éxito o no, uno puede ser gracioso, caer en gracia o todo lo contrario. Pero cuando uno lo hace con el debido respeto y echando mano de la parodia, inocente, naíf e incluso infantiloide, lo que uno nunca puede ser acusado es de «hablar mal» de nadie.

Le invito a que repase las acusaciones que últimamente ustedes se dedican durante las sesiones del Parlament, o las perlas que se están propinando esta misma semana tras los recientes casos de corrupción, para que recuerde usted la diferencia entre la campaña del Córdoba CF y «hablar mal» de alguien.

Segundo, porque con su rabieta ha desperdiciado una ocasión única e irrepetible de demostrar que el humor es el brazo armado de la inteligencia.

Le hubiera bastado una frase de esas tan ocurrentes que le escriben cuando está en campaña para zanjar el tema y quedar como un verdadero estadista que sabe ganarse a sus oponentes en vez de enfrentarse a ellos. Elija cualquier cita de Churchill y péguela aquí si aún no sabe de lo que le estoy hablando.

Y por último, porque le acaba de dar la razón a todos aquellos que piensan que los catalanes nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos, principio fundacional de cualquier patetismo. Entiéndame, yo he sido patético muchas veces, en televisión y fuera de ella. Pero no soy ni de lejos el catalán que representa a todos los catalanes. Y usted sí lo es.

Lamento profundamente que se lo haya tomado así. De verdad, lamento que le haya molestado tanto. Pero lamento aún más el mal rato que le habrá hecho pasar al presidente del Córdoba FC, un buen tipo tan majo, tan majo, tan majo, que incluso hoy ha llegado a decir que usted es una buena persona.

Tómeselo con calma, President. Y hágase califa, hombre. Que estoy seguro que en cuanto se le pase el cabreo de su última debacle electoral, empezará a comportarse como un líder a la altura de las expectativas.

Posdata: Le envío mi último libro dedicado, «El arte de molestar para ganar dinero».»

Hasta la Polla

Artículo publicado el domingo, 6 de enero de 2013 en ElPeriódico.com.

«Polla es una pequeña localidad italiana de apenas cinco mil habitantes y cuarenta y siete kilómetros cuadrados situada en la provincia de Salerno. Se encuentra a unos 1.667 kilómetros de Barcelona y a algo más de 2.260 kilómetros de Madrid. Vamos, que cerca, lo que se dice cerca, no está.

Si uno entra en la página web de su ayuntamiento, puede consultar los eventos que tienen lugar a lo largo de un año en Polla. Y la verdad, nada fuera de lo común, lo normal que uno esperaría de un municipio de esas características. Todo apunta a que lo que sucede en Polla, se queda en Polla.

Tampoco parece haber burbuja inmobiliaria en Polla. Hasta donde yo sé, los precios de los pisos siguen la tendencia normal de lo que viene siendo una tendencia inmobiliaria en tiempos de crisis. Y la fiscalidad municipal, por lo que me han contado, es exactamente igual que la del resto de la península italiana. Los ciudadanos de Polla, o pollesi, no gozan de ninguna exención ni desgravación ventajosa con respecto a sus compatriotas. Sin ser un experto en el tema, me atrevería a decir que con Polla no hay paraíso -fiscal-.

Y sin embargo, algo huele a podrido en Polla. No sale en las noticias, nadie habla de ello, y dudo que alguien se vaya a atrever alguna vez a tirar de la manta. Pero he descubierto algo que creo que te va a cambiar la vida. Y es que cada vez son más los ciudadanos españoles que deciden establecer su residencia en Polla. Así, como lo oyes.

Todo empezó hace unos meses cuando hablando con un conocido, formulé una simple pregunta: «¿Cómo estás?» Yo no iba ni con mala ni con buena intención, era la típica frase inocente que uno pronuncia de manera automática, sin darse cuenta de las consecuencias, a riesgo de que te cuenten la vida de alguien que en el fondo te da igual.

La respuesta me dejó clavado en el sitio: «Hasta la Polla».

Lo primero que pensé fue que vivía rodeado de gente muy maleducada, tíos fundamentalmente, y además con un punto machista con el que no me acababa de sentir cómodo. Pero justo cuando estaba a punto de convocar nuevo casting de allegados, me di cuenta de que la misma respuesta se repetía de manera consistente entre las mujeres, y no necesariamente entre las más necesitadas, ni siquiera entre las más malhabladas.

Claro, eso significaba que no podía tratarse de una alusión facilona al miembro sexual masculino. Esto tenía que significar mucho más, algo que yo no había sido capaz de ver. Estaban hablando de algo que les resultaba tan familiar y cercano como la Vane, la Jessi o la Kelly, de ahí ese artículo determinado que sólo aplicas a quien te pone realmente contento.

Estaban hablando de Polla.

Lo siguiente que hice fue buscar «hasta la Polla» en Google. Casi ocho millones de resultados. Estaba sobre la pista buena. Y a partir de ahí, todo han sido informaciones y señales que no han hecho más que reforzar y completar mi teoría. Para no aburrirte con los detalles, te resumo aquí las tres más concluyentes.

Uno. Los políticos están en el ajo. Si te fijas, la gente está más hasta la Polla cuanto más hacen y deshacen, sobre todo desde el Gobierno, principal turoperador pollesi oficial autorizado. El objetivo no declarado del ejecutivo es que todos, tarde o temprano, lleguemos allí. Es más, me atrevería a decir que los consejos de ministros se llevan a cabo los viernes para así facilitar el éxodo masivo a Polla en fin de semana. Pero eso aún no lo he podido demostrar.

Dos. Las migraciones son sectoriales. Primero los sindicatos. Después los funcionarios. Luego los maestros. Los médicos. Los estudiantes. Los científicos. Los parados. Los catalanes. Como siempre, ni el tamaño, ni la forma, ni el nivel de actividad importa demasiado. Uno a uno, todos los colectivos de este país han ido empadronándose en Polla. Todos, salvo uno, los banqueros, cuyos miembros parecen menos interesados en el boom demográfico de este municipio, lo cual me hace sospechar que esta Polla no les pone.

Y tres. Como era de esperar, ya tienen preparado y previsto qué hacer cuando los cuarenta y siete millones de españoles estén todos hasta la Polla y ya no quepa nadie más. A menos de dos horas en coche, unos ciento doce kilómetros hacia el suroeste bordeando el Parque Nacional del Cilento, se encuentra la preciosa localidad de Pollica, población que ya viene recortadica de serie: mitad de habitantes, mitad de extensión, y mitad de chiquita, imagino que por el hecho de encontrarse más cerca del mar.

Un lugar donde sus señorías podrán sentirse, sin lugar a dudas, como en casa.»